El aire estaba tenso, como si el mismo mundo estuviera conteniendo el aliento. La oscuridad y la luz luchaban por el control de la Tierra de los Titanes, y en cada rincón del vasto paisaje, el eco de antiguos poderes despertaba. Arius, Elysia y sus hijos, unidos como nunca antes, se encontraban en el epicentro de un conflicto que determinaría el destino de todos los mundos. El horizonte resplandecía con la furia de una tormenta inminente, mientras Morrigan, la creadora del Caos, esperaba desde la oscuridad, alimentándose de la desesperación y el sufrimiento de aquellos que se atrevían a desafiarla.La niña de ojos violeta y azul, hija de Elysia y Arius, estaba lista. Sus pequeños pero poderosos poderes, heredados de los Titanes y las Moiras, se despertaban dentro de ella con cada respiración. A su lado, su hermano, tan silencioso y calculador como su padre, parecía preparado para hacer lo que fuera necesario. Sabían que la guerra no solo era por la supervivencia de su linaje, sino por
Con el sol naciendo en el horizonte, bañando la Tierra de los Titanes y Dioses con su luz renovada, los dos hijos de Elysia y Arius se levantaron, sus ojos brillando con una fuerza y sabiduría que solo los verdaderos descendientes de los Titanes podrían poseer. El mundo entero sentía el cambio en el aire, el despertar de un poder antiguo y primordial que ya no pertenecía a los dioses caídos, sino a ellos, los nuevos dioses del universo. Los otros dioses, aún recuperándose de la batalla y observando desde la distancia, sintieron la energía vibrar en el aire, un poder que superaba todo lo que conocían. Era la manifestación del renacimiento, la esencia pura de la creación y la destrucción en su forma más pura.Al sentir el despertar de esta nueva fuerza, los dioses sobrevivientes, incluso los más poderosos, se inclinaron, reconociendo sin reservas el dominio de los hijos de los últimos Titanes. No podían negar el poder que emanaba de ellos, una energía que restauraba el equilibrio y al m
La luna brillaba con fuerza aquella noche, tiñendo de plata las aguas del lago en el que Elysia, la diosa del amor, se sumergía como lo había hecho tantas veces antes. Sin embargo, esta noche no era como las demás. Un frío indescriptible había invadido su corazón, y la tristeza que había instalado su alma se reflejaba en las aguas oscuras, como un eco lejano de su propio tormento. Sus cabellos dorados flotaban alrededor de su rostro, como una aureola que ya no parecía iluminarla. Sus ojos, siempre llenos de pasión y dulzura, ahora eran dos esferas de hielo, sin vida, sin amor. El hombre al que había entregado todo su ser, Arion, el dios de la guerra, la había traicionado. Y en su traición, había dejado una cicatriz que ni el amor eterno podría curar. Elysia cerró los ojos, recordando cómo, al principio, su amor había sido un fuego incontrolable, una llama que crecía y crecía sin que pudieran detenerla. Arion había sido su compañero, su amante, el que le prometió amor eterno bajo c
El aire se sentía denso en el Templo de los Dioses, donde Elysia caminaba con paso firme y decidido, como si el peso del dolor ya no fuera suficiente para detenerla. Sus pasos resonaban en el mármol blanco, y aunque los ecos de su andar parecían melodías de antaño, el sonido de aquel caminar no era el mismo. Ya no era una diosa enamorada; ahora era una diosa con un propósito mucho más oscuro.Los demás dioses, inmortales y plácidos en sus tronos etéreos, la observaban con curiosidad. Nadie se atrevía a acercarse, pues el brillo en sus ojos reflejaba una furia tan intensa que hasta los más poderosos sabían que no era un momento para interferir. Elysia había sido la diosa del amor, sí, pero algo había cambiado en ella. La dulzura que alguna vez había invadido su ser se había transformado en un remolino de sombras, una fuerza que emanaba con cada movimiento que hacía.En el centro del gran salón del templo, bajo la mirada implacable de Zeus y Hera, Elysia se detuvo. No le importaba su pr
