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Capítulo 5: El Vacío

Su mente, aún agitada por el despertar de los recuerdos, luchaba por comprender todo lo que acababa de descubrir. El poder, el linaje, la herencia de los titanes… todo lo que alguna vez le había sido arrebatado estaba regresando, como un río desbordado que no podía detenerse. Pero había algo más, algo que persistía en las sombras de su mente. Una sensación extraña, como si hubiera algo —alguien— que debería recordar, pero que seguía fuera de su alcance. Un vacío, una pieza que faltaba en su memoria.

Sin embargo, antes de que pudiera reflexionar más, una presencia se materializó a su lado. Hera, la diosa reina, apareció como un susurro entre las sombras, su expresión fría y calculadora.

“Elysia,” dijo, su voz suave pero cargada de advertencia. “No te acerques a esa idea. No es lo que piensas, deja encerrado el recuerdo, es por el bien de todos”

Elysia la miró con furia, el poder aún palpitando en su cuerpo, luchando por liberarse. “¿Qué quieres decir con eso? Hay algo allí, algo que me pertenece.”

“Porque…” Hera vaciló por un momento, como si sopesara sus palabras. “Porque esa persona es la razón por la que el equilibrio entre el mundo mortal y el Olimpo no se ha desmoronado. Es la razón por la que el caos no ha consumido todo.”

Un silencio pesado llenó el aire. Elysia sintió que su corazón latía más rápido, como si esa revelación hiciera que el vacío dentro de su mente se intensificara. Hera la observó con una mezcla de tristeza y desesperación.

“Él es el Vacío, Elysia. El ser más poderoso, que puede consumir todo lo que toca, incluida la existencia misma. Pero él eligió sacrificarse. Eligió dejar que lo aprisionaran por ti.”

Elysia sintió como si un rayo la hubiera atravesado. El Vacío. Aquella fuerza insondable que no solo podía arrasar con el mundo, sino con todo lo que existía. Pero… ¿por qué? ¿Por qué él habría hecho eso?

“No entiendo… ¿Por qué lo hizo?” preguntó, casi incapaz de creerlo.

“Porque él te ama,” dijo Hera, su voz grave, como si cada palabra fuera una condena. “Y porque sabía que tu supervivencia dependía de su sacrificio. Si recordaras, el destino de ambos se habría sellado. Todo lo que está sucediendo, toda la destrucción, es consecuencia de su decisión. Y ahora, tú no puedes recordar. Si lo haces, todo lo que hemos hecho por protegerte y proteger el Olimpo se desmoronará.”

Elysia la miró, los ojos brillando con la luz de su furia y su confusión. “¿Quién es él? ¿Por qué lo olvidé?”

Pero Hera no contestó. Solo susurró una última advertencia: “Olvídalo. No lo busques. Porque si lo haces, no habrá vuelta atrás.”

Elysia no escuchó. El vacío dentro de su alma, la sensación de algo perdido, de algo roto, la impulsaba a actuar. No importaba lo que Hera decía, ella debía saber la verdad.

Desprendió un destello de luz de su mano, forzando su memoria y siguiendo el susurro en su mente se materializó frente a una celda que cedió ante su poder. El viento se desató alrededor de ella, llevando consigo una ola de energía antigua y caótica. Las paredes de la prisión parecían temblar mientras la celda se abría, revelando una figura encadenada en la oscuridad. Una silueta que era a la vez humana y algo más, algo que desbordaba las fronteras de la realidad.

De repente, una voz resonó en su mente, una voz profunda y familiar, como si fuera una parte olvidada de su alma.

“Elysia…”

El nombre salió de sus labios antes de que pudiera detenerlo. Su corazón latió con fuerza, reconociendo esa voz, reconociendo esa presencia.

“Arius…” susurró con desesperación, y al pronunciar su nombre, algo en ella se rompió.

La energía en la celda comenzó a volverse incontrolable. Hera gritó, pero Elysia no podía retroceder. El vacío, el ser que había estado esperando todo este tiempo, la reconoció. Arius.

Su nombre resurgió como una llama en la oscuridad. Pero mientras Elysia caía al suelo, consumida por la magnitud de la revelación, un destello de luz blanca se desató, oscureciendo todo a su alrededor. La diosa de la justicia y la venganza cayó al suelo, su cuerpo se desmayaba, pero en su mente resonaba la última palabra que había dicho: Arius.

A lo lejos, en la profunda prisión que lo había mantenido cautivo, Arius escuchó su nombre, y en su alma rota, algo se despertó. Ella lo recordaba.

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