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DEJAR IR EL PASADO

Phoebe

Madrid, España

7 años después.

—Mamá, mamá. Despierta, hay alguien tocando la puerta. —dijo mi pequeño Noah, golpeando mi mejilla. Miré mi teléfono y eran las 7:30 de la mañana. 

—Tranquilo cariño, ahorita voy. —Él se fue de la habitación y me dejó  cambiar mi ropa. Tenía un par de horas de haber regresado de mi turno en el hospital. 

Gracias a mi tía Salomé me logré graduar y estudiar enfermería. 

Durante ese viaje de tren que nos trajo aquí, una señora se puso de parto y ver como mi tía la ayudó a traer a esa nueva vida al mundo me hizo enamorarme de la labor médica. La carrera como médico era muy costosa, y mi tía ya me ayudaba suficiente al cuidar de Noah y de mí, mientras me dedicaba a estudiar.

Dos semanas después de comenzar mi labor en el hospital. Mi tía sufrió un accidente que me la arrebató para siempre, al ser atropellada afuera del hospital por culpa de un automovilista ebrio. 

Noah tenía 3 años y a pesar de que era pequeño, él siempre me preguntaba todos los días por mi tía Salomé y eso me dolía. Me enfoqué mucho en cuidar de él, y de tratar de desempeñar bien mi trabajo en el hospital. Era lo que siempre le prometí a mi tía, siempre dar todo por el bien de Noah y el mío. 

Después de tener a Noah mi cuerpo cambió, y me encantaba verme en el espejo. Mis caderas se ensancharon muchísimo, mis senos crecieron, y mi cintura solo un poco, regalándome esa ilusión de reloj de arena. Amaba mi cuerpo curvilíneo,  y más lo que podía hacer con él como mujer. Usaba camisas cortas que dejaban ver mi ombligo, camisetas de tirantes dejando ver mis brazos. Jugaba mucho con los colores de mi cabello y mi maquillaje. Para muchos yo era la gordita y no me molestaba. Había aprendido que la belleza de una mujer no es su cuerpo, es su seguridad y confianza en sí misma, al mismo tiempo que decidí amarme y valorarme, por lo que no les daba importancia a los comentarios de los demás. Solo importaban los míos y como me sintiera yo. 

—Mamá, rápido. —dijo mi hijo apurando. Me peiné rápido y salí corriendo a la puerta. 

Al abrirla me quedé dura.

—Hola —dijo Steven. Mis piernas temblaron, él me miró de pies a cabeza, pero no fue con desagrado, si no con sorpresa posiblemente de verme tan diferente—. ¿Puedo pasar? —preguntó.

—Mamá, ¿quién es él? —preguntó mi hijo viniendo a mi lado y viendo directamente a Steven.

—Un amigo de la preparatoria, cariño, tranquilo. Ve a tu habitación. —Agradecía que Noah fuera muy obediente. Porque se fue a su habitación, sin decir nada. 

—¿Qué quieres? —pregunté volteando a ver al idiota padre de mi hijo. 

—Se parece mucho a mí de pequeño. —dijo con una sonrisa en su rostro. 

—No volveré a preguntarlo. ¿Qué quieres? —pregunté esta vez sin amabilidad. 

—Relájate. Créeme que lo que menos necesito en este momento es estar aquí, pero mi abuela está muriendo y exige verte. —No podía procesar sus palabras. Recuerdo a la señora, la vi en casa de Steven un par de ocasiones. ¿Por qué ella estará pidiendo verme a mí en su lecho de muerte? 

—¿Cómo te enteraste de que estaba aquí?

—El dinero soluciona muchas cosas. No sabía dónde buscar, pero luego tu madre dijo que posiblemente estuvieras en Madrid. Contraté a un detective y dio contigo. Empaca tus cosas, nos vamos. —crucé mis brazos y alcé la ceja.

—¿Estás loco? Vienes a mi departamento, dices que no quieres estar aquí, pero aquí estás, diciendo que empaqué mis cosas, ¿y milagrosamente me vaya contigo? No, por favor. Vete de mi casa, siete años Steven, siete años han pasado. —dije y él entró y se sentó cruzando su pierna, como si estuviera en su casa. 

