¿Si pudieran entrar a la historia que le dirían a Anthony? Subiré tres capítulos, dedicados al comentario más ingenioso. Los leo ;)
La boda se acercaba a una velocidad cegadora y Anthony se sentía cada vez más asfixiando. Pero no solo era su inminente matrimonio lo que lo tenía en ese estado, también estaba el hecho de que Adeline parecía haberlo olvidado demasiado pronto. En ese instante, se encontraba estacionado frente a la casa de la mujer, otro auto estaba aparcado también, y no necesitaba ser adivino para saber de quién se trataba, era de ese mismo sujeto con el que la había visto acompañada hacía un par de días. «Adeline lo había traído a su casa», el pensamiento llegó de manera atroz, como una avalancha. Él nunca había conocido a sus hijos, sin embargo, ese otro tipo estaba adentro compartiendo con ellos. Comiendo juntos, charlando, riendo, haciendo cosas como si ya fuesen una familia. La idea en sí misma le repugnaba. Tampoco ayudaba el hecho de que llevaba dos días bebiendo, apestaba a alcohol y reconocía que no estaba del todo en sus cabales; pero esa idea, no lo detuvo al momento de bajarse del aut
“Sé mi amante”No había escuchado nunca ninguna otra palabra más humillante, ni siquiera los insultos de Humberto se comparaban con lo que acababa de salir de la boca de Anthony. Amante, eso era igual a ser la otra mujer, a estar relegada a las sombras, a no poder nunca ver la luz del sol. Eso era lo que le tenía para ofrecer. ¿Pero merecía tan poco?No. Ella no merecía eso. Merecía más. Fue por eso que, dándole un empujón, su mano tomó distancia y una cachetada se estampó en el rostro de Anthony. La mano de Adeline ardió, pero la satisfacción de ponerlo en su lugar lo valía todo. Nunca más se dejaría humillar de nadie. —¡Vete antes de que llame a la policía! —rugió. Una furia inminente se arremolinaba en su estómago, el deseo de destruirlo, de dejarlo convertido en cenizas. Lo amaba, sí, pero se amaba más a sí misma. Estaba aprendiendo a amarse y no permitiría que nadie arruinara ese avance que tanto le había costado conseguir. El rostro de Anthony se giró por el fuerte impa
—¿Adeline, qué se supone que sucedió ayer en tu casa? La pregunta de su hermano no se hizo esperar. Gustavo se encontraba en su oficina en su silla de ruedas, con su asistente al lado. —Gustavo —Adeline suspiró sin saber por dónde empezar. Era una historia demasiado larga—, estoy saliendo con uno de nuestros empleados —contó la parte más sencilla. —Ajá, ¿y eso que tiene que ver con la pelea que dos hombres protagonizaron en la entrada de tu casa? —inquirió en forma de reproche—. Esa información está en todos los malditos periódicos, Adeline. No te bajan de ser una madre irresponsable. Adeline se dejó caer en su asiento y el peso de las consecuencias comenzó a abrumarla. —Esto es malo —sentenció su hermano—. Dudo que esos titulares hayan aparecido de la nada. Todo esto es obra de Humberto, tuvo la oportunidad perfecta y no la desperdicio. Sabes lo que eso significa, ¿cierto? —¿Tú crees que pueda quitarme a los niños con esto? —la voz de Adeline tembló. Temía conocer la respu
Gustavo salió de la empresa de su familia, siendo llevado por su asistente. Odiaba tener que depender de personas externas para desplazarse de un lugar a otro, pero debido a su condición actual eso era inevitable. —Averigua todo sobre ese fulano, Anthony Spencer —ordenó tajante. Minutos después, lo habían subido en el asiento trasero del auto y veía el recorrido de la ciudad a través de la ventana. Su asistente y mano derecha, tenía toda su atención en su tableta, mientras se reajustaba las gafas de tanto en tanto. Era un hombre muy aplicado. —Es hijo de Roberto Spencer, un reconocido empresario —comenzó a dar detalles sobre su reciente investigación—. Su madre se encuentra en coma. Y, efectivamente, está a punto de casarse. Su prometida es Lorena Buendía, hija de otro acaudalado. —Perfecto —respondió Gustavo, conforme con la información recibida—. Organiza una cita con ese tal Anthony, quizás deba darle un regalo de bodas. Después de todo, faltan tan solo cinco días para s
