—¡Papá, papá! ¿Qué te pasó en la cara? Los niños rodearon a un Humberto con la nariz rota y el rostro amoratado, quien se encontraba de pie en la entrada de la casa dispuesto a hacer una de sus visitas rutinarias. La mirada de Humberto se dirigió a Adeline, quien estaba al lado de los pequeños. —Fue un accidente. Me caí de las escaleras —mintió descaradamente, sin apartar sus ojos de ella. —¿Te duele, papá?—uno de sus hijos se atrevió a tocar una de las heridas y Humberto emitió un quejido de sufrimiento. —Niños, dejen a su padre —los regaño Adeline con voz suave—. Porque mejor no van por un poco de hielo para que le ayuden a bajar la hinchazón en el rostro. Sus tres varones salieron corriendo con dirección a la cocina, y los dos adultos se quedaron finalmente solos. —Ahora sin mentir, Humberto. ¿Qué fue lo que le sucedió a esa cara tuya? —¿Qué pasa, Adeline? ¿Estás preocupada por mí? —Ya quisieras, pero no. Me preocupa que mis hijos te vean así —contestó rotunda. —Pue
—¿Novio falso?El rostro de Mauricio se contorsionó en una mueca de confusión.—Sí, ya sé que tú y Humberto tienen una cuenta pendiente. Así que este es tu momento perfecto para desquitarte con él —explicó Adeline como si no fuese una cuestión muy difícil de entender. —Pero, Adeline, ¿no entiendo a qué te refieres?—Bien, déjame explicarte—se acomodó mejor en su asiento y procedió a dar un repaso con lujos de detalles de su brillante plan—. Humberto pretende usar a los niños para presionarme a que vuelva con él. Yo necesito hacer que los niños desistan de esa idea y que Humberto se dé cuenta de que no hay otra oportunidad conmigo, que ya tengo a alguien nuevo en mi vida. Claro, no es como si a él realmente le importara eso, lo único que le interesa es recuperar su anterior estatus, extraña el dinero y tener un nombre respetado. —Oh, comprendo, pero aun así —negó Mauricio, mostrándose en desacuerdo—, no me gusta la idea de ser un novio falso. Quiero decir, siempre me has parecido una
Lorena se paseaba de un lado a otro como una felina hambrienta a punto de realizar su caza, mientras hablaba con firmeza a través del teléfono. —Los manteles deben ser de un blanco puro, sin arrugas —su voz era autoritaria—. Las flores, rosas blancas y lirios, en arreglos simétricos en cada mesa. Y no toleraré ni un solo detalle fuera de lugar. ¿Entendido?—Sí, señora —contestó la decoradora de bodas del otro lado de la línea. La mujer lanzó el teléfono hacia el sofá, justo después de terminar la llamada; en el mismo se encontraba Anthony, quien no parecía un novio feliz, sino un hombre sentenciado a la horca. Ambos se miraron a los ojos en ese instante y la idea de saltar por la ventana y escapar de ese compromiso infernal, pasó por la mente del hombre. Pero sabía que no podía. No cuando Lorena estaba al mando y su futuro parecía sellado con ese niño que venía en camino.—Intenta al menos sonreír, ¿quieres? —lo riñó ella. Anthony dibujó una sonrisa grotesca en su rostro antes de
Esa noche no pudo dormir, no había manera de que pudiera hacerlo luego de ver a la mujer que amaba al lado de otro. La idea de secuestrarla y alejarla de ese idiota pasaba por su mente con mayor fuerza con cada segundo. Quería mandarlo todo al diablo, comenzando con Lorena y su flamante boda. Anthony apretó la botella de licor en su mano un segundo antes de estrellarla contra el suelo. Rápidamente, el piso se manchó del líquido y los pedazos de vidrios se dispersaron en todas direcciones. Era un caos. Pero ese caos no se comparaba con el que había en su interior, jamás se había sentido tan perdido como en ese momento. Había desesperación, angustia, odio, mucho odio. Odiaba al hombre que le estaba robando a su Adeline. Porque era suya. Suya. —Mira nada más este desastre—la puerta del departamento se abrió revelando la figura de Lorena, quien acababa de llegar de quién sabe dónde. A Anthony no podía importarle menos la mujer y sus palabras hirientes. —Al parecer estás ans
