Elysia se mantenía erguida, su poder envolviendo la fortaleza como una tormenta a punto de desatarse.
En el Olimpo Zeus lo notó, empezó a abrumarse, el poder se estaba activando y él no podía permitirlo, llamó a Hera, tenían que pensar y rápido antes de que se saliera de control. El viento electrizante la rodeaba, a su alrededor crecía con furia, sus ojos centelleaban con una luz violenta, sus ojos antes violeta, ahora se empezaron a oscurecer y el aire mismo parecía temblar. Sin embargo, algo en su interior comenzaba a retumbar. Algo que no podía entender, un eco lejano que atravesaba la niebla de su furia. Las palabras de Arion, su traición, su indiferencia, habían encendido una llama, pero ahora, al concentrarse en la intensidad de su poder, algo más despertaba. Un vacío en su mente, como un pedazo de su historia que nunca había sido completado. Algo que la había seguido, acechando, pero que nunca había tenido la oportunidad de recordar. “¿Lo sientes, Elysia?” murmuró la voz de Morrigan, resonando en el aire con un toque de desafío. “Ese vacío en ti. Ese pedazo de ti que no entiendes.” La diosa de la guerra sonrió con una sonrisa fría. “No importa cuánto poder invoques. No podrás restaurar lo que nunca supiste que te fue arrebatado.” Elysia la miró, pero algo en su mirada ya no era solo furia. Su rostro se tensó, como si un rayo de claridad la hubiera golpeado en el instante menos esperado. Morrigan había tocado un punto doloroso. Algo dentro de ella comenzaba a desmoronarse, y el poder que había invocado empezaba a desvanecerse. Era como si un velo se levantara de su mente, permitiéndole ver lo que había estado oculto en las sombras. Un fragmento de su vida, enterrado profundamente en su conciencia, comenzó a salir a la luz, arrastrado por la fuerza de su desesperación. Un recuerdo antiguo, tan borroso al principio, pero que pronto adquirió nitidez. Un rostro. Un rostro que no pertenecía a Arion, ni a los mortales. Un rostro tan familiar como el suyo propio. Zeus. El padre de todos los dioses. “Zeus…” susurró, su voz quebrándose por el peso de la revelación. “Él… ¿Qué me hizo?” En ese instante, la verdad le golpeó con la fuerza de un rayo. Recordó cómo Zeus, en su infinita sabiduría y miedo, había sellado sus recuerdos. Había temido lo que ella podría llegar a ser. El último titán, la última de su linaje, la única que podría desatar una venganza tal que podría destruir el Olimpo y su reinado. Con una brutalidad que solo los dioses podían comprender, Zeus había sellado sus recuerdos, arrancando de su mente todo conocimiento sobre su verdadero origen, su verdadero poder. por eso era la única Diosa con los ojos violeta y no del azul típico que tenían todos los del Olimpo. Había borrado su historia, y con ello, su destino. La diosa del amor, que en su tiempo de inocencia había creído en el amor y la bondad, ahora era una sombra de lo que pudo haber sido. El sello sobre su mente era más que un simple olvido: era un encierro. Un intento desesperado por evitar que se cumpliera la profecía. Elysia cerró los ojos, los recuerdos surgiendo con fuerza, como un torrente que no podía detener. Recordó los días anteriores a su descenso al mundo mortal. Recordó cómo su poder había sido incomparable, cómo los dioses temían su potencial aún siendo una niña, una pequeña Titán orgullo entre los suyos, venerada, amada y protegida. Recordó la visión de su propio linaje: una fuerza ancestral, poderosa, la última chispa de los titanes que podía cambiar el destino del Olimpo y del mundo mortal. La diosa de la vida y la destrucción. Pero Zeus, temeroso de su poder, había manipulado su mente, sellando todo lo que la haría invencible. Le había otorgado el manto del amor, una emoción que, aunque poderosa, no era suficiente para desatar la destrucción que estaba en su interior. Ahora, con cada recuerdo que regresaba, con cada fragmento de su historia fragmentado, una nueva fuerza tomaba raíz en ella. El amor, alguna vez la luz de su existencia, se transformaba en algo más. El amor se convertía en justicia, la justicia en venganza, y la venganza en una fuerza cósmica que podría arrasar con todo a su paso. Arion, Morrigan, el mundo entero… ya no importaban. El sello de Zeus ya no podía detenerla. Los recuerdos estaban centelleando en su mente, pero aún incompletos. Había alguien, alguien importante, la esperaba. Sus ojos brillando con una intensidad nueva. “El amor que alguna vez sentí, el verdadero, el eterno , no era Arion. No era una trampa, diseñada para mantenerme débil. Pero ahora… ahora soy la última de los