Lorena entró al departamento y encontró un pequeño regalo sobre la mesa del comedor. Su curiosidad la llevó a acercarse a dicho objeto y tomar la tarjeta que lo acompañaba. “Felicidades al futuro matrimonio Spencer Buendía” Una sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer al leer la dedicatoria. ¿De quién vendría? Sin detenerse a ahondar mucho en eso, abrió el paquete, pero la expresión alegre en su cara se perdió en cuestión de segundos. La caja contenía un portarretrato con una foto de una pelea. La imagen estaba desenfocada, pero al mismo tiempo, era distinguible. Es decir, Lorena no necesitaba poner mucho esfuerzo para reconocer la figura de su prometido en dicha fotografía. Sin embargo, para que no le quedará ni la menor duda había una nota adicional. “Futura señora Spencer, le agradecería que mantenga en cintura a su futuro esposo, no quisiera que volviese a perseguir a mi hermana y armar una escena en público. Sin más nada que decirle, gracias por su pronta colaboración.
Anthony lo supo en ese preciso momento: Lorena estaba loca. Su futura esposa era capaz de lo que sea con tal de concretar ese matrimonio. —Lorena, por favor, hablemos —pidió alzando los brazos en señal de rendición. Sin importar que, no podía permitir que se hiciera daño.—¡¿Qué quieres hablar?! —gritó ella, enloquecida. Sus ojos estaban rojos—. ¡¿Quieres tratar de convencerme de que no debemos casarnos, es eso?!—No nos amamos. Lo sabes—trato de encontrar un punto de mediación. —¿Y quién dice que se necesita amor? —replico casi al instante.—Yo sí lo necesito, Lorena. Mi amor está en otra parte —fue sincero. La imagen de Adeline llegó a su mente, todos los momentos compartidos, los besos. La amaba y era con ella con quien deseaba casarse.—Ah, entonces esta absurda conversación es para echarme en cara que amas a otra. ¡Al diablo!—apuntó nuevamente con el pedazo de vidrio a su estómago.—Lorena, por favor… —suplicó, sabía que la escena terminaría mal si no hacía algo.—Por favor nad
Su reflejo frente al espejo mostraba a una mujer hermosa, con un vestido de novia elegante, el cual abrazaba su figura con una delicadeza envidiable. En cada pliegue, en cada encaje, podía verse lo incierto de su futuro. Sus ojos se encontraron con los de su reflejo, y en ese instante, no vio a una novia feliz, vio a la mujer calculadora en la que se había convertido gracias a su padre. —Ahora soy esto, papá —habló en voz alta, aunque se encontraba completamente sola.Era la hija mayor de Rubén Buendía, sin embargo, no tenía la autorización de convertirse en nada más que en una moneda de cambio. Tampoco era como si su padre la hubiese obligado a llevar a cabo este matrimonio, la verdad era que su única finalidad siempre había sido la de complacerlo, la de hacer que la notara. Pero Rubén no la notaba, Rubén siempre miraba a su hijo menor, a su varón soñado. Quizás era por esa falta de amor paternal que se inclinaba por los hombres mayores. Había tenido más de una aventura con hombre
La madre de Lorena la entregó a su padre, Rubén, quien le ofreció su brazo para llevarla al altar. Lorena asintió en su dirección y luego alzó el mentón, dispuesta a dar los primeros pasos hacia su nuevo destino. —Te ves hermosa —halagó su padre en un susurro. —Soy mucho más que bella, papá. Pero gracias. El hombre no prestó atención a la respuesta cortante de su hija, y la jaló suavemente para que caminaran juntos. La marcha nupcial comenzó a sonar y todos los invitados se giraron para capturar la entrada de la novia. Una sonrisa se deslizó de los labios de Lorena, mientras daba cada paso, simulando que era una novia feliz y enamorada. Un momento antes de ser entregada por su padre al novio, Lorena divisó entre los primeros asientos la presencia de Roberto, su suegro, y el verdadero padre del pequeño que se gestaba en su vientre. El hombre la devoró con la mirada desde su asiento, atrayendo a su memoria los recuerdos del momento en que estrenaron juntos el vestido de novia
