Este ha sido el «adiós» más doloroso de toda mi maldita existencia. Se aferra a mí como una enredadera obstinada, como esas malditas pegajosas que se adhieren a la tela y no se sueltan ni con mil sacudidas, que pican y arden al contacto con la piel. Una semana ha pasado y aún lo siento ahí, pegado a mis pensamientos, a mis días, a mis noches. No dejo de revivir su mirada, esos ojos llenos de angustia, suplicantes, como si en mí hubiera esperado encontrar una última salvación para su dolor. Y yo... yo solo pude darle la espalda.Tengo esta sensación extraña en el pecho, como un puño cerrado que aprieta sin soltar. A veces creo que en cualquier momento mis pulmones decidirán rendirse, que el aire dejará de entrar. Me repito que hice lo correcto, que esto es lo mejor para mí, que algún día dolerá menos. Dicen que el tiempo lo cura todo, que así funciona esto de estar enamorada. Ojalá me lo creyera.San Valentín está a tres días. Maldito San Valentín. Solo hará que me sienta peor, sola, s
El reloj marca exactamente las tres de la tarde. cuando entro a la oficina de Deynna con mi libreta en mano. Ella ya está ahí, impecable como siempre, revisando unos documentos. No levanta la mirada de inmediato, pero sé que ha notado mi llegada. —Puntual. Me gusta eso —dice finalmente, firmando uno de los documentos con un movimiento preciso antes de mirarme con esa expresión calculadora que parece no perder nunca. —No podía arriesgarme a perder la única hora que lograste sacar de tu agenda —respondo con una sonrisa, tomando asiento. Deynna suelta una pequeña risa nasal y deja los papeles a un lado. —No creas, a veces hay que hacer malabares —dice, llevando su taza a los labios—. Pero bueno, a lo que vinimos… Se reclina ligeramente en su asiento y entrelaza los dedos sobre el escritorio. Su mirada se vuelve más seria. —Mira, Miriam, he estado analizando nuestra estrategia actual y creo que estamos enfocándonos demasiado en la publicidad tradicional con modelos genéricos. Sí, so
Abro los ojos y lo primero que siento es el peso de la ausencia. San Valentín. Un día que preferiría imaginármelo a su lado, un día que nunca podremos compartir. No porque yo no quisiera, sino porque algunas cosas simplemente no pueden olvidarse. El recuerdo de Giovanni se filtra en mi mente como la luz tenue que entra por la ventana. Su risa, su forma de hablarme al oído con ese acento italiano, sus cumplidos entre susurros. Pero también recuerdo la frialdad de aquel cañón contra mi sien, su mirada llena de celos descontrolados, el miedo paralizante que sentí aquella vez. Podía aceptar muchas cosas de su vida criminal, pero no eso. No la violencia dirigida hacia mí. No su incapacidad para ver la diferencia entre amor y posesión. Mantenerlo lejos me ha costado más de lo que admitiría en voz alta. Especialmente hoy. Suspiro y me obligo a levantarme de la cama. No voy a quedarme aquí lamentándome. Hoy tengo una cita, y aunque no es con un interés romántico, es una cita, al fin y al c
Respiro hondo y me obligo a centrarme en mi trabajo. Es absurdo quedarme enganchada a fantasías que no van a ninguna parte. Gabriel ya no está en mi oficina, y lo mejor que puedo hacer es avanzar con mis pendientes. Me sumerjo en documentos, informes y llamadas, permitiendo que las horas transcurran sin interrupciones. El sonido de las teclas de la máquina de escribir y el murmullo que proviene del pasillo son mis únicas compañías. Sin embargo, mientras el día avanza, una cosa comienza a inquietarme: Edward no ha aparecido con la dichosa caja de chocolates. ¿Será posible que me haya equivocado? Tal vez esa caja no era para mí. ¿Y si Edward tiene a alguien más en su corazón? Empiezo a hacer conjeturas, repasando mentalmente a las mujeres con las que se relaciona en la fábrica. ¿Podría ser Vanessa? Es bonita, con una personalidad vibrante y una risa contagiosa que siempre llama la atención. Tal vez sea Claire, con su elegancia natural y esa aura de sofisticación que parece atraer a c