titanes, y he regresado para reclamar mi destino.” Arion, al escuchar sus palabras, dio un paso atrás, sintiendo que el aire a su alrededor comenzaba a cambiar. Morrigan también retrocedió, sin poder evitarlo, un temor que jamás había sentido antes cruzando su fría mirada. Elysia levantó la mano, y con un simple gesto, las paredes de la fortaleza temblaron. Los recuerdos de su verdadero ser, sellados por Zeus, se desataron como una ola de energía pura. El suelo bajo sus pies se agrietó, y el cielo pareció oscurecerse mientras su poder se expandía, alcanzando su forma verdadera. “¡Esto es lo que soy! ¡La última titán, el fin del Olimpo y el comienzo de una nueva era!” proclamó Elysia, su voz retumbando en la fortaleza, en el corazón de los mortales y dioses por igual. Y en ese momento, la diosa traicionada, la diosa del amor transformada en la diosa de la justicia y la venganza, supo que había llegado el tiempo de cumplir la profecía. El Olimpo temblaría, porque Elysia no solo reclamaba lo que le pertenecía, sino que también desataría la venganza del último titán sobre los dioses mismos. La guerra estaba por comenzar. Y nadie, ni siquiera Zeus, podría detenerla.Su mente, aún agitada por el despertar de los recuerdos, luchaba por comprender todo lo que acababa de descubrir. El poder, el linaje, la herencia de los titanes… todo lo que alguna vez le había sido arrebatado estaba regresando, como un río desbordado que no podía detenerse. Pero había algo más, algo que persistía en las sombras de su mente. Una sensación extraña, como si hubiera algo —alguien— que debería recordar, pero que seguía fuera de su alcance. Un vacío, una pieza que faltaba en su memoria.Sin embargo, antes de que pudiera reflexionar más, una presencia se materializó a su lado. Hera, la diosa reina, apareció como un susurro entre las sombras, su expresión fría y calculadora.“Elysia,” dijo, su voz suave pero cargada de advertencia. “No te acerques a esa idea. No es lo que piensas, deja encerrado el recuerdo, es por el bien de todos”Elysia la miró con furia, el poder aún palpitando en su cuerpo, luchando por liberarse. “¿Qué quieres decir con eso? Hay algo allí, algo que me
Mientras Elysia se desvanecía en un sueño profundo, el vacío de la prisión resonó en su mente. En la oscuridad, Arius, el ser que había guardado su sacrificio en silencio, empezó a sentir cómo las cadenas que lo mantenían cautivo comenzaban a ceder a su voluntad. Había esperado este momento, había esperado su despertar. Pero eso solo implicaría que la habían traicionado.Porque la profecía no estaba equivocada. La última titán, la diosa olvidada, reclamaría su destino, y con ella, él sería liberado.Y cuando se liberaran, el Olimpo caería.El sonido del viento soplaba con fuerza dentro de la celda oscura, como un susurro lejano, mientras Elysia yacía inconsciente, pero en lo más recóndito de su mente, algo comenzaba a despertar. Una presencia que siempre había estado allí, aguardando, como una sombra en los rincones más oscuros de su alma. Arius.Elysia soñaba con él, su imagen surgiendo a través de los recuerdos fragmentados, de momentos que nunca había olvidado por completo, aunque
El viento gélido soplaba con fuerza en la vastedad del Olimpo, como si la propia naturaleza estuviera testificando ante el destino que se tejía entre los dioses y sus traiciones. La verdad había comenzado a desvelarse lentamente. Entre la oscuridad de su alma la revelación la golpeó y cada pieza del rompecabezas encajaba, y con cada nueva comprensión, su corazón se retorcía. La gran mentira había sido urdida por los dioses mismos, y no sólo por Zeus, sino también por Arion, el Dios de la guerra, quien había jugado un papel central en el engaño que la había mantenido cautiva por siglos. Todo había comenzado hace más de quinientos años, cuando Arion, bajo las instrucciones y manipulaciones de Zeus y Hera, había comenzado su misión: hacer que Elysia se enamorara de él. En ese momento, Elysia aún no entendía completamente su naturaleza, ni la magnitud de su poder. Era una diosa joven, llena de vida, pero aún atrapada entre la fragilidad de su corazón y la creciente distancia de su propó