—¡¿Una qué?! —gritó. —Una mamada, Carol. No te hagas la inocente. Carol lo miró perpleja, dándose cuenta de que su jefe se había vuelto completamente loco. —¡¿Cómo te atreves a…?!—las lágrimas se apoderaron de sus ojos. Ni siquiera era capaz de pronunciar esa infame palabra. —Tic Tac —Gustavo simuló el sonido del segundero de un reloj. —¡No lo haré! ¡No puedo! —la impotencia presente en su voz. —De acuerdo —contestó sin emoción—. Ahora recoge tus cosas y vete. —Pero… Carol lo vio darse media vuelta en su silla de ruedas, mientras se dirigía a la puerta con la intención de irse. Ella seguía de rodillas, justo como le había ordenado que se pusiera hacía apenas unos minutos. —Espera —pidió. —Ya dijiste que no. Así que no hay trato. —Pero… —Vete, Carol. Más lágrimas inundaron los ojos de la joven, mientras imágenes de su madre en la cama del hospital la atravesaban como un rayo. Sabía lo que podría ocurrirle a su progenitora si el tratamiento fallaba tan s
Lorena entró al departamento y encontró un pequeño regalo sobre la mesa del comedor. Su curiosidad la llevó a acercarse a dicho objeto y tomar la tarjeta que lo acompañaba. “Felicidades al futuro matrimonio Spencer Buendía” Una sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer al leer la dedicatoria. ¿De quién vendría? Sin detenerse a ahondar mucho en eso, abrió el paquete, pero la expresión alegre en su cara se perdió en cuestión de segundos. La caja contenía un portarretrato con una foto de una pelea. La imagen estaba desenfocada, pero al mismo tiempo, era distinguible. Es decir, Lorena no necesitaba poner mucho esfuerzo para reconocer la figura de su prometido en dicha fotografía. Sin embargo, para que no le quedará ni la menor duda había una nota adicional. “Futura señora Spencer, le agradecería que mantenga en cintura a su futuro esposo, no quisiera que volviese a perseguir a mi hermana y armar una escena en público. Sin más nada que decirle, gracias por su pronta colaboración.
Anthony lo supo en ese preciso momento: Lorena estaba loca. Su futura esposa era capaz de lo que sea con tal de concretar ese matrimonio. —Lorena, por favor, hablemos —pidió alzando los brazos en señal de rendición. Sin importar que, no podía permitir que se hiciera daño.—¡¿Qué quieres hablar?! —gritó ella, enloquecida. Sus ojos estaban rojos—. ¡¿Quieres tratar de convencerme de que no debemos casarnos, es eso?!—No nos amamos. Lo sabes—trato de encontrar un punto de mediación. —¿Y quién dice que se necesita amor? —replico casi al instante.—Yo sí lo necesito, Lorena. Mi amor está en otra parte —fue sincero. La imagen de Adeline llegó a su mente, todos los momentos compartidos, los besos. La amaba y era con ella con quien deseaba casarse.—Ah, entonces esta absurda conversación es para echarme en cara que amas a otra. ¡Al diablo!—apuntó nuevamente con el pedazo de vidrio a su estómago.—Lorena, por favor… —suplicó, sabía que la escena terminaría mal si no hacía algo.—Por favor nad
Su reflejo frente al espejo mostraba a una mujer hermosa, con un vestido de novia elegante, el cual abrazaba su figura con una delicadeza envidiable. En cada pliegue, en cada encaje, podía verse lo incierto de su futuro. Sus ojos se encontraron con los de su reflejo, y en ese instante, no vio a una novia feliz, vio a la mujer calculadora en la que se había convertido gracias a su padre. —Ahora soy esto, papá —habló en voz alta, aunque se encontraba completamente sola.Era la hija mayor de Rubén Buendía, sin embargo, no tenía la autorización de convertirse en nada más que en una moneda de cambio. Tampoco era como si su padre la hubiese obligado a llevar a cabo este matrimonio, la verdad era que su única finalidad siempre había sido la de complacerlo, la de hacer que la notara. Pero Rubén no la notaba, Rubén siempre miraba a su hijo menor, a su varón soñado. Quizás era por esa falta de amor paternal que se inclinaba por los hombres mayores. Había tenido más de una aventura con hombre