La luna brillaba con fuerza aquella noche, tiñendo de plata las aguas del lago en el que Elysia, la diosa del amor, se sumergía como lo había hecho tantas veces antes. Sin embargo, esta noche no era como las demás. Un frío indescriptible había invadido su corazón, y la tristeza que había instalado su alma se reflejaba en las aguas oscuras, como un eco lejano de su propio tormento.
Sus cabellos dorados flotaban alrededor de su rostro, como una aureola que ya no parecía iluminarla. Sus ojos, siempre llenos de pasión y dulzura, ahora eran dos esferas de hielo, sin vida, sin amor. El hombre al que había entregado todo su ser, Arion, el dios de la guerra, la había traicionado. Y en su traición, había dejado una cicatriz que ni el amor eterno podría curar. Elysia cerró los ojos, recordando cómo, al principio, su amor había sido un fuego incontrolable, una llama que crecía y crecía sin que pudieran detenerla. Arion había sido su compañero, su amante, el que le prometió amor eterno bajo cielos infinitos. Pero esas promesas se habían desvanecido como la niebla al amanecer, y con ellas, la confianza que ella había depositado en él. Era una diosa, sí, pero a pesar de su poder y su inmortalidad, Elysia también conocía el sufrimiento. Y ese sufrimiento se había vuelto insoportable cuando, en una noche oscura y callada, descubrió la traición que su amante había consumado en sus espaldas. Arion, en busca de poder y gloria, había entregado su lealtad a otra, una diosa tan despiadada como ambiciosa. Aquel acto la había dejado rota, su corazón dividido entre la rabia y el dolor. Elysia se levantó del agua, su cuerpo cubierto por la luz de la luna. Con cada paso que daba hacia la orilla, sentía cómo el peso de la traición la oprimía aún más. El amor que había sido su fuerza, ahora era su carga. Cada pensamiento, cada recuerdo de Arion, le desgarraba el alma. Pero en el fondo de su dolor, algo se despertó. Un susurro en su interior, algo oscuro, algo que nunca había conocido. Era la rabia, la furia de una diosa despreciada. Elysia miró al cielo estrellado, y aunque su rostro reflejaba tristeza, había en sus ojos una chispa de desafío. “No me derrotarás, Arion”, murmuró, casi como un suspiro al viento. “Te enseñaré lo que significa romper un corazón inmortal.” Con una rapidez que solo un ser divino podía poseer, Elysia se sumió en las sombras de su templo, buscando respuestas en su vasto poder. Mientras las estrellas brillaban con indiferencia sobre ella, su alma ardía con una nueva pasión, no la que sentía por Arion, sino una que iba mucho más allá: la pasión por la venganza. Pero no solo buscaba venganza. Elysia, una vez la diosa del amor puro, ahora deseaba redescubrir su propia fuerza. La traición de Arion la había empujado a los límites de lo que pensaba que podía ser, y ahora, entre el fuego y el hielo, comenzaba a entender algo que nunca había imaginado: el amor no era su único propósito. Al día siguiente, mientras el sol comenzaba a alzarse, Elysia caminó hacia la ciudad divina, donde los dioses vivían y se reunían, pero en su interior ya no era la misma. La venganza no la cegaba; la fortalecía. Y si el amor había sido su perdición, el amor también sería su renacimiento. Pero esta vez, no sería el mismo amor. Este sería un amor por sí misma, un amor que la llevaría a enfrentar a aquellos que la habían traicionado, a desafiar a los cielos mismos si fuera necesario. El viento soplaba suavemente, como si le susurrara al oído, y Elysia, la diosa que había sido traicionada, caminaba ahora hacia su propio destino. Un destino donde, al final, no solo encontraría el amor perdido, sino algo aún más poderoso: el dominio absoluto sobre su propio corazón. Arion, quien pensaba que la había roto, no sabía que había hecho algo mucho más peligroso: la había liberado. Y en esa liberación, Elysia encontraría una pasión mucho más ardiente que la que alguna vez había sentido por él.El aire se sentía denso en el Templo de