¿Se saldrá Lorena con la suya? ¿Anthony qué hará? ¿Por qué el papá de Anthony es tan malo con su hijo? Preguntas y más preguntas. Si quieren sus respuestas, sigan leyendo ;)
Se mordió el labio inferior ante la falta de respuesta, era su quinto intento, pero Anthony no contestaba ninguna de sus llamadas. «¿Estará durmiendo?», se preguntó Adeline, recostándose en la cama. Tenía tanto deseo de hablar con él, de darle las buenas noches como se había vuelto costumbre hacerlo. Los días en los que no se veían siempre se llamaban por la noche, se contaba sobre su día, sobre el trabajo. A Adeline le gustaba escuchar su voz antes de cerrar los ojos, de esa forma, podía soñar con él de una manera más nítida. «Seguramente está durmiendo», suspiró con desánimo. En ese día, Anthony casi no le había escrito mensajes, por lo que intuía que pasaba algo malo. Quizás estaba muy saturado con el trabajo, ya que le había comentado que su padre era muy exigente. Adeline colocó el teléfono en la mesita de noche y cerró sus ojos para dormir. El sueño vino a ella de manera rápida, la verdad era que estaba demasiado cansada. Esa noche, contrario a las otras, su sueño no fue
Adeline se había prometido a sí misma que haría dieta y ejercicio, sin embargo, se encontraba en frente de la nevera, contemplando un pote grande de helados, una bolsa de papas fritas y toda la comida chatarra disponible. Agarró sus golosinas y se dirigió a su habitación, era de madrugada, una noche de insomnio, al parecer. Odiaba no poder dormir, no poder dejar de llorar ni sentirte tan destruida. Quería ser fuerte, pero en ese justo instante no encontraba la forma de serlo. A pesar de que intentaba enfocarse en sus hijos, en sus sonrisas y en su vitalidad, toda esa fuerza era momentánea. Una vez que sus pequeños desaparecían de su campo de visión, volvía a caer en la depresión. La depresión era asfixiante y sofocaba su vida, como si la apretara con manos grandes. Su hermano había estado sospechando un poco de ello, porque siempre la llamaba, pero Adeline colocaba su mejor máscara de “todo está bien” y desviaba la atención de ella. Gustavo también tenía sus propias luchas y eran p
A Adeline no le gustaba ingerir alcohol, pero aun así, estaba sentada en la barra de un bar con un martini en su mano. A su lado, Mauricio no dejaba de mirarla, detallando hasta el más mínimo aleteo de sus pestañas. Él era muy observador y eso era algo que la ponía demasiado nerviosa. —Háblame de tu hijo—le saco conversación para que su atención se desviara. —Es un niño encantador —comenzó con un ligero toque de orgullo—. Lamentablemente, no vivimos juntos, pero todos los fines de semana hacemos cosas los dos. Hoy fuimos al campo de fútbol y presencié uno de sus partidos. —Oh, Mauricio, eres un padre presente en la vida de tu hijo—suspiró pensando en Humberto y en lo poco que veía a los niños últimamente. Sus hijos no dejaban de preguntar por su padre y esa era otra de las cosas que no dejaba de romperle el corazón con cada día que pasaba. —Trato de serlo —habló con humildad—. La relación con mi exesposa no es fácil de sobrellevar. No nos divorciamos en buenos términos. —¿Qu
—¿Destruirme? ¿Crees que puedes hacer eso? —se burló Humberto. —Puedo —la frialdad en su voz la impresionó. —No juegues con fuego, Adeline. Puedo cumplir mi amenaza. —Y yo puedo cumplir la mía, Humberto. —Tú no vas a cumplir nada—la tomo fuertemente del brazo, enterrándole los dedos—. Podría hacerte tragar tus palabras con facilidad. No olvides a quién sigues perteneciendo. —¿De qué hablas? ¡Yo no te pertenezco! —Lo haces. Sigues perteneciéndome, pero simplemente te deseché y no me interesa recuperarte. —¿Y qué crees que soy, imbécil?—se soltó bruscamente de su agarre—. ¿Crees que soy algo desechable? ¿Cómo la basura, tal vez? —Justo así, Adeline. Justo así—le dio dos palmaditas en el hombro, para quitarle un polvo imaginario. —Eres un maldito—sus dientes crujieron—. No olvides quién tiene el dinero y el poder. —Y hablando de dinero y poder—agitó el teléfono, dónde tenía guardadas las fotos—. Si no quieres que esto se sepa, podríamos negociar mi silencio. —Con que t
