—Lamento el golpetazo que Danna te propinó, Giovanni —le expresé días después de haber evitado cruzarme con él en los pasillos. Agotada y decidida a abordar el asunto, si Danna no se disculpaba, al menos yo lo haría. Giovanni, como de costumbre, me respondió con su gélida mirada y mantuvo un silencio imperturbable, pasando junto a mí como si mi disculpa careciera de valor.Suspiré internamente. Al menos, ninguna de nosotras había terminado siendo víctima de un secuestro o un encuentro con malhechores. Sin embargo, una inquietante sospecha persistía en mi mente: no podía evitar pensar que Giovanni no se quedaría con los brazos cruzados por mucho tiempo. Estaba segura de que en algún momento nos sorprendería con alguna artimaña maquiavélica.Octubre avanza, y las necedades de mi amiga también. Hace un rato, después de salir de la universidad, se le ocurrió la idea de acompañarme a mi lugar de trabajo, asegurando que tiene un deseo inmenso de conocer el sitio donde paso gran parte de mis
Me encuentro en el aula de clases, rodeada de compañeros absortos en sus exámenes. El silencio se cierne sobre nosotros, solo interrumpido por el rasgar de lápices contra el papel y el tenso tic-tac del reloj en la pared. Mi corazón late con fuerza, y el nerviosismo me consume mientras contemplo el examen frente a mí. No tuve tiempo de estudiar, y la realidad me golpea con crueldad en este momento crucial, a dos meses de la graduación, cuando necesito recuperar el primer lugar de las calificaciones, para ser yo quien dé el discurso en la graduación y no el mal parido de Giovanni Paussini. Ahí está, aquel individuo, concentrados en su propio examen, escribe sobre el papel con una rapidez increíble, como si alguien le estuviera susurrando las respuestas al oído. De repente, se percata de que lo estoy observando, y nuestras miradas chocan en un fugaz instante. Siento la necesidad de desviar la mía rápidamente. Mi atención vuelve a la hoja que reposa sobre mi silla; deslizo la punta del b
Como la estudiante responsable que soy, me voy de parranda antes que ponerme a estudiar lo de la próxima semana, ¡es la próxima semana!, aún tengo tiempo para estudiar. Además, es la primera vez que me invitan a una actividad del club, no podía despreciar la invitación.Esta vez invité a Danna, quien saltó emocionada al escuchar mi invitación. Justo ahora, estoy esperándola fuera de su casa, a la orilla de la calle y bajo un par de enormes árboles que dejan caer sus hojas secas sobre mi reluciente Honda Civic escarlata.De pronto, veo que Danna sale corriendo de su casa, mostrando un rostro angustiado, como si se tratara de una princesa recién escapada de su torre.—¡Danna, a donde crees que vas, regresa aquí! —la mamá de Danna se escucha muy enojada, se asoma por la ventana y gruñe como si se tratara de un infernal dragón—. ¡¿Crees que esos trastes se van a lavar solo?!—¡No lo sé, fíjate y me avisas! —responde mientras abre puerta de mi auto.Me le quedo viendo con ojos exaltados.
