Advertencias
—¡¿Una qué?! —gritó.

—Una mamada, Carol. No te hagas la inocente.

Carol lo miró perpleja, dándose cuenta de que su jefe se había vuelto completamente loco.

—¡¿Cómo te atreves a…?!—las lágrimas se apoderaron de sus ojos. Ni siquiera era capaz de pronunciar esa infame palabra.

—Tic Tac —Gustavo simuló el sonido del segundero de un reloj.

—¡No lo haré! ¡No puedo! —la impotencia presente en su voz.

—De acuerdo —contestó sin emoción—. Ahora recoge tus cosas y vete.

—Pero…

Carol lo vio darse media vuelta en su silla de ruedas, mientras se dirigía a la puerta con la intención de irse. Ella seguía de rodillas, justo como le había ordenado que se pusiera hacía apenas unos minutos.

—Espera —pidió.

—Ya dijiste que no. Así que no hay trato.

—Pero…

—Vete, Carol.

Más lágrimas inundaron los ojos de la joven, mientras imágenes de su madre en la cama del hospital la atravesaban como un rayo. Sabía lo que podría ocurrirle a su progenitora si el tratamiento fallaba tan s
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