Al finalizar la velada, Carol pensó que la regresaría a su casa, pero aparentemente Gustavo tenía otros planes y, estos planes, incluían su habitación y su cama. No pudo evitar mirar el lecho con desconfianza, ¿quería que durmieran juntos? ¿O quería que tuviesen intimidad? —Es solo dormir, Carol. Ya lo hemos hecho antes —le recordó, imaginando el hilo de sus pensamientos desbocados. Para Gustavo era muy fácil leer a Carol, por lo general sus expresiones la dejaban al descubierto. —Ve al baño. Compré pijamas para ti —informó, mientras llamaba a la persona encargada de ayudar a acostarlo. Carol supo que no quería que viera la escena, así que obedeció sin poder dejar de pensar en las razones que tuvo para comprarle ropa. Y no cualquier ropa, sino pijamas. «¿Este hombre quiere que duerma todas las noches con él o qué le pasa?», se preguntó un poco incrédula. Aun así, decidió dejar a un lado sus interrogantes y le escribió a su madre para informarle que nuevamente no podría ll
Carol se removió inquieta al sentir los rayos del sol dándole de lleno en la cara. Al parecer alguien había abierto la ventana con ese objetivo y no sabía si agradecerle a la persona o si deseaba matarla. —Mmm, tengo sueño —murmuró, tapándose con la almohada para que el sol no le molestara más. Se sentía demasiado cansada luego de semejante actividad, así que lo último que quería era levantarse y cumplir con sus deberes. Por una sola vez en su vida deseaba quedarse tendida sin hacer nada. Pero bien sabía Carol que eso no sería posible, así que suspiro antes de quitarse la almohada de la cabeza y encontrarse con unos ojos verdes que se encontraban en una esquina de la habitación. Gustavo tomaba su café como si nada, mientras no dejaba de observarla con aquel aire de superioridad. Pero en esta ocasión sentía que había algo más: admiración. El solo recuerdo de lo que hicieron la noche anterior, hizo que la joven se enrojeciera de pies a cabeza, completamente avergonzada. Rápidamen
Montones de lágrimas salían de los ojos de Carol, sin poder procesar lo que estaba ocurriendo. Su madre sabía la verdad, esa verdad que tanto le avergonzaba. Y ahora entendía su reacción, tenía todo el derecho a estar tan enojada, sabía que se merecía cada golpe, cada cachetada. —¡Perdóname, mamá! ¡Yo no sabía qué hacer para pagar tu tratamiento! —lloró entonces, tratando de que comprendiera su decisión. Una decisión muy mala sí, pero la había tomado guiada por la desesperación. —Yo no te pedí nada de esto. ¡Jamás hubiese querido esa operación si sabía lo que implicaba para ti! —contestó Rosa, sintiéndose desconsolada—. Eres mi única hija, Carol. Se supone que una madre hace lo que sea por la felicidad de sus hijos, no al revés. —¡Mamá, entiéndelo, no podía simplemente verte morir!Rosa se alejó tratando de comprender a su hija, realmente lo intentaba y sabía que, de ser el caso contrario, también hubiese estado dispuesta a todo. Pero no por eso dejaba de ser doloroso. Le dolía ser
Pasó varias horas caminando sin rumbo aparente, simplemente buscaba mover las piernas y ahuyentar los malos pensamientos. Sin embargo, no estaba funcionando, sentía que todas las personas con las que se cruzaba no hacían más que señalarla como si conocieran su peor pecado. Se estaba volviendo paranoica, lo sabía. Pero odiaba esa sensación de sentirse juzgada. «¿Acaso se lo merecía?», se preguntó, convencida de que no. Había hecho lo que pudo con lo que tenía a su alcance. La vida de su madre era más importante que su reputación e incluso que su dignidad. Rosa estaba por encima de todo. Pero la mirada que le había dedicado su madre, luego de conocer su pequeño sacrificio, no había sido otra que de decepción. Y esa era otra de las cosas que tanto odiaba. No quería entristecer a su madre, no quería decepcionarla. Pero al final, ese fue el resultado. Y ahora no solamente tenía que luchar con su decepción, sino que también había sido sometida al escarnio público gracias a Julián. Sin e
