¿Creen que Humberto le quite los niños a Adeline?
Gustavo salió de la empresa de su familia, siendo llevado por su asistente. Odiaba tener que depender de personas externas para desplazarse de un lugar a otro, pero debido a su condición actual eso era inevitable. —Averigua todo sobre ese fulano, Anthony Spencer —ordenó tajante. Minutos después, lo habían subido en el asiento trasero del auto y veía el recorrido de la ciudad a través de la ventana. Su asistente y mano derecha, tenía toda su atención en su tableta, mientras se reajustaba las gafas de tanto en tanto. Era un hombre muy aplicado. —Es hijo de Roberto Spencer, un reconocido empresario —comenzó a dar detalles sobre su reciente investigación—. Su madre se encuentra en coma. Y, efectivamente, está a punto de casarse. Su prometida es Lorena Buendía, hija de otro acaudalado. —Perfecto —respondió Gustavo, conforme con la información recibida—. Organiza una cita con ese tal Anthony, quizás deba darle un regalo de bodas. Después de todo, faltan tan solo cinco días para s
—¡¿Una qué?! —gritó. —Una mamada, Carol. No te hagas la inocente. Carol lo miró perpleja, dándose cuenta de que su jefe se había vuelto completamente loco. —¡¿Cómo te atreves a…?!—las lágrimas se apoderaron de sus ojos. Ni siquiera era capaz de pronunciar esa infame palabra. —Tic Tac —Gustavo simuló el sonido del segundero de un reloj. —¡No lo haré! ¡No puedo! —la impotencia presente en su voz. —De acuerdo —contestó sin emoción—. Ahora recoge tus cosas y vete. —Pero… Carol lo vio darse media vuelta en su silla de ruedas, mientras se dirigía a la puerta con la intención de irse. Ella seguía de rodillas, justo como le había ordenado que se pusiera hacía apenas unos minutos. —Espera —pidió. —Ya dijiste que no. Así que no hay trato. —Pero… —Vete, Carol. Más lágrimas inundaron los ojos de la joven, mientras imágenes de su madre en la cama del hospital la atravesaban como un rayo. Sabía lo que podría ocurrirle a su progenitora si el tratamiento fallaba tan s
Lorena entró al departamento y encontró un pequeño regalo sobre la mesa del comedor. Su curiosidad la llevó a acercarse a dicho objeto y tomar la tarjeta que lo acompañaba. “Felicidades al futuro matrimonio Spencer Buendía” Una sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer al leer la dedicatoria. ¿De quién vendría? Sin detenerse a ahondar mucho en eso, abrió el paquete, pero la expresión alegre en su cara se perdió en cuestión de segundos. La caja contenía un portarretrato con una foto de una pelea. La imagen estaba desenfocada, pero al mismo tiempo, era distinguible. Es decir, Lorena no necesitaba poner mucho esfuerzo para reconocer la figura de su prometido en dicha fotografía. Sin embargo, para que no le quedará ni la menor duda había una nota adicional. “Futura señora Spencer, le agradecería que mantenga en cintura a su futuro esposo, no quisiera que volviese a perseguir a mi hermana y armar una escena en público. Sin más nada que decirle, gracias por su pronta colaboración.
