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CAPÍTULO 2: El extraño del bar

Luisa

¡Luisa, un par de cervezas claras por favor!

¡Luisa, dos caballitos de tequila!

Escucho mi nombre tantas veces que no sé como reaccionar corro de un lado a otro de lugar trayendo lo que me piden y limpiando la barra cada vez que alguien tira algo de líquido sobre ella. La noche está animada, al parecer era noche de partido de fútbol y no me di cuenta así que el bar está a reventar y por lo que veo las propinas serán muy buenas al menos para poder comer un poco mejor esta semana.

―Ves, deja tu trabajo en el salón de belleza y ven para acá, eres buena bar tender tendrías millones de propinas.― Me dice Salma.

―Pero el trabajo de Bar tender no me permite estar despierta para las audiciones, cerramos el bar a las tres de la mañana, de aquí que limpiamos y repartimos propinas dan las cinco, y las audiciones empiezan al medio día ¿Crees que me despertaré? Para nada.

―Sí Luisa, pero tampoco es que vayas a las audiciones y te den los papeles.― Comenta en voz baja tratando de que yo no escuche.

Suspiro.― No me lo tienes que decir, yo soy la que audiciono ¿sabes? Pero tu al menos cumpliste tu sueño de cantar ante un público, llevas trabajo con Dante desde hace mucho tiempo, y tienes al menos estabilidad económica al grado de que puedes pagar una renta, yo, no puedo, por eso vivo contigo y coopero en lo que puedo, es más ten.― Y le doy un ponche de billetes que tomo del bote de propinas.― Para que cubras algo en la semana.

―No te enojes Luisa, sólo estoy siendo honesta.― Me ruega Salma pero hago como que no la escucho y me voy al otro lado de la barra a para fingir que limpio pero en verdad sólo quiero estar lejos de ella.

No cabe duda que mis días empeoran con el tiempo y además no tengo tiempo para nada. Apenas puedo hacer ejercicio, gracias a Dios soy delgada de nacimiento, como mal, tengo años que no me compro ropa nueva y sobre todo no tengo espacio para las relaciones amorosas, al grado que no he tenido un novio desde hace como seis años, porque seamos honestos ¿quién querrá salir con una persona como yo?

―¿Hola? ¿Tienes algo de beber? ― Escucho una voz bastante educada que me hace voltear de inmediato para ver a un hombre alto, de cabello castaño obscuro, vistiendo un traje azul marino, camisa blanca y corbata a combinación perfectamente arreglado frente a mí.

―¿Disculpa? ― Digo acomodándome el cabello para que no parezca un desastre.

―¿Tienes algo de beber? Creo que lo necesito.

―¿Crees? ― Respondo y sin pedirle opinión sobre que es lo que quiere tomo dos vasos limpios y sirvo whisky en ellos, para después darle uno y yo tomar el mío de un sorbo.

―Gracias.― Murmura.

―De nada, de la casa, los otros que te tomes los pagas.― Digo para seguir limpiando lejos de Salma que prácticamente ahora no es mi persona favorita.

El hombre sonríe y comienza a beber el whisky a sorbos pequeños, para después dejar el vaso sobre la barra y mirarme.

―¿Se te ofrece algo más?

―¿Qué hora es?

―Casi las diez de la noche… ¿Estás aquí por el partido? ― Pregunto mientras veo como viene vestido.

―¿Partido?

―Sí, de fútbol… Real Madrid Vs el Málaga… yo digo que ahí quedó la situación.

―¡Ah! Bueno, yo no sé mucho de fútbol.

―Se nota.― Contesto y él se ríe.

Veo como toma otro sorbo de whisky, lo hace como si lo disfrutara no como la mayoría de la gente que toma todo de un sorbo y luego puede más.

―¿Tengo algo en el rostro? ― Y mientras dice eso se refleja en la máquina que hay delante de nosotros.

―No, pero… no eres de aquí.

