Los Fiorini

Trastornada ante aquella idea, Liliana giró la llave y encendió su coche. Su presencia en aquel lugar, no tenía el más mínimo sentido. Dejó la cartera en el asiento de al lado y fue entonces cuando recordó el sobre.

Un escalofrío recorrió su espalda haciéndola estremecer, deslizó su mano temblorosa y lo tomó.

¿Habría alguna respuesta a sus dudas dentro de aquel sobre? Se preguntó a sí mima ¿Y si eran fotos de él con su amiga?

—¡Mierda, m****a! —exclamó con frustración.

Estaba perdiendo la cordura, su mente la llevaba de un extremo a otro. Por un lado, quería pensar que eran sólo ideas que provenían de sus celos, pero por otro lado, necesitaba descubrir la verdad.

Con los dedos temblorosas, Liliana sostuvo el sobre entre sus manos. La solapa sellada del sobre, parecía una barrera resguardando el secreto contenido en su interior.

Liliana respiró profundamente, llenando sus pulmones de aire, y luego, con un movimiento deliberado, introdujo su dedo índice bajo la solapa del sobre, aún así no logró destaparlo. Presa de la angustia y la ansiedad, terminó rasgando el sobre.

Un ligero escalofrío le recorrió la espalda mientras miraba dentro del empaque.

¿Qué secreto contenía el sobre? ¿Qué verdad iba a descubrir?

Introdujo su mano y tomó la hoja de papel, lo primero que percibió fue que había un mensaje escrito con bolígrafo. Aquella, aquella letra era la de su marido. Nuevamente su corazón se aceleró con fuerza, Liliana cerró los ojos y respiró hondo con intención de calmarse.

Mientras leía aquella carta, la frustración, la culpa y el dolor la invadieron:

“Amada, mía. Te juro que lo que menos deseaba obsequiarte en nuestro quinto aniversario de bodas, era una noticia como esta. Dudé mucho antes de escribir esta carta, pero sé que sería la única forma de que creyeras que soy yo, el emisario de la misma. Estoy en un hospital de Sicilia, fui herido en una emboscada que me han tendido algunos enemigos. No tengo tiempo para explicarte algunas cosas, pero necesito que vengas a Sicilia. Dentro del sobre hay un boleto de avión. Te espero, mi amor.

Siempre tuyo, Enzo.”

La pelinegra sintió como las lágrimas descendían por sus mejillas empañando su visión. El papel blanco comenzó a humedecerse con su llanto. Liliana pasó el reverso de su mano por su rostro y apartó la carta hacia un lado.

Rompió en llanto, apoyó sus manos sobre el volante y lloró por algunos segundos. Había acusado a Enzo de traición cuando él estaba gravemente herido en Sicilia. La culpa la azotó sin piedad ni compasión. Se sentía como la peor persona del mundo había sido capaz de creer que su mejor amiga y su amado esposo le habían mentido y traicionado.

La luz alta de un coche frente a ella, la hizo reaccionar. Levantó el rostro y el parpadeo de los focos la encandilaron por un segundo. Aunque aquella luz la perturbó, fue como un destello de claridad necesario para que la pelinegra reaccionara y saliera de aquel estado emocional que parecía paralizarla.

Tomó el sobre y sacó el boleto aéreo. Bajó del coche sólo con el boleto en la mano y las llaves del auto. No había nada que pensar, sólo debía actuar y eso hizo.

Se dirigió hacia la recepción de la agencia área para realizar el checkin, su vuelo saldría en apenas unos minutos. Media hora para ser exactos.

—¿Me permite su boleto? —solicitó la empleada.— Debe pesar su equipaje —sugirió la joven.

—No, no tengo equipaje —contestó con firmeza.

—Su vuelo está próximo a salir. Por favor, puede dirigirse a la zona de embarque.

Liliana asintió y caminó hacia el área señalada. Por segunda ocasión, se convirtió en el centro de atracción del resto de los pasajeros, incluyendo de un hombre trajeado de negro, quien no le quitaba la vista de encima.

A la hora de embarcar, subió al avión y se sentó del lado de la ventanilla. Segundos después, el hombre de mirada inquisidora se sentó justo a su lado. Liliana sintió un segundo escalofrío erizarle la piel y un estremecimiento la recorrió desde adentro.

El avión despegó mientras ella revivía mentalmente todos los hermosos momentos vividos junto a su amado Enzo. Pronto, una lágrima comenzó a deslizarse por su rostro. Ella la secó con sus dedos. Mientras el hombre a su lado la observaba de reojos.

—Tenga —dijo, entregándole un pañuelo. Liliana volteó a verlo y se encontró con su fría mirada, que parecía perforar su alma. Aún así, no pudo evitar que su presencia la abrumara.

