¡Recuerden! Si quieren saber un poco más de Jimena y su relación con Bennet, visiten la historia: la Doctora del CEO.
ELIOT MAGNANILlegué hasta las enormes puertas de la mansión de Zafrina, estaba cansado, hambriento y sucio. Me aferré con ambas manos a los barrotes, temiendo que pasará alguna patrulla que pudiera detenerme, pero en cambio, las rejas zumbaron permitiéndome entrar. Fue desconcertante no ver la seguridad de siempre. Entré con desconfianza, atravesando el oscuro jardín. Mis manos punzaban adoloridas, mis palmas y yemas habían sangrado al sujetarme de esas rocas para no caer junto a la camioneta cuando esta saltó por el barranco y la puerta se abrió apenas dándome tiempo para no caer con ella. Tuve que escalar lo más rápido posible para no ser descubierto, provocando que mi cuerpo se cubriera de heridas por esas filosas rocas.Cansado, llegué hasta la puerta principal sin saber qué hacer. ¿Gritaba? ¿Simplemente tocaba y decía: ya llegué? De pronto la puerta se abrió casi en automático cuando levanté mi puño.—Estás hecho un asco… —dijo Zafrina viéndome de pies a cabeza—, pero es bueno
ELIOT MAGNANIDespués de permanecer un par de minutos viéndonos fijamente a los ojos, Zafrina por fin se quitó de mi camino, alejándose por el pasillo con esa esencia firme y dominante que la caracterizaba. Por un momento dudé en abrir la puerta, estaba muy nervioso y no sabía cómo respondería Cristine al volverme a ver. «La ciudad puede dormir tranquila. Después del accidente en la carretera a la altura del kilómetro 38, la policía ha dicho que el convicto terminó en el fondo de un barranco. Por la mañana se procederá con las actividades para recuperar su cuerpo y confirmar su muerte, pero es casi seguro su fallecimiento, pues la altura y la manera en la que se despedazó el auto en el que huía no dejan dudas», dijo el presentador del noticiero con profesionalidad mientras acomodaba sus papeles en su escritorio de cristal.Cristine se había quedado dormida sobre el pequeño sofá viendo el noticiero, sus cabellos descansaban sobre su mejilla mientras se aferraba con ambas manos al con
ELIOT MAGNANILa vi directo a los ojos en el momento que desabrochó mis pantalones y supe que ella deseaba que esto ocurriera tanto como yo. De la misma manera que me había deshecho de su vestido, dejando solo jirones de tela en su cuerpo, tomé sus bragas con ambas manos y las rasgué, ansioso por demostrarle que no era un sueño.Cubrí su delicado cuerpo con el mío, escondiéndola entre mis brazos y las sábanas. Devoré cada centímetro de su piel, recordando su sabor, encontrando especial placer en sus pechos, dejando una pequeña marca: un chupetón sobre su corazón. Sus dedos se enredaron entre mis cabellos cuando llegué a su intimidad, hundiendo mi rostro entre sus suaves muslos, bebiendo de ella, deslizando mi lengua caliente, mordiendo y succionando hasta que su cuerpo comenzó a temblar, haciéndome recordar lo satisfactorio que era cuando podía hacerla explotar solo con la punta de mi lengua. Comenzó a gemir mientras sus caderas se movían, levanté mi mirada para verla retorcerse de
DEREK MAGNANIEntreabrí los ojos e incluso respirar resultaba doloroso, tanto el pecho como la espalda me ardían y no quería moverme ni un centímetro, hasta que sentí un calor que rodeaba mi mano, cuando bajé la mirada vi a Sloane, pegada al borde del sofá, durmiendo apenas en la orilla, apresando mi mano entre las suyas con firmeza. Mi hermosa pelirroja parecía haber estado llorando y me rompió el corazón. Deslicé mi mano de entre las suyas y acaricié su mejilla. Se removió, pero no despertó. —No quiso moverse de tu lado en ningún momento —dijo un hombre en el sillón de enfrente, por la bata deduje que era un doctor. Tenía a una chica rubia sobre sus piernas, profundamente dormida—. Por suerte dormiste toda la noche, si hubieras presentado alguna emergencia, hubiera tenido que quitarlas a ambas de encima de nosotros y creo que a ninguno de los dos nos hubiera agradado perturbar su sueño. Asentí con media sonrisa e intenté incorporarme en el sofá, con una mano me tomé del respaldo