La velada transcurre en un ambiente de lujo discreto, envuelto en la calidez de las luces tenues y el murmullo elegante de conversaciones ajenas. El restaurante, un emblema de la cocina inglesa, ofrece una selección de los mejores platillos nacionales, y cada detalle está cuidado con esmero. Frente a mí, Miriam deslumbra con su presencia, y no solo para mis ojos. Lo noto en las miradas de los demás hombres, esas miradas que se giran inevitablemente hacia ella cuando pasan cerca de nuestra mesa. No pueden evitarlo. Su elegancia, su porte impecable, la forma en que su vestido escarlata parece estar diseñado solo para su cuerpo.La observo mientras estudia el menú, con esa expresión de ligera curiosidad que la hace ver aún más atractiva. No es solo su belleza la que cautiva, sino la manera en que se desenvuelve con naturalidad, sin esfuerzo alguno. Pero, por encima de todo eso, su inteligencia es lo que más admiro. Ok, tengo que aceptarlo, todo en ella me parece fascinante.—¿Ya decidiste
Anoche fue una velada perfecta. No solo por el ambiente elegante del restaurante o la exquisitez de los platillos, sino por la compañía. Gabriel fue un caballero en todo el sentido de la palabra, atento a cada detalle, asegurándose de que disfrutara cada momento. Conversamos de todo un poco, reímos, y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien me veía más allá de mi pasado, más allá de lo superficial. Me sentí valorada, escuchada, importante. Hoy, al entrar a la fábrica, me recibe una escena inusual. Gabriel está de pie junto al escritorio de Vanessa, con una sonrisa radiante, como si el mundo entero le perteneciera. Su energía es contagiosa, y aunque no sé exactamente qué lo tiene tan animado, es fácil intuirlo. La campaña de San Valentín. —¡Buenos días! —Me saludan ambos, compartiéndome sus alegrías. —¡Buenos días! En el transcurso de la mañana, Gabriel no tarda en llamarme a su oficina. Apenas cruzo la puerta, me recibe con un abrazo cálido, lleno de emoción y felicidad
No recuerdo que fecha era, si era de día o de noche, no lo sé, quizás llovía y creo que hasta hacía un poco de frío… bueno, tampoco estoy segura. Lo que sí recuerdo con claridad es que ese día recibí el ultimátum que oscurecería mi vida.Recuerdo la carta deslizada debajo de la puerta y el sello de la universidad estampado en el sobre, solo eso; así que no me pregunten por el contenido, porque no lo memoricé. Mejor pregúntenme por cómo me sentí, porque aún me estoy sintiendo fatal.Cada noche, el insomnio se apodera de mí, devorando mis sueños. Me cuesta un mundo esforzarme en los estudios y concentrarme en clase; todo se ha vuelto tan difícil para mí... Hace más de dos meses que intento conseguir un pequeño préstamo, y me siento frustrada al ser rechazada en cada intento de encontrar un trabajo. Aceptaría cualquier cosa, no importa qué, necesito con urgencia algo que me ayude a pagar el alquiler de este apartamento y las cuotas atrasadas de la universidad. Si no lo logro, no podré vol
Desde aquí abajo se nota la clase de personas que ocupan el área VIP, la mayoría son hombres que visten igual de elegante que Murgos.Le regresa la mirada y la veo con un rostro pasivo. Creo que no hay manera que yo termine rechazando su propuesta. Muero por subir a aquella zona y conocer a todos esos hombres con rostro de chequera. Así que asiento a su invitación y nos ponemos en marcha.Luego de subir el último escalón del área VIP, veo a cuatro hombres rodeando una mesa que soporta varias botellas de vinos, todo visten trajes de etiqueta, zapatos excesivamente lucrados, peinados acicalados y un olor a tabaco que se mezcla con una suave y exquisita fragancias de Christian Dior.No nos sentamos con los radiantes caballeros, Murgos termina sentándose en una mesa que está distante a ellos. Yo me siento frente a ella sintiéndome un poco intrigada y desilusionada.—Creí que estabas con ellos —digo muy cerca de su oído, el escándalo del bar me obliga alzar la voz.—Sí estoy con ellos… Es