Miriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos de sus estudios. No, no es que le entre a las luchas en lodo; por las noches, nuestra protagonista se gana la vida como trabajadora sexual en uno de los burdeles vip más visitado del sur de Londres. Miriam es la ranita más solicitada del burdel que lleva de nombre: La rana que baila. ¿Será que Miriam logrará salir de aquel mundo sin ser reconocida como una trabajadora sexual en el sector empresarial? Este libro es el segundo de una saga, es una precuela de la historia: De Monja A Mafiosa. Cronológicamente, esta historia va primero.
Leer másEstoy sola con Gabriel en el salón de billar. La puerta se ha cerrado tras Danna, y el ambiente parece transformarse, como si una corriente invisible fluyera entre nosotros, una energía que me ata a él, manteniéndome anclada a este instante, robándole las palabras a cualquier despedida que pudiera brotar de mis labios. Camino hacia la mesa de billar, dejando que mis dedos rocen la superficie de terciopelo verde, y comienzo a mover las bolas bajo las palmas de mis manos, sintiendo su frialdad lisa mientras intento disimular el peso de su mirada en mí.—Gracias por traerme. —Mi tono es sincero, con un matiz de calidez que no puedo evitar.Él se queda de pie cerca de la puerta, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Me lanza una mirada cómplice y arquea una ceja.—Deberías sentirte privilegiada. Eres la primera colaboradora que traigo a esta casa.Me río, sorprendida y divertida a la vez.—¡Oh, vaya! Me siento tan importante, como si fuera la primera novia que un chico trae a cas
El almuerzo transcurre en una atmósfera agradable, pero mientras sostengo mi copa de vino, no puedo evitar que mi mente divague hacia lo extraño de la negativa de Gabriel a que visite a Danna. Sus razones, o la falta de ellas, me parecen un rompecabezas incompleto. No es propio de él esquivar situaciones complicadas, mucho menos si se trata de algo tan simple como ayudarme a ver a una amiga.Decido abordarlo directamente.—No entiendo por qué no te parece buena idea.Él levanta la mirada de su copa, su expresión es tranquila, pero sus ojos reflejan cierta incomodidad.—Es complicado.No puedo evitar fruncir el ceño.—¿Complicado por qué? No tiene sentido que no pueda ir a visitarla. Soy su amiga.Él suspira, deja la copa a un lado y se recuesta en la silla como si se preparara para una conversación larga.—No es que no quiera que la veas, Miriam, pero la Mansión Hikari no es... no es el mejor lugar para recibir visitas.—¿Por qué no? —insisto, cruzando los brazos.Él duda por un momen
El placer humano es un enigma fascinante. Es increíblemente diverso, subjetivo, único para cada persona. Algunos lo encuentran en los sabores de una comida exótica, otros en la adrenalina de un deporte extremo o en el roce delicado de una caricia. El placer puede estar en un beso robado, en esa música que nos eriza la piel o incluso en el silencio de un amanecer.Mientras estoy aquí, frente a Gabriel, no puedo evitar pensar en lo que me confesó hace un momento. Su voz temblorosa aún resuena en mi mente: «El sexo para mí es una tortura». Fue tan valiente al decirlo. La mayoría de los hombres no se atreverían ni a pensarlo, mucho menos a compartirlo.Lo miro. Está de pie junto al ventanal, sosteniendo su vaso de licor, con la mirada perdida en el horizonte de Londres. Su silueta imponente parece indestructible, pero ahora sé que incluso alguien tan fuerte como él lleva sus propias cicatrices.—Gabriel —le digo suavemente, rompiendo el silencio.Él gira apenas el rostro hacia mí, sus ojos
El aroma del café aún flota en el aire mientras Bárbara me acompaña a desayunar en la mesa de la isleta de la cocina. Ella lleva una camiseta holgada y un par de pantalones deportivos que parecen más míos que suyos, pero su expresión, a pesar de estar relajada en apariencia, muestra rastros de inquietud.—¿Intentamos llamar otra vez? —pregunta de repente, dejando su taza a un lado.No necesito que me aclare a quién se refiere. Danna ha estado ausente en nuestras vidas desde hace más de veinte días, y ambas estamos igual de preocupadas. Asiento, limpiándome las manos en una servilleta antes de levantarme para tomar el teléfono que está sobre la mesita de la sala.Marco el número de la mansión Hikari, sintiendo un ligero nudo en el estómago mientras espero a que alguien conteste. No pasa mucho tiempo antes de que una voz femenina y educada responda del otro lado.—Mansión Hikari, buenos días.—Hola, buenos días. Estoy tratando de comunicarme con Danna —digo, enredando el cordón del telé
