Alexander es un niño humano que un extraño día resulta transportado a una dimensión paralela, donde se encuentra con Jeorg y Yaroit, quiénes son los últimos sobrevivientes del planeta Daosled, destruido hace treinta años. Los tres tendrán que enfrentarse a Efxil y Dyhret, mercenarios que intentan asesinarlos y los Cinco, antiguos aliados de Jeorg. La posibilidad de convertirse en un "ser dual" hace que Alex al principio piense que es parte central de la historia, descubriendo poco a poco que solo pasó a formar parte de un universo mucho más grande, lleno de intrigas, ciencia, poderes enfrentados y años de historia. A su vez, la búsqueda de tecnología Daoslediana en la Tierra involucra al ejército humano en la ecuación, provocando una guerra que no terminará de buena forma para ninguno de los involucrados. ¿Podrá Alex superarse a sí mismo o sucumbira ante el poder de Daosled y los Daosledianos?
Leer más— ¿Crees que volverá? —La voz de la chica sonaba preocupaba, su semblante no era el mejor. La pena y el cansancio hacían estragos en su aspecto. Negras ojeras estaban debajo de sus ojos.—No lo sé. —El hombre no le podía dar una respuesta más sincera.Yaroit permaneció en silencio, jugando con su emblema dorado de las Fuerzas Macpar. Las heridas que cubrían su pecho y rostro ya se estaban curando, dándole cada día una apariencia más sana sino fuera por qué lo sucedido con el niño no la dejaba en paz.Jeorg lo sabía y entendía su sufrimiento, por lo tanto intentaba ser lo más amable con la chica. ¿Pero que podía hacer él más que eso? No sabía si el niño estaba en coma o algo así, no sabía si despertaría cuando su estado mejorase, no sabía nada sobre los duales.
Apenas alcancé a entender que sucedía.Miraba a la enloquecida Dyhret cuando su fusil fue disparado con un ruido atronador que me provocó cerrar los ojos y sentí un empujón tan fuerte que me hizo retroceder. El silencio siguió a la acción. Al mirar asustado, creí por un segundo que su ataque no logró nada, siendo que no encontré ninguna herida en los cuerpos de los Daosledianos a más de las que ya tenían.Zeqdas se lanzó hacia la mujer y la derribó con sus últimas fuerzas. Yaroit se acercó como pudo y juntas, ambas chicas arrojaron lejos a nuestra atacante, dejándonos fuera de peligro.En el mismo momento en el que me di cuenta de que todos me estaban mirando a mí, sentí un agudo dolor en el pecho y el miedo atenazó mi corazón. El cielo era gris, el olor acre del humo inundaba el ambiente. La fina lluvia caía p
El niño se acercó al Original y a la chica.Jeorg, Alex y Yaroit confrontaron a los Cinco y a los Guapos. Ambos Daosledianos lograron levantarse del primer ataque al mismo tiempo que el niño llegaba corriendo, con los ojos bien abiertos y un apenas visible resplandor cubriendo el metal que lo protegía. Asustado, se colocó a la izquierda del hombre. Ni siquiera él mismo sabría decir por qué abandonó su lugar seguro.Los tres miraron a sus enemigos con el precipicio frente suyo, la pequeña ladera a sus espaldas y los mercenarios de Gabriel recogiendo a su líder y dirigiéndose ladera arriba. A los siete no les importo ver a esos humanos, ellos no eran sus objetivos. El único humano que les hubiese gustado asesinar ya estaba muerto y su cadáver yacía por ahí abajo, con los ojos abiertos y el pecho sangrante,
—Symeon no está.Escuché miedoso las palabras de ese hombre. Jeorg lo miró con una mezcla de fastidio y enojo. A pesar de la apariencia de maleante del tipo, el que más temor me daba era el Daoslediano.— ¿Gabriel, cómo que no está? La reunión era con él.Nos encontramos con el mercenario en un barrio muy periférico de Quito, donde esperábamos no llamar demasiado la atención. El hombre que hablaba con Jeorg era alto dentro de los estándares humanos, corpulento, de piel casi morena y ojos negros. Su cabello largo está bien peinado hacia atrás, envuelto en una tensa coleta.Al ver el tipo de lugar y de gente con la que trataríamos me quedé anonado y Yaroit intentó tranquilizarme con una simple frase. "Estamos reuniendo un ejército", contó, suponiendo que no hacían falta más explic
