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5. Decición dificil

Hace dieciocho días que Danna me llevó con ella para vivir juntas en la casa su mamá, en una pequeña vivienda ubicada en Kensington y a cinco kilómetros de distancia del callejón donde vivía. Por acá no es tan lujosos, las personas que viven por estas calles dan un poco de miedo, al igual que la calle por las noches, el ambiente de esta zona hace que se me dificulte a la hora de dormir; mas no me puedo quejar, por lo menos aquí tengo una cama donde dormir, aunque sea la misma que en la que duerme mi amiga, no importa; no importa que todas las noches Danna decida dormir abrazada a mí y que tenga que aguantarme el acalambré en mi brazo y que babeé mi hombro, lo importante es que no estoy durmiendo en la calle.

Si estoy durmiendo bajo un techo es gracias a Danna, porque si fuera por su mamá ya estaría durmiendo bajo un puente; aquella señora solo sabe verme con ojos hostiles, ya han sido varias las ocasiones que la he encontrado haciéndole expresiones venenosas a su hija: «¿Y esta cuando pretende irse?», es lo que he logrado leer en sus ojos odiosos. Señora amargada, ya su hija me ha contado que no tienen una buena relación, porque a cada rato se la pasa regañándola y criticando cada cosa que hace. Por tal razón, uno de los planes a futuro que tiene Danna es buscar su propio hogar, tal vez así mejore un poco su relación con su madre. Estas dos no pueden vivir juntas, y ahora, conmigo aquí, siento que le estoy complicando aún más la vida.

Como en todas las mañanas, la madre de Danna sale a trabajar muy temprano, cuando el sol aún no ha tirado el primer bostezo de la mañana. Nosotras nos levantamos una hora después para prepararnos a asistir a clases, Danna ya se encuentra en el baño y, mientras se está dando una ducha, yo me voy a la cocina y busco algo que pueda preparar para desayunar… No hay muchas opciones, la nevera solo hay un litro de leche, unas cuatro rebanadas de queso y seis rodajas de jamón. De la despensa saco un molde de pan, así que con ellos empiezo a preparar unos emparedados. Por lo menos no nos iremos a clases con el estómago vacío.

Desde acá se escucha el rechinar de una puerta, Danna ya debe de haber salido del baño. A los minutos la escucho detrás de mí.

—Miriam, mírame. —Pide Danna tras mi espalda. De inmediato doy media vuelta buscándola con la mirada—. ¿Mi peinado se ve bien?

El alborotado peinado de la rubia tiene un enorme flequillo sobre la frente, es exagerado, como si un caballo hubiese estornudado frente a ella.

Dejo de preparar el desayuno y me dirijo hacia donde está ella, llevo mis manos sobre su peinado y empiezo a acicalar su cabello, el cual está cogido en fijador de cabello.

—Creo que deberías usar menos fijador y no espelucarlo tanto para que luzca mejor tu idea rockera.

—Bueno, ok. —Ella también se toca el cabello poniendo un rostro un poco desilusionado—. Supongo que tomaré tu consejo.

—¿Qué paso con tu peinado de «Olivia Newton en feria»?

—Es que ese ya era algo anticuado y yo quiero cambiar a uno más moderno, ya sabes, lo que está a la moda, algo más a lo Kylie Minogue.

—Va veo… ¿Crees que yo igual debería cambiar de peinado?

—Estamos en temporadas de risos, amiga. —Danna agarra un mechón que cae a un lado de mi oreja y lo enrolla en su dedo índice—. Tu cabello es largo y rizado, lo estás luciendo bien —responde en tono suave y luego me sonríe a boca cerrada.

Luego de desayunar, salimos de la casa, subimos al auto y nos vamos a la Universidad.

Al entrar al aula de cálculo todas las miradas caen sobre nosotras, solo hacemos sentarnos en nuestras sillas e inmediatamente varios compañeros vienen hacia mí para que les permita comparar los resultados de las tareas de hoy; en esta clase soy la más lista, aquí no hay nadie que me iguale en conocimientos de matemática y Paussini no está en esta clase. Puedo dedicarles un tiempo a mis compañeros para explicarles en donde han cometido errores, ya que no me molesta ayudarles.

