SLOANE D’MARCO
Atravesamos largos pasillos y subimos por ascensores. Mi padre estaba en el área ejecutiva del hospital, el nivel con mejores servicios y más costoso. Claro, no esperaba menos.
—Ahí es… —dijo Celia señalándome la habitación.
—¿No vienes conmigo? —pregunté levantando una ceja y ella negó. ¿Así o más obvio que algo andaba mal?
Avancé sintiendo que mi párpado comenzaba a temblar desde antes de enfrentarme a mi padre, pero cuando entré a la habitación me quedé congelada. Había un enfermero ahí y estaba preparando una inyección. El cubrebocas ocultaba la mitad de su rostro y su mirada se clav&oacu
SLOANE D’MARCO—¡Ay si, ya! ¡Suficiente de melosidad! Me dan ganas de vomitar —reclamó Luca antes de ponerse al lado de Derek—. Finge que estás bien sino te detendrán aquí y entonces no podremos sacarte, la policía llegará y todo el esfuerzo de Eliot se habrá ido a la basura por unos ojos coquetos. —¿El esfuerzo de Eliot? ¿De qué hablas? ¿Dónde está? —pregunté en un susurro mientras abrazaba a Derek por el torso con más fuerza, convirtiéndome en su apoyo para caminar. —Huyendo de la policía —contestó Luca en un susurro. Salimos del hospital intentando fingir que todo estaba bien. Vi a lo lejos a Celia que parecía estar acosando a los doctores, buscando respuestas. Desvié la mirada rogando para que no se acercara a mí. Cuando rebasamos la puerta, la brisa helada chocó con mi cuerpo, haciéndome temblar. De inmediato Derek me cubrió con su abrigo, escondiéndome dentro de él. Mi corazón se aceleró y alcé la mirada para ver su rostro demacrado. Apreté los labios y lidié con el escozor en
JIMENA RANGEL—Jimena… solo, por favor, hablemos —pidió Bennet tomando mi mano, suplicando con esos ojos de cachorro bajo la lluvia que tantas veces me doblegaron—. Creí que enfocarme en mi vida profesional y en mí mismo sería suficiente para olvidarme de todo, y así lo hice, Adam, Sofía, sus nombres no volvieron a hacerme daño, desaparecieron de mi memoria, pero el tuyo sigue ahí, martillando mi cabeza cada mañana. Entreabrí la boca, con el corazón acelerado y los ojos húmedos, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta se volvió a abrir, dejándome ver a Luca y a Sloane sosteniendo el cuerpo de… ¿Eliot o era Derek? ¡Carajo! ¡¿Qué había pasado?!—¡Necesitamos a un doctor! —exclamó Luca, luchando junto a Sloane. Ese hombre había llegado en calidad de bulto. Bennet de inmediato se precipitó hacia él. Buscó con la mirada un lugar donde poder atenderlo y señaló el sillón más grande. —Jimena, necesito que me ayudes —pidió con seriedad mientras abría su maletín. —¿Yo? —pregunté con
ELIOT MAGNANILlegué hasta las enormes puertas de la mansión de Zafrina, estaba cansado, hambriento y sucio. Me aferré con ambas manos a los barrotes, temiendo que pasará alguna patrulla que pudiera detenerme, pero en cambio, las rejas zumbaron permitiéndome entrar. Fue desconcertante no ver la seguridad de siempre. Entré con desconfianza, atravesando el oscuro jardín. Mis manos punzaban adoloridas, mis palmas y yemas habían sangrado al sujetarme de esas rocas para no caer junto a la camioneta cuando esta saltó por el barranco y la puerta se abrió apenas dándome tiempo para no caer con ella. Tuve que escalar lo más rápido posible para no ser descubierto, provocando que mi cuerpo se cubriera de heridas por esas filosas rocas.Cansado, llegué hasta la puerta principal sin saber qué hacer. ¿Gritaba? ¿Simplemente tocaba y decía: ya llegué? De pronto la puerta se abrió casi en automático cuando levanté mi puño.—Estás hecho un asco… —dijo Zafrina viéndome de pies a cabeza—, pero es bueno
ELIOT MAGNANIDespués de permanecer un par de minutos viéndonos fijamente a los ojos, Zafrina por fin se quitó de mi camino, alejándose por el pasillo con esa esencia firme y dominante que la caracterizaba. Por un momento dudé en abrir la puerta, estaba muy nervioso y no sabía cómo respondería Cristine al volverme a ver. «La ciudad puede dormir tranquila. Después del accidente en la carretera a la altura del kilómetro 38, la policía ha dicho que el convicto terminó en el fondo de un barranco. Por la mañana se procederá con las actividades para recuperar su cuerpo y confirmar su muerte, pero es casi seguro su fallecimiento, pues la altura y la manera en la que se despedazó el auto en el que huía no dejan dudas», dijo el presentador del noticiero con profesionalidad mientras acomodaba sus papeles en su escritorio de cristal.Cristine se había quedado dormida sobre el pequeño sofá viendo el noticiero, sus cabellos descansaban sobre su mejilla mientras se aferraba con ambas manos al con
