Un plan premeditado

—Aguarde por favor, aguarde. —Los gritos de Liliana fueron en vano, el hombre caminó de prisa sin volver la vista atrás hasta que finalmente desapareció de su vista.

La brisa fría de la noche hizo estremecer a la pelinegra. Se abrazó a sí misma sintiendo como su cuerpo reaccionaba ante el miedo y la incertidumbre que la abrumaban en ese instante. Miró a todos lados sin saber qué hacer, a lo lejos vio la parada de taxis. Cuando se disponía a caminar, observó una lujosa camioneta negra con vidrios oscuros que se acercaba en dirección a ella.

Una de las puertas delantera del auto se abrió y de forma abrupta, el hombre vestido de saco y corbata negra, descendió del lujoso auto. Sus facciones eran duras y su mirada, fría.

—¿Es usted Liliana Fiorini? —preguntó, sujetándola del brazo con rudeza.

Liliana abrió los ojos tan grandes que estaban a punto de salirse de su órbita. Con voz trémula, alcanzó a preguntar:

—¿Q-quién es usted?

—Entre de una vez. —Le respondió el hombre y la obligó a subir a la camioneta con la ayuda de su acompañante.

—¿A dónde m-me llevan? —cuestionó. La angustia se reflejaba no sólo en el tono de su voz sino en su mirada— ¿Quién los mandó a buscarme? —preguntó ansiosa. Ella necesitaba una respuesta.

—Pronto lo sabrá señora —contestó parcamente el conductor, mientras echaba a andar la lujosa camioneta.

En un impulso repentino, la pelinegra intentó pedir ayuda, presionó el botón ubicado en el apoyabrazos para abrir la ventanilla, mas no consiguió abrirlo, acto seguido jaló del gancho de la puerta sin obtener ningún resultado.

El guardaespaldas volteó a verla y sonrió de forma malévola mientras le advertía:

—No lo intente señora. Nada de lo que haga para huir, le va a funcionar.

La camioneta Aston Martin Valkyrie, no sólo estaba blindada por todas partes, sino que era híbrida una parte funcionaba de forma manual, la otra de forma eléctrica.

El rostro de Liliana palideció al oír aquella respuesta.

—Detenga el coche y déjeme salir de aquí —advirtió en tono firme.

El guardaespaldas colocó el auricular de sus manos libres y se ocupó en responder la llamada entrante. Habló en perfecto italiano, evitando que Liliana pudiese entender aquella conversación.

—Tutto sotto controllo, abbiamo la signora Santos in nostro potere. —En aquella respuesta, el hombre le informó a su jefe sobre el avance de aquel plan fraguado de forma premeditada.

Liliana, apenas pudo entender que se referían a ella, cuando aquel hombre mencionó su apellido de soltera.

¿Quién la había mandado a buscar? Se preguntó angustiada.

Sólo había dos posibilidades: la primera que se tratase de Enzo; la segunda y en el peor de los casos, de su familia, los Fiorini.

Liliana se reclinó en el sofá, en aquel momento se sentía impotente y vulnerable; nada de lo que ella hiciera serviría para escapar de sus captores. Respiró profundamente manteniendo en el fondo de su corazón, la esperanza de que aquellos hombres la llevarían al lado de su esposo, era lo único que en realidad deseaba.

Aferrándose a esa idea, la pelinegra trató de calmarse. Mientras el conductor salía de la autopista y tomaba la carretera hacia una zona costera, ella se detuvo a observar el paisaje nocturno. A ambos lados de la solitaria carretera, sólo podía verse grandes arbustos, dispuestos en una larga hilera. La vía, apenas se veía iluminada cuando el destello de las luces de los coches se aproximaban hacia ellos en sentido contrario al de la camioneta.

Minutos más tarde, el coche se detuvo frente a una lujosa mansión.

Los dos hombres descendieron con rapidez dando mayor tensión a aquella situación.

