Carol alzó el mentón con determinación al encontrarse frente a frente con Gustavo, en esos momentos en que se vieron fijamente fue consciente del peso que sostenía en su mano derecha, recordando entonces el motivo que la llevó a estar de regreso en esa casa. —Gustavo —saludo con voz firme, sin darle cabida a posibles intimidaciones. El hombre frunció el ceño ante su actitud altiva, pero no tuvo tiempo de emitir palabra, cuando la joven acortó la distancia y puso sobre su escritorio un pequeño maletín de color negro. —Disculpa la tardanza, pero aquí tienes todo lo que te debo —declaró con suficiencia, dejándolo ahora sí, verdaderamente mudo. —¿Qué tipo de broma es esta? —preguntó secamente. Se encontraba evidentemente irritado por su descaro al desaparecer y luego regresar así como si nada. —No hay bromas, Gustavo. Estoy cancelando nuestra deuda —contestó tajantemente. Carol pudo ver en sus ojos una furia salvaje que era apenas contenida. Al parecer, Martha no se equivocaba
Rosa picaba los vegetales para la cena, mientras su hija, que acababa de llegar, se sentaba en la mesa de la cocina, dispuesta a contarle un poco de lo que había sido su día. —Me está gustando mucho mi nuevo trabajo, mamá —comenzó emocionada. Había estado un poco desanimada, luego de su visita a la mansión Cooper, pero afortunadamente su malestar ya había pasado. Ahora volvía a ser la chica risueña de siempre, quien constantemente pensaba en las cosas positivas de la vida—. Realmente Mattia es un jefe encantador. Me da mu libertad, me enseña, se muestra muy atento en todo momento. —Parece ser todo un encanto ese señor —comentó Rosa, girándose ligeramente y dedicándole una mirada escéptica. La mujer mayor venía escuchando ese tipo de comentarios desde la última semana y no sabía qué pensar al respecto. Lo cierto era, que aunque no conocía a ese sujeto, sabía que era demasiado mayor para su hija, además de que esa idea del préstamo seguía haciéndole mucho ruido. «¿Realmente un ho
Madre e hija caminaban de un lugar a otro, mientras organizaban la mesa, colocaban flores frescas y servían la comida, la hora de la cena se acercaba y el invitado podría hacer su aparición en cualquier momento.—Ya es la hora, mamá —mostró su nerviosismo Carol, asomándose por la ventana y visualizando el auto de su jefe, quien acababa de llegar al edificio—. Oh, llegó, ¡llegó! —anunció corriendo hacia la puerta y decidiéndose a bajar al primer piso para guiarlo hasta el departamento.La joven tomó el ascensor y en cuestión de minutos, ya estaba en el lobby del edificio. Salió rápidamente a la calle, encontrándose con Mattia, quien acababa de bajar de su auto. —Señor Mattia, es un placer que haya venido —lo saludó con una gran sonrisa. No sabía por qué una parte de su ser creía que no asistiría, pero le aliviaba saber que se había equivocado.—Carol, antes de subir necesito decirte algo importante —le dijo. La expresión del hombre volvió a tornarse seria y esto preocupó a la muchacha
—¿Por qué le dijiste eso? —le reclamó Carol a Mattia cuando la ambulancia terminó de llevarse a Gustavo—. Fueron palabras demasiado crueles para alguien que está en una maldita silla de ruedas. ¡¿En qué demonios estabas pensando?! —explotó, olvidándose de las formalidades y de que ese hombre le había prestado dinero para pagar su deuda. Necesitaba respuestas.—Carol, ¿qué sucede? De repente, la voz de Rosa se escuchó a unos pocos pasos de ellos. La mujer, luego de haberse cansado de esperar por su hija y el invitado, decidió asomarse a la ventana encontrándose con una escena que involucraba a un cúmulo de personas y a una ambulancia. Inmediatamente, se preocupó y bajó para saber qué sucedía, sin embargo, Rosa no esperaba encontrarse con ese hombre que acababa de girarse para encararla como si nada.—Ha pasado un tiempo, Rosa —saludó Mattia, dejando a madre e hija completamente pasmadas. —¿Ustedes se conocen? —atinó a decir Carol, sin entender absolutamente nada. Rosa tragó saliva y