Lorena no tuvo la oportunidad de desquitarse con Anthony, como había esperado, porque el hombre ni siquiera se presentó en el hotel donde se suponía tendrían su luna de miel. Según había averiguado con uno de sus empleados, lo habían visto dirigirse a un bar después de que salió de la iglesia. Anthony no era un borracho, pero se estaba empezando a comportar como uno. —Ya tendré tiempo de encargarme de eso —se dijo Lorena, mientras aplicaba labial rojo en sus labios. Tenía una semana paga de estadía en ese hotel y no pensaba desperdiciarla lamentándose por la ausencia de su esposo. Así que ya había hecho otros planes, y esos planes acababan de tocar a la puerta de la habitación. La mujer se acomodó su camisón de dormir y fue a abrirle a su invitado. Roberto se encontraba de pie, con la misma mirada penetrante que le había dedicado horas antes. —Bienvenido—se hizo a un lado para dejarlo entrar. —¿No está aquí? —preguntó lo obvio. —Por supuesto que no—hizo un gesto de disgusto al
El abogado se retiró dejando a una Adeline a punto de escupir fuego por la boca. Se sentía al borde de una combustión. Inmediatamente, tomó el teléfono de su oficina y marcó el número de su hermano.—Gustavo —saludó con los dientes apretados, incapaz de contener todos los sentimientos negativos que la estaban atravesando. —Iré por un poco de agua —dijo Georgia al ver su estado alterado. La asistente se retiró y Adeline respiró profundamente, mientras escuchaba el saludo de su hermano.—¿Qué pasa, Adeline? No te escuchas en buen estado —notó él de inmediato. —Es que no lo estoy Gustavo —decidió ir al grano—. Ha venido un abogado a traerme una citación. Lo que nos temíamos está pasando. Humberto demandó la custodia de los niños. ¡No puedo permitir que me los quité! —lloró de rabia e impotencia.—No te los quitará, Adeline. Ya te lo dije —la seguridad en la voz de su hermano, ayudó a regular un poco su respiración. Adeline se calmó, mientras escuchaba el plan de Gustavo. —¿Y crees
De una patada fue rota la puerta de entrada de la casa, haciendo que la persona en el interior se sobresaltara por completo. —Muy audaz de tu parte —dijo Gustavo antes de dar una profunda calada a su cigarrillo.Sus hombres rodearon la guarida de Humberto, la cual no era otra que una casucha en muy mal estado. Había latas, residuos de comidas, y parecía que no habían pasado un plumero desde hacía más de un siglo.—¿Y aquí es donde piensas traer a los niños?—no pudo ocultar su sarcasmo.El hombre había quedado en la quiebra absoluta, ya que se había encargado personalmente de eso.—Pues eso dependerá de lo que tengas para ofrecerme —contestó Humberto con descaro. Estaba haciendo todo este show por dinero y ni siquiera le daba vergüenza revelarlo.—Me preguntó cómo es que conseguiste el dinero para pagarle a ese abogado. —Tengo mis métodos.—¿Y cuáles son esos? Dímelos para encargarme de desaparecerlos. Sabes que tengo el poder suficiente para borrarte de la faz de la tierra —la voz d
Adeline se sentía ansiosa ante la demanda de custodia impuesta por Humberto. No lograba conciliar el sueño, debido a que cada vez que cerraba los ojos las pesadillas la alcanzaban, atrayéndola a un estado de constante zozobra. En todos esos sueños indeseados, la sonrisa maliciosa de Humberto era lo que más destacaba. Sus hijos corrían a los brazos del hombre, mientras ni siquiera volteaban a verla una última vez. Lo peor de todo era el veredicto del juez, quien ordenaba que no podía volver a acercarse a sus pequeños. —No lo permitiré —se encontraba diciendo cada vez que despertaba con la piel empapada y el corazón latiendo como loco.Pero no era esa la única razón de su insomnio, también estaba Anthony y su boda de ensueño. Los comentarios sobre el matrimonio le llegaban de todas partes como abominables bombardeos de los que no podía refugiarse. Se había jurado que no permitiría que eso le afectara, que no les daría el gusto de verla decaída por un corazón roto, no ahora cuando la