Aun con toda su resolución de no convertirse en una amante, Adeline no pudo decirle que no a Anthony cuando sugirió la idea de ir a otro lugar. No necesitaba ser muy inteligente para saber a qué tipo de lugar se refería, se trataba de un hotel. La habitación que les asignaron era sencilla pero acogedora. La cama matrimonial estaba cubierta con una colcha en tonos suaves, y las almohadas invitaban al descanso, con la única diferencia de que no iban precisamente a descansar. Las cortinas eran de encaje y dejaban pasar la tenue luz de la luna, creando un ambiente más íntimo y romántico.En una esquina, un pequeño ramo de rosas adornaba una mesita de noche. El suelo estaba limpio y pulido, y las paredes pintadas en un tono crema que transmitían calma y serenidad. Adeline se acercó a la ventana y abrió las cortinas, revelando una vista de jardines bien cuidados y de un cielo estrellado.—Es hermoso—las palabras escaparon de sus labios.—No tan hermoso como tú—unos fuertes brazos la rodear
Adeline parpadeó, confundida por la suavidad de las sábanas y la luz tenue que se filtraba por las cortinas. El aroma a café y tostadas recién hechas flotaba en el aire, y al girar la cabeza, encontró a Anthony sonriéndole desde el borde de la cama.—Buenos días, hermosa —susurró él, acariciando su mejilla con el dorso de la mano—. ¿Cómo has dormido?Parpadeó de nuevo, tratando de recordar cómo había llegado allí. La noche anterior había sido un torbellino de pasión y deseo, y ahora estaba en un hotel, con Anthony. «¡Mis hijos!», pensó Adeline, alarmándose. Había pasado la noche fuera de casa, no había regresado con sus pequeños. Se sintió terriblemente mal por eso. —Anthony —murmuró, luchando contra la culpa—. ¿Por qué no me despertaste?Él le ofreció una sonrisa tranquilizadora y se inclinó para besarla suavemente en los labios.—Dormías plácidamente, parecías un ángel.—¡Necesito regresar ahora! —gimió, colocándose de pie al instante. —Tranquila. Puedes llamar a tu casa y confir
Adeline entró en la casa con pasos lentos y vacilantes. Se sentía como un niño que acababa de hacer una travesura y que temía ser descubierto. El recuerdo de la noche anterior la asaltó de repente, haciendo que sus mejillas se tornaran de un carmesí intenso. —Mamá —la voz de su hijo Camilo, la sorprendió en medio del vestíbulo. —Cariño—se giró para verlo.Los niños corrieron desde la sala, con la niñera siguiendo sus pasos. —¿Dónde estabas, mamá?—frunció el ceño su pequeño. Por alguna razón, sintió que la pregunta estaba cargada de reproche.Adeline se mordió el labio inferior, buscando una respuesta en su mente. —Estuve con una amiga —dijo, tratando de sonar convincente—. Había perdido la noción del tiempo, mientras conversábamos, y como se hizo muy tarde me quedé a dormir en su casa. Lo siento. —Oh —los niños se sorprendieron, por la inesperada información. —¿Conocemos a tu amiga, mami? —preguntó el más pequeño. —Aún no. Pero la conocerán muy pronto —prometió. Eso pareció s
Un empujón tras otro hizo que la cama se sacudiera con mayor fuerza. La mujer, víctima de esas violentas embestidas, no paraba de gritar, extasiada con cada intromisión repentina. —¡Más! ¡Más! —suplico en medio de esa bruma de lujuria. El hombre, de cabello rubio, canoso; meció sus caderas con fuerza, llevando su virilidad a puntos más profundos. En cuestión de segundos, el orgasmo los alcanzó a ambos, los gemidos se intensificaron al punto en que parecían atravesar las paredes de aquel recinto. El individuo se alejó de la mujer y arrojó un preservativo a la papelera después del acto. La chica, quien no era otra que Lorena, suspiró y luego habló, mostrándose complacida: —Eso estuvo magnífico. —Me alegra que te gustará —la felicito su acompañante, con una sonrisa cargada de suficiencia—. Al parecer mi hijo no sabe hacer otra cosa que mantenerte tensa. —No me lo menciones, por favor —le pidió ella. —¿Por qué no? —No lo soporto, Roberto —se quejó como una niña pequeña—. Tu