—Tienes que agradecerle a tu madre. Mi abuela estaba en casa cuando tu madre llegó a amenazar con desprestigiar a mi familia, por haberte embarazado y dejado. Pidió bastante dinero, no accedimos a darle lo que ella pedía, pero ya está puesta la denuncia y en cualquier momento la meten presa. —Su historia tenía sentido. He vivido estos últimos años en mudanzas constantes por culpa de mi progenitora. 

—No puedo solo irme, tengo trabajo, un departamento, mi hijo está comenzando su primer grado. 

—Pues pedirás un traslado para tu trabajo, para la escuela y pagaré lo que sea necesario para que puedas salir de aquí. —dijo poniéndose de pie y acercándose a mí.

—Te daré dos días, tengo que hacer negocios en la ciudad.  No intentes escapar porque lo sabré. Volverás conmigo a Zaragoza y no quiero ponerme rudo contigo. No quiero que mi hijo tenga una mala impresión de su padre. 

—No es tu hijo, Noah es solo mi hijo nada más, así lo ha sido, y así lo seguirá siendo. —dije molesta alejándome de él. 

—Ya eso no viene al caso. Volveré dentro de dos días, espero ya tengas solucionado eso para entonces. —tomó mi barbilla entre su mano—. Sabes que no me gusta que me desobedezcas y tristemente para ti tienes todas las de perder si deseas llevarme la contraria. 

—Sigues siendo un maldit0 infeliz. —dije, él hizo aún más intenso su agarre en mi barbilla.

—A mucha honra, preciosa. Ya lo sabes, dos días. —dijo y sin oportunidad de decir nada el idiota me soltó y se fue del departamento. 

Caí sentada en mi mueble cubriendo mi rostro con mis manos. No deseaba llorar, pero fue inevitable. Cuando estaba en lo mejor de mi trabajo y Noah había encontrado una escuela que le gustaba. Una manita se apoyó en mi hombro, haciendo que rápidamente me secara las lágrimas.

—¿Tenemos que irnos con él? —preguntó con preocupación. Traté de calmar mis emociones lo más que pude. No deseaba transmitirle mi angustia.

—Si, no me gusta la idea, pero tenemos que hacerlo para saber qué es lo que está sucediendo con su abuelita. 

—¿Él es mi papá? —preguntó y yo moví mi cabeza en afirmación. No diría más cosas sobre el tema porque no quiero predisponer a mi hijo de ninguna manera en contra de Steven. 

—Si, pero eso no cambiará las cosas, cariño. Vamos a vivir en otra ciudad, pero seguiremos siendo solo tú y yo. Nadie nos va a separar y buscaremos una escuela nueva, y estaremos bien. ¿De acuerdo? —El afirmó mis palabras. 

Los dos días pasaron y gracias a la encargada del hospital “La Paz”, pude lograr encontrar un cupo en mi área de especialidad. Ser una enfermera auxiliar en el piso de maternidad del hospital general en Zaragoza. 

Investigamos escuelas por la internet y encontré una que estaba cerca del hospital en caso de emergencia. A Noah le gustó por ser un lugar pintoresco o al menos eso era lo que se mostraba en las fotografías. El departamento lo rentaba amueblado, por lo que no tuve necesidad de hacer una gran mudanza. Solo serían mis cosas y las de mi hijo. Algunos juguetes tuvimos que dejarlos para ser regalados en la entrada del edificio.

Puntualmente y a la misma hora, el timbre sonó, no me iba a sorprender sobre quién era. Ya lo sabía, mi hijo vino y abrió la puerta. Ya tenía las maletas a un lado de la cama y ya estaba lista. 

—¿Tienes todo listo Noah? —Solo se giró mostrando su pequeña mochila y moviendo la cabeza en afirmación. 

—De acuerdo, vamos a abrir la puerta. —Caminé con él y antes de abrir la puerta me puse a su nivel acariciando su mejilla—. Pase lo que pase siempre estaré a tu lado mi niño. 

Él se lanzó sobre mí y me abrazó. 

—Te amo, mamá —dijo dándome un beso en la mejilla. Me agitaba el corazón no saber qué era lo que pasaría al llegar. Tenía a mi incubadora en mi mente, la posibilidad de que desearan quitarme a Noah y entre tantos temores, que me acompañaban en este momento. 

Sin más preámbulo, abrí la puerta y estaba Steven acompañado por dos hombres que venían justo detrás de él. 

