Adeline había decidido tomar distancia. Sabía lo que significaba sentirse traicionada y no quería que otra mujer experimentará ese mismo sufrimiento. En realidad, no tenía idea de las intenciones de Anthony, lo único que sabía era que estaba comprometido y que seguramente también estaba muy confundido. Porque, de lo contrario, ¿quién en su sano juicio cambiaría a una novia tan bella por ella?Aunque claro, no era como si Anthony le hubiese confesado su amor o algo por el estilo. Sin embargo, había expresado su deseo de besarla y eso seguía siendo algo igual de peligroso. Así que prefería no arriesgarse ni caer en tentación. —Quiero cancelar mi suscripción—le dijo Adeline a la encargada del gimnasio. —Sabía que te rendirías, más no me imaginé que sería tan pronto.Leyla no se contuvo al soltar su veneno. Desde el inicio se veía que la mujer no le tenía buena estima. —No me estoy rindiendo—sintió el deseo de explicarlo, no podía permitir que Leyla ni nadie la subestimara de esa maner
—Hasta que te dignas a venir—dijo Adeline al hombre frente a ella. —He estado ocupado—se defendió el susodicho, con un encogimiento de hombros—. No tengo tanto tiempo libre como tú. —¿Como yo? ¿De qué hablas, Humberto? —De que siempre has sido una haragana. —¡No seas insolente! —¿De qué te ofendes?—soltó sin pudor—. Siempre preferiste quedarte a holgazanear en casa. —Pues estás equivocado si eso piensas—le aclaró—. Siempre quise trabajar, pero tus creencias machistas me lo impidieron. Además, el trabajo del hogar es igual de importante. —¡Ahora resulta que la culpa es mía!—se indignó. —Por supuesto que lo es. —Busca a mis hijos, mujer. No vine a perder mi tiempo discutiendo contigo. —Desde luego que no—dicho eso, se encaminó a avisarle a los niños de la presencia de su padre. Cómo era de esperarse, sus tres pequeños bajaron corriendo las escaleras para encontrarse con el hombre, quien los tomó en sus brazos en un abrazo. Era fin de semana, así que Adeli
Adeline trató vanamente de contener la rabia que sentía tras la amenaza de Humberto. «¿Con qué derecho se atrevía a querer controlar sus salidas? ¿Qué le importaba a él a qué hora llegaba?», se preguntó, sintiendo cada vez la furia aumentar y aumentar. Respiró profundamente intentando serenarse y se dispuso a no permitir que su exmarido condicionara su vida, por supuesto que saldría todas las veces que quisiera, por supuesto que conocería a gente nueva. Le demostraría a Humberto y a todo el mundo que seguía siendo una mujer interesante, una mujer capaz de rehacer su vida en todos los sentidos. Día a día, Adeline era la primera en levantarse, antes de disponerse a preparar el desayuno para sus hijos, tomaba cuarenta y cinco minutos exactos para hacer ejercicio. Esto era una tarea ardua que le costaba bastante seguir llevando a cabo, sin embargo, tenía un compromiso consigo misma que no quería defraudar. —¿Mami, solo desayunarás esa manzana?—preguntó su hijo Alberto. —Sí, c
No había nada anormal en querer cerrar la puerta, por lo general, las personas que deseaban conversar sin interrupciones optaban por esta opción. Sin embargo, Adeline tenía el presentimiento de que lo último que deseaba hacer Anthony era hablar. —¿Qué necesitas decirme?—probó entonces, tomando la mayor distancia posible. El hombre le dedicó nuevamente esa mirada salvaje, esa mirada ardiente. No tenía idea de cómo con una simple mirada podía transmitir tanto, porque sus ojos parecían gritarle todo su deseo. —Quería hablar del beso—confesó con seguridad, como si fuese una conversación de lo más normal. La mujer rodeó su escritorio y se alejó mucho más, aquello era un vano intento de ponerse en salvaguarda. —Pensé que eso ya había quedado claro. Fue un error. —De mi parte no—nuevamente estaba presente toda su confianza. —Anthony, por favor… —Adeline, siento que ese beso solamente hizo que se despertaran sentimientos que no han muerto—su voz se convirtió en un murmullo que se