No pasa mucho tiempo cuando la maestra entra al aula de clases, y no viene sola, viene acompañada de una de las secretarias de la dirección de la facultad. Las veo caminar frente al pizarrón como si fueran los jinetes del apocalipsis, el momento me transcurre lento cuando veo que la secretaria pone sus ojos sobre mí.

«Mierda…».

—Buen día, chicos —saluda la profesora.

La mayoría responden con cortesía al saludo de la profesora, luego regresan a sus asientos.

—Miriam Douglas —me llama la secretaria—, necesito que vengas conmigo, y trae tus cosas, por favor.

Eso último que ha dicho me ha provocado un pequeño infarto. Sacarme del aula de clases con todo y mochila es sinónimo de que no volveré a entrar por un buen tiempo.

Esto no va a terminar bien…

Me levanto de la silla produciendo un chirrido que captura la atención de todos mis compañeros. Mis ojos buscan los de Danna y la encuentro observándome con ojos de calamidad, como si ya presintiera lo que harán conmigo.

Tomo una respiración profunda y luego cuelgo mi mochila sobre el hombro. Al ir hacia donde está la secretaria mis manos empiezan a sudar y a sentirse más frías, el nerviosismo vuelve a afectar mi ritmo cardiaco y también mi respiración.

Ambas salimos del aula. Al encontrarnos caminando por el pasillo, se me ocurre preguntarle:

—¿De… De qué trata?

—No tengo idea, la rectora te dirá.

Al entrar a la rectoría de la facultad, la secretaria me conduce hasta la puerta de la oficina de la rectora, ella toca dos veces sobre la madera de la puerta y desde el interior se escucha cuando le grita que pase. La secretaria gira la perilla de la puerta y la puerta se abre.

—Rectora, aquí le traje a Miriam Douglas.

—Está bien, gracias, Stephanie. —La rectora pone sus ojos sobre mí—… Por favor, pasa y toma asiento —ordena señalando el sillón que está frente a su robusto escritorio.

Mientras me voy acercando a la rectora, voy notando que luce diferente a la última vez que la vi, está más panzoncita, ella tiene una barriguita de embarazo.

Me siento en el sillón mientras observo como aquella panza batalla por su libertar bajo los botones de su camisa

—Qué bien le asienta el embarazo, felicidades —alago con intenciones de lograr algo positivo de la reunión.

—¿Embarazada? !Ja!... Gracias a Dios son hamburguesas.

«Carajos… ¡Qué cagada!».

La directora sonríe tratando de mostrar su amabilidad, pero la vena que se le sopla en la frente la delata.

—Disculpe…, las sombras de la lámpara me han hecho una mala jugada.

Empiezo a reír nerviosa.

—No se preocupe, no hay que echarle la culpa a la lámpara, la que se ve gorda, gorda está… Mejor vayamos al tema que nos compete, la razón por la que la llamé es debido a la deuda que mantiene con la universidad.

—Sí…, supuse que trataba de eso.

Bajo la mirada al sentirme avergonzada.

—Es una pena que esto le esté pasando a nuestra mejor estudiante de la facultad. Lamentablemente, la universidad no cuenta con un sistema de beca que pueda ayudarle, y me gustaría poder hacer algo por usted, pero por ahora no hayo forma. Le hemos esperado durante un largo plazo para que pagara, por lo menos, la letra más atrasada de su deuda, pero a estas fechas aun no recibimos el pago, es por eso que nos veremos obligados a prohibirle la asistencia a las clases si no consigue el pago para hoy.

—¡¿Para hoy?!

—Sí…

—¡No tengo cincuenta libras esterlinas para pagarle!

—No sé…, podría pedirle ayuda a algún familiar.

—Mis padres viven lejos, en un pueblito de Ashbourne. Ellos no pueden, los pobres han sobrevivido gracias a una pequeña granja que tienen tras su cabaña. No tengo a más nadie.

—Entonces me temo que no podré permitirle quedarse, señorita Douglas.

El nudo en la garganta y las ganas de llorar amenazan con lágrimas, me impide soltar palabra alguna. Aprieto los labios y bajo la mirada para que no note mis sollozos. Respiro hondo para intentar controlar mi tristeza; entonces la directora agrega en medio del silencio:

—Si deseas retomar tus clases deberás hacerlo sin deudas y pagar todo, lo cual equivale a doscientas libras.

