Gustavo y Carol - 25

—Mamá, tenemos que irnos —anunció Carol con premura, entrando a la casa.

Rosa se mostró sorprendida por su actitud, no se esperaba un cambio semejante. Sin duda ya no había rastros de la muchacha dulce que había salido esa mañana, ahora parecía otra.

—¿Qué sucede, Carol? —indagó de inmediato.

—Tenías razón, mamá —sus ojos se mostraron dolidos, mientras luchaba por contener las lágrimas que querían brotar a borbotones—. Me convertí en la puta de ese hombre. Una más de las tantas que tiene. Y…—cerró el puño con impotencia—. ¡Lo odio! ¡Odio todo esto!

Su madre asintió y acortó la distancia, envolviéndola en un abrazo. Era el tipo de abrazo que la muchacha tanto necesitaba, un abrazo de comprensión y no de enjuiciamiento.

—Vamos a empacar —la animó pasando una mano por su cabeza y acariciando sus cabellos.

De esa forma, comenzaron a empacar las cosas más necesarias, mientras Carol no dejaba de tocar la tarjeta que guardaba en el bolsillo de su pantalón. Aquel era un pequeño recordator
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