El viento nocturno cortaba como cuchillos a través de los árboles, mientras Elysia se acercaba al reino mortal. Había dejado atrás el brillo dorado de los templos divinos, el confort celestial y la quietud de los cielos, adentrándose en un mundo que, aunque ya conocía bien, le parecía extraño ahora. Ya no era la diosa que caminaba entre los humanos, bendiciendo sus amores y sus pasiones. Era una mujer rota, que buscaba un propósito más allá de lo que su corazón había conocido.La luna llena bañaba el sendero, mientras ella avanzaba por la senda empedrada que conducía hacia el pueblo donde Arion, ahora más poderoso que nunca, había construido su reino. Al principio, su amor por él había sido pura admiración. Su destreza en el combate, su carisma, su presencia. Todo eso la había cautivado, había olvidado lo que significaba ser independiente, lo que significaba ser una diosa por derecho propio.De autoconvenció de la irrelevancia de su propio poder milenario. Arion le había ofrecido todo
Elysia se mantenía erguida, su poder envolviendo la fortaleza como una tormenta a punto de desatarse. En el Olimpo Zeus lo notó, empezó a abrumarse, el poder se estaba activando y él no podía permitirlo, llamó a Hera, tenían que pensar y rápido antes de que se saliera de control. El viento electrizante la rodeaba, a su alrededor crecía con furia, sus ojos centelleaban con una luz violenta, sus ojos antes violeta, ahora se empezaron a oscurecer y el aire mismo parecía temblar. Sin embargo, algo en su interior comenzaba a retumbar. Algo que no podía entender, un eco lejano que atravesaba la niebla de su furia. Las palabras de Arion, su traición, su indiferencia, habían encendido una llama, pero ahora, al concentrarse en la intensidad de su poder, algo más despertaba. Un vacío en su mente, como un pedazo de su historia que nunca había sido completado. Algo que la había seguido, acechando, pero que nunca había tenido la oportunidad de recordar. “¿Lo sientes, Elysia?” murmuró la v
Su mente, aún agitada por el despertar de los recuerdos, luchaba por comprender todo lo que acababa de descubrir. El poder, el linaje, la herencia de los titanes… todo lo que alguna vez le había sido arrebatado estaba regresando, como un río desbordado que no podía detenerse. Pero había algo más, algo que persistía en las sombras de su mente. Una sensación extraña, como si hubiera algo —alguien— que debería recordar, pero que seguía fuera de su alcance. Un vacío, una pieza que faltaba en su memoria.Sin embargo, antes de que pudiera reflexionar más, una presencia se materializó a su lado. Hera, la diosa reina, apareció como un susurro entre las sombras, su expresión fría y calculadora.“Elysia,” dijo, su voz suave pero cargada de advertencia. “No te acerques a esa idea. No es lo que piensas, deja encerrado el recuerdo, es por el bien de todos”Elysia la miró con furia, el poder aún palpitando en su cuerpo, luchando por liberarse. “¿Qué quieres decir con eso? Hay algo allí, algo que me
Mientras Elysia se desvanecía en un sueño profundo, el vacío de la prisión resonó en su mente. En la oscuridad, Arius, el ser que había guardado su sacrificio en silencio, empezó a sentir cómo las cadenas que lo mantenían cautivo comenzaban a ceder a su voluntad. Había esperado este momento, había esperado su despertar. Pero eso solo implicaría que la habían traicionado.Porque la profecía no estaba equivocada. La última titán, la diosa olvidada, reclamaría su destino, y con ella, él sería liberado.Y cuando se liberaran, el Olimpo caería.El sonido del viento soplaba con fuerza dentro de la celda oscura, como un susurro lejano, mientras Elysia yacía inconsciente, pero en lo más recóndito de su mente, algo comenzaba a despertar. Una presencia que siempre había estado allí, aguardando, como una sombra en los rincones más oscuros de su alma. Arius.Elysia soñaba con él, su imagen surgiendo a través de los recuerdos fragmentados, de momentos que nunca había olvidado por completo, aunque