ELIOT MAGNANILa vi directo a los ojos en el momento que desabrochó mis pantalones y supe que ella deseaba que esto ocurriera tanto como yo. De la misma manera que me había deshecho de su vestido, dejando solo jirones de tela en su cuerpo, tomé sus bragas con ambas manos y las rasgué, ansioso por demostrarle que no era un sueño.Cubrí su delicado cuerpo con el mío, escondiéndola entre mis brazos y las sábanas. Devoré cada centímetro de su piel, recordando su sabor, encontrando especial placer en sus pechos, dejando una pequeña marca: un chupetón sobre su corazón. Sus dedos se enredaron entre mis cabellos cuando llegué a su intimidad, hundiendo mi rostro entre sus suaves muslos, bebiendo de ella, deslizando mi lengua caliente, mordiendo y succionando hasta que su cuerpo comenzó a temblar, haciéndome recordar lo satisfactorio que era cuando podía hacerla explotar solo con la punta de mi lengua. Comenzó a gemir mientras sus caderas se movían, levanté mi mirada para verla retorcerse de
DEREK MAGNANIEntreabrí los ojos e incluso respirar resultaba doloroso, tanto el pecho como la espalda me ardían y no quería moverme ni un centímetro, hasta que sentí un calor que rodeaba mi mano, cuando bajé la mirada vi a Sloane, pegada al borde del sofá, durmiendo apenas en la orilla, apresando mi mano entre las suyas con firmeza. Mi hermosa pelirroja parecía haber estado llorando y me rompió el corazón. Deslicé mi mano de entre las suyas y acaricié su mejilla. Se removió, pero no despertó. —No quiso moverse de tu lado en ningún momento —dijo un hombre en el sillón de enfrente, por la bata deduje que era un doctor. Tenía a una chica rubia sobre sus piernas, profundamente dormida—. Por suerte dormiste toda la noche, si hubieras presentado alguna emergencia, hubiera tenido que quitarlas a ambas de encima de nosotros y creo que a ninguno de los dos nos hubiera agradado perturbar su sueño. Asentí con media sonrisa e intenté incorporarme en el sofá, con una mano me tomé del respaldo
DEREK MAGNANI—Derek… —Su mirada piadosa me rompió en dos. ¿Era normal tener tantas ganas de llorar cuando la tenía entre mis brazos y me veía de esa manera? Con ella me sentía jodidamente vulnerable, capaz de postrarme a sus pies, aferrarme a sus piernas y suplicar por un poco de amor, pero… en cuanto la veía en peligro, era como si me sintiera del doble o triple de mi tamaño, sin hablar de mi fuerza y tolerancia al dolor. Me sentía indestructible cuando trataba de protegerla incluso de la más mínima brisa que pudiera revolver su cabello. La adoraba con devoción absoluta. —Creo que… ahora puedo admitir que estoy loco —contesté intentando sonreír y pegué mi frente a la suya—. No puedes comprender la magnitud de mis sentimientos por ti, Sloane, por ti haría lo que fuera, teñiría las calles de sangre, incendiaría la ciudad, acabaría a quien tú señalaras. ¿Lo entiendes? No hay nada que no haría por ti. —Derek… —insistió y sonrió, pero sus lágrimas corrían por sus mejillas. —Sloane… T
JIMENA RANGEL—Hiciste un maravilloso trabajo con Derek. Pasó la noche y no solo eso, se comporta como si nada le doliera —dije asomada entre las puertas, espiándolo. Al principio tenía miedo de que se fuera a lastimar, pero después me quedé conmovida por el amor que derrochaba por su mujer. —No fui yo —contestó Bennet detrás de mí, desconcertándome con su respuesta—. Si actúa como si nada le doliera es gracias a esa pelirroja. Volteé hacía él, ladeando la cabeza, sin poder comprender bien a lo que se refería.—¿Me dirás que lo curó el poder del amor? —bufé divertida, pero la seriedad en su mirada me hizo disolver mi sonrisa. —Soy médico, creo en lo que mis ojos pueden ver, y he sido testigo de milagros que no pueden ser comprobados por la ciencia —dijo muy seguro mientras acortaba la distancia entre los dos—. Así que sí, a estas alturas, creo en el poder del amor.Tragué saliva y retrocedí hasta que mi espalda se pegó a la puerta. Se me escapaba el aliento cuanto más cerca lo tení