Al llegar a casa, Adeline se dirigió directamente a la ducha para dejar que el agua caliente envolviera su cuerpo. Mientras el vapor llenaba el baño, su mente regresaba al beso. Sus labios aún conservaban la dulzura del momento, la pasión transmitida.«Anthony», pensó, consciente de que todo esto era una locura. “Veámonos mañana”, le pidió. “No está bien, Anthony. No podemos” “Podemos, Adeline. Claro que sí”No supo cómo, pero terminó accediendo a esa cita llena de clandestinidad.Adeline salió de la ducha y se miró en el espejo. Su reflejo no coincidía con la imagen que Anthony parecía ver en ella. Las palabras bonitas que él le había dicho resonaban en su cabeza, pero también surgían las dudas. ¿Estaría mintiendo? ¿Realmente la encontraba hermosa o solo estaba siendo amable?Tenía miedo de descubrir que todo era un engaño, que era simple lástima de su parte. No se creía capaz de soportar una cosa así. Con esos pensamientos, se secó y se vistió, tratando de ignorar sus miedos. Au
Aun con toda su resolución de no convertirse en una amante, Adeline no pudo decirle que no a Anthony cuando sugirió la idea de ir a otro lugar. No necesitaba ser muy inteligente para saber a qué tipo de lugar se refería, se trataba de un hotel. La habitación que les asignaron era sencilla pero acogedora. La cama matrimonial estaba cubierta con una colcha en tonos suaves, y las almohadas invitaban al descanso, con la única diferencia de que no iban precisamente a descansar. Las cortinas eran de encaje y dejaban pasar la tenue luz de la luna, creando un ambiente más íntimo y romántico.En una esquina, un pequeño ramo de rosas adornaba una mesita de noche. El suelo estaba limpio y pulido, y las paredes pintadas en un tono crema que transmitían calma y serenidad. Adeline se acercó a la ventana y abrió las cortinas, revelando una vista de jardines bien cuidados y de un cielo estrellado.—Es hermoso—las palabras escaparon de sus labios.—No tan hermoso como tú—unos fuertes brazos la rodear
Adeline parpadeó, confundida por la suavidad de las sábanas y la luz tenue que se filtraba por las cortinas. El aroma a café y tostadas recién hechas flotaba en el aire, y al girar la cabeza, encontró a Anthony sonriéndole desde el borde de la cama.—Buenos días, hermosa —susurró él, acariciando su mejilla con el dorso de la mano—. ¿Cómo has dormido?Parpadeó de nuevo, tratando de recordar cómo había llegado allí. La noche anterior había sido un torbellino de pasión y deseo, y ahora estaba en un hotel, con Anthony. «¡Mis hijos!», pensó Adeline, alarmándose. Había pasado la noche fuera de casa, no había regresado con sus pequeños. Se sintió terriblemente mal por eso. —Anthony —murmuró, luchando contra la culpa—. ¿Por qué no me despertaste?Él le ofreció una sonrisa tranquilizadora y se inclinó para besarla suavemente en los labios.—Dormías plácidamente, parecías un ángel.—¡Necesito regresar ahora! —gimió, colocándose de pie al instante. —Tranquila. Puedes llamar a tu casa y confir
Adeline entró en la casa con pasos lentos y vacilantes. Se sentía como un niño que acababa de hacer una travesura y que temía ser descubierto. El recuerdo de la noche anterior la asaltó de repente, haciendo que sus mejillas se tornaran de un carmesí intenso. —Mamá —la voz de su hijo Camilo, la sorprendió en medio del vestíbulo. —Cariño—se giró para verlo.Los niños corrieron desde la sala, con la niñera siguiendo sus pasos. —¿Dónde estabas, mamá?—frunció el ceño su pequeño. Por alguna razón, sintió que la pregunta estaba cargada de reproche.Adeline se mordió el labio inferior, buscando una respuesta en su mente. —Estuve con una amiga —dijo, tratando de sonar convincente—. Había perdido la noción del tiempo, mientras conversábamos, y como se hizo muy tarde me quedé a dormir en su casa. Lo siento. —Oh —los niños se sorprendieron, por la inesperada información. —¿Conocemos a tu amiga, mami? —preguntó el más pequeño. —Aún no. Pero la conocerán muy pronto —prometió. Eso pareció s