―No, no lo soy.

―Lo sé, no era pregunta ¿Qué hace un hombre como tú en un lugar como éste?

―Buscando conforte.

―¡Guau! ¿Aquí? Pudiste ir a un Spa, yo iría a un Spa.

Él sonríe y puedo ver el pequeño hoyuelo que se le hace al borde de los labios y al inicio de la mejilla.

―¿Cómo te llamas? ― Me pregunta.

―¿Disculpa?

―Sí, como te llamas, quisiera saber tu nombre.

―Soy Luisa de Sade.

―Gusto en conocerte Luisa de Sade.

―Sólo llámame Luisa y tú ¿cómo te llamas?

―Soy Don Carlos Antonio de la Rosa Pinalt

―¡Guau! Ese si que es un nombre ¿tus padres veían mucho telenovelas latinoamericanas?

―¿Qué? ― Pregunta extrañado.

―Sí, sólo una madre que le pone a su hijo Don Carlos Antonio de la Rosa debe ver muchas telenovelas, mi padre las veía.

Él se ríe de nuevo y vuelve a tomar otro sorbo de whisky.― Eres graciosa.

―¿Crees? ― Contesto y luego me volteo para servir otra cosa.

―Sí, lo eres, te gusta bromear, es algo bueno.

―Eso quiere decir que en realidad tu nombre no es una broma.― Aseguro.

―No, así me llamo, pero puedes decirme Carlos si quieres.

―Vale, Carlos ¿se te ofrece algo más de beber?

Él saca un billete de su cartera y lo pone sobre la barra.― Dame la botella de whisky, creo que la voy a necesitar.

Volteo a mis espaldas, tomo la botella de whisky y le sirvo un poco más en el vaso, luego tomo el billete y lo meto a la caja registradora.― Carlos, deja que yo modere los tragos ¿vale?

―Soy bueno tomando whisky. ― Me presume.― Tomé whisky mucho antes de aprender a caminar.

―Mmmm, no creo que esa sea una buena carta de presentación para una persona o que tus padres quieran que vayas por la vida diciendo eso.

―Mi padre murió cuando tenía quince años y ahora mi madre lo hará.― Habla en un tono melancólico y a la vez tan poético que capta mi atención.

―Lo siento mucho.― Respondo.

―No, no lo sientas, soy un fracaso como hijo, como persona… mi prometida me dejó justo hoy por la noche, estaba a punto de viajar a ver a mi madre con ella a mi lado para decirle que por fin había encontrado a la mujer de mi vida y me dejo por otro.

Entonces Carlos se toma de un sobro el whisky y me pide que le sirva más. Lo hago, al fin y al cabo el que al parecer tiene problemas con la bebida es él.

―Sabes… mi madre tenía sólo un deseo, sólo uno, que encontrara una mujer que me hiciera feliz, por mucho tiempo no le hice caso, me la viví viajando, en fiestas, disfrutando de la vida, gastando dinero de la familia.

―Suena en verdad muy, muy, muy malo.― Digo sarcástica.

―Lo es ¿cierto? Puede haber hecho mucho más… pude no haberme gastado todo ese dinero en trajes a la medida y sólo comprarlos en Alexandre Amuso ¿no crees?

―Sí claro.― Contesto sin tener una idea de lo que dice.

―Pero mi madre, sólo tenía un deseo, que preservara al nombre de la familia casándome.

―¡Ah!

―Y ahora mi prometida, ya que todos esperan este fin de semana me dejó por otro justo hace dos horas, así que vagué por las calles y terminé en este bar.

―Créeme has tenido un mejor día que el mío.― Le contesto mientras le sirvo un poco más de whisky.

―¿Crees?

―Lo creo, mira, no es tan malo Carlos con ese traje y con ese nombre cualquiera de las que están aquí podría pasar por tu prometida, así que no te preocupes, todo estará bien.

Carlos me ve a los ojos y sonríe.― Lo haces ver tan fácil, aunque no lo es.