—Lorena, ¿qué haces en mi cama?—le reclamó Anthony, aun negándose a la idea de que habían tenido sexo. Ella estiró los brazos como una gatita somnolienta. —¿Por qué hablas tan fuerte?—fue su queja. —¿Que si estoy hablando fuerte?—se indignó al instante—. Te hice una jodida pregunta. ¿Qué. Haces. En. Mi. Cama?—deletreo molesto. —¡Ya te oí! ¡Ya te oí!—la mujer se enderezó en la cama—. Estoy haciendo lo normal después del sexo. Dormir. —Me estás jodiendo —se pasó las manos por la cabeza y se sacudió bruscamente el cabello, mientras daba pasos ansiosos en la habitación—. Eso no puede ser. Yo no lo recuerdo. —Ah, ahora no lo recuerdas. Lorena se puso de pie completamente desnuda y señaló su cuerpo dónde varias marcas de dedos y chupetones adornaban su piel. —¿Y entonces esto qué es? —preguntó después. Anthony se quedó de piedra al ver toda esa evidencia. Eso no lo pudo haber hecho él, ¿o sí? —Yo no lo recuerdo—se mostró confundido ante todo lo que señalaba. —
El miedo que sentía ante el mensaje de Anthony no era normal, se suponía que quería verlo después de una semana sin noticias suyas; pero ahora que finalmente había obtenido un encuentro, algo le decía que no asistiera. Era como un mal presentimiento. Ignorando ese malestar, Adeline se arregló para su cita con él. En esa ocasión, habían pautado verse en una cafetería que no quedaba muy lejos de su casa. No era una cita como tal, solamente era un lugar de encuentro para conversar, por lo que sabía que no tardaría en regresar. Aun así, llamó a la niñera para que cuidara de sus hijos en ese tiempo. —Ya vuelvo —les dijo a sus pequeños—. Cuando regrese vemos esa película de la que tanto me han hablado. ¿De acuerdo?—Está bien, mami. Te esperaremos, mientras hacemos palomitas de maíz. —Esa parece una buena idea—les sonrió.Adeline salió de casa con esa mala sensación. Sentía que la Adeline que regresaría con sus hijos no sería la misma, pero no podía dar marcha atrás. Necesitaba saber qué
Adeline llegó a su casa y metió el auto en el garaje, antes de salir se limpió la cara con un pañuelo y trató de que sus ojos no mostrarán la evidencia de su llanto. ¿Pero a quién engañaba? Era imposible que no se viese la rojez que empeñaba su mirada, aun así, dibujó una sonrisa en su rostro para disimular su tristeza y que sus hijos no se dieran cuenta de nada. Después de todo, ellos eran los únicos que importaban. —He vuelto, niños —anunció animadamente, entrando a la sala. Sus tres varones corrieron a abrazarla y ella se sintió desfallecer en ese momento. Deseaba tanto cerrar sus ojos y llorar por horas, sintiendo esos bracitos rodeándola. Pero no, sus hijos no se merecían esa versión deplorable de su madre. Ellos merecían a una Adeline fuerte. —¿Está todo listo para nuestra noche de películas?—les sonrió. Los niños asintieron y tomaron asiento en las butacas predispuestas para ver la función. En ese momento, Carol se acercó a ella para despedirse, pero antes de irse murmuró:
Minutos después, Adeline y Mauricio llegaron a la cafetería de la empresa, ambos se sentaron frente a una ventana con vista al bullicioso tráfico de la ciudad. El aroma del café recién molido flotaba en el aire, creando un ambiente íntimo y cálido para conversar.Mauricio tomó un sorbo de su taza y miró a Adeline con ojos sinceros. —Adeline, ¿sabes que te conozco desde antes de que te casaras con Humberto?Adeline parpadeó, sorprendida por tal información. Ella no lo lograba recordar, pero ya entendía el motivo por el cual, a diferencia de los otros empleados, no le hablaba con tanta formalidad. —¿En serio? No lo recuerdo —trato de no ofenderlo con la falta de reconocimiento.—Claro —continuó Mauricio—. Hace más de diez años, cuando viniste con tu padre a una reunión de la empresa. Eras una joven muy bonita, llena de energía y ambición. Yo estaba impresionado por tu carisma.Adeline no pudo evitar sonreír, sintiéndose halagada por sus palabras. En ese entonces era una joven con dese