La boda se acercaba a una velocidad cegadora y Anthony se sentía cada vez más asfixiando. Pero no solo era su inminente matrimonio lo que lo tenía en ese estado, también estaba el hecho de que Adeline parecía haberlo olvidado demasiado pronto. En ese instante, se encontraba estacionado frente a la casa de la mujer, otro auto estaba aparcado también, y no necesitaba ser adivino para saber de quién se trataba, era de ese mismo sujeto con el que la había visto acompañada hacía un par de días. «Adeline lo había traído a su casa», el pensamiento llegó de manera atroz, como una avalancha. Él nunca había conocido a sus hijos, sin embargo, ese otro tipo estaba adentro compartiendo con ellos. Comiendo juntos, charlando, riendo, haciendo cosas como si ya fuesen una familia. La idea en sí misma le repugnaba. Tampoco ayudaba el hecho de que llevaba dos días bebiendo, apestaba a alcohol y reconocía que no estaba del todo en sus cabales; pero esa idea, no lo detuvo al momento de bajarse del aut
“Sé mi amante”No había escuchado nunca ninguna otra palabra más humillante, ni siquiera los insultos de Humberto se comparaban con lo que acababa de salir de la boca de Anthony. Amante, eso era igual a ser la otra mujer, a estar relegada a las sombras, a no poder nunca ver la luz del sol. Eso era lo que le tenía para ofrecer. ¿Pero merecía tan poco?No. Ella no merecía eso. Merecía más. Fue por eso que, dándole un empujón, su mano tomó distancia y una cachetada se estampó en el rostro de Anthony. La mano de Adeline ardió, pero la satisfacción de ponerlo en su lugar lo valía todo. Nunca más se dejaría humillar de nadie. —¡Vete antes de que llame a la policía! —rugió. Una furia inminente se arremolinaba en su estómago, el deseo de destruirlo, de dejarlo convertido en cenizas. Lo amaba, sí, pero se amaba más a sí misma. Estaba aprendiendo a amarse y no permitiría que nadie arruinara ese avance que tanto le había costado conseguir. El rostro de Anthony se giró por el fuerte impa
—¿Adeline, qué se supone que sucedió ayer en tu casa? La pregunta de su hermano no se hizo esperar. Gustavo se encontraba en su oficina en su silla de ruedas, con su asistente al lado. —Gustavo —Adeline suspiró sin saber por dónde empezar. Era una historia demasiado larga—, estoy saliendo con uno de nuestros empleados —contó la parte más sencilla. —Ajá, ¿y eso que tiene que ver con la pelea que dos hombres protagonizaron en la entrada de tu casa? —inquirió en forma de reproche—. Esa información está en todos los malditos periódicos, Adeline. No te bajan de ser una madre irresponsable. Adeline se dejó caer en su asiento y el peso de las consecuencias comenzó a abrumarla. —Esto es malo —sentenció su hermano—. Dudo que esos titulares hayan aparecido de la nada. Todo esto es obra de Humberto, tuvo la oportunidad perfecta y no la desperdicio. Sabes lo que eso significa, ¿cierto? —¿Tú crees que pueda quitarme a los niños con esto? —la voz de Adeline tembló. Temía conocer la respu
Gustavo salió de la empresa de su familia, siendo llevado por su asistente. Odiaba tener que depender de personas externas para desplazarse de un lugar a otro, pero debido a su condición actual eso era inevitable. —Averigua todo sobre ese fulano, Anthony Spencer —ordenó tajante. Minutos después, lo habían subido en el asiento trasero del auto y veía el recorrido de la ciudad a través de la ventana. Su asistente y mano derecha, tenía toda su atención en su tableta, mientras se reajustaba las gafas de tanto en tanto. Era un hombre muy aplicado. —Es hijo de Roberto Spencer, un reconocido empresario —comenzó a dar detalles sobre su reciente investigación—. Su madre se encuentra en coma. Y, efectivamente, está a punto de casarse. Su prometida es Lorena Buendía, hija de otro acaudalado. —Perfecto —respondió Gustavo, conforme con la información recibida—. Organiza una cita con ese tal Anthony, quizás deba darle un regalo de bodas. Después de todo, faltan tan solo cinco días para s