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*—Lay:

Era un hombre que seguía siempre las reglas, puesto que odiaba que la gente lo señalara con el dedo y fallar no estaba en su vocabulario. Era por esto que siempre hacia lo que su jefe, Damien Bates, decía, incluyendo cumplir su pedido de siempre, aquel que solo sucedía los domingos cuando…

—Te estoy esperando, Layonel —dijo Damien Bates fuertemente al ver que Layonel seguía en el mismo lugar luego de reportar su visita al Oscuro, el cual era el club nocturno para homosexuales que supervisaba cada domingo.

Layonel hizo una mueca y le dio una mirada a su jefe, quien se veía impaciente y esperaba por este.

No quería ceder, últimamente se estaba haciendo el difícil, pero era más porque su corazón no podía seguir soportando esto. Su jefe seguía dándole alas, pero a su vez, seguía desapareciendo cada noche con sus amantes.

Ya no sabía que pensar.

—Las reglas deben seguirse y recuerda que día es hoy, Layonel —insistió su jefe Damien con su profunda voz que hacía que cualquier que la escuchara se derritiera y se desnudara, mientras lo llamaba por su nombre completo. Era la única persona que lo llamaba Layonel y aunque Lay odiaba su nombre, cuando Damien lo llamaba con este, Lay admitía que le encantaba.

El aura que emanaba Damien era muy sexual, cada poro de su cuerpo exudaba sexo, pero era algo obvio, pues Damien se veía como una máquina de eso. Era tan grande y alto que Lay tenía que levantar la cabeza cuando estaban frente a frente y estar a su lado hacía que su respiración se cortara. Bueno, no tan solo era por la intimidante presencia de Damien, era porque a Lay le gustaba su jefe.

Lay asintió en relación al comentario de su jefe.

—Lo sé, señor Bates —reafirmó Lay, sabía perfectamente que era domingo.

—Damien —recalcó su jefe, pues este odiaba que lo llamaran señor cuando según él, decía que era joven a sus 35 años, pero Lay podía ver algunas canas en su cabello negro echado hacia atrás con gomina. Estaba más cerca de los 40 que de los 30, pero Lay no se lo iba a decir.

—Señor Bates —repitió Lay sin dejar atrás el formalismo. No iba a tutear a su jefe por más que este lo exigiera, lo sentía, pero lo seguirá llamando formalmente, esto le ayudaba dibujar la línea entre ellos, línea que desde hace mucho tiempo Lay quería cruzar, pero por mucho que el señor Bates le gustara, no iba a dar ese paso.

Aunque amaba al señor Bates, ya que este siempre fue su protector y el único hombre que le atraía, sabía que no podía cruzar dicha línea. El señor Bates no estaba interesado y no quería perder su trabajo por sentimientos que esperaba que algún día desaparecieran, claro, algún día, aunque Lay esperaba el mismo impacientemente. Seis años después y aún seguía anhelando que el señor Bates mirara en su dirección de una forma diferente.

—¿Y bien? —preguntó el señor Bates mirándolo con una expresión cansada.

Ah, estaba esperando por él.

Lay dejó el IPad sobre el escritorio de su jefe con el que trabajaba día a día para luego llevar las manos a su cinturón. Alzó su mirada verdosa hacia su jefe y al verlo mirándolo fijamente sin un cambio en su expresión, le sonrió. Su jefe era tan inexpresivo a veces.

Soltó un suspiro y sin dejar de mirar a su jefe, se quitó el cinturón del pantalón de su traje formal para luego atacar el botón y la cremallera de este. Cuando el pantalón estuvo flojo, Lay dejó que este se deslizara hacia abajo por sus piernas. Vio cómo el señor Bates se ponía de pie y rodeaba el escritorio.

Lay se apoyó en este en el momento que sintió a su jefe detrás de él. Pasó saliva con nerviosismo y luego bajó su ropa interior, mostrándole su trasero a su jefe como hacía cada domingo después de visitar el Club Oscuro.

Después de aquel incidente, el señor Bates lo tenía muy vigilado, no tan solo con la seguridad y los empleados del local fijando sus ojos en él con cada paso que daba en el club, si no revisando su cuerpo luego de las visitas de supervisión en el Club Oscuro. Era algo que no había cambiado por más que Lay se negara o que objetara diciendo que era un hombre y que no volvería a suceder. Esto le entraba y le salía por una oreja a Damien y seis años después, la supervisión de su trasero seguía vigente.

Lay tomó sus nalgas y las apartó, dejando que el señor Bates viera su agujero como todos los domingos. Era algo perverso, si, y debería demandarlo por acoso, pero Lay admitía que disfrutaba de Damien revisando su trasero para ver si había sido mancillado en el Club Oscuro. Este no lo tocaba no comentaba sobre ello, solo verificaba su agujero con sus ojos pues este entendía que, si estaba enrojecido o hinchado, se debía a que había sido tocado, pero cada revisión siempre arrojaba el mismo resultado: no había sido tocado por nadie y su virtud seguía intacta, al menos un poco.