Había preguntado una vez más, con esperanza, a las Moiras, las tejedoras del destino. Sabía que ellas, con su naturaleza inflexible, no podían mentir. Las Moiras, las tres hermanas que gobernaban los hilos de la vida, podrían decir la verdad de una manera tan críptica que a menudo era como si ofrecieran una llave para abrir la mente, sin embargo, nunca la daban directamente. Y Elysia estaba dispuesta a enfrentarse a la verdad, sin importar cuán desgarradora fuera.—¿Por qué no puedo concebir? —preguntó, con la voz rota, pero la determinación encendida en sus ojos.Las Moiras aparecieron, sus figuras envueltas en la niebla del tiempo, los hilos de destino en sus manos moviéndose como serpientes, trenzados con la eternidad. Clotho, la que hilaba la vida, la miró con sus ojos inquebrantables.“No es tu destino el de dar vida en su nombre, sino el de amar en su esencia.”“Solo tu verdadero amor podrá cruzar las barreras de la existencia.”Elysia frunció el ceño, intentando entender el sig
Capítulo 9: La Decisión FinalEl aire era denso y cargado de un poder silencioso mientras Elysia se acercaba a las cadenas que mantenían a Arius prisionero. El suelo temblaba bajo sus pies, como si la misma tierra respirara con la creciente tensión entre ellos. Ella había sentido su presencia en lo más profundo de su alma, una conexión que nunca había desaparecido, aunque había sido borrada de su memoria. Al mirarlo por fin, el tiempo parecía detenerse.Arius, quien había estado encerrado en la oscuridad durante siglos, levantó la cabeza, sus ojos, tan profundos como el vacío mismo, la miraban con una mezcla de desesperación y anhelo. Elysia dio un paso más, sin poder apartar la mirada, y al hacerlo, todos los recuerdos de esos quinientos años de soledad, anhelo, amor desmedido profundo y pasional se abalanzaron sobre ella con una intensidad que la dejó sin aliento.Sentía su dolor como propio. El amor que compartieron, los momentos perdidos en un tiempo que ni siquiera recordaba, se
La Tierra de los Titanes, un lugar donde los dioses no podían entrar, un refugio sagrado que existía fuera del alcance de la arrogancia y la manipulación del Olimpo. Arius se acercó a ella con una suavidad que no correspondía con el poder que emanaba de su ser. Su mirada estaba llena de determinación, pero también de algo más, algo más profundo que se reflejaba en la manera en que sus ojos se posaban sobre ella. Elysia podía sentir la electricidad en el aire, el crisol de emociones que los unía, el deseo de sanar lo roto entre ellos, y la promesa de que todo podría ser diferente en este lugar. "Piensa en el lago más cristalino que tu mente pueda crear," susurró Arius, su voz como un eco profundo que se coló en su conciencia, envolviéndola con una sensación cálida y reconfortante. "Piensa en la pureza del agua, en la serenidad del reflejo, y luego... prueba mi sangre." El corazón de Elysia dio un salto, pero antes de que pudiera decir algo, Arius alzó su brazo con suavidad. Un deste
La luz dorada del atardecer bañaba la Tierra de los Titanes, tiñendo las montañas con matices naranjas y violetas, como los relucientes ojos de los Titanes, como si el cielo mismo celebrara el regreso de Elysia y Arius a este lugar olvidado por los dioses. Mientras caminaban juntos por un terreno que respiraba poder antiguo, la quietud del paisaje ofrecía una paz que Elysia nunca había conocido. Cada paso que daban parecía deshacer los años de oscuridad, como si la misma tierra estuviera sanando las heridas que ambos llevaban en sus corazones.Arius la observaba con una atención cuidadosa. Sabía que su presencia era un recordatorio constante de lo que ella había perdido, y aunque su amor era el anhelo que los había unido a través de los siglos, no quería presionarla demasiado. **Este era su espacio, su refugio**, y Elysia necesitaba tiempo. Ella lo sentía. A pesar de la tormenta de recuerdos y emociones que la embargaban, había algo en la mirada de Arius que le transmitía seguridad.
El vínculo entre Elysia y Arius crecía más fuerte con cada día que pasaba. Los días se deslizaban entre ellos como un suspiro, y mientras el sol se levantaba y se ponía sobre la Tierra de los Titanes, también lo hacía su conexión. Era algo más profundo que una simple relación: era la resurrección de algo antiguo, algo que había sido destruido, olvidado y sellado en el tiempo. Con cada paso que daban juntos, Elysia se sentía más segura, más abierta. Había algo en Arius, algo en su mirada, en la manera en que la trataba, que la hacía sentir protegida , amaba y deseada. Él la había cuidado, la había amado de una forma que nunca imaginó posible, incluso cuando sus recuerdos estaban nublados, incluso cuando sus propios dioses habían jugado con su destino. Empezaba a entender la diferencia en sus sentimientos, y la venganza dejaba de pesarle, la esperanza se fue abriendo paso en su corazón. Una tarde, mientras caminaban por un sendero rodeado de árboles milenarios, Arius se detuvo, sus