El viento nocturno cortaba como cuchillos a través de los árboles, mientras Elysia se acercaba al reino mortal. Había dejado atrás el brillo dorado de los templos divinos, el confort celestial y la quietud de los cielos, adentrándose en un mundo que, aunque ya conocía bien, le parecía extraño ahora. Ya no era la diosa que caminaba entre los humanos, bendiciendo sus amores y sus pasiones. Era una mujer rota, que buscaba un propósito más allá de lo que su corazón había conocido.
La luna llena bañaba el sendero, mientras ella avanzaba por la senda empedrada que conducía hacia el pueblo donde Arion, ahora más poderoso que nunca, había construido su reino. Al principio, su amor por él había sido pura admiración. Su destreza en el combate, su carisma, su presencia. Todo eso la había cautivado, había olvidado lo que significaba ser independiente, lo que significaba ser una diosa por derecho propio. De autoconvenció de la irrelevancia de su propio poder milenario. Arion le había ofrecido todo… pero también le había quitado lo más importante: la confianza. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas a lo lejos le recordó a Elysia lo que había perdido. Pero también le recordó algo más: su determinación. Las olas nunca se detenían. Siempre volvían a romper, una y otra vez. Y ella, como ellas, también regresaba. Pero no para perdonar, sino para reclamar lo que era suyo. A medida que se acercaba a la fortaleza donde Arion residía, un temblor recorrió su cuerpo. Era una emoción nueva, cada fibra de su ser emanaba un poder que nunca antes se había detenido a saborear. La intensidad con la que sentía la proximidad de su enemigo, de su amante traidor. A lo lejos, las altas murallas de su castillo se erguían, imponentes, como una tumba majestuosa. Unos pasos más, y Elysia ya estaba dentro de la oscuridad que rodeaba las puertas de la fortaleza. Aquí, en la tierra de los mortales, sus poderes divinos se sentían apagados, pero no impotentes. Zeus era el único que podía darle permiso para usarlos en el plano mortal. La rabia, era más fuerte que cualquier hechizo. Su esencia ya no era la de una diosa sufriente. Ahora, era una diosa decidida a restaurar el orden según su voluntad. Los guardias la vieron acercarse, y por un momento, dudaron. Pero Elysia ya había aprendido a manipular las mentes débiles. Un simple gesto de su mano y las puertas de hierro se abrieron, permitiéndole el paso. No era el acero ni la fuerza lo que la detenía, sino el miedo a lo que ella había llegado a representar. Nadie, ni siquiera los soldados más leales de Arion, podían escapar del eco de su mirada. En el interior de la fortaleza, las sombras danzaban en las paredes, proyectando una imagen distorsionada de lo que había sido el hogar de su amor. Las largas mesas de banquetes, las columnas adornadas con victorias pasadas, todo parecía un recordatorio de la vida que ella había compartido con él. Y todo eso ahora le parecía vacío, un espejismo de lo que una vez fue. En el aire aún flotaba la fragancia de sus momentos compartidos, pero ya no tenía el mismo poder sobre ella. Elysia no se detuvo a contemplar el lugar. Su único objetivo era uno: encontrar a Arion y hacerle pagar por su traición. Avanzó por los pasillos oscuros hasta que, finalmente, llegó a la cámara principal. Allí estaba él, de pie ante una gran mesa de madera, con la espada de acero en la mano. A su lado, una mujer de cabello oscuro y mirada fría observaba con una sonrisa tenue. Elysia la reconoció al instante. Era Morrigan, la diosa de la guerra, la que había seducido a Arion y lo había llevado a cometer tal traición. Arion levantó la vista, y por un momento, sus ojos grises que antes representaban el anhelo y la pasión se encontraron los de Elysia de color violeta casi rosado. No hubo sorpresa, ni arrepentimiento en su mirada. Solo una quietud inquietante, como si el tiempo hubiera dejado de importarle. Morrigan observó a Elysia con la misma frialdad, sin miedo, como si supiera que su poder ya no era suficiente para desafiarla. “Elysia”, dijo Arion, su voz profunda y calmada, como siempre. “Pensé que ya te habías ido para siempre. No esperaba verte aquí.” La diosa del amor no respondió de inmediato. En lugar de eso, avanzó con un paso firme, sus ojos fijos en él. No había odio en su mirada, solo una determinación fría y calculadora. “¿Te parece sorprendente, Arion?” replicó con voz serena, aunque sus palabras cortaban como un cuchillo. “Pensaste que podía olvidarte. Que podría perdonarte por lo que me hiciste. Pero no, querido Arion. Te equivocaste.” Morrigan dio un paso adelante, interponiéndose entre los dos. “Elysia, no tienes nada que hacer aquí. Arion ha elegido su destino, y tú no tienes poder para cambiarlo.” “¿De verdad lo crees?” Elysia la miró, su voz como un susurro mortal. “Tu influencia sobre él será tan efímera como la mía fue… hasta que me