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Capítulo 4: El despertar de Elysia

Elysia se mantenía erguida, su poder envolviendo la fortaleza como una tormenta a punto de desatarse.

En el Olimpo Zeus lo notó, empezó a abrumarse, el poder se estaba activando y él no podía permitirlo, llamó a Hera, tenían que pensar y rápido antes de que se saliera de control.

El viento electrizante la rodeaba, a su alrededor crecía con furia, sus ojos centelleaban con una luz violenta, sus ojos antes violeta, ahora se empezaron a oscurecer y el aire mismo parecía temblar. Sin embargo, algo en su interior comenzaba a retumbar. Algo que no podía entender, un eco lejano que atravesaba la niebla de su furia.

Las palabras de Arion, su traición, su indiferencia, habían encendido una llama, pero ahora, al concentrarse en la intensidad de su poder, algo más despertaba. Un vacío en su mente, como un pedazo de su historia que nunca había sido completado. Algo que la había seguido, acechando, pero que nunca había tenido la oportunidad de recordar.

“¿Lo sientes, Elysia?” murmuró la voz de Morrigan, resonando en el aire con un toque de desafío. “Ese vacío en ti. Ese pedazo de ti que no entiendes.” La diosa de la guerra sonrió con una sonrisa fría. “No importa cuánto poder invoques. No podrás restaurar lo que nunca supiste que te fue arrebatado.”

Elysia la miró, pero algo en su mirada ya no era solo furia. Su rostro se tensó, como si un rayo de claridad la hubiera golpeado en el instante menos esperado. Morrigan había tocado un punto doloroso. Algo dentro de ella comenzaba a desmoronarse, y el poder que había invocado empezaba a desvanecerse.

Era como si un velo se levantara de su mente, permitiéndole ver lo que había estado oculto en las sombras. Un fragmento de su vida, enterrado profundamente en su conciencia, comenzó a salir a la luz, arrastrado por la fuerza de su desesperación.

Un recuerdo antiguo, tan borroso al principio, pero que pronto adquirió nitidez. Un rostro. Un rostro que no pertenecía a Arion, ni a los mortales. Un rostro tan familiar como el suyo propio. Zeus. El padre de todos los dioses.

“Zeus…” susurró, su voz quebrándose por el peso de la revelación. “Él… ¿Qué me hizo?”

En ese instante, la verdad le golpeó con la fuerza de un rayo. Recordó cómo Zeus, en su infinita sabiduría y miedo, había sellado sus recuerdos. Había temido lo que ella podría llegar a ser. El último titán, la última de su linaje, la única que podría desatar una venganza tal que podría destruir el Olimpo y su reinado.

Con una brutalidad que solo los dioses podían comprender, Zeus había sellado sus recuerdos, arrancando de su mente todo conocimiento sobre su verdadero origen, su verdadero poder.

por eso era la única Diosa con los ojos violeta y no del azul típico que tenían todos los del Olimpo. Había borrado su historia, y con ello, su destino. La diosa del amor, que en su tiempo de inocencia había creído en el amor y la bondad, ahora era una sombra de lo que pudo haber sido. El sello sobre su mente era más que un simple olvido: era un encierro. Un intento desesperado por evitar que se cumpliera la profecía.

Elysia cerró los ojos, los recuerdos surgiendo con fuerza, como un torrente que no podía detener. Recordó los días anteriores a su descenso al mundo mortal. Recordó cómo su poder había sido incomparable, cómo los dioses temían su potencial aún siendo una niña, una pequeña Titán orgullo entre los suyos, venerada, amada y protegida. Recordó la visión de su propio linaje: una fuerza ancestral, poderosa, la última chispa de los titanes que podía cambiar el destino del Olimpo y del mundo mortal. La diosa de la vida y la destrucción.

Pero Zeus, temeroso de su poder, había manipulado su mente, sellando todo lo que la haría invencible. Le había otorgado el manto del amor, una emoción que, aunque poderosa, no era suficiente para desatar la destrucción que estaba en su interior.

Ahora, con cada recuerdo que regresaba, con cada fragmento de su historia fragmentado, una nueva fuerza tomaba raíz en ella. El amor, alguna vez la luz de su existencia, se transformaba en algo más. El amor se convertía en justicia, la justicia en venganza, y la venganza en una fuerza cósmica que podría arrasar con todo a su paso.

Arion, Morrigan, el mundo entero… ya no importaban. El sello de Zeus ya no podía detenerla. Los recuerdos estaban centelleando en su mente, pero aún incompletos. Había alguien, alguien importante, la esperaba.

Sus ojos brillando con una intensidad nueva. “El amor que alguna vez sentí, el verdadero, el eterno , no era Arion. No era una trampa, diseñada para mantenerme débil. Pero ahora… ahora soy la última de los titanes, y he regresado para reclamar mi destino.”

Arion, al escuchar sus palabras, dio un paso atrás, sintiendo que el aire a su alrededor comenzaba a cambiar. Morrigan también retrocedió, sin poder evitarlo, un temor que jamás había sentido antes cruzando su fría mirada.

Elysia levantó la mano, y con un simple gesto, las paredes de la fortaleza temblaron. Los recuerdos de su verdadero ser, sellados por Zeus, se desataron como una ola de energía pura. El suelo bajo sus pies se agrietó, y el cielo pareció oscurecerse mientras su poder se expandía, alcanzando su forma verdadera.

“¡Esto es lo que soy! ¡La última titán, el fin del Olimpo y el comienzo de una nueva era!” proclamó Elysia, su voz retumbando en la fortaleza, en el corazón de los mortales y dioses por igual.

Y en ese momento, la diosa traicionada, la diosa del amor transformada en la diosa de la justicia y la venganza, supo que había llegado el tiempo de cumplir la profecía. El Olimpo temblaría, porque Elysia no solo reclamaba lo que le pertenecía, sino que también desataría la venganza del último titán sobre los dioses mismos. La guerra estaba por comenzar. Y nadie, ni siquiera Zeus, podría detenerla.

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