―¿No?

―No, la persona que tiene que estar conmigo debe encajar conmigo ¿no sé si me explico? Debe tener cierto estatus, cierta procedencia, bonita ropa, ser una Lady.

―Hmmmm, pues en este bar no la encontrarás, excepto que quieras que te presente a Leidi, la chica que trabaja en los baños, al menos ahí ya tendrías como el diez por ciento de lo que pides.

Él escupe ligeramente el whisky y luego comienza a reírse a cargadas haciéndome reír junto a él.

―En verdad eres graciosa.

―Gracias, hacer comedia es mi pasión.

―¡Eso! Jamás dejes que alguien diga no a tu pasión.― Contesta seguro y un poco entrado en copas haciéndome sonreír.

Le sirvo otro poco de whisky y limpio el desastre que hizo.― Tengo que ir a atender al otro lado de la barra, pero fue un gusto conocerte Don Carlos Antonio de la Rosa.

―El placer fue mío, Luisa de Sade.― Contesta y debo confesar que mi nombre en sus voz suena bastante bonito.

Me alejo de ahí y Salma en seguida me aborda.― ¿Quién es el caballero? ― Pregunta.

―Un cliente más, en este bar, dejar de hacer preguntas.

―Pues no es un cliente más, parece que viene del palacio de la Zarzuela.

―Sólo déjalo en paz ¿quieres? No todos tenemos tu suerte.

― Fue un pequeño comentario Luisa, tú sabes que yo solo trato de ayudarte ¿si?

―Ahórratelo, y mejor vamos a atender que si no Dante nos regañará a ambas.

Lo bueno de trabajar en un bar, es que el tiempo se pasa rápido y prácticamente no lo sientes. Entre estar atendiendo los clientes, platicar con otros, limpiar, rellenar, servir, cuando menos te das cuenta el bar se vacía casi por completo y es hora de comenzar a levantar todo para terminar el día justo cuando esta a punto de salir el sol.

Esta vez somos Dante y yo quienes salimos hasta el último y como siempre se ofrece en llevarme a mi casa, algo que siempre niego porque me gusta a veces caminar hacia uno de los tantos parques que hay en Madrid y ver el amanecer para sentirme un poco mejor después del día que tuve.

―Entonces tira la basura ¿quieres? Y sal por la puerta de atrás.

―Está bien, nos vemos mañana.

―¡Adiós Luisa! ― Se despide.

Me pongo mi mochila, tomo la bolsa de basura y salgo por el callejón de la parte de atrás para abrir el bote y echar la bolsa dentro.

―¡Ay! ― Escucho que grita alguien

Así que me regreso de inmediato abro la tapa solo para ver a Carlos, golpeado, en medio de todas las bolsas quejándose.

―¡Qué pasó! ― Exclamo mientras me subo un poco para tratar de ayudarlo.

―¡Luisa! ― Contesta con una sonrisa entre sus labios.

―¿Qué te pasó? ¿Estás bien?

―No lo sé, iba saliendo del bar para dirigirme a tomar un taxi cuando unos hombres se me acercaron, me pidieron dinero, no se los quise dar y cuando menos me di cuenta me echaron aquí, creo que el último vaso me emborrachó.

―¿El último vaso? No querrás decir toda la botella.

Carlos comienza a reírse y luego ve, me fijo que sus ojos son castaño obscuros y de nuevo su sonrisa me hace sonreir.

―Venga vamos, necesitamos sacarte de aquí.― Le pido y con trabajos lo saco del bote de basura.― ¿Crees que puedas sostenerte? ― Le pregunto, pero justo cuando pone los pies sobre el suelo las piernas le flaquean y sin mucho que pueda hacer se desmaya en mis brazos haciéndome caer junto con él sobre la calle. ―Nada mal para alguien que tolera el whisky bastante bien.― Murmuro mientras encuentro que hacer con él.

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