—¿Ve algo diferente, señor Bates? —le preguntó Lay con un tono divertido como siempre y cada vez que llegaban los domingos—. Lo mismo de siempre, ¿verdad? —continuó y escuchó como Damien resoplaba detrás de él.

Desde lo que pasó aquella vez en donde un cliente lo lastimó y casi lo viola, Damien siempre lo revisaba para ver si alguien lo había tocado. Al principio Lay había estado temeroso de que su jefe le chequeara el trasero, pues esto era una línea que no se debía de cruzar, pero Damien siempre se vio tan preocupado y odiaba que anduviera en el Club Oscuro sin importarle que tuviera a alguien a su lado o no, el señor Bates simplemente lo odiaba, pero era el trabajo de Lay supervisar dicho lugar para reportarle a su jefe, así que por mucho que se quejó, Lay continuó haciendo su trabajo como era debido.

Entendía su preocupación, pero desde ese incidente habían pasado seis años y ya no era el mismo joven ingenuo de aquella vez, y aunque pasaron otros incidentes que no fueron tan graves como el primero, Lay podía defenderse si volviera a pasar.

Además, había puesto mucho de su parte después de ese suceso, por lo cual, meses después de lo que pasó, decidió asistir a clases de Kick-boxing por orden de Damien solo para que aprendiera a defenderse en caso de que volviera a suceder. Las mismas le habían ayudado a mejorar su cuerpo y con el tiempo, la cara y el cuerpo de niño que había tenido Lay, había desaparecido. Ahora se veía como todo un hombre y dudaba que alguien volviera a confundirlo con un gatito pasivo que necesitaba ser domado.

—Todo está en orden —escuchó que el señor Bates decía detrás de él y luego sintió cómo se movía. Lo vio caminar de regreso a su sillón ejecutivo y sentarse en este.

Lay se colocó derecho y se arregló la ropa. Tomó su tableta electrónica para comenzar a hablarle a su jefe del club. Sin embargo, no dejó de pensar en Damien revisándolo. ¿Qué pensaba de su trasero? ¿Le gustaba lo que veía? ¿Cuándo iba a dejar eso? Lay no sabía porque lo hacía, ya no había necesidad. A veces le gustaba pensar que Damien gustaba de él, pero nunca se había propasado más que revisándole el trasero. Sabía perfectamente que a su jefe no le interesaba de esa manera, Damien lo había dicho varias veces y Lay había visto a Damien con otras personas para reafirmarlo.

Entonces, ¿por qué lo seguía haciendo?

Era una pregunta que dudaba que obtuviera alguna respuesta y tampoco Lay iba a preguntar, pues una parte de él le encantaba cuando Damien lo revisaba, algo que era perverso, pues era el único momento íntimo que podía tener entre ellos y más de ahí, nada iba a suceder.

Después de reportar su visita al Club Oscuro, Lay se preparó para irse a casa. Eran las dos de la mañana y era el final de su jornada. El señor Bates se quedaba siempre un poco más en su oficina que estaba en un lugar estratégico cerca de los cinco clubes nocturnos que poseía, solo para revisar y darle tiempo a Lay para que se fuera para que pudiera hacer y deshacer. Seguro iría al Rouge o al Oscuro a buscar alguna conquista, sea cual sea su sexo.

Lay moría de celos cada vez que tenía que enviarle flores a alguna de sus conquistas después de una loca noche de pasión, pero no podía negarse a ello, era su trabajo como su asistente, sin embargo, era deprimente.

¿Por qué no lo olvidaba? Era solo un amor no correspondido de Lay por su jefe que nunca despegaría. Sabía que estaba mal, pero no podía evitarlo, Damien era todo lo que él deseaba y que no podía tener. Siempre había sido gay y durante su crecimiento había tenido miedo de experimentar, por lo cual, aún seguía siendo virgen a sus 30 años y no quería tener sexo con nadie que no fuera Damien, pero sabía que no iba a pasar. Era solo un deseo suyo que no se iba a cumplir nunca y tenía que tatuárselo entre ceja y ceja para que lo entendiera.

—Pase buenas noches, señor Damien —le deseó Lay regresando de su puesto fuera de la oficina de su jefe.

—Pediré que te lleven —ordenó Damien tomando su teléfono para llamar a su chofer.

—Regresaré en un taxi —agregó Lay rápidamente como siempre cada vez que Damien le ofrecía tal servicio.

—Me sentiré más seguro si mi chofer te lleva, Layonel —murmuró Damien llamándolo por su nombre una vez más y Lay tragó nervioso. Cuando Damien lo llamaba por su nombre, Lay se excitaba porque en sus fantasías, había una en donde su querido jefe lo empujaba contra su escritorio y lo follaba mientras llamaba su nombre.

Lay mantuvo la compostura.

—Estaré igual de seguro —le aseguró Lay.