—Vaya, no creí que estuvieran listos. Hola… —dijo él acercándose a Noah. Rodé mis ojos porque dije el nombre de mi hijo ayer y no se pudo acordar. 

—Me llamo Noah Santiago, señor. ¿Nos vamos? —dijo mi hijo con molestia. Me sorprendió mucho esa actitud de parte de Noah. 

—El pequeño tiene carácter, me agrada. —dijo antes de darse la vuelta, dar instrucciones a los dos hombres y diciendo que lo siguiéramos, tomé la mano de Noah y caminamos detrás de él. 

Steven había ganado un poco más de estatura, y su cuerpo seguía igual que antes. Su rostro mostraba más frivolidad que antes y no sentí ningún tipo de atracción por él, pero sí unas ganas de darle una patada en el trasero que lo enviara de regreso al vientre de su madre. 

Me reí yo sola de mis pensamientos y sin querer lo hice en voz alta. 

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó y yo negué.

—Nada, solo venía pensando en las ironías de la vida. —Alzó su ceja e ignoró mi comentario. Llegamos hasta el primer piso donde estaban las oficinas administrativas. El señor Fausto recibió mis llaves y caminamos hasta el auto que fue abierto por otro hombre. 

—Ustedes irán en este auto, nos veremos al llegar. Tengo un departamento arreglado para ustedes. 

—No te hubieras molestado, ya tengo un piso donde vivir, gracias. —dije entrando al auto. La puerta se cerró y el auto se puso en marcha. 

No quería recibir nada de él. Nunca lo necesité y no lo haría ahora al llegar a Zaragoza. El auto se estacionó en el aeropuerto y abordamos el avión que nos llevaría a Zaragoza. Noah iba algo emocionado, estaría en un avión por primera vez. 

Al llegar ya estaban esperando por nosotros en la entrada. 

—Iremos a ver a mi abuela primero. —dijo y solo asentí. Era la primera interesada en saber qué era lo que deseaba la anciana conmigo.  

Llegué a la casa y suspiré al recordar la manera en cómo salí de ella hace 7 años. Tomé la mano de mi hijo y caminamos a la entrada, al hacerlo la madre de Steven estaba en la sala, acompañada de una chica que identifiqué de inmediato, Allison una “amiga” y compañera de colegio. 

Ambas mujeres me vieron con desagrado, pero yo les regale una de mis más resplandecientes sonrisas y eso pareció molestarlas.  

—¿Esta es la mujercita? Vaya hijo, creí que tuvieras mejores gustos. —dijo la señora a su hijo. 

—Hola, señora. Me llamo Phoebe y si, los gustos de su hijo son un poco retorcidos. —dije viendo a Allison quien no necesito una lupa para ver que se ha hecho más de alguna cirugía. Bastaba con recordar los planos que eran sus pechos y su nariz—. A lo que venimos. —dije viendo a Steven. Este asintió y me dirigió hasta la habitación de la señora. Su hijo, el padre de Steven estaba con ella.  

—Papá, —Llamó Steven y el señor se hizo a un lado. Se quedó sorprendido viéndome y luego a mi hijo. Se acercó y se agachó frente a él.

—¿Cómo te llamas pequeño? —dijo tomando su mano. 

—Noah, Noah Santiago. —dijo él con una sonrisa. El mayor lo miró y sonrió. Elevó su mirada hacia mí y sonrió. 

—Gracias por asumir la responsabilidad de cuidar de mi nieto. Te admiro por eso. Mi madre está descansando, solo desea conocer a su bisnieto antes de morir. 

—Pablo… —Se escuchó decir a la señora. Me dio mucha pena lo que estaba pasando. El señor nos pidió que nos acerquemos un poco más a la cama donde estaba ella. Estaba mucho más mayor desde la última vez que la vi.  

—Mamá, mira, ya está tu bisnieto y su madre aquí. —dijo él con sutileza. La señora abrió los ojos desorientada. Su mirada se fijó en mí y en mi pequeño.

—Muchacha, que hermosa estás. —Sonreí y me acerqué a acariciar su hombro. 

—Usted es mucho más bella que yo. —dije haciéndola sonreír. 

—Gracias, gracias por venir a ver a esta vieja. Prometo que luego podrás volver a tu vida y mi nieto no te molestara. 

—Esa no es tu… —comenzó a decir Steven antes de ser callado por su padre. 

—¡Silencio! —expreso el señor molesto. 