Carol acababa de entender un par de cosas respecto a su padre: primero nunca supo de su insistencia, por lo que no podía juzgarlo por no haber estado presente en su infancia. Segundo, lo que había pasado entre su madre y él, había sido un error de ambos. Pero ahora entendía un poco el hermetismo de su progenitora respecto a este tema. Por otro lado, tampoco sentía el deseo de darle un abrazo a Mattia ahora qué conocía la verdad, mucho menos después de lo sucedido con Gustavo. Aún se sentía muy enojada por sus crueles palabras. Así que dejaría que fuese el tiempo quien decidiría qué sucedería entre los dos. Ahora lo único que le interesaba era saber de Gustavo. Así fue como a la mañana siguiente, Carol se presentó a primera hora en la mansión Cooper. —No ha regresado, Carol. La pequeña Sophie no ha hecho más que preguntar por su padre —le contó Martha con un tono preocupado. —¿Sabes en qué hospital está? —No tengo idea. Carol se mordió el labio inferior sintiendo la impotencia de
Carol entró casi corriendo a la casa, subió las escaleras con grandes zancadas y se paró frente al despacho de Gustavo, deseosa de encontrarlo detrás de esa puerta amaderada. Sin embargo, al abrir él no estaba. Martha, quien la había seguido de cerca, simplemente negó, dándole a entender que no lo encontraría en ese lugar. —Está en su habitación, pero… —trato de advertirle, pero la joven ya había retomado su camino a pasos agigantados.En cuestión de un par de minutos, Carol llegó a la habitación de Gustavo y luego de tomar una profunda inhalación, hizo girar el pomo de la puerta, encontrando el lugar completamente transformado. Había monitores de signos vitales, entre otros artefactos que parecían estar conectados a un Gustavo de ojos cerrados. —¡Gustavo! —chilló Carol, temiendo lo peor y acortando la distancia en una fracción de segundo. Los ojos del hombre se abrieron en el acto y su expresión fue de clara molestia cuando la vio de pie junto a su cama.—¿Quién demonios te dejo
Carol se encontraba recostada en la camilla del consultorio, con el vientre expuesto. Mientras el doctor aplicaba un gel frío, que le envió un escalofrío por todo el cuerpo. Se sentía nerviosa y aún mantenía una pequeña esperanza de que todo esto fuera un error y no estuviera embarazada. El transductor comenzó a ser movido sobre su piel por el especialista y en la pantalla se reflejó, poco a poco, la imagen borrosa de todo lo que se hallaba en su interior. —Lo veo —dijo el médico al poco tiempo, señalando la pantalla—. Tu bebé tiene aproximadamente seis semanas y media —calculó. Pero el dato del tiempo de gestación pasó desapercibido para la joven, quien únicamente había podido concentrarse en la mención de “tu bebé”. «Era su bebé. Realmente tendría un bebé», pensó en medio del shock. Ahora era un hecho y no sabía exactamente qué sentir al respecto. Las cosas con Gustavo estaban en su peor momento y realmente no creía que mejorarían, pero ahora venía en camino un pequeño ser qu
Su percepción del mundo había cambiado irremediablemente. Una vez que se enteró de su embarazo, las cosas adquirieron un color distinto. Uno más distintivo. Ya no veía el cielo de un gris opaco y carente de vida, ahora visualizaba un arcoíris constante, un mar de posibilidades y, aunque aún se consideraba joven para ser madre, no podía negar que la idea no le desagradaba del todo. Pero quizás lo que hacía más emocionante esta noticia, era saber que tendría un hijo del hombre que amaba. Un hombre cuya noticia no sabía cómo sería tomada. Sin embargo, decidió no atormentarse con su posible rechazo. Así duró un rato más, sumergida en sus pensamientos, masajeando su vientre frente al espejo e imaginando lo mucho que crecería en unos meses.—Carol, ¿qué haces? —preguntó su madre, entrando en la habitación y encontrándola en medio de tan extraña escena. La muchacha se reprendió mentalmente por haber dejado la puerta entreabierta, pero decidió que era el momento de confesarle lo que sucedí