arrodillé ante ti. No hay poder en el mundo que pueda controlar el destino de los dioses.” Morrigan frunció el ceño, sin embargo, algo en las palabras de Elysia la hizo vacilar. Ella sabía que las diosas no perdonaban con facilidad. Y la furia en los ojos de Elysia era un recordatorio de lo que podía hacer una diosa. Arion, que había permanecido en silencio todo el tiempo, dio un paso hacia Elysia. Pero en su mirada ya no había amor, solo una especie de aceptación triste. “Lo que hice, lo hice porque creí que era lo correcto. No puedes entenderlo, Elysia. Te entregué todo lo que podía ofrecerte, pero lo que pedías no era algo que pudiera dar.” Elysia se acercó lentamente, y en su rostro se reflejaba una calma aterradora. “¿Lo correcto? ¿De verdad lo crees así, Arion? ¿Acaso no ves lo que has hecho? Me trajiste hasta este punto, pero te aseguro que ahora soy más poderosa que nunca. Y este amor que alguna vez te ofrecí, ahora será mi fuerza para destruirte.” Un silencio tenso llenó la habitación mientras Elysia levantaba la mano, llamando a su poder divino. Los vientos comenzaron a girar, las sombras se alzaron a su alrededor, y la fortaleza misma pareció temblar ante la magnitud de lo que se desataría. Arion observó, sin moverse, sabiendo que en ese momento ya no había marcha atrás. Elysia no buscaba venganza solo por el dolor que le había causado Arion, sino por el descubrimiento de sí misma que había hecho a través de ese acto. Su poder, su ira y su amor transformado la llevarían a lugares donde incluso los dioses temían ir. Y Arion, el hombre que alguna vez fue su todo, ahora solo era un obstáculo en el camino hacia su verdadero destino. La diosa del amor se había transformado en la diosa de la justicia y la venganza,, ni él ni Morrigan, podría detenerla.Elysia se mantenía erguida, su poder envolviendo la fortaleza como una tormenta a punto de desatarse. En el Olimpo Zeus lo notó, empezó a abrumarse, el poder se estaba activando y él no podía permitirlo, llamó a Hera, tenían que pensar y rápido antes de que se saliera de control. El viento electrizante la rodeaba, a su alrededor crecía con furia, sus ojos centelleaban con una luz violenta, sus ojos antes violeta, ahora se empezaron a oscurecer y el aire mismo parecía temblar. Sin embargo, algo en su interior comenzaba a retumbar. Algo que no podía entender, un eco lejano que atravesaba la niebla de su furia. Las palabras de Arion, su traición, su indiferencia, habían encendido una llama, pero ahora, al concentrarse en la intensidad de su poder, algo más despertaba. Un vacío en su mente, como un pedazo de su historia que nunca había sido completado. Algo que la había seguido, acechando, pero que nunca había tenido la oportunidad de recordar. “¿Lo sientes, Elysia?” murmuró la v
Su mente, aún agitada por el despertar de los recuerdos, luchaba por comprender todo lo que acababa de descubrir. El poder, el linaje, la herencia de los titanes… todo lo que alguna vez le había sido arrebatado estaba regresando, como un río desbordado que no podía detenerse. Pero había algo más, algo que persistía en las sombras de su mente. Una sensación extraña, como si hubiera algo —alguien— que debería recordar, pero que seguía fuera de su alcance. Un vacío, una pieza que faltaba en su memoria.Sin embargo, antes de que pudiera reflexionar más, una presencia se materializó a su lado. Hera, la diosa reina, apareció como un susurro entre las sombras, su expresión fría y calculadora.“Elysia,” dijo, su voz suave pero cargada de advertencia. “No te acerques a esa idea. No es lo que piensas, deja encerrado el recuerdo, es por el bien de todos”Elysia la miró con furia, el poder aún palpitando en su cuerpo, luchando por liberarse. “¿Qué quieres decir con eso? Hay algo allí, algo que me
Mientras Elysia se desvanecía en un sueño profundo, el vacío de la prisión resonó en su mente. En la oscuridad, Arius, el ser que había guardado su sacrificio en silencio, empezó a sentir cómo las cadenas que lo mantenían cautivo comenzaban a ceder a su voluntad. Había esperado este momento, había esperado su despertar. Pero eso solo implicaría que la habían traicionado.Porque la profecía no estaba equivocada. La última titán, la diosa olvidada, reclamaría su destino, y con ella, él sería liberado.Y cuando se liberaran, el Olimpo caería.El sonido del viento soplaba con fuerza dentro de la celda oscura, como un susurro lejano, mientras Elysia yacía inconsciente, pero en lo más recóndito de su mente, algo comenzaba a despertar. Una presencia que siempre había estado allí, aguardando, como una sombra en los rincones más oscuros de su alma. Arius.Elysia soñaba con él, su imagen surgiendo a través de los recuerdos fragmentados, de momentos que nunca había olvidado por completo, aunque