—Déjame ver al pequeño. —el señor sentó a mi hijo sobre la cama. Noah acarició la mejilla de la señora y le dio un beso en la frente. 

—Tengo una abuelita muy bonita ¿verdad mami? —Eso derritió el corazón de la señora. Lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. 

—Ayúdalos, Pablo. —dijo ella y yo negué viéndolos. Fui hasta el otro lado de la cama. Tomé la mano de la anciana con delicadeza. 

—No deseo nada, hemos llevado una vida modesta y tranquila. Soy enfermera y pronto comenzaré a trabajar en el hospital general. Mi hijo y yo somos felices de esa manera. 

—Tu madre… —dijo ella y sentí vergüenza. El señor Pablo sacó a Noah de la habitación.

—Hace 7 años me fui no por los tratos que recibí por Steven o por el peligro que corrió mi Noah cuando casi lo perdí. Me fui porque mis progenitores me querían usar a mí y a mi hijo como monedas de cambio para sus deudas. Mi tía Salomé cuidó de nosotras y me ayudó a poder conseguir una carrera que me encanta mucho. 

—Qué bueno, muchacha. No sabes cuanta culpa sentí ese día que te fuiste de esa manera de la casa. 

—No fue su culpa, creo que uno cosecha lo que siembra. Llevé una juventud muy alocada y cometí el error de confiar en la persona equivocada, de amar a la persona equivocada. Cuando nació Noah, fui muy feliz y estoy decidida a darle una vida muy diferente a la mía. Sobre mi madre… —tomé un respiro para poder continuar—. Les pido una disculpa. Lastimosamente uno no decide los padres, hijos o nietos que vayamos a tener y mucho menos controlamos el cómo serán como seres humanos.

—Me alegra mucho que corregiste tu camino, a diferencia de otros. —dijo viendo a su nieto—. Muchas gracias por venir, ahora ya puedo irme tranquila, porque mi bisnieto tiene una buena madre y no está sufriendo o carece de algo. —dijo ella tocando mi mejilla. Tomé sus manos entre las mías.

—No se preocupe, seguiré cuidando de todo aquel que quiera separarnos. —dije viendo de reojo a Steven quien estaba dentro de la habitación. Me incliné a darle un beso en la frente a la anciana. Ella asintió acariciando el dorso de mi mano con su pulgar. 

Noah estuvo acostado con ella hasta que llegó la hora de la comida y tuvimos que bajar a comer con todos. Yo me despedí de la señora Efigenia y prometí volver al día siguiente. 

—Phoebe, espero y no te ofendas, pero deseo practicar una prueba de ADN entre mi hijo y Noah. Es para términos legales y tranquila, no es para afectar a ti o a mi nieto. Mi madre desea poner al niño en su testamento y el abogado sugirió una prueba por si mi hijo o mi esposa desean apelar. —sus palabras me han dejado con la boca abierta. 

—Pueden hacer la prueba de ADN, no tengo ningún problema. Lo que sí quiero es tener algún tipo de garantía de que nadie me va a pelear la custodia de Noah.

—Tienes mi palabra… —con eso salí otra vez de esa casa. Nos instalamos en el departamento que había rentado y Noah estaba tan cansado que cayó dormido en el mueble de la sala. Era un departamento muy agradable. Viviríamos muy tranquilos aquí. 

La mañana siguiente cuando salíamos a buscar mercado, del departamento a un lado al nuestro salió una chica que iba con el uniforme de enfermera. Su nombre es Aida y al ver a Noah se puso a la disposición. Días después me uní al equipo en el hospital y la encontré también allí. Teníamos la misma edad y se ofreció a ayudarme con cuidar de Noah que ya había ingresado a la escuela. Ella está en el área de pediatría, por lo que le  gustaban mucho los niños. Visitamos cuando podíamos a la señora Efigenia. 

Steven no se nos acercaba, éramos como un cero a la izquierda y eso estaba más que perfecto para mi. 

El padre de Steven se portaba muy bien con nosotros y en una de sus visitas me hizo llegar un documento firmado por Steven donde prometía mantenerse alejado de mí. Fui muy feliz en ese momento.

Algunas semanas más pasaron y la señora Efigenia murió. La lectura del testamento se hizo casi a los dos días de ser enterrada y dejaba el 40% de sus bienes a mi hijo, el cual los recibiría a la mayoría de edad. Todo sería manejado por un fondo de seguros.

