La ley del hielo

—¡Esta me la pagas, maldita perra! —gruñó apretando sus puños y su mandíbula con fuerza.

Aterrada ante la reacción de su cuñado, Liliana tomó una almohada usándola como su escudo protector. Sin embargo y contradiciendo cualquier expectativa de la pelinegra, Alessandro salió de la habitación azotando la puerta sintiendo como la ira bombeaba dentro de sus venas.

Liliana se mantuvo en silencio, llena de asombro y ligeramente confundida. Esperaba que la atacara. ¿Por qué no lo hizo? Se preguntó. La puerta sonó en ese momento, Liliana se incorporó rápidamente cubriéndose con la sábana.

—Adelante —contestó con voz trémula.

El guardaespaldas abrió la puerta y se paró delante de ella, al verla semi desnuda, Franco apartó la vista de encima de su jefa.

—Disculpe, sólo quería informarle que ya confirmé su asistencia a la celebración.

—Gracias, Franco. Puede retirarse.

—Con permiso señora —Se dirigió hasta la puerta, pero luego se detuvo girándose lentamente hacia ella.— Olvidé deci
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