—Gracias —susurró, tomando el pañuelo y secando su rostro. Luego se lo devolvió.

Aquel hombre de barba incipiente y cabello oscuro recogido en una coleta, irradiaba cierto misterio. Sus ojos, profundos y oscuros, parecían contener emociones reprimidas, lo que hacía que su presencia fuese intimidante.

Al llegar al aeropuerto, Liliana fue rápidamente al área externa para tomar un taxi.

¿Un taxi? ¿Un taxi que la llevaría a dónde? En la carta Enzo no le dio grandes explicaciones. Nuevamente su mente inquieta comenzó a llenarla de preguntas y dudas.

¿Por qué Enzo estaba Sicilia, si se supone que debía estar en Londres? Obviamente nunca estuvo en Londres, pensó de forma maliciosa y si estuvo en Londres ¿Qué demonios hacía en Sicilia? Lo poco que recuerda sobre ese lugar, es que Enzo nació en esa localidad y que su familia continuaba viviendo allí.

Liliana sabía muy poco sobre los Fiorini, nunca había tenido la oportunidad de verlos o conocerlos personalmente, a pesar del tiempo que llevaba casada con Enzo. Elena Fiorini, la madre de Enzo nunca aceptó que él eligiera a una chica como ella, de una clase social baja y con un estatus tan diferente al suyo, como esposa.

“Es una arribista” escuchó decirle a la arrogante mujer, durante una llamada en la que Enzo le informaba sobre su pronta boda. Para Liliana, los Fiorini eran una familia totalmente desconocida, ya que Enzo siempre fue muy reservado en ese tema, al igual que con sus ‘negocios’.

Sin embargo, el amor y protección que él le ofrecía, fueron motivos suficientes para que Liliana pudiera sobrellevar ambas situaciones.

Mas, en ese preciso momento, eran ellos los únicos que podían darle información sobre su amado esposo. Debía dar con ellos. ¿Pero como? Quizás con las redes sociales, se respondió a sí misma.

Repentinamente se percató de que había dejado su cartera y su celular dentro de su coche en el aeropuerto.

—Cálmate y piensa, Liliana. —Se dijo a sí misma, mientras miraba de un lado a otro buscando una cabina telefónica, en la cual pudiese realizar un par de llamadas.

A unos cuantos metros de ella, el hombre de traje negro, la observaba sin perderle el rastro. Podía ver su angustia y su nerviosismo. En un acto de compasión se encaminó hacia ella, pero justo en ese momento, Liliana fue hasta donde estaba uno de los vigilantes del aeropuerto, lo cual lo obligó a detener su avance.

Vuelta un manojo de nervios y con un uso precario de su italiano, la pelinegra logró explicarle al uniformado, su situación. Por suerte para ella, el vigilante hablaba muy bien el español logrando entender su angustia. Aquello le devolvió algo de sosiego.

El hombre en un gesto de gentileza, le facilitó su propio móvil. Liliana se apartó un poco de él para concentrarse en lo que debía hacer. Lo primero que hizo fue llamar a Enzo, pero su teléfono celular permanecía apagado. La angustia aumentó dentro de su pecho. Como segunda opción decidió llamar a Karem, a pesar de sus divergencias, ella era la única que podía ayudarla.

El móvil sonó un par de veces y fue directo a la contestadora, Liliana con la voz trémula y ahogada alcanzó a decirle en su mensaje lo que estaba ocurriendo. “Estoy en Sicilia, Enzo tuvo un accidente. Necesito tu ayuda”.

La angustia crecía vertiginosamente dentro ella, por lo que volvió a llamar al número privado de Enzo, tampoco obtuvo respuesta. Sin querer abusar del gesto amable del vigilante, se acercó a él y le entregó el móvil.

—Gracias, señor.

—¿Logró comunicarse? —preguntó el vigilante con un tono amable. La apariencia de aquel hombre era afable, debía tener algunos cincuenta años, por alguna extraña razón generó confianza en ella.

—No, no pude hablar con mi esposo. —Su voz reflejaba su pesar.

—¿Qué hace en Sicilia? —interrogó con curiosidad— Me disculpa la intromisión, pero su manera de vestir no es usual y menos en un aeropuerto.

—Es una historia un poco larga de contar. —contestó ella, moviendo sus manos y entrelazando sus dedos de forma ansiosa.

—Quizás si me dice a quién busca pueda ayudarla. Llevo toda la vida viviendo en Sicilia. —afirmó— ¿Quién es su esposo?

—Enzo Fiorini —contestó ella.— ¿Por casualidad lo conoce a él o a su familia?

El rostro amable del vigilante se endureció de forma abrupta.

—Disculpe debo trabajar. —contestó visiblemente nervioso y se echo a andar mientras Liliana, le gritaba:

—Aguarde por favor, aguarde.

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