Narrado desde la perspectiva de Marthuski. Estamos en plena madrugada del domingo, y la discoteca está repleta de personas que parecen haber perdido la noción del tiempo. La canción «Like a Virgin» de Madonna retumba en mis oídos mientras intento mantener mis ojos abiertos en este ambiente que se ha tornado pesado. En otras circunstancias, estaría saltando y bailando bien alocada porque están sonando mi canción favorita, pero, que va, estoy abrumada y un tanto aburrida, viendo como las bailarinas, Murgos, Miriam y su amiga se divierten, beben y se convierten en el centro de atención de la discoteca. Bajo el área VIP, varios las observan como diosas inalcanzables, y es que es entendible, estas chicas se mueven de forma cautivadora y alucinante. A Miriam le ha hecho bien aquellas prácticas de pole dance, y que decir de sus expresiones llenas de seducción, que superan cualquier intento que nosotras —las trabajadoras sexuales— pudiésemos hacer. Miriam es una vende patria. Vino solo para
La noche se desliza hacia su final, y yo deseo regresar a casa, pero hace quince minutos que Danna, de manera repentina, desapareció del grupo, y no tengo idea de dónde podría haber ido. Si ya me preocupaba Marthuski, que no estaba tan borracha, ahora mi inquietud es aún mayor por Danna, quien está completamente ebria. No es seguro que una mujer en su estado ande sola por la discoteca.He buscado en el bar, en la pista de baile y detrás de los sofás del VIP, por si acaso se hubiera desmayado de la borrachera, pero no la encuentro por ningún lado.—¿Podría estar en el baño? —me sugiere Marthuski, quien, desde que regresó del bar, ha vuelto a tratarme con amabilidad.—No lo creo... ¿Qué mujer va sola al baño? —respondo, encogiéndome de hombros.Marthuski asiente en acuerdo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.A pesar de ello, decido ir a buscar a Danna en el baño, acompañado por Tenté, otra chica con la que he mejorado mi relación. Al entrar al baño, lo primero que hago es llamar
Esta espera se me hace eterna. La preocupación por Danna no me abandona ni un solo segundo, y mi mente no deja de dar vueltas a las posibles razones de su visita al ginecólogo. Cuando finalmente llega la hora de la visita, me apresuro a su habitación. Al entrar, la encuentro recostada en una camilla, pareciendo más frágil de lo que jamás la había visto. Mi corazón se comprime al notar una cortada en el rabillo de sus labios, junto a un horrible moretón, y los rasguños en sus brazos que no pasan desapercibidos. —¡Danna! —exclamo al verla y corro hacia su lado, pero me detengo por un momento, intentando controlar mis ganas de darle un fuerte abrazo. Es que no quiero lastimarla—. Lo siento, Danna, ¿estás bien? ¿Qué te pasó? Me disculpo con ella, aunque sé que no debería recibir perdón alguno, porque permití que le pasara esto a mi amiga. Me siento falta. Danna me mira con ojos cansados y sonríe, aunque su sonrisa parece más una máscara que un reflejo genuino de alegría. —Estoy bien, M
—¡Conózcanla todos, ella es Miramie!Cuando el DJ del club anuncia mi nombre artístico, siento una mezcla de nervios y emoción. Es la primera vez que voy a presentarme en el escenario de «La rana que baila», y aunque estoy acostumbrada a actuar, esta vez es diferente. La música empieza a sonar con I want to know what love is, propio del gran Foreigner, sus melodías abarcan todo el club dándole una mágica apertura al acto de sensualidad que los espectadores están a punto de presenciar. Mis manos están ligeramente sudorosas, y la música de fondo parece resonar en mi pecho, es la misma que bailé varias veces en las prácticas de pole dance; me la coreografía completa, así que no debería sentirme nerviosa. Es el momento de salir al escenario.Con pasos elegantes, me acerco a la plataforma, cada paso lleva consigo una mezcla de determinación y emoción. El brillo de las luces tenues se refleja en mi piel y en el brillo de las lentejuelas de mi lencería y de mi antifaz, dándome un aspecto mág
El otoño se ha instalado por completo a finales de octubre, y el frío empieza a hacerse notar en el campus universitario. En estos días, he experimentado una serie de altibajos emocionales, pero una cosa es segura: Danna sigue evitándome. No importa cuánto intente acercarme, ella parece encontrar maneras de esquivarme a toda costa. Curiosamente, este distanciamiento ha tenido un efecto inesperado: Giovanni y yo nos hemos vuelto más cercanos.Giovanni, aquel chico simpático, popular y extrovertido que comparte varias clases conmigo, comienza a acercarse con más frecuencia. En la cafetería, suele sentarse en mi mesa con el pretexto de que me veo rara comiendo sola, como si temiera que mi empanada tuviese una crisis existencial al ser comida sin un sorbo de refresco. Hoy, durante una de esas incursiones en la cafetería, Giovanni se acerca a mí con una taza de chocolate caliente en la mano. Sus ojos verdes brillan con complicidad, y una sonrisa traviesa se asoma en su rostro. Se sienta fr