El viento gélido soplaba con fuerza en la vastedad del Olimpo, como si la propia naturaleza estuviera testificando ante el destino que se tejía entre los dioses y sus traiciones. La verdad había comenzado a desvelarse lentamente. Entre la oscuridad de su alma la revelación la golpeó y cada pieza del rompecabezas encajaba, y con cada nueva comprensión, su corazón se retorcía. La gran mentira había sido urdida por los dioses mismos, y no sólo por Zeus, sino también por Arion, el Dios de la guerra, quien había jugado un papel central en el engaño que la había mantenido cautiva por siglos. Todo había comenzado hace más de quinientos años, cuando Arion, bajo las instrucciones y manipulaciones de Zeus y Hera, había comenzado su misión: hacer que Elysia se enamorara de él. En ese momento, Elysia aún no entendía completamente su naturaleza, ni la magnitud de su poder. Era una diosa joven, llena de vida, pero aún atrapada entre la fragilidad de su corazón y la creciente distancia de su propó
Había preguntado una vez más, con esperanza, a las Moiras, las tejedoras del destino. Sabía que ellas, con su naturaleza inflexible, no podían mentir. Las Moiras, las tres hermanas que gobernaban los hilos de la vida, podrían decir la verdad de una manera tan críptica que a menudo era como si ofrecieran una llave para abrir la mente, sin embargo, nunca la daban directamente. Y Elysia estaba dispuesta a enfrentarse a la verdad, sin importar cuán desgarradora fuera.—¿Por qué no puedo concebir? —preguntó, con la voz rota, pero la determinación encendida en sus ojos.Las Moiras aparecieron, sus figuras envueltas en la niebla del tiempo, los hilos de destino en sus manos moviéndose como serpientes, trenzados con la eternidad. Clotho, la que hilaba la vida, la miró con sus ojos inquebrantables.“No es tu destino el de dar vida en su nombre, sino el de amar en su esencia.”“Solo tu verdadero amor podrá cruzar las barreras de la existencia.”Elysia frunció el ceño, intentando entender el sig
Capítulo 9: La Decisión FinalEl aire era denso y cargado de un poder silencioso mientras Elysia se acercaba a las cadenas que mantenían a Arius prisionero. El suelo temblaba bajo sus pies, como si la misma tierra respirara con la creciente tensión entre ellos. Ella había sentido su presencia en lo más profundo de su alma, una conexión que nunca había desaparecido, aunque había sido borrada de su memoria. Al mirarlo por fin, el tiempo parecía detenerse.Arius, quien había estado encerrado en la oscuridad durante siglos, levantó la cabeza, sus ojos, tan profundos como el vacío mismo, la miraban con una mezcla de desesperación y anhelo. Elysia dio un paso más, sin poder apartar la mirada, y al hacerlo, todos los recuerdos de esos quinientos años de soledad, anhelo, amor desmedido profundo y pasional se abalanzaron sobre ella con una intensidad que la dejó sin aliento.Sentía su dolor como propio. El amor que compartieron, los momentos perdidos en un tiempo que ni siquiera recordaba, se
La Tierra de los Titanes, un lugar donde los dioses no podían entrar, un refugio sagrado que existía fuera del alcance de la arrogancia y la manipulación del Olimpo. Arius se acercó a ella con una suavidad que no correspondía con el poder que emanaba de su ser. Su mirada estaba llena de determinación, pero también de algo más, algo más profundo que se reflejaba en la manera en que sus ojos se posaban sobre ella. Elysia podía sentir la electricidad en el aire, el crisol de emociones que los unía, el deseo de sanar lo roto entre ellos, y la promesa de que todo podría ser diferente en este lugar. "Piensa en el lago más cristalino que tu mente pueda crear," susurró Arius, su voz como un eco profundo que se coló en su conciencia, envolviéndola con una sensación cálida y reconfortante. "Piensa en la pureza del agua, en la serenidad del reflejo, y luego... prueba mi sangre." El corazón de Elysia dio un salto, pero antes de que pudiera decir algo, Arius alzó su brazo con suavidad. Un deste
La luz dorada del atardecer bañaba la Tierra de los Titanes, tiñendo las montañas con matices naranjas y violetas, como los relucientes ojos de los Titanes, como si el cielo mismo celebrara el regreso de Elysia y Arius a este lugar olvidado por los dioses. Mientras caminaban juntos por un terreno que respiraba poder antiguo, la quietud del paisaje ofrecía una paz que Elysia nunca había conocido. Cada paso que daban parecía deshacer los años de oscuridad, como si la misma tierra estuviera sanando las heridas que ambos llevaban en sus corazones.Arius la observaba con una atención cuidadosa. Sabía que su presencia era un recordatorio constante de lo que ella había perdido, y aunque su amor era el anhelo que los había unido a través de los siglos, no quería presionarla demasiado. **Este era su espacio, su refugio**, y Elysia necesitaba tiempo. Ella lo sentía. A pesar de la tormenta de recuerdos y emociones que la embargaban, había algo en la mirada de Arius que le transmitía seguridad.