Miriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos de sus estudios. No, no es que le entre a las luchas en lodo; por las noches, nuestra protagonista se gana la vida como trabajadora sexual en uno de los burdeles vip más visitado del sur de Londres. Miriam es la ranita más solicitada del burdel que lleva de nombre: La rana que baila. ¿Será que Miriam logrará salir de aquel mundo sin ser reconocida como una trabajadora sexual en el sector empresarial? Este libro es el segundo de una saga, es una precuela de la historia: De Monja A Mafiosa. Cronológicamente, esta historia va primero.
Leer másAnoche fue una velada perfecta. No solo por el ambiente elegante del restaurante o la exquisitez de los platillos, sino por la compañía. Gabriel fue un caballero en todo el sentido de la palabra, atento a cada detalle, asegurándose de que disfrutara cada momento. Conversamos de todo un poco, reímos, y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien me veía más allá de mi pasado, más allá de lo superficial. Me sentí valorada, escuchada, importante. Hoy, al entrar a la fábrica, me recibe una escena inusual. Gabriel está de pie junto al escritorio de Vanessa, con una sonrisa radiante, como si el mundo entero le perteneciera. Su energía es contagiosa, y aunque no sé exactamente qué lo tiene tan animado, es fácil intuirlo. La campaña de San Valentín. —¡Buenos días! —Me saludan ambos, compartiéndome sus alegrías. —¡Buenos días! En el transcurso de la mañana, Gabriel no tarda en llamarme a su oficina. Apenas cruzo la puerta, me recibe con un abrazo cálido, lleno de emoción y felicida
La velada transcurre en un ambiente de lujo discreto, envuelto en la calidez de las luces tenues y el murmullo elegante de conversaciones ajenas. El restaurante, un emblema de la cocina inglesa, ofrece una selección de los mejores platillos nacionales, y cada detalle está cuidado con esmero. Frente a mí, Miriam deslumbra con su presencia, y no solo para mis ojos. Lo noto en las miradas de los demás hombres, esas miradas que se giran inevitablemente hacia ella cuando pasan cerca de nuestra mesa. No pueden evitarlo. Su elegancia, su porte impecable, la forma en que su vestido escarlata parece estar diseñado solo para su cuerpo.La observo mientras estudia el menú, con esa expresión de ligera curiosidad que la hace ver aún más atractiva. No es solo su belleza la que cautiva, sino la manera en que se desenvuelve con naturalidad, sin esfuerzo alguno. Pero, por encima de todo eso, su inteligencia es lo que más admiro. Ok, tengo que aceptarlo, todo en ella me parece fascinante.—¿Ya decidiste
Respiro hondo y me obligo a centrarme en mi trabajo. Es absurdo quedarme enganchada a fantasías que no van a ninguna parte. Gabriel ya no está en mi oficina, y lo mejor que puedo hacer es avanzar con mis pendientes. Me sumerjo en documentos, informes y llamadas, permitiendo que las horas transcurran sin interrupciones. El sonido de las teclas de la máquina de escribir y el murmullo que proviene del pasillo son mis únicas compañías. Sin embargo, mientras el día avanza, una cosa comienza a inquietarme: Edward no ha aparecido con la dichosa caja de chocolates. ¿Será posible que me haya equivocado? Tal vez esa caja no era para mí. ¿Y si Edward tiene a alguien más en su corazón? Empiezo a hacer conjeturas, repasando mentalmente a las mujeres con las que se relaciona en la fábrica. ¿Podría ser Vanessa? Es bonita, con una personalidad vibrante y una risa contagiosa que siempre llama la atención. Tal vez sea Claire, con su elegancia natural y esa aura de sofisticación que parece atraer a c
Abro los ojos y lo primero que siento es el peso de la ausencia. San Valentín. Un día que preferiría imaginármelo a su lado, un día que nunca podremos compartir. No porque yo no quisiera, sino porque algunas cosas simplemente no pueden olvidarse. El recuerdo de Giovanni se filtra en mi mente como la luz tenue que entra por la ventana. Su risa, su forma de hablarme al oído con ese acento italiano, sus cumplidos entre susurros. Pero también recuerdo la frialdad de aquel cañón contra mi sien, su mirada llena de celos descontrolados, el miedo paralizante que sentí aquella vez. Podía aceptar muchas cosas de su vida criminal, pero no eso. No la violencia dirigida hacia mí. No su incapacidad para ver la diferencia entre amor y posesión. Mantenerlo lejos me ha costado más de lo que admitiría en voz alta. Especialmente hoy. Suspiro y me obligo a levantarme de la cama. No voy a quedarme aquí lamentándome. Hoy tengo una cita, y aunque no es con un interés romántico, es una cita, al fin y al c