los Dioses, donde Elysia caminaba con paso firme y decidido, como si el peso del dolor ya no fuera suficiente para detenerla. Sus pasos resonaban en el mármol blanco, y aunque los ecos de su andar parecían melodías de antaño, el sonido de aquel caminar no era el mismo. Ya no era una diosa enamorada; ahora era una diosa con un propósito mucho más oscuro.Los demás dioses, inmortales y plácidos en sus tronos etéreos, la observaban con curiosidad. Nadie se atrevía a acercarse, pues el brillo en sus ojos reflejaba una furia tan intensa que hasta los más poderosos sabían que no era un momento para interferir. Elysia había sido la diosa del amor, sí, pero algo había cambiado en ella. La dulzura que alguna vez había invadido su ser se había transformado en un remolino de sombras, una fuerza que emanaba con cada movimiento que hacía.En el centro del gran salón del templo, bajo la mirada implacable de Zeus y Hera, Elysia se detuvo. No le importaba su pr
El viento nocturno cortaba como cuchillos a través de los árboles, mientras Elysia se acercaba al reino mortal. Había dejado atrás el brillo dorado de los templos divinos, el confort celestial y la quietud de los cielos, adentrándose en un mundo que, aunque ya conocía bien, le parecía extraño ahora. Ya no era la diosa que caminaba entre los humanos, bendiciendo sus amores y sus pasiones. Era una mujer rota, que buscaba un propósito más allá de lo que su corazón había conocido.La luna llena bañaba el sendero, mientras ella avanzaba por la senda empedrada que conducía hacia el pueblo donde Arion, ahora más poderoso que nunca, había construido su reino. Al principio, su amor por él había sido pura admiración. Su destreza en el combate, su carisma, su presencia. Todo eso la había cautivado, había olvidado lo que significaba ser independiente, lo que significaba ser una diosa por derecho propio.De autoconvenció de la irrelevancia de su propio poder milenario. Arion le había ofrecido todo
Elysia se mantenía erguida, su poder envolviendo la fortaleza como una tormenta a punto de desatarse. En el Olimpo Zeus lo notó, empezó a abrumarse, el poder se estaba activando y él no podía permitirlo, llamó a Hera, tenían que pensar y rápido antes de que se saliera de control. El viento electrizante la rodeaba, a su alrededor crecía con furia, sus ojos centelleaban con una luz violenta, sus ojos antes violeta, ahora se empezaron a oscurecer y el aire mismo parecía temblar. Sin embargo, algo en su interior comenzaba a retumbar. Algo que no podía entender, un eco lejano que atravesaba la niebla de su furia. Las palabras de Arion, su traición, su indiferencia, habían encendido una llama, pero ahora, al concentrarse en la intensidad de su poder, algo más despertaba. Un vacío en su mente, como un pedazo de su historia que nunca había sido completado. Algo que la había seguido, acechando, pero que nunca había tenido la oportunidad de recordar. “¿Lo sientes, Elysia?” murmuró la v
Su mente, aún agitada por el despertar de los recuerdos, luchaba por comprender todo lo que acababa de descubrir. El poder, el linaje, la herencia de los titanes… todo lo que alguna vez le había sido arrebatado estaba regresando, como un río desbordado que no podía detenerse. Pero había algo más, algo que persistía en las sombras de su mente. Una sensación extraña, como si hubiera algo —alguien— que debería recordar, pero que seguía fuera de su alcance. Un vacío, una pieza que faltaba en su memoria.Sin embargo, antes de que pudiera reflexionar más, una presencia se materializó a su lado. Hera, la diosa reina, apareció como un susurro entre las sombras, su expresión fría y calculadora.“Elysia,” dijo, su voz suave pero cargada de advertencia. “No te acerques a esa idea. No es lo que piensas, deja encerrado el recuerdo, es por el bien de todos”Elysia la miró con furia, el poder aún palpitando en su cuerpo, luchando por liberarse. “¿Qué quieres decir con eso? Hay algo allí, algo que me