Sabía que vivía en un área no muy segura de la ciudad, pero nunca había tenido problemas allí y eso que tenía años viviendo en aquel lugar. No sabía cuántas veces habían tenido esta discusión una y otra vez, y su jefe seguía insistiendo. Por mucho que Lay ganara, no podía permitirse un nuevo lugar. Aún no había pagado del todo las deudas.

—Layonel…

—¿Mi virtud otra vez? —le preguntó Lay arqueando las cejas y suspiró—. Estaré bien, señor Bates.

—Mi apartamento está a tu orden en caso de que quieras dejar ese cuchitril, ¿de acuerdo? —murmuró el señor Bates y Lay lo ignoró, como siempre cada vez que su jefe le ofrecía vivir con él.

Se despidió de su jefe y se fue de allí rápidamente antes de que el mismo continuará tratando de hacerle cambiar de opinión. Ni aunque la tierra se congelara viviría en el mismo apartamento que su jefe. Eso sería muy masoquista y sería muy difícil ver el desfile de amantes saliendo y entrando del lugar, sabía que su jefe no iba a hoteles y que prefería hacerlo en la comodidad de su hogar. Algo loco, pues sus conquistas podían atentar contra su vida o hacer algo estúpido, pero así era Damien.

Ya había pedido el Uber por lo cual, cuando salió del edificio donde estaban las oficinas del señor Bates, se subió rápidamente al vehículo.

En el trayecto de regreso a su casa, pensó en Damien. Esta situación estaba desgastándolo, estaba enamorado y sabía que nunca iba a ser correspondido por su jefe. No entendía porque dejaba que este le revisara el trasero y que le diera alas cada vez que lo hacía, también porque seguía allí sabiendo que nunca iba a obtener nada más que una sonrisa suya.

¿Debería renunciar y cambiar de vida?

Cuando llegó a casa, estaba muy deprimido, pero cuando entró al cuarto de baño y vio a su amigo, Lay se alegró.

Antes de meterse a la ducha, decidió verificar a su gato negro Benito, quien estaba durmiendo plácidamente encima de su cama.

Se quitó luego el traje con el que trabajaba y luego fue al cuarto de baño, metiéndose luego en la ducha. Tomó un bote de lubricante en el estante en la ducha y vertió el líquido en su mano, calentándolo antes de inclinarse y frotar el mismo en su raja palpitante. Acarició su ano como siempre hacía cada vez que estaba excitado y que necesitaba venirse para sentirse pleno. No era la primera vez que lo hacía, así que sus dedos entraron con facilidad en su raja.

Lay gimió el nombre del hombre que tanto deseaba mientras se follaba el ano con sus dedos, pero no iba a tocar el cielo con esto, así que los sacó y se volvió hacia el objeto de goma que estaba pegado en el cristal de su ducha. Tomó el bote de lubricante y vertió una gran cantidad en el objeto, esparciendo el líquido por toda la longitud del mismo.

Cuando estuvo listo, una sonrisa apareció en los labios de Lay.

—Hola Damien —saludó a su amigo en el baño usando el nombre del hombre que deseaba.

Cada vez que tenía revisión con el señor Bates, cuando regresaba a su casa, Lay evocaba sus recuerdos para masturbarse y fantasear con Damien mientras usaba a su querido Dildo de 20cm que había apodado con el nombre de su jefe. Era uno de sus momentos favoritos, porque como el recuerdo del señor Bates revisando su ano estaba tan fresco en su mente, Lay hacía uso de él para darse placer.

El Dildo llenaba su agujero como siempre, pero de igual forma, no era suficiente. Quería sentir la carne caliente de Damien deslizándose por su ano y luego este viniéndose dentro de él, pero era una fantasía suya que nunca sucedería, así que tenía que conformarse con esto.

Se vino más rápido de lo que esperaba, pues aquel día estaba muy excitado y deseo continuar, pero estaba muy cansado. Cuando se metió a la cama, Lay no pudo conciliar el sueño a pesar de que estaba cansado, pero era porque como cada domingo, las mismas preguntas lo abarcaban.

¿Cuándo iba a ser el día en que iba a superar al señor Bates y encontrar una pareja? Estaba cansado de masturbarse solo y a nombre de su jefe, quería algo propio, un amor mágico como los demás, pero su obsesión con su jefe no dejaba que lo superara y que mirara a otros machos.

¿Acaso para ello debería dejar su trabajo y alejarse del señor Bates?

Si quería ser feliz con alguien y encontrar ese amor mágico que tanto deseaba, tenía que empezar a alejarse de la persona que provocaba su infelicidad y ese era su jefe. Por más que le gustara, Damien y él nunca podrían ser nada más que jefe y empleado, así que, quizás debería comenzar a trazar nuevos planes. Estar al lado de Damien comenzaba a ser doloroso.

Parecía que renunciar y alejarse era la única opción y Lay estaba pensándolo con más ahínco que nunca.

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