Corrió y corrió durante varios minutos, hasta que no pudo más y se desplomó cerca de la carretera. Un auto se detuvo y una persona se compadeció de ella y la ayudó a levantarse. —¿Se encuentra bien, señorita? Se ve muy pálida —señaló el hombre, reparando en la lividez de su rostro. Carol asintió con renuencia. No necesitaba la lástima de nadie, bastante tenía con sus desdichas como para ahora agregar algo nuevo. —Estoy bien —dijo enderezándose con aspereza. El sujeto no se mostró muy convencido, pero aun así asintió, dispuesto a no seguir insistiendo. —¿Necesita que la lleve a algún lugar? —se ofreció amable. —No —contestó tajantemente, aunque se arrepintió en el acto. «¿Qué culpa tenía ese hombre de todo lo que le estaba ocurriendo?», se preguntó con cansancio. —Lo siento, quiero decir que estoy bien. Gracias por preocuparse —y dando por zanjado el tema, se decidió a seguir con su camino a casa. Pero Carol no contaba con que se había aporreado su pie izquierdo. Su zapato, el
—Mamá, tenemos que irnos —anunció Carol con premura, entrando a la casa. Rosa se mostró sorprendida por su actitud, no se esperaba un cambio semejante. Sin duda ya no había rastros de la muchacha dulce que había salido esa mañana, ahora parecía otra.—¿Qué sucede, Carol? —indagó de inmediato. —Tenías razón, mamá —sus ojos se mostraron dolidos, mientras luchaba por contener las lágrimas que querían brotar a borbotones—. Me convertí en la puta de ese hombre. Una más de las tantas que tiene. Y…—cerró el puño con impotencia—. ¡Lo odio! ¡Odio todo esto!Su madre asintió y acortó la distancia, envolviéndola en un abrazo. Era el tipo de abrazo que la muchacha tanto necesitaba, un abrazo de comprensión y no de enjuiciamiento. —Vamos a empacar —la animó pasando una mano por su cabeza y acariciando sus cabellos. De esa forma, comenzaron a empacar las cosas más necesarias, mientras Carol no dejaba de tocar la tarjeta que guardaba en el bolsillo de su pantalón. Aquel era un pequeño recordator
—¿Oportunista? ¿Quién demonios crees que eres para hacer ese tipo de acusación? ¿Acaso no te has visto en un espejo? Aquí la única interesada siempre has sido tú —contestó Gustavo, haciendo un pésimo intento por contener su furia. Melissa se mostró instantáneamente ofendida y su rostro se desfiguró con dolor. —No, está equivocado, señor —negó de forma insistente—. No merezco ser tratada de esta manera, no luego de todos los años de servicios que le ofrecí, ¿o es que ya no recuerda nada de lo que pasó entre los dos? —Eso está en el pasado —zanjó.—Para mí no lo está, señor —contradijo la mujer dando un paso al frente, mientras colocaba una mano en su pecho en forma de súplica—. Realmente lo recuerdo todo, cada beso, cada caricia, todo lo que compartimos antes de que llegara ella —soltó lo último con amargura, le dolía profundamente haber sido reemplazada por una mocosa insípida como Carol. —Te hiciste ideas equivocadas tu sola. Y cometiste un error al creer que tenías derecho de me
—De rodilla. La orden hizo que Julián cayera al suelo, al instante. El cuerpo del joven tembló al reparar en el grave problema en el que se había involucrado. Nunca pensó que meterse con Carol implicarían este tipo de consecuencias. Siempre la visualizo como una persona inofensiva y en extremo solitaria. De ese tipo de personas que no le importaban a nadie.Por mucho tiempo se mantuvo cerca de ella, mostrándose como un amigo, el único que tenía en la universidad y en su vida. Ya que, siendo una persona que vivía únicamente para trabajar, contaba con muy poco tiempo para interactuar con su entorno. Pero él se encargó de acercarse, de ganarse su confianza e incluso su afecto. Sin embargo, eso no le bastó. Quería más, quería el corazón de la joven, quería vivir algo pasional con ella, porque sus noches comenzaron a llenarse con fantasías que la incluían desnuda en su cama. Pero Carol lo había rechazado rompiendo su corazón en pedazos y aumentando su obsesión por ella, porque ya no le