SLOANE D’MARCOMe quedé en silencio, fría y pensativa, con el celular en mi mano mientras intentaba calmarme. Vi a Jimena alejada, tan nerviosa como yo, llamando por su teléfono mientras Zafrina se concentraba en aliviar los malestares de Cristine y Berenice. Era el momento justo donde parecía que nadie se daba cuenta de mi presencia. Mordiéndome los labios, empecé a retroceder lentamente, la curiosidad estaba pesando más que mi instinto de sobrevivencia. Las palmas de mis manos sudaban, porque sabía que estaba mal, aun así, di media vuelta justo cuando alcancé la puerta y salí al jardín. Avancé con paso decidido, pero mis músculos empezaban a perder fuerza y me temí que al llegar a la calle cayera de rodillas sobre la acera. —¿Mami? —preguntó mi pequeño Brian, con la frente llena de sudor y las rodillas de tierra—. ¡Mami! ¡Mami! ¡¿A dónde vas?! ¡Llévame contigo! Corrió inocentemente hacia mí, dando brinquitos con el resto de sus primos detrás de él. —Mi amor, no puedo llevarte.
ELIOT MAGNANIMe levanté del suelo y me deshice del agarre de Derek, quien intentó levantarse una vez más, pero el cansancio y la falta de sangre hicieron que de nuevo se dejara caer. —No te mueras todavía —le pedí antes de salir de la cabaña. El frío se estaba volviendo insoportable. Busqué en el enorme cobertizo que quedaba a unos metros. Ahí guardaba el abuelo la camioneta vieja, solo rogaba porque aún sirviera. Después de romper las cadenas con una palanca igual o peor de oxidada, pude ver el auto dentro. Era una camioneta de las antiguas: pesada, ancha, de enormes faros y con un «tumbaburros» que parecía poder arrancar un árbol desde la raíz. Pasé mi mano por la fina capa de polvo sintiendo el frío metal. Abrí el cofre y parecía que todo estaba en su lugar, pero… ¿funcionaba?Alcancé las llaves sobre la mesa donde mi abuelo solía trabajar y entré en la cabina de la camioneta, notando un olor enmohecido y escuchando ese rechinido de los asientos. Metí la llave en el «switch» y n
ELIOT MAGNANI—¡No! ¡Espera! —gritó Luca furioso, indeciso en si entrar al auto o ir por mí.—Estaré bien, solo váyanse —pedí con tranquilidad encendiendo de nuevo el estruendoso motor de la camioneta—. Los alcanzaré cuando todo se calme.—Eliot… —Noté la incertidumbre en su cara y de pronto parecía ese niño pequeño que recordaba de hacía años, con la mirada rota.Era curioso como en los momentos de mayor tensión siempre llegaba una ola de recuerdos. Luca era un niño introvertido que siempre me seguía a mí o a Derek como un patito buscando aprobación. Nunca se dio cuenta de que éramos gemelos, era muy joven para encontrar la diferencia y como era raro que Derek y yo estuviéramos en una reunión familiar al mismo tiempo, él nos llamaba a los dos con mi nombre, cosa que a Derek no le
LUCA MAGNANITenía el corazón en la garganta y la firmeza en las manos. Apreté las mandíbulas mientras me incorporaba a la carretera.—Veamos que tan bueno eres saltándote las reglas —susurró Derek en cuanto me percaté del retén de patrullas más adelante.—¿Se te olvida que soy la oveja negra de la familia? —pregunté con media sonrisa, comenzando a sentir esa adrenalina que me llenaba de euforia.—Pensé que yo era la oveja negra…—Nah… tú eres la oveja loca y muerta —contesté con una carcajada.—Cabrón… —sus