Mi madre fue encontrada muerta en alguna esquina de la ciudad. Fui la única en su velorio y su entierro. Si, dirán que soy muy estúpida en tomar estas molestias, y si ella podrá ser el peor ser humano en la faz de la tierra, pero era mi madre y por mi propia paz la despedí con respeto. La perdoné por todo lo que me hizo y fue muy liberador. Me hubiera gustado poder hacer lo mismo por mi padre, pero no pude hacerlo.

La madre de Steven visitaba a mi hijo, una vez que tuvo en su mano el resultado de la prueba de paternidad, parecía estar alegre por tener un nieto. En mis adentros sabía que lo hacía solo para quedar bien ante su esposo. 

No podía negar que mi vida era tranquila y que mi hijo estaba teniendo una infancia estable, ahora no solo conmigo, sino porque ahora compartía con sus abuelos y de mi nueva amiga Aida y no solo éramos él y yo. 

Los meses pasaron y en un abrir y cerrar de ojos, mi Noah cumplió 8 años.

Era un niño que últimamente se había empecinado en buscarme una pareja. Sentí mucha tristeza por el cuándo se enteró que Steven se había casado con Allison. En su cabecita se había hecho la película de volver a juntar a sus padres, pero en ese momento era encontrarme un esposo o novio para mí. 

—Si, parece que está muy mal. Su novia no se separa de él. —dijo Wendy una de las enfermeras en la sala de descanso. 

—Si, imagínate ser casi asesinado por una loca el día de la boda de tu hermano. —dijo Kimberly. 

—¿De quién hablamos?  —pregunté entrando en la conversación. 

—De Alan Galeano, ayer tuvo un accidente y parece que está muy grave. —dijo Wendy y mi corazón martillo con fuerza. 

No escuchaba ese nombre desde hace ya mucho tiempo y se sentía muy mal saber que estaba en esa situación. El accidente y la situación de Alan, fue el tema que se habló durante unas semanas por todo el hospital. En una visita a su piso, pude ver a su familia, afortunadamente nadie me reconoció y desde lejos pude ver como a una pequeña chica de cabello negro, con rasgos asiáticos salir de la habitación. Era muy bonita y se miraba muy afectada por lo que estaba pasando con Alan. 

Casi al día siguiente de mi visita la chica fue ingresada por un desmayo y sus exámenes resultaron en un embarazo de unas pocas semanas, lejos de sentirme mal, me sentí muy feliz por ellos dos. Esa noche me dormí pidiendo que Alan lograra despertar y ser feliz con su familia. 

Al día siguiente al llegar a mi turno a medio día fui recibida con la noticia que Alan había despertado y me puse muy feliz. Me tocaba estar en el turno de la noche y me sentí muy mal al saber que habían traído a la novia de Alan de emergencias al hospital. 

—Phoebe, acompáñame a realizar una ecografía. Traer el ecógrafo. —dijo la doctora Zion y rápidamente seguí sus órdenes. Entramos a la habitación y al hacerlo sonreí ante la escena frente a nosotras. Alan y su pareja se miraban con tanta ternura. Podía verse el amor que se tenían. 

La noticia de que tendrán gemelos fue algo sorprendente y muy emocionante. Alan no apartaba sus ojos de ella o de la pantalla del ecógrafo. Estaba muy enamorado, por un instante sentí envidia de la chica. El me miraba de esa manera hace muchos años y no lo valoré. Ahora aquí estaba yo, deseando que alguien me mirara con esa misma intensidad, complicidad y con ese mismo amor. 

 La doctora les dio los pormenores de cómo iba su embarazo y de los cuidados que deben tener. Al salir ella no pude evitar sacar lo que tenía en mi pecho. 

—Me alegra mucho que encontrarás a una joven tan buena para ti —dije, limpiando el ecógrafo. Me daba un poco de vergüenza darle la cara, por lo que lo dije de espaldas a él. 

—¿Tanto he cambiado que no me reconoces Alan? —dije al no recibir ningún tipo de respuesta. Me giré y esta vez se me quedó viendo con seriedad. 

—¿Se conocen? —preguntó ella. El asintió. Y me sorprendió completamente al decirle mi nombre como si ella ya supiera de mí.

—Si cariño, ella es Phoebe.  

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