—Cancelaré la boda —prometió de nuevo—. Y luego, quiero pedirte que estés conmigo, Adeline. Dime, ¿me aceptarías? —suplicó. —¿Estar contigo en qué sentido? —repitió. La respuesta por parte del hombre llegó casi de manera inmediata, haciendo que su corazón se saltará un latido de la emoción. —Casémonos. «Casémonos»«Casémonos»«Casémonos»Pum. Pum. Pum.Su corazón no dejaba de latir, de manera acelerada. No podía estar hablando en serio, ¿o sí?La idea de casarse nuevamente, pero ahora con Anthony, hacía que una especie de sudor frío se apoderara de todo su cuerpo. Tenía miedo. Miedo al fracaso, miedo a que luego él se arrepintiera y terminará traicionándola justo como lo había hecho Humberto. Miedo a ser desechable también para él. —Anthony, no creo que…El hombre tomó sus manos y la hizo mirarlo a los ojos, la hizo conectar con la sinceridad en su ser. —Deja de poner en duda mi palabra —soltó enojado—. Si te estoy pidiendo que seas mi esposa, es porque estoy completamente segur
Al salir de la oficina de su padre se dirigió directamente al hospital para ver a su madre, tenía un mal presentimiento con respecto a la amenaza de Roberto, ya que sabía que no eran simples palabras vacías. Su padre era un hombre siniestro. «No permitiré que te salgas con la tuya, papá», pensó decidido a impedir su plan malvado. Su corazón se encontraba acelerado en cuanto cruzó la puerta del hospital, el aroma a desinfectante lo inundó de inmediato, mientras caminaba por esos largos pasillos. No era la primera vez que percibía ese aroma tan penetrante, pero en esta ocasión se le hacía más desagradable que nunca. Le desagradaba tener que venir aquí a ver a su madre, soñaba con el día en que Alicia despertara y pudiera salir de este lugar. Entró en la habitación esperando encontrar un ambiente agitado, la maldad de su padre desatada; pero en su lugar, la enfermera tenía una expresión tranquila y estaba sentada al lado de la cama donde su madre descansaba. —Disculpe —le dijo—, ¿mi
Adeline se retiró las gafas de los ojos sintiendo su vista cansada, no sabía cuántas horas llevaba frente al computador, pero sentía que eran demasiadas. —Señora—la cabeza de Georgia se asomó por la puerta de la oficina—, disculpe que la interrumpa, pero debo informarle que termino mi jornada. ¿Necesita algo más? —Oh, no, Georgia. Muchas gracias—la despidió con una sonrisa en su rostro. Su pobre asistente llevaba trabajando horas extras, por lo que era justo que regresará a casa—. Cuídate. Nos vemos mañana. Una vez sola, Adeline revisó los informes en los que había estado trabajando, comprobando que todo estaba en orden. A pesar de su agotamiento físico, sus esfuerzos había válido completamente la pena, así que estaba satisfecha con el resultado. —Es hora de también regresar a casa —se dijo, colocándose de pie para recoger sus cosas. En ese momento, Anthony entró a la oficina con una flor en la mano, se trataba de una margarita. Sus numerosos pétalos blancos le daban la graci
Se mordió el labio inferior ante la falta de respuesta, era su quinto intento, pero Anthony no contestaba ninguna de sus llamadas. «¿Estará durmiendo?», se preguntó Adeline, recostándose en la cama. Tenía tanto deseo de hablar con él, de darle las buenas noches como se había vuelto costumbre hacerlo. Los días en los que no se veían siempre se llamaban por la noche, se contaba sobre su día, sobre el trabajo. A Adeline le gustaba escuchar su voz antes de cerrar los ojos, de esa forma, podía soñar con él de una manera más nítida. «Seguramente está durmiendo», suspiró con desánimo. En ese día, Anthony casi no le había escrito mensajes, por lo que intuía que pasaba algo malo. Quizás estaba muy saturado con el trabajo, ya que le había comentado que su padre era muy exigente. Adeline colocó el teléfono en la mesita de noche y cerró sus ojos para dormir. El sueño vino a ella de manera rápida, la verdad era que estaba demasiado cansada. Esa noche, contrario a las otras, su sueño no fue