Murgos me lleva casi a rastras hacia la puerta que da salida al jardín. La fuerza con la que su mano rodea mi brazo me sorprende, pero no digo nada; el brillo en sus ojos y el ceño fruncido anuncian una tormenta que no estoy segura de poder detener. Apenas cruzamos la entrada, me suelta de golpe, dándome tiempo apenas para recuperar el equilibrio.—¿Qué demonios estabas pensando, Miriam? —empieza, mirándome con un resentimiento que rara vez le había visto antes—. ¿Creías que no me iba a enterar? ¿Que podías renunciar al club y aparecer aquí, como si nada, trabajando para mi esposo?—Murgos, déjame explicarte... —trato de calmarla, pero su mirada furiosa me corta las palabras.—¿Explicarme qué? —su tono es un látigo que corta el aire—. Que dejaste el trabajo conmigo sin siquiera decirme la verdad, ¿para venir a Hikari’s y meterte en la vida de mi marido? ¿Qué clase de amiga hace eso?Amiga. La palabra me golpea como un mazo. Claro que lo éramos, o al menos eso creía. Pero ahora, con el
El amanecer me encuentra en casa, sentada frente a la ventana con una taza de café humeante entre las manos. El aire fresco entra por la rendija de la ventana, pero no logra disipar la extraña sensación que se instala en mi pecho. Este sería el momento en que Bárbara llegaría con su sonrisa despreocupada y un comentario sarcástico sobre el café demasiado cargado que siempre preparo. Pero ya no está aquí. El club la consume, y no la culpo; yo misma pasé por lo mismo. Lo entiendo, pero no puedo evitar sentirme extraña sin esa rutina. Danna también está ausente. No sé nada de ella últimamente. Su risa, su manera de transformar cualquier problema en algo manejable, se siente como un recuerdo lejano. Estoy sola, y aunque trato de mantenerme ocupada, la falta de ellas hace que esta nueva vida, esta nueva rutina, pese más de lo que debería. No es solo mi trabajo lo que ha cambiado; toda mi vida lo ha hecho. Suspiro y dejo la taza sobre la mesa. Es hora de prepararme para otro día en Hikari’
El restaurante griego es un lugar encantador, una joya escondida en Shaftesbury Avenue. Desde el momento en que cruzamos la puerta, me envuelve el aroma embriagador de especias mediterráneas, aceite de oliva y pan recién horneado. Las paredes están decoradas con tonos cálidos y mosaicos que evocan paisajes de islas griegas. Sobre las mesas de madera oscura hay pequeños floreros con flores frescas, y la luz natural se filtra por grandes ventanales, creando un ambiente acogedor y relajado. Un ligero murmullo de conversación y música tradicional en el fondo completan la experiencia. Es un lugar que invita a sentarse, disfrutar y desconectarse del mundo exterior. Edward, que camina a mi lado, parece tan emocionado como yo. Hoy lo estoy conociendo realmente por primera vez. Es un hombre algo más bajo que yo, incluso sin que llevase puesto mis tacones, tiene una figura ligeramente redondeada que da un aire de calidez a su personalidad. Sus ojos achinados y oscuros, herencia evidente de su
Yonel se acerca peligrosamente, su mano intentando deslizarse bajo la tela de mi traje. El corazón me late con fuerza, pero no de miedo, sino de una furia que apenas logro controlar. Con un movimiento brusco, lo empujo hacia atrás. —¡No te atrevas! —mi voz suena más firme de lo que esperaba—. Si vuelves a tocarme, se lo diré a Gabriel. Yonel me observa con una mezcla de rabia y desprecio. Sus ojos oscuros parecen calcular cada movimiento mío, como si estuviera evaluando mis límites. Sin decir palabra, se dirige a la puerta, la abre de golpe y me indica con un gesto seco que salga. Obedezco, creyendo que me ha echado de su oficina, pero su voz, cargada de sarcasmo, me detiene. —Es hora de presentarte con los trabajadores de la planta. Mis piernas casi no quieren moverse, pero lo sigo por el pasillo que conduce a la zona principal de producción. Cuando salimos al espacio abierto, me vuelve a abrumar la magnitud del lugar. El ruido de las máquinas, el olor a uva fermentada y un tenue
El ascensor desciende suavemente hacia la planta baja, y aunque el viaje dura apenas unos segundos, siento que el tiempo se extiende interminablemente. Edward se mantiene a mi lado, hablando con su habitual entusiasmo, pero yo apenas puedo concentrarme en sus palabras. Mi mente está atrapada en un torbellino de pensamientos, todos girando en torno a Yonel. ¿Cómo reaccionará al verme aquí? ¿Qué dirá? ¿Sabe algo Edward sobre mi vida pasada? Respiro hondo, intentando calmarme, pero el aire me parece pesado. Cuando las puertas del ascensor se abren, me encuentro ante un escenario completamente diferente. La planta de producción es imponente. El techo, altísimo, deja colgar enormes lámparas industriales que iluminan el lugar con una luz fría y blanca. Las máquinas, dispuestas en filas organizadas, producen un zumbido constante que llena el espacio. A medida que caminamos, noto el aroma distintivo que impregna el aire: una mezcla de uva fermentada y un ligero toque a alcohol que me resulta