Mientras Elysia se desvanecía en un sueño profundo, el vacío de la prisión resonó en su mente. En la oscuridad, Arius, el ser que había guardado su sacrificio en silencio, empezó a sentir cómo las cadenas que lo mantenían cautivo comenzaban a ceder a su voluntad. Había esperado este momento, había esperado su despertar. Pero eso solo implicaría que la habían traicionado.Porque la profecía no estaba equivocada. La última titán, la diosa olvidada, reclamaría su destino, y con ella, él sería liberado.Y cuando se liberaran, el Olimpo caería.El sonido del viento soplaba con fuerza dentro de la celda oscura, como un susurro lejano, mientras Elysia yacía inconsciente, pero en lo más recóndito de su mente, algo comenzaba a despertar. Una presencia que siempre había estado allí, aguardando, como una sombra en los rincones más oscuros de su alma. Arius.Elysia soñaba con él, su imagen surgiendo a través de los recuerdos fragmentados, de momentos que nunca había olvidado por completo, aunque
El viento gélido soplaba con fuerza en la vastedad del Olimpo, como si la propia naturaleza estuviera testificando ante el destino que se tejía entre los dioses y sus traiciones. La verdad había comenzado a desvelarse lentamente. Entre la oscuridad de su alma la revelación la golpeó y cada pieza del rompecabezas encajaba, y con cada nueva comprensión, su corazón se retorcía. La gran mentira había sido urdida por los dioses mismos, y no sólo por Zeus, sino también por Arion, el Dios de la guerra, quien había jugado un papel central en el engaño que la había mantenido cautiva por siglos. Todo había comenzado hace más de quinientos años, cuando Arion, bajo las instrucciones y manipulaciones de Zeus y Hera, había comenzado su misión: hacer que Elysia se enamorara de él. En ese momento, Elysia aún no entendía completamente su naturaleza, ni la magnitud de su poder. Era una diosa joven, llena de vida, pero aún atrapada entre la fragilidad de su corazón y la creciente distancia de su propó
Había preguntado una vez más, con esperanza, a las Moiras, las tejedoras del destino. Sabía que ellas, con su naturaleza inflexible, no podían mentir. Las Moiras, las tres hermanas que gobernaban los hilos de la vida, podrían decir la verdad de una manera tan críptica que a menudo era como si ofrecieran una llave para abrir la mente, sin embargo, nunca la daban directamente. Y Elysia estaba dispuesta a enfrentarse a la verdad, sin importar cuán desgarradora fuera.—¿Por qué no puedo concebir? —preguntó, con la voz rota, pero la determinación encendida en sus ojos.Las Moiras aparecieron, sus figuras envueltas en la niebla del tiempo, los hilos de destino en sus manos moviéndose como serpientes, trenzados con la eternidad. Clotho, la que hilaba la vida, la miró con sus ojos inquebrantables.“No es tu destino el de dar vida en su nombre, sino el de amar en su esencia.”“Solo tu verdadero amor podrá cruzar las barreras de la existencia.”Elysia frunció el ceño, intentando entender el sig
Capítulo 9: La Decisión FinalEl aire era denso y cargado de un poder silencioso mientras Elysia se acercaba a las cadenas que mantenían a Arius prisionero. El suelo temblaba bajo sus pies, como si la misma tierra respirara con la creciente tensión entre ellos. Ella había sentido su presencia en lo más profundo de su alma, una conexión que nunca había desaparecido, aunque había sido borrada de su memoria. Al mirarlo por fin, el tiempo parecía detenerse.Arius, quien había estado encerrado en la oscuridad durante siglos, levantó la cabeza, sus ojos, tan profundos como el vacío mismo, la miraban con una mezcla de desesperación y anhelo. Elysia dio un paso más, sin poder apartar la mirada, y al hacerlo, todos los recuerdos de esos quinientos años de soledad, anhelo, amor desmedido profundo y pasional se abalanzaron sobre ella con una intensidad que la dejó sin aliento.Sentía su dolor como propio. El amor que compartieron, los momentos perdidos en un tiempo que ni siquiera recordaba, se