—Baje del coche —ordenó uno de los hombres abriendo la puerta contraria a la de ella.

Liliana se rodó sobre el asiento de cuero negro, sujetándose con ambas manos del asiento delantero. Finalmente salió de la camioneta algo aturdida. El guardaespaldas la sujetó del brazo y la condujo hasta la entrada principal de la elegante mansión.

—¿A dónde me llevan? —interrogó con voz trémula.

—Deje ya de hacer preguntas, señora. —tiró de ella con fuerza.

—¡Auch! —Liliana se quejó— Me está lastimando, animal. —esgrimió. La mirada oscura del guardaespaldas se clavó en ella.

—Caminé, todas sus preguntas y quejas se aclararán muy pronto. —dijo con tono sarcástico.

La puerta principal se abrió y del otro lado, la empleada de servicio, elegantemente vestida, asintió con su cabeza en señal de aprobación:

—Está en la biblioteca. —contestó.

El guardaespaldas entró arrastrando a la pelinegra, se adentró por el largo pasillo, mientras ella observaba con asombro aquel lujoso lugar. Aunque su casa era hermosa y ostentosa, aquella mansión superaba en gran medida la ornamentación y sofisticación de la suya.

El hombre se detuvo frente a la puerta, dio un par de golpes y desde adentro se escuchó la voz de una mujer. El guardaespaldas movió el picaporte con precisión y una vez que la doble puerta se abrió de par en par, empujó a la chica de forma abrupta.

Liliana dio varios tras pies, tambaleándose y enredándose con la falda de su largo vestido, cayendo de rodillas ante la imponente mujer.

—Déjenme a solas —ordenó.

La joven rubia que la acompañaba se dispuso a salir; al pasar junto a Liliana la miró con lástima, como si estuviese viendo a una criatura indefensa a punto de morir. Salió de la habitación, seguida por uno de los escoltas.

Liliana se aferró al escritorio con dedos temblorosos e intentó levantarse del piso, cuando sintió un golpe en los nudillos de los dedos que era propinado por Elena con su bastón de hierro recubierto de cuero pulido. Un grito de dolor escapó de sus labios, y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras la mujer sonrió con una sonrisa fría y calculadora, como si estuviera disfrutando de la agonía de Liliana.

—Finalmente nos conocemos —dijo en un español algo precario, y se desplazó por la lujosa oficina con una confianza que hizo que Liliana se sintiera aún más vulnerable.

—¿Quién es usted? —preguntó Liliana, a pesar de sus sospechas.

Elena la miró con una expresión de desprecio y repugnancia, sus labios fruncidos y sus ojos entrecerrados como si estuviera oliendo algo desagradable.

—Elena Fiorini, la peor enemiga que has podido encontrar en tu vida, maldita arribista. —espetó.

Liliana sabía del rechazo que aquella mujer sentía hacia ella, pero jamás imaginó que la magnitud de su odio fuese tan grande.

—¿D-dónde está Enzo? —preguntó Liliana, su voz temblorosa.

La expresión en su rostro reflejaba su angustia, sus ojos llenos de lágrimas y su boca temblorosa como si estuviera a punto de gritar.

Elena se acercó a Liliana, con una sonrisa cruel, y envolvió su cabello en su mano como si fuera una cuerda. Luego, con un movimiento brusco y violento, tiró de su melena hacia atrás, haciéndole que Liliana se levantara de golpe.

—¿En verdad quieres saber lo que le pasó a mi hijo? — preguntó Elena arrastrando sus palabras— ¿Estás preparada para escuchar esto? —Esta vez sus palabras brotaron en un hilo de voz como quien tiene un oscuro secreto que revelar.

Liliana se tambaleó hacia atrás, como si estuviera a punto de caerse, y su mirada se clavó en su suegra. Un “Sí” salió de sus labios como un susurro.

—¡Mi hijo, ha muerto!

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