Dos días después Marcos parecía alma en pena por la empresa. No se concentraba en nada, sus pensamientos solo eran para la mujer que estaba al otro lado del océano. Quien le había colgado el teléfono las mil y una vez que él la había llamado. Al otro día de Sam irse, se reunió con Eduardo y contó todo lo que había pasado. Omitió la parte de que era su suegro por su propia seguridad y más aún, por la seguridad de Eduardo. Pues aunque el dueño de Montenegro Co. estaba como un roble, ya tenía sus años. Le dijo que iba a dimitir si lo consideraba necesario pues toda la culpa era suya. No le quito culpas a su hermano, ni le dio de más. Cada cual asumió su papel. Nunca había visto una mirada de decepción total dirigida a su persona pero le dolió como si un puñal atravesara su carne.—No —Había sido la respuesta rotunda de Eduardo— .Me duele mucho que tus inicios aquí hayan sido con ese fin. Pero laboralmente no tengo quejas de tu comportamiento. Con Justin y Ryan fuera, se armó una situaci
Año y medio después. Cuando Sam llegó al aeropuerto, toda su familia estaba esperándola. Esa vez no había sido un viaje sorpresa. Sin embargo la sorpresa fue mayúscula cuando vieron el bebé que iba dormido en su hombro. Y aunque le había dolido, Sam no había comentado que había tenido una hija. Sus padres querrían que Marcos se responsabilizara de sus actos y asumiera su papel. Pero lo que menos necesitaba era tener que verlo a menudo. Por supuesto desconocían que esa pequeñita había sido concebida dentro del matrimonio. Que había sido durísimo, Sam no podía negarlo. Pero todo había quedado atrás cuando había tenido a su niña en brazos por primera vez. El agotamiento no la había vencido y se había pasado horas contemplándola. Su pequeño gran milagro. —Cielo. —dijo su padre medio enfadado, medio triste, cuando Sam llegó a ellos. Sin embargo la regañina quedó en el olvido, cuando Paula abrió sus ojos. Ojos que eran idénticos a los de Marcos Lockheart, su padre. Y muy contrario a s
Sam no pudo descansar casi. No sabía que era, si el estrés o el cansancio pero su hija había dormido escasas horas. Después de estar dando vueltas por la habitación y que la pequeña la mirara con esos ojitos azules y los labios haciendo pucheros, Sam se rindió.—Vamos nenita, mamá no puede mantenerse en pie del cansancio, duérmete un rato, aunque sea chiquito. La niña le ofreció una sonrisa desdentada y siguió jugando con las ondas de su cabello como si nada. Sus ojos parecían dos balines y Sam no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa.—No quieres dormir, verdad. Y como si entendiera lo que estaba diciendo su madre movió la cabeza de un lado al otro mientras la miraba fijamente. Pero es que la muy sinvergüenza había dormido en el avión acurrucada en sus brazos.—Dámela anda. —le dijo Alejandra entrando en su habitación. Sam estaba quedándose medio dormida.—No se va a ir contigo, Ale. No le gustan los extraños. Lo que hizo con papá no es algo habitual en ella.—Claro que se
El estruendo resonó en el comedor de la casa Montenegro al entrar Marcos. Parecía que había entrado un tornado en el lugar y no un hombre común. Marcos recorrió la estancia y comprobó todas las expresiones. Patricia se había quedado con la cucharilla de camino a la boca, Eduardo tenía un cabreo de primera pues lo que menos que le gustaba era que le interrumpieran cuando estaba comiendo, según él había dos cosas sagradas: el sueño y la comida. Con ninguna de las dos se jugaba. Alejandra parecía cautelosa y Thomas no había dejado de comer. Marcos se demoró más en Sam. En esa cara que a pesar del tiempo no había olvidado y seguía amando con fuerzas. Al bajar la mirada a la trona, unos ojos azules iguales a los suyos le devolvieron la mirada. Y la sonrisa que le dedicó su hija porque ya no le quedaban dudas de que fuera suya, hizo que lo viera todo rojo.—Recoge tus cosas, Samantha. Nos vamos. —dijo intentando controlarse—No. No tienes ningún derecho. No soy nada tuyo. —respondió calma
