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*—Damien:

¿Qué había estado pensando al aceptar la descabellada idea de Layonel?

La cabeza de Damien fue hacia atrás, golpeando el reposacabezas de su vehículo.

No podía creer que tal idea hubiera salido del ingenuo Layonel. ¿Nalgadas? Aún no podía superar lo que había hecho.

La vista de Damien fue hacia su mano derecha, la cual aún sentía escociendo.

Las nalgas de Layonel siempre habían sido del agrado de Damien, eran llenas y de un color pálido. Cuando lo revisaba los domingos, las ganas de tocar su culo nunca lo dejaron ser, pero al fin lo había hecho y debía decir que se sentía maravillosamente bien.

Eso no era lo único que se sintió bien.

Damien cerró los ojos y reprodujo en su mente los recuerdos de lo que pasó hace un rato.

Sus gemidos eran música para sus oídos y como llamaba su nombre con su dulce voz había sido magnífico. Layonel era una tentación andante y no entendía cómo es que había durado tanto tiempo sin comérselo. Seis años era mucho tiempo y aunque no lo había sabore
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