22. El cliente ruso

—Lamento el golpetazo que Danna te propinó, Giovanni —le expresé días después de haber evitado cruzarme con él en los pasillos. Agotada y decidida a abordar el asunto, si Danna no se disculpaba, al menos yo lo haría. Giovanni, como de costumbre, me respondió con su gélida mirada y mantuvo un silencio imperturbable, pasando junto a mí como si mi disculpa careciera de valor.

Suspiré internamente. Al menos, ninguna de nosotras había terminado siendo víctima de un secuestro o un encuentro con malhechores. Sin embargo, una inquietante sospecha persistía en mi mente: no podía evitar pensar que Giovanni no se quedaría con los brazos cruzados por mucho tiempo. Estaba segura de que en algún momento nos sorprendería con alguna artimaña maquiavélica.

Octubre avanza, y las necedades de mi amiga también. Hace un rato, después de salir de la universidad, se le ocurrió la idea de acompañarme a mi lugar de trabajo, asegurando que tiene un deseo inmenso de conocer el sitio donde paso gran parte de mis
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