Hombre de hielo

—Encárgate de darle una paliza. Lo quiero suplicando de rodillas.

—Sí, señor —contestó el hombre del otro lado de la línea.

Gustavo dejó el teléfono sobre su regazo, mientras una sonrisa retorcida se mostraba en sus facciones. En una esquina, una menuda figura lo observaba con cautela, se trataba de Carol, la niñera de su hija Sophie.

—Disculpe —carraspeó ella—, le traje una taza de té.

Gustavo arqueó una ceja al verla junto al umbral de la puerta.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó con aspereza.

—Acabo de llegar —mintió, para evitar evidenciar que había escuchado su inquietante conversación.

Él, en cambio, no pareció creerle porque su mirada se oscureció.

—¿Qué clase de té es ese? —preguntó, en lugar de insistir con su falta de credibilidad.

—Es un té de canela —explicó ella, su voz titubeante, al igual que sus pasos al entrar—. Se dice que tiene propiedades antiinflamatorias, y que también puede reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

—Enfermedades cardiovasc
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