Su estado de ánimo no mejoró después del incidente con Humberto. Sin embargo, tomó medidas drásticas al respecto, así que esa misma mañana llamó a su hermano y lo puso al tanto del chantaje de su exmarido. —¿Ese malnacido se atrevió a eso? —la voz de Gustavo estaba cargada de rabia. —Quiere dinero. No sabe qué hacer ahora que se le cerraron todas las puertas para posibles trabajos —explicó el motivo del actuar tan desesperado de su exesposo, aunque claro, eso no justificaba ninguna de sus acciones. —Y se le seguirán cerrando, porque esto no se quedará así —soltó Gustavo, decidido a seguir haciendo la vida de cuadritos a Humberto—. Quédate tranquila, Adeline. De ese infeliz me encargaré yo. —¿Qué harás, Gustavo?—Asegurarme de que desee no haber nacido. —Por favor, no hagas nada malo —le pidió. —No puedo garantizarte eso. Y ahora, hablando de otro tema, ¿cómo es eso de que estás saliendo con alguien? —indagó. —Eso fue un error —las palabras tuvieron un sabor amargo, pero sabía q
—Encárgate de darle una paliza. Lo quiero suplicando de rodillas. —Sí, señor —contestó el hombre del otro lado de la línea. Gustavo dejó el teléfono sobre su regazo, mientras una sonrisa retorcida se mostraba en sus facciones. En una esquina, una menuda figura lo observaba con cautela, se trataba de Carol, la niñera de su hija Sophie. —Disculpe —carraspeó ella—, le traje una taza de té. Gustavo arqueó una ceja al verla junto al umbral de la puerta. —¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó con aspereza. —Acabo de llegar —mintió, para evitar evidenciar que había escuchado su inquietante conversación. Él, en cambio, no pareció creerle porque su mirada se oscureció. —¿Qué clase de té es ese? —preguntó, en lugar de insistir con su falta de credibilidad. —Es un té de canela —explicó ella, su voz titubeante, al igual que sus pasos al entrar—. Se dice que tiene propiedades antiinflamatorias, y que también puede reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares.—Enfermedades cardiovasc
“Lorena está embarazada”Esas tres simples palabras fueron suficientes para hacer que Adeline aterrizará de una vez por todas. —¡Largo!—su barbilla tembló y sus labios crujieron ante la rabia. —Adeline, te he dicho que…—¡Y yo te he dicho que te largues!Anthony se apartó al ver la furia en su mirada. El verde de sus ojos relucía con un fuego malicioso. La ventana emitió un sonido silbante ante el viento que entraba, Adeline notó en ese instante que de esa forma era como Anthony había entrado a su casa. Colándose por la ventana.—Vete por dónde entraste y no te atrevas a regresar nunca más—señaló a la ventana—. En este momento se acaba nuestro negocio y cualquier posible relación comercial. No quiero verte nunca más en mi vida, ¡¿te quedo claro?!Lágrimas de impotencia empañaban su rostro ante la realidad. Había embarazado a otra mujer, pero, se atrevía a presentarse en su casa en busca de quién sabe qué. No, ella no sería esa mujer. No sería su amante por mucho que lo amara. —¡
La mansión Spencer gritaba riqueza y opulencia a través de cada uno de sus muebles y cuadros, que costaban nada menos que una fortuna. El mármol pulido, las lámparas de araña y el exquisito gusto de Roberto se reflejaba en cada tramo por dónde pasaba. Lorena pisó fuerte al entrar y el mayordomo no se tomó la molestia de guiarla hasta la habitación matrimonial. El personal sabía de sus andanzas con su suegro, pero todos habían firmado acuerdos de confidencialidad, así que nadie se atrevía a delatar al jefe. —Puedo pasar —dijo la mujer, asomándose por la puerta entreabierta. —Puedes —la voz gruesa y firme envió un estremecimiento a su espina dorsal. Roberto se encontraba junto al ventanal, viendo el cielo nocturno, mientras parecía cavilar muy profundamente. —¿Llegué muy temprano a nuestra cita? —preguntó, al ver que no se giraba para saludarla como era costumbre. —No preguntes tonterías y ponte ese maldito vestido con el que te voy a follar toda la noche —sus palabras, más que ar