DEREK MAGNANI—Derek… —Su mirada piadosa me rompió en dos. ¿Era normal tener tantas ganas de llorar cuando la tenía entre mis brazos y me veía de esa manera? Con ella me sentía jodidamente vulnerable, capaz de postrarme a sus pies, aferrarme a sus piernas y suplicar por un poco de amor, pero… en cuanto la veía en peligro, era como si me sintiera del doble o triple de mi tamaño, sin hablar de mi fuerza y tolerancia al dolor. Me sentía indestructible cuando trataba de protegerla incluso de la más mínima brisa que pudiera revolver su cabello. La adoraba con devoción absoluta. —Creo que… ahora puedo admitir que estoy loco —contesté intentando sonreír y pegué mi frente a la suya—. No puedes comprender la magnitud de mis sentimientos por ti, Sloane, por ti haría lo que fuera, teñiría las calles de sangre, incendiaría la ciudad, acabaría a quien tú señalaras. ¿Lo entiendes? No hay nada que no haría por ti. —Derek… —insistió y sonrió, pero sus lágrimas corrían por sus mejillas. —Sloane… T
JIMENA RANGEL—Hiciste un maravilloso trabajo con Derek. Pasó la noche y no solo eso, se comporta como si nada le doliera —dije asomada entre las puertas, espiándolo. Al principio tenía miedo de que se fuera a lastimar, pero después me quedé conmovida por el amor que derrochaba por su mujer. —No fui yo —contestó Bennet detrás de mí, desconcertándome con su respuesta—. Si actúa como si nada le doliera es gracias a esa pelirroja. Volteé hacía él, ladeando la cabeza, sin poder comprender bien a lo que se refería.—¿Me dirás que lo curó el poder del amor? —bufé divertida, pero la seriedad en su mirada me hizo disolver mi sonrisa. —Soy médico, creo en lo que mis ojos pueden ver, y he sido testigo de milagros que no pueden ser comprobados por la ciencia —dijo muy seguro mientras acortaba la distancia entre los dos—. Así que sí, a estas alturas, creo en el poder del amor.Tragué saliva y retrocedí hasta que mi espalda se pegó a la puerta. Se me escapaba el aliento cuanto más cerca lo tení
JIMENA RANGEL—Iba a tener un hijo hace mucho tiempo —contesté sintiendo la mirada lastimosa de Bennet clavada en mi espalda. —¿Dónde está? —preguntó Gerardo con emoción.—¿Qué edad tiene? —segundó Mario con el mismo interés. —Él… se fue, está en el cielo —contesté adolorida del corazón. ¿Cómo se le puede explicar a niños tan pequeños el dolor tan profundo de una madre que tuvo que renunciar a su hijo por amor y piedad?—. Él… estaba enfermito.—¿Nació enfermito? ¿Qué tenía? —preguntó Leonardo curioso y preocupado al mismo tiempo, mientras yo tenía que lidiar con ese dolor del pasado, desenterrarlo después de tantos años y abrazarlo. —Niños… Ese es un tema que le duele mucho a su tía Jimena. No querrán hacerla llorar, ¿verdad? —dijo Bennet intentando lidiar con la situación, leyendo a la perfección mi rostro pálido y ojos brillosos, además de mis labios apretados mientras buscaba las palabras correctas y mis manos temblorosas se posaban en mi vientre. Los cinco niños pusieron caras
CRISTINE FERRERASentada frente al fuego de la chimenea levanté mi copa media llena, ya no sabía cuántas llevaba mientras que el festín que había preparado se enfriaba en la mesa. Intenté sonreír con los ojos llenos de lágrimas y un maldito nudo en la garganta que me asfixiaba y que solo con el alcohol lograba pasar ese trago amargo de mi aniversario. Ni siquiera sabía por qué había preparado la cena si, como el año pasado, comería sola. Me casé joven y llena de ilusión, con un hombre atractivo que me llevaba unos cuantos años de más, pero que… creí que… ya sabes, me amaría cuando me conociera. Era una buena chica, detallista, dulce… me esforzaba por hacer hasta el mínimo esfuerzo para ganarme su corazón, ¡Dios sabe cuánto luché por… solo una sonrisa!, pero nada de lo que hacía era suficientemente bueno. Siempre en esta fecha recordaba lo primero que le dije a mi esposo cuando entramos a esta casa, que sería nuestro hogar. Aún llevaba mi vestido de novia y él no dudó en dirigirse a