El reloj marca exactamente las tres de la tarde. cuando entro a la oficina de Deynna con mi libreta en mano. Ella ya está ahí, impecable como siempre, revisando unos documentos. No levanta la mirada de inmediato, pero sé que ha notado mi llegada. —Puntual. Me gusta eso —dice finalmente, firmando uno de los documentos con un movimiento preciso antes de mirarme con esa expresión calculadora que parece no perder nunca. —No podía arriesgarme a perder la única hora que lograste sacar de tu agenda —respondo con una sonrisa, tomando asiento. Deynna suelta una pequeña risa nasal y deja los papeles a un lado. —No creas, a veces hay que hacer malabares —dice, llevando su taza a los labios—. Pero bueno, a lo que vinimos… Se reclina ligeramente en su asiento y entrelaza los dedos sobre el escritorio. Su mirada se vuelve más seria. —Mira, Miriam, he estado analizando nuestra estrategia actual y creo que estamos enfocándonos demasiado en la publicidad tradicional con modelos genéricos. Sí, so
Este ha sido el «adiós» más doloroso de toda mi maldita existencia. Se aferra a mí como una enredadera obstinada, como esas malditas pegajosas que se adhieren a la tela y no se sueltan ni con mil sacudidas, que pican y arden al contacto con la piel. Una semana ha pasado y aún lo siento ahí, pegado a mis pensamientos, a mis días, a mis noches. No dejo de revivir su mirada, esos ojos llenos de angustia, suplicantes, como si en mí hubiera esperado encontrar una última salvación para su dolor. Y yo... yo solo pude darle la espalda.Tengo esta sensación extraña en el pecho, como un puño cerrado que aprieta sin soltar. A veces creo que en cualquier momento mis pulmones decidirán rendirse, que el aire dejará de entrar. Me repito que hice lo correcto, que esto es lo mejor para mí, que algún día dolerá menos. Dicen que el tiempo lo cura todo, que así funciona esto de estar enamorada. Ojalá me lo creyera.San Valentín está a tres días. Maldito San Valentín. Solo hará que me sienta peor, sola, s
El bar está iluminado con una tenue luz ámbar, lo que le da un ambiente acogedor y discreto. Apenas cruzamos la puerta, hago un escaneo rápido del lugar. Giovanni no está, al menos no todavía. Eso no significa que no pueda aparecer más tarde, así que trato de mantenerme tranquila mientras avanzamos hasta nuestra mesa de siempre. Vanessa se sienta justo donde la acomodé la última vez, dándome la oportunidad de comprobar si él vuelve a aparecer en el mismo rincón. Mi corazón late con fuerza, pero finjo serenidad mientras levanto la mano para llamar al camarero. —¿Qué te sirvo hoy, hermosa? —pregunta el joven con una sonrisa profesional. —Un French 75 para mí y un Bellini para ella —respondo sin titubear. Algo suave, lo suficiente para relajarme sin perder el control. Vanessa arquea una ceja, claramente sorprendida por mi iniciativa. —¿Desde cuándo eres tú quien hace los pedidos? —Desde hoy —respondo con una sonrisa ligera, pero sé que no se tragará mi intento de normalidad. Cuand
No puedo evitar sentirme inquieta mientras me arreglo para la cena. No es que tenga algo en contra de salir con Edward, es un buen chico, pero me angustia la idea de que me vea de una forma que yo no quiero. No quiero que confunda mi amistad con algo más. Podría vestirme de manera sencilla, sin gracia, sin destacar. Sería lo más lógico si quiero evitar malentendidos. Pero, ¿por qué tendría que sacrificar mi estilo solo por eso? Odio salir viéndome tan básica. Así que me arriesgo a que Edward me vea hermosa. Me arreglo con esmero, me maquillo justo lo necesario y elijo un vestido que me hace lucir preciosa. Si Edward llega a confundirse, bueno… ¿Qué se le va a hacer? Cuando su auto se detiene en la acera frente a mi edificio, respiro hondo antes de salir. Me acerco y subo, acomodándome en el asiento con naturalidad. —Te ves hermosa —dice él de inmediato, con una sonrisa que no sé si interpretar como nerviosa o genuina. —Gracias —respondo con ligereza, esperando que solo sea un cumpl
Camino por los pasillos con paso firme, sintiendo la frescura del mármol bajo mis pies descalzos. La mansión está tranquila a esta hora, solo se escuchan ecos lejanos de conversaciones provenientes del área social y el suave murmullo del viento colándose por alguna ventana entreabierta. Mientras busco a Edward, mi mente divaga inevitablemente hacia Stephen y la impresión que me ha dejado. Hay algo en su presencia que resulta…agradable.Encuentro a Edward en la cocina, sentado en una de las sillas altas de la isla central. La luz cálida del atardecer resalta su perfil serio mientras permanece concentrado en un periódico que reposa sobre la encimera. Parece absorto, pero cuando me acerco, noto que no está leyendo, sino jugando con el crucigrama de la última página. Su bolígrafo se mueve lentamente, con distracción.—¿Problemas con las palabras? —pregunto con suavidad, apoyándome en la encimera.Levanta la vista, su expresión es indescifrable al principio, pero después esboza una sonrisa