El silencio dentro del auto podía cortarse con un cuchillo. Marcos tenía la vista al frente y sus nudillos estaban blancos de la fuerza con la que estaba apretando el timón. Sam miraba a cualquier parte menos a él e iba tan tensa como la cuerda de un violín. Nana había cogido un taxi y llevaba todas las maletas. En el interior del coche solo se sentían los pequeños gorgojeos de Paula que miraba sus manitas como si le fuera la vida en ello. La furia caliente que a Marcos lo recorría como lava de un volcán se debía en gran parte a que cuando había intentado que su hija fuera a sus brazos, está había pegado un alarido que se había escuchado en todo el barrio. La respuesta de Sam había sido lógica pero eso no significaba que le gustara A la pequeña no le gustaban los extraños y su propio padre era un completo extraño para ella. Pero la culpa de eso era de Samantha. Que se hubiera perdido de unas cuantas primeras veces, incluso que se había perdido todo el embarazo. Pero la niña aún era p
Marcos nunca se imaginó vivir en un campo de batalla en los tiempos que corrían. Pero en eso se había convertido su casa en los últimos veinte días. Sam y él no podían estar en la misma habitación sin discutir. Su mujer ciertamente parecía una gata salvaje. Cada vez que él se acercaba, se engrifaba. La primera discusión o bueno la discusión continuada, había sido cuando vio donde iba a dormir. Le había gritado que con la cantidad de habitaciones que tenía ese apartamento, no iba a compartir su cama. Marcos no había cejado en su empeño y aunque cada uno dormía en su extremo, lo hacían juntos. Se había regocijado al tenerla a su lado aunque sus mentes estuvieran a años luz de distancia. Esa primera noche en que habían dormido juntos después de tanto tiempo, Marcos se había sentido en paz pero a la mañana siguiente habían vuelto a discutir. Todo llevaba a que se enfrentaran. Que si el biberón de la niña, que si la habitación, que si la ropa de Sam, que si empezaba a trabajar. Y así ll
Eran pasadas las seis de la tarde cuando Marcos entró en su apartamento. Paula estaba dormida en sus brazos con la cabecita apoyada en su hombro. Había sido una experiencia alucinante. Compartir con su pequeña era algo inigualable. Lo que menos se imaginó fue que nada más abrir la puerta lo recibieran gritos. — ¿Pero qué carajos, Marcos? ¿Cómo demonios te vas con mi hija y no eres capaz de avisarme? —Nuestra hija. Nuestra, que no se te olvide, gatica. — ¿Pero es qué estás loco? Y encima apaga el telefono. Pero que clase de padre eres tú. —Sam siguió gritando. Le quitó la niña de los brazos y hundió la nariz en su cuello. Marcos estaba empezando a ver rojo. Estaba harto de los gritos. Si algo lo detenía era ver que Sam estaba descontrolada. El gesto de abrazar a su hija con fuerza lo decía claro. Y los temblores de sus manos que no cesaron también eran una prueba. respir hondo. No quería retroceder lo poquísimo que había ganado. Sam se fue con la niña dejando a Marcos ya Nana solos
Caía una fina lluvia cuando Marcos se despertó. La claridad asomaba por las ventanas aunque el cielo se veía encapotado. Algo que le venía de maravillas. Sam no podía escapar de sus garras. La noche anterior había bebido un pequeño vaso con zumo y había seguido durmiendo como si nada, pero cuando cayera en cuenta de donde estaba y lo que Marcos había hecho, estaba seguro que volarían los calderos. La noche anterior había detenido el coche en un mercado que estaba abierto las veinticuatro horas y había llenado el maletero de provisiones. Iban a estar aislados pero no pasarían necesidad alguna. Marcos se dedicó a hacer un desayuno merecedor de un rey. Algo que fuera un detalle y que hiciera que los gritos de Sam fueran menos ásperos. Se perdió en los olores de los huevos revueltos con jamón y queso y en las tiras de bacon frito. Era una de esas personas que no era gente hasta que no se bebía una buena taza de café, por lo que mientras iba preparando todas esas delicias, había puesto la