Alessandro abrió la puerta en un gesto de caballerosidad. Afuera, parado frente al lujoso Mercedes Maybach-Pullman con doble asiento para cuatro personas, un elegante hombre esperaba por la pareja. —Buenas noches, Sra Liliana —dijo el hombre de avanzada edad, alguien a quien ella reconoció de inmediato. —Buenas noches —contestó ligeramente aturdida. Era el taxista del aeropuerto, el mismo que huyó cuando habló de los Fiorini. ¿Qué rayos estaba haciendo allí? —Adelante Sr Fiorini —dijo el hombre y Alessandro tomó asiento. —Gracias Gino —respondió con firmeza. El conductor subió al auto dejando en absoluta privacidad a la pareja. —¿También es guardaespaldas? —preguntó ella. —No, es mi chofer particular —anunció él. Mentalmente, ella armó la historia. Ambos viajaron en el mismo avión, luego él desapareció. El chofer del taxi le facilitó todo y luego desapareció. Debió ir por su jefe. Todo aquello parecía extraído de un filme de terror y mafia. Durante el trayecto, Ales
Esa mañana Liliana despertó muy temprano, se sentó en la cama, estiró los brazos, suspiró profundamente y una sonrisa se dibujó en su rostro. ¡Sí! Estaba emocionada y ansiosa por la celebración de su quinto aniversario. ¿Qué sorpresa le tendría preparada Enzo para esa ocasión? Desde una lujosa luna de miel en Santorini, un hermoso collar de diamantes valorado en 1 millón de dólares en su primer aniversario hasta un fabuloso crucero por el Caribe en sus bodas de Cuero; el famoso empresario siempre lograba sorprenderla con los más inesperados obsequios. Liliana, apartó a un lado el edredón de seda, se colocó las pantuflas, se levantó y fue hasta el baño para asearse. Tenía aún, algunas cosas pendientes por hacer: debía asistir a su cita en el SPA, luego al atelier de belleza y finalmente ir al aeropuerto por su marido en su coche, un Bugatti Chiron blanco 2024 que le obsequio en su cuarto aniversario. Podría decirse que a sus veinticuatro años, ella lo tenía todo, un marido co
El coche se detuvo frente a la lujosa mansión, Liliana bajó algo triste. Aquella pequeña discrepancia con su mejor amiga la dejó preocupada y ansiosa. Entró a la mansión con prisa, aún debía terminar de arreglarse para ir al aeropuerto y buscar a Enzo. En el momento que se disponía a subir las escaleras, la voz de su empleada de confianza, la detuvo. —Sra Liliana, le llegó este sobre. —dijo y se acercó hasta su patrona. —¿Para mí? —preguntó Liliana con curiosidad. La empleada hizo un movimiento firme de cabeza— Déjalo en mi habitación, Celeste, lo revisaré luego de ducharme. Estoy un poco retrasada. Enzo ya debe estar llegando al aeropuerto y quedé de ir por él. —Como usted ordene, señora. —contestó la mujer; Liliana subió el primer escalón y por segunda vez la empleada la distrajo— Disculpe señora, ¿desea que le informe al chofer para que la lleve hasta el aeropuerto? —No, no es necesario Celeste. Iré en mi coche. —Sonrió con picardía.— No sé qué planes tenga mi esposo. De t
Trastornada ante aquella idea, Liliana giró la llave y encendió su coche. Su presencia en aquel lugar, no tenía el más mínimo sentido. Dejó la cartera en el asiento de al lado y fue entonces cuando recordó el sobre. Un escalofrío recorrió su espalda haciéndola estremecer, deslizó su mano temblorosa y lo tomó. ¿Habría alguna respuesta a sus dudas dentro de aquel sobre? Se preguntó a sí mima ¿Y si eran fotos de él con su amiga? —¡Mierda, mierda! —exclamó con frustración. Estaba perdiendo la cordura, su mente la llevaba de un extremo a otro. Por un lado, quería pensar que eran sólo ideas que provenían de sus celos, pero por otro lado, necesitaba descubrir la verdad. Con los dedos temblorosas, Liliana sostuvo el sobre entre sus manos. La solapa sellada del sobre, parecía una barrera resguardando el secreto contenido en su interior. Liliana respiró profundamente, llenando sus pulmones de aire, y luego, con un movimiento deliberado, introdujo su dedo índice bajo la solapa del sobre,