SLOANE D’MARCOAtravesamos largos pasillos y subimos por ascensores. Mi padre estaba en el área ejecutiva del hospital, el nivel con mejores servicios y más costoso. Claro, no esperaba menos.—Ahí es… —dijo Celia señalándome la habitación.—¿No vienes conmigo? —pregunté levantando una ceja y ella negó. ¿Así o más obvio que algo andaba mal?Avancé sintiendo que mi párpado comenzaba a temblar desde antes de enfrentarme a mi padre, pero cuando entré a la habitación me quedé congelada. Había un enfermero ahí y estaba preparando una inyección. El cubrebocas ocultaba la mitad de su rostro y su mirada se clav&oacu
SLOANE D’MARCO—¡Ay si, ya! ¡Suficiente de melosidad! Me dan ganas de vomitar —reclamó Luca antes de ponerse al lado de Derek—. Finge que estás bien sino te detendrán aquí y entonces no podremos sacarte, la policía llegará y todo el esfuerzo de Eliot se habrá ido a la basura por unos ojos coquetos. —¿El esfuerzo de Eliot? ¿De qué hablas? ¿Dónde está? —pregunté en un susurro mientras abrazaba a Derek por el torso con más fuerza, convirtiéndome en su apoyo para caminar. —Huyendo de la policía —contestó Luca en un susurro. Salimos del hospital intentando fingir que todo estaba bien. Vi a lo lejos a Celia que parecía estar acosando a los doctores, buscando respuestas. Desvié la mirada rogando para que no se acercara a mí. Cuando rebasamos la puerta, la brisa helada chocó con mi cuerpo, haciéndome temblar. De inmediato Derek me cubrió con su abrigo, escondiéndome dentro de él. Mi corazón se aceleró y alcé la mirada para ver su rostro demacrado. Apreté los labios y lidié con el escozor en
JIMENA RANGEL—Jimena… solo, por favor, hablemos —pidió Bennet tomando mi mano, suplicando con esos ojos de cachorro bajo la lluvia que tantas veces me doblegaron—. Creí que enfocarme en mi vida profesional y en mí mismo sería suficiente para olvidarme de todo, y así lo hice, Adam, Sofía, sus nombres no volvieron a hacerme daño, desaparecieron de mi memoria, pero el tuyo sigue ahí, martillando mi cabeza cada mañana. Entreabrí la boca, con el corazón acelerado y los ojos húmedos, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta se volvió a abrir, dejándome ver a Luca y a Sloane sosteniendo el cuerpo de… ¿Eliot o era Derek? ¡Carajo! ¡¿Qué había pasado?!—¡Necesitamos a un doctor! —exclamó Luca, luchando junto a Sloane. Ese hombre había llegado en calidad de bulto. Bennet de inmediato se precipitó hacia él. Buscó con la mirada un lugar donde poder atenderlo y señaló el sillón más grande. —Jimena, necesito que me ayudes —pidió con seriedad mientras abría su maletín. —¿Yo? —pregunté con
ELIOT MAGNANILlegué hasta las enormes puertas de la mansión de Zafrina, estaba cansado, hambriento y sucio. Me aferré con ambas manos a los barrotes, temiendo que pasará alguna patrulla que pudiera detenerme, pero en cambio, las rejas zumbaron permitiéndome entrar. Fue desconcertante no ver la seguridad de siempre. Entré con desconfianza, atravesando el oscuro jardín. Mis manos punzaban adoloridas, mis palmas y yemas habían sangrado al sujetarme de esas rocas para no caer junto a la camioneta cuando esta saltó por el barranco y la puerta se abrió apenas dándome tiempo para no caer con ella. Tuve que escalar lo más rápido posible para no ser descubierto, provocando que mi cuerpo se cubriera de heridas por esas filosas rocas.Cansado, llegué hasta la puerta principal sin saber qué hacer. ¿Gritaba? ¿Simplemente tocaba y decía: ya llegué? De pronto la puerta se abrió casi en automático cuando levanté mi puño.—Estás hecho un asco… —dijo Zafrina viéndome de pies a cabeza—, pero es bueno