Anthony lo supo en ese preciso momento: Lorena estaba loca. Su futura esposa era capaz de lo que sea con tal de concretar ese matrimonio. —Lorena, por favor, hablemos —pidió alzando los brazos en señal de rendición. Sin importar que, no podía permitir que se hiciera daño.—¡¿Qué quieres hablar?! —gritó ella, enloquecida. Sus ojos estaban rojos—. ¡¿Quieres tratar de convencerme de que no debemos casarnos, es eso?!—No nos amamos. Lo sabes—trato de encontrar un punto de mediación. —¿Y quién dice que se necesita amor? —replico casi al instante.—Yo sí lo necesito, Lorena. Mi amor está en otra parte —fue sincero. La imagen de Adeline llegó a su mente, todos los momentos compartidos, los besos. La amaba y era con ella con quien deseaba casarse.—Ah, entonces esta absurda conversación es para echarme en cara que amas a otra. ¡Al diablo!—apuntó nuevamente con el pedazo de vidrio a su estómago.—Lorena, por favor… —suplicó, sabía que la escena terminaría mal si no hacía algo.—Por favor nad
Su reflejo frente al espejo mostraba a una mujer hermosa, con un vestido de novia elegante, el cual abrazaba su figura con una delicadeza envidiable. En cada pliegue, en cada encaje, podía verse lo incierto de su futuro. Sus ojos se encontraron con los de su reflejo, y en ese instante, no vio a una novia feliz, vio a la mujer calculadora en la que se había convertido gracias a su padre. —Ahora soy esto, papá —habló en voz alta, aunque se encontraba completamente sola.Era la hija mayor de Rubén Buendía, sin embargo, no tenía la autorización de convertirse en nada más que en una moneda de cambio. Tampoco era como si su padre la hubiese obligado a llevar a cabo este matrimonio, la verdad era que su única finalidad siempre había sido la de complacerlo, la de hacer que la notara. Pero Rubén no la notaba, Rubén siempre miraba a su hijo menor, a su varón soñado. Quizás era por esa falta de amor paternal que se inclinaba por los hombres mayores. Había tenido más de una aventura con hombre
La madre de Lorena la entregó a su padre, Rubén, quien le ofreció su brazo para llevarla al altar. Lorena asintió en su dirección y luego alzó el mentón, dispuesta a dar los primeros pasos hacia su nuevo destino. —Te ves hermosa —halagó su padre en un susurro. —Soy mucho más que bella, papá. Pero gracias. El hombre no prestó atención a la respuesta cortante de su hija, y la jaló suavemente para que caminaran juntos. La marcha nupcial comenzó a sonar y todos los invitados se giraron para capturar la entrada de la novia. Una sonrisa se deslizó de los labios de Lorena, mientras daba cada paso, simulando que era una novia feliz y enamorada. Un momento antes de ser entregada por su padre al novio, Lorena divisó entre los primeros asientos la presencia de Roberto, su suegro, y el verdadero padre del pequeño que se gestaba en su vientre. El hombre la devoró con la mirada desde su asiento, atrayendo a su memoria los recuerdos del momento en que estrenaron juntos el vestido de novia
Lorena no tuvo la oportunidad de desquitarse con Anthony, como había esperado, porque el hombre ni siquiera se presentó en el hotel donde se suponía tendrían su luna de miel. Según había averiguado con uno de sus empleados, lo habían visto dirigirse a un bar después de que salió de la iglesia. Anthony no era un borracho, pero se estaba empezando a comportar como uno. —Ya tendré tiempo de encargarme de eso —se dijo Lorena, mientras aplicaba labial rojo en sus labios. Tenía una semana paga de estadía en ese hotel y no pensaba desperdiciarla lamentándose por la ausencia de su esposo. Así que ya había hecho otros planes, y esos planes acababan de tocar a la puerta de la habitación. La mujer se acomodó su camisón de dormir y fue a abrirle a su invitado. Roberto se encontraba de pie, con la misma mirada penetrante que le había dedicado horas antes. —Bienvenido—se hizo a un lado para dejarlo entrar. —¿No está aquí? —preguntó lo obvio. —Por supuesto que no—hizo un gesto de disgusto al
El abogado se retiró dejando a una Adeline a punto de escupir fuego por la boca. Se sentía al borde de una combustión. Inmediatamente, tomó el teléfono de su oficina y marcó el número de su hermano.—Gustavo —saludó con los dientes apretados, incapaz de contener todos los sentimientos negativos que la estaban atravesando. —Iré por un poco de agua —dijo Georgia al ver su estado alterado. La asistente se retiró y Adeline respiró profundamente, mientras escuchaba el saludo de su hermano.—¿Qué pasa, Adeline? No te escuchas en buen estado —notó él de inmediato. —Es que no lo estoy Gustavo —decidió ir al grano—. Ha venido un abogado a traerme una citación. Lo que nos temíamos está pasando. Humberto demandó la custodia de los niños. ¡No puedo permitir que me los quité! —lloró de rabia e impotencia.—No te los quitará, Adeline. Ya te lo dije —la seguridad en la voz de su hermano, ayudó a regular un poco su respiración. Adeline se calmó, mientras escuchaba el plan de Gustavo. —¿Y crees