Adeline se había prometido a sí misma que haría dieta y ejercicio, sin embargo, se encontraba en frente de la nevera, contemplando un pote grande de helados, una bolsa de papas fritas y toda la comida chatarra disponible. Agarró sus golosinas y se dirigió a su habitación, era de madrugada, una noche de insomnio, al parecer. Odiaba no poder dormir, no poder dejar de llorar ni sentirte tan destruida. Quería ser fuerte, pero en ese justo instante no encontraba la forma de serlo. A pesar de que intentaba enfocarse en sus hijos, en sus sonrisas y en su vitalidad, toda esa fuerza era momentánea. Una vez que sus pequeños desaparecían de su campo de visión, volvía a caer en la depresión. La depresión era asfixiante y sofocaba su vida, como si la apretara con manos grandes. Su hermano había estado sospechando un poco de ello, porque siempre la llamaba, pero Adeline colocaba su mejor máscara de “todo está bien” y desviaba la atención de ella. Gustavo también tenía sus propias luchas y eran p
A Adeline no le gustaba ingerir alcohol, pero aun así, estaba sentada en la barra de un bar con un martini en su mano. A su lado, Mauricio no dejaba de mirarla, detallando hasta el más mínimo aleteo de sus pestañas. Él era muy observador y eso era algo que la ponía demasiado nerviosa. —Háblame de tu hijo—le saco conversación para que su atención se desviara. —Es un niño encantador —comenzó con un ligero toque de orgullo—. Lamentablemente, no vivimos juntos, pero todos los fines de semana hacemos cosas los dos. Hoy fuimos al campo de fútbol y presencié uno de sus partidos. —Oh, Mauricio, eres un padre presente en la vida de tu hijo—suspiró pensando en Humberto y en lo poco que veía a los niños últimamente. Sus hijos no dejaban de preguntar por su padre y esa era otra de las cosas que no dejaba de romperle el corazón con cada día que pasaba. —Trato de serlo —habló con humildad—. La relación con mi exesposa no es fácil de sobrellevar. No nos divorciamos en buenos términos. —¿Qu
—¿Destruirme? ¿Crees que puedes hacer eso? —se burló Humberto. —Puedo —la frialdad en su voz la impresionó. —No juegues con fuego, Adeline. Puedo cumplir mi amenaza. —Y yo puedo cumplir la mía, Humberto. —Tú no vas a cumplir nada—la tomo fuertemente del brazo, enterrándole los dedos—. Podría hacerte tragar tus palabras con facilidad. No olvides a quién sigues perteneciendo. —¿De qué hablas? ¡Yo no te pertenezco! —Lo haces. Sigues perteneciéndome, pero simplemente te deseché y no me interesa recuperarte. —¿Y qué crees que soy, imbécil?—se soltó bruscamente de su agarre—. ¿Crees que soy algo desechable? ¿Cómo la basura, tal vez? —Justo así, Adeline. Justo así—le dio dos palmaditas en el hombro, para quitarle un polvo imaginario. —Eres un maldito—sus dientes crujieron—. No olvides quién tiene el dinero y el poder. —Y hablando de dinero y poder—agitó el teléfono, dónde tenía guardadas las fotos—. Si no quieres que esto se sepa, podríamos negociar mi silencio. —Con que t
Su estado de ánimo no mejoró después del incidente con Humberto. Sin embargo, tomó medidas drásticas al respecto, así que esa misma mañana llamó a su hermano y lo puso al tanto del chantaje de su exmarido. —¿Ese malnacido se atrevió a eso? —la voz de Gustavo estaba cargada de rabia. —Quiere dinero. No sabe qué hacer ahora que se le cerraron todas las puertas para posibles trabajos —explicó el motivo del actuar tan desesperado de su exesposo, aunque claro, eso no justificaba ninguna de sus acciones. —Y se le seguirán cerrando, porque esto no se quedará así —soltó Gustavo, decidido a seguir haciendo la vida de cuadritos a Humberto—. Quédate tranquila, Adeline. De ese infeliz me encargaré yo. —¿Qué harás, Gustavo?—Asegurarme de que desee no haber nacido. —Por favor, no hagas nada malo —le pidió. —No puedo garantizarte eso. Y ahora, hablando de otro tema, ¿cómo es eso de que estás saliendo con alguien? —indagó. —Eso fue un error —las palabras tuvieron un sabor amargo, pero sabía q