<<Estás solo>>.Tras la ventana, los anaranjados rayos tristes de sol caían por sobre las laderas de las montañas de ese planeta tan verde, que fue su hogar durante los últimos tres años de su vida.El estómago le dio un vuelco, su mente le jugó una mala pasada. Por un segundo le pareció haber vuelto a Laegul, hace treinta años, cuando desde el Palacio Rojo veía como el sol de la tarde caía sobre las montañas que rodeaban la ciudad, dándoles una apariencia fantástica. El barrio Argale era uno de los sitios donde esto era más visible. Recordando, se permitió disfrutar del paisaje algunos minutos, sabedor de que faltaba poco tiempo para que él y la Tierra se dijesen adiós. Por fin.<< ¿Alguna vez encontrarás un paisaje que se le parezca? >>No, nunca más. Había visitad
El atardecer caía sobre las laderas del Ruco Pichincha y sus alrededores.En algún lugar, los jóvenes Daosledianos Maerius Beanver y Zeqdas Macpar, líderes del grupo conocido como los Cinco, terminaban de vendar sus heridas y preparar sus nuevos trajes. En otro, el mercenario alguna vez subcomandante de las Fuerzas Mercenarias Espaciales sin Patria conocido como Efxil Darearc, recogía una reliquia de otros tiempos.— ¿Estás segura de esto?Maerius apagó el televisor y se levantó del sillón que ocupaba mientras subía el cierre del traje nuevo que se estaba probando. Junto a sus hermanos se encargó de reforzar cada traje con tela dieléctrica colocada sobre toda superficie posible, de modo que la protección fuese máxima. Cinco máscaras Kelet, las últimas que les quedaban, esperaban sobre uno de los sillones junto a cinco pares de guantes.
—Se volvió loco. Lo sabes bien.— ¿Qué más podía hacer? ¡Viste los vídeos! Logró debilitarlos, los derribó; con ese lanzacohetes tal vez mato a uno o dos de ellos.— ¡Claro que vi los vídeos! ¡Claro que sé lo que pasó! ¡Por eso es que te lo digo! ¿A qué costo lo logró? Esa noche murieron demasiados por su impaciencia. Si hubiera esperado a la policía, hubiera obtenido la victoria. No defiendas lo indefendible.Sytven retrocedió, molesto. Deynia miró a los reclutas reunirse y formarse, ignorando le expresión molesta de su compañero. Nada le haría cambiar de opinión.Movió los brazos intentando aliviar algo del ardor que le producían las pocas vendas que aun llevaba consigo. Su aspecto sin duda era desastroso, si bien el uniforme cubría la mayor&iacut
Un frío que calaba en los huesos se sentía desde hace horas en el terminal terrestre de la ciudad serrana de Latacunga, acompañado de un viento capaz de estremecer a cualquiera que no estuviese a buen recaudo dentro del edificio principal.Un mal presagio, aseguró Jeynz, con la mirada perdida una vez más. Después de lo visto, ahora Mytlen le creía cualquier palabra que dijese.La rubia chica, que temblaba aun estando debajo de pesadas capas de ropa, terminó de pagar el café con sanduches de mortadela, uno para cada una, que les servirían de merienda a ella y sus hermanas mientras esperaban el arribo del bus que las llevaría al suroeste del país. Por un instante se sintió mal por darles una comida tan pobre a su amiga embarazada y a una niña en crecimiento, pero ambas coincidieron en que no tenía mucha hambre. Cosa extraña, ya que si para algo sirvieron esos d
Maerius descendió de la nave y aterrizó sobre su rodilla, para desplomarse en el frío suelo mientras escupía saliva sanguinolenta, jadeante. La sangre caía gota a gota por su cuerpo y una nube de vapor salía de su boca cada vez que respiraba, con dificultad.Sus hermanos lo siguieron. Efxil y Dyhret llegaron últimos, tan débiles como sus compatriotas. La pelea con Eralet acabó las fuerzas mentales y físicas de los Cinco. Los dos Guapos no estaban mucho mejor, perdiendo su entereza al ser casi asesinados por humanos.Zeqdas se dejó caer y se recostó en una roca cercana, acompañada de sus hermanas. La herida en su pecho aun rezumaba sangre, pero por suerte no era tan grave como en principio pareció. Un poco de líquido curativo que Efxil guardaba en su nave sirvió para que la chica no desfalleciese.Durante un buen tiempo ninguno pronunció pa