—Comprendo —respondo en tono bajo y tembloroso mientras asiento a su condición.

Al salir de la oficina me siento en una de las bancas que están orilladas en el pasillo que conduce a la salida del edificio de la facultad, con la mirada agachada y escondida entre mis brazos, empiezo a pensar en qué carajos hacer, si ninguna empresa quiere contratarme, si no hay forma de conseguir un préstamo… Estos últimos días he podido asistir a clases gracias a la mujer que me encontré en aquel bar holandés… No recuerdo el nombre de ella, era muy raro como para aprendérmelo con facilidad, pero lo que recuerdo es que su negocio tenía un nombre relacionado con las ranas.

Ya con una única posibilidad de terminar mis estudios y con la poca paciencia que me queda para seguir soportando las malas miradas de la mamá de mi amiga, tengo que tomar una decisión… Solo existe un lugar donde podría empezar a trabajar y así recuperar mis estudios y tener un hogar propio.

Vender mi cuerpo por las noches… Suena horrible, como a la peor idea que podría pasarse por mi cabeza. Pero si me cuido de que alguien conocido me encuentre en ese mundo, entonces creo que estaré bien.

Insegura y no muy contenta por lo que estoy a punto de hacer, me levanto de la banca y camino hacia la biblioteca de la facultar, ¿para qué?, para buscar un directorio telefónico que me ayude a encontrar la dirección o el número telefónico del prostíbulo que lleva en su nombre la palabra «rana».

Al llegar a la biblioteca camino hacia el mueble de la recepción donde está acomodada la bibliotecaria, me paro frente a ella e inmediatamente deja de leer el libro que tiene en sus manos para poner su atención en mí.

—Hola, Miriam —me saluda sonriente—… ¿En qué te puedo ayudar hoy?

—Hola, Nanci. Necesito un directorio telefónico, por favor.

Bibliotecaria gordita, de cabellera esponjada y corta, empieza a buscar en el interior de una de las gavetas del mueble que están frente a ella, deja el enorme directorio sobre la superficie del mueble y luego cierra la gaveta.

—Aquí tienes, Miriam.

—Muchas gracias —sonrío agradecida—. ¿Crees que pueda usar el teléfono? —pregunto señalando el teléfono que está sobre el mueble, justo a un lado de ella.

—Sí, claro, úsalo.

—Ok.

Abro el directorio y empiezo a buscar deslizando mi dedo sobre una larga lista que está ordenada en orden alfabético, rápidamente doy con todos los nombres de los clubs nocturnos que hay en Londres, me leo cada nombre para dar con aquella palabrita que tengo en mente y luego paso la página para continuar buscando; jamás pensé que existieran tantos clubs nocturnos en esta ciudad, esto me podría tomar mucho tiempo, pero por suerte logro dar con el nombre que estoy buscando: Club nocturno La rana que baila.

Levanto el teléfono amarillento que yace a un lado de la secretaria, el cordón está todo enrollado, así que empiezo a desenredar el cable para poder llamar con mayor comodidad. Luego meto mi dedo índice en el disco del teléfono y empiezo a dar vuelta sobre cada uno de los numero

La llamada repica cuatro veces, luego alguien toma la llamada.

—Club nocturno La rana que baila. ¿En qué puedo ayudarle? —pregunta la voz agria e indiferente de una mujer.

—Sí, ¿me podría dar la dirección del local?... Por favor.

—¿Cómo para qué necesita la dirección, señorita? Este es un bar nocturno para caballeros.

—Es que estoy buscando trabajo…

—Sí, claro, esa es la excusa que siempre dan las esposas de nuestros clientes.

—¡No, se equivoca! Yo no…

Mi explicación es interrumpida por las carcajadas de aquella mujer, desde el otro lado de la llamada, parece que algo le ha causado gracia.

—Solo estaba bromeando —sigue riendo—, no se preocupe, le daré la dirección.

Le hago señas a la bibliotecaria para que me regale un pedazo de papel y para me preste un bolígrafo, ella me pasa ambas cosas e inmediatamente empiezo a escribir la dirección sobre el papel.

Hoy mismo tengo que ir a ese lugar…

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