—Aguarde por favor, aguarde. —Los gritos de Liliana fueron en vano, el hombre caminó de prisa sin volver la vista atrás hasta que finalmente desapareció de su vista. La brisa fría de la noche hizo estremecer a la pelinegra. Se abrazó a sí misma sintiendo como su cuerpo reaccionaba ante el miedo y la incertidumbre que la abrumaban en ese instante. Miró a todos lados sin saber qué hacer, a lo lejos vio la parada de taxis. Cuando se disponía a caminar, observó una lujosa camioneta negra con vidrios oscuros que se acercaba en dirección a ella. Una de las puertas delantera del auto se abrió y de forma abrupta, el hombre vestido de saco y corbata negra, descendió del lujoso auto. Sus facciones eran duras y su mirada, fría. —¿Es usted Liliana Fiorini? —preguntó, sujetándola del brazo con rudeza. Liliana abrió los ojos tan grandes que estaban a punto de salirse de su órbita. Con voz trémula, alcanzó a preguntar: —¿Q-quién es usted? —Entre de una vez. —Le respondió el hombre y la o
Liliana tragó en seco, su cuerpo comenzó a temblar de forma involuntaria, sus piernas se movían de tal forma que no alcanzaba a dar un solo paso, al igual que sus manos trémulas se movían sin poder controlarlas. El dolor físico que minutos atrás había experimentado tras la fuerte bofetada, había desaparecido momentáneamente siendo sustituido por un intenso dolor emocional que recorría vertiginosamente cada parte de su ser. Con dificultad, Liliana alcanzó a apoyarse en el espaldar de la silla, no podía hablar ni gritar, sólo podía sentir como sus lágrimas se desbordaban y recorrían sus mejillas. Una vez que logró sentarse, cubrió su rostro con ambas manos y dejó escapar un grito de dolor que emergía de sus entrañas desgarrándola por dentro y resonando en la habitación. Elena, en cambio, se apoyó en la base pulida de su escritorio y contuvo las lágrimas, la vida le había enseñado a ser fuerte, a no mostrar su vulnerabilidad frente a otros, no en vano era la cabeza principal de la
—¿Cómo está? —preguntó Elena mostrando una preocupación genuina. Aunque el guardaespaldas sabía que no podía confiar en los gestos de su patrona, por segundos tuvo dudas. La observó en silencio como incitándola a explicarse.—Pensé que no le importaba —cuestionó finalmente, arqueando una ceja. —No te pago para que pienses, Franco. —Elena esbozó una sonrisa fría y condescendiente.— Estás aquí para obedecer mis órdenes. —aclaró. —Hice lo que usted me pidió, patrona. —contestó con seriedad. —Muy bien —dijo Elena. Levantó el bastón por encima del escritorio, extendió su brazo permitiendo que el instrumento rozase las manos del escolta que permanecían entrecruzadas frente a su pelvis. — Retíralas, quiero ver lo que tienes para mí. El guardaespaldas le dio una sonrisa perversa. Retiró las manos lentamente de su posición y las elevó a la altura de su pecho mientras, le mostraba las palmas ásperas y rústicas de sus viriles manos. Elena las miró con fascinación y a la vez con repul
—No está, Liliana Santos no está. ¡Ha escapado!—¿Qué dices? —interrogó Elena. Y antes de que la pelirrubia respondiera, la mujer le ordenó a su guardaespaldas— Ve y tráela ahora mismo, no puede haber ido muy lejos. —Sí, señora. Emma dirigió la mirada hacia su madre con cierto recelo, mientras Elena se reclinaba del espaldar de su asiento aún perturbada. —¿Dónde está tu hermano? —preguntó entonces.— Necesito conversar con él. —No lo sé, creo que aún no ha llegado —respondió, dubitativa. —Ve a buscarlo. —Le ordenó. Emma salió de la biblioteca y fue hasta la parte superior en busca de su hermano. Franco colocó su auricular táctico informando a los dos vigilantes principales sobre custodiar la entrada y salida de la mansión para evitar que Liliana lograse escapar. —No la dejen salir, deténganla sin hacerle daño. —giró instrucciones a su equipo. Mientras tanto, Liliana sentía que las piernas le temblaban con cada paso que daba; en algunos momentos corría y en otros se de