Adriano no volvió a pensar en Vanessa hasta después de su reunión. Una sonrisa se coló entre sus labios al pensar en la pelinegra y su loca propuesta.
Al llegar de regreso a su oficina casi esperó verla allí todavía, aunque había pasado una hora y eso era imposible.
Durante todo el día sus pensamientos volvieron a Vanessa más veces de las que le gustaría admitir y en una ocasión llegó a pensar que hubiera pasado si habría aceptado casarse con ella. Incluso al pensarlo soltó una carcajada.
No estaba dispuesto a renunciar a su soltería, su vida estaba muy bien tal y como estaba. Una mujer siempre lo cambiaba todo. Si le quedaba alguna duda, solo tenía que mirar a sus hermanos. Ambos habían pasado de ser unos completos rebeldes a actuar de acuerdo a los deseos de sus esposas. No es que eso le resultara desagradable, por el contrario le gustaba ver a sus hermanos felices, solo que no era para él. Tal vez algún día las cosas cambiarían, pero no es como si estuviera muy emocionado porque eso sucediera pronto.
Cerca de las ocho de la noche dio por terminado su trabajo. Apagó su computador y cogió su maletín.
Al pasar por los pasillos se encontró con la mayoría de las luces apagadas, las pocas que aún permanecían encendidas era debido a que el personal de limpieza estaba allí. Como la mayoría de los días era el último en salir.
Estaba saliendo del ascensor en el estacionamiento cuando su celular sonó. Al sacarlo vio en el identificador el nombre de Fabio. Él era su mejor amigo desde la universidad. Se habían conocido en segundo año, cuando Fabio había pedido su cambio de universidad. Aunque ambos se habían dedicado a cosas diferentes, nunca habían perdido contacto.
En algunos aspectos Fabio era muy diferente a él. Siempre andaba con una sonrisa en el rostro y no se solía tomar nada demasiado en serio. Su ley de vida era que debía disfrutar de todo mientras pudiera. Siendo Adriano alguien más reservado y serio, era raro que hubieran congeniado bien desde el primer momento, pero solo había bastado conocer un poco más de él, para saber que era una gran persona. Detrás de su sonrisa amigable y su constante gusto por perder el tiempo, había una persona lista y responsable. Algo contradictorio, pero Fabio lo manejaba muy bien.
Lo único que se podía decir que tenían en común, era su mutua aversión por las relaciones formales. Fabio seguro se reiría si le contaba lo sucedido con Vanessa, algo que obviamente no haría. Incluso si él era su mejor amigo, jamás expondría a una mujer de esa manera. No sería algo correcto.
—Hola, mi buen amigo —lo saludó Fabio apenas contestó.
—Fabio —dijo como respuesta.
—Tu emoción es contagiosa —musitó su amigo con ironía.
Una sonrisa de medio lado apareció en su rostro.
—¿Qué es lo que quieres esta vez?
—Rayos, tú si sabes cómo hacer sentir bien a las personas. No me sorprende que estés soltero con ese carácter que te manejas.
—Mira quién fue a hablar. Hasta donde recuerdo tú estás en las mismas condiciones. En tu caso se podría decir que es por tu intolerable sentido del humor.
—Al menos yo tengo uno y, para que conste, estoy solo por elección propia.
—Lo que tú digas —musitó sonriendo—. ¿Ya me piensas contar a que debo el honor de tu llamada?
—No tienes remedio —dijo Fabio soltando un suspiro de resignación—. Quería invitarte a tomar un par de copas.
—Estamos a mitad de semana.
—No recuerdo haber preguntado qué día es. Solo limítate a responder sí o no.
Una copa no le vendría mal después de su interesante día. Tal vez no podría hablar sobre ello, pero la compañía de Fabio lo distraería de pensar en la mujer que había venido a alborotar su vida.
—Está bien, ¿en el lugar de siempre?
—Por supuesto, nos vemos allí en quince minutos.
Dio por terminada la llamada y caminó directo hacia su auto. Se subió detrás del volante y no tardó en abandonar el edificio.
El viaje duró cerca de diez minutos, aparcó en coche a una cuadra y luego caminó hasta el bar en el que solía reunirse con su amigo. No era un lugar lujoso, ni de cerca. Era más como esos sitios que se veían en las películas donde se daban encuentros clandestinos. Las luces opacas, gente metida en sus propios asuntos y música de fondo que no reventaba los tímpanos. Aunque a diferencia de las películas, el lugar estaba limpio, no había ningún olor rancio y la bebida era buena.
Encontró a Fabio sentado en la barra, caminó hasta el lugar a su lado y luego se sentó en completo silencio.
—Veo que empezaste sin mí —le dijo al ver que tenía un vaso de cerveza en su manos.
—Tardabas demasiado —dijo él.
Solo sacudió la cabeza y llamó al barman.
—Lo mismo para mí, por favor —ordenó cuando él se acercó.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó Fabio después de que el barman le sirvió su bebida.
—Igual de siempre.
—¿Te refieres a que te sigues haciendo más millonario?
Sonrió y asintió con la cabeza.
—No creo que sea el único, me enteré de que acaban de nombrar a tu última creación, como la invención del siglo.
—Malditamente cierto. ¿Qué te digo? Soy un genio. —Fabio sonrió presumido—. Por cierto ¿cómo está tu mamá?
Maldijo en silencio, lo que su amigo quería decir en realidad con esa pregunta era si su mamá lo seguía llamando con el pretexto de saber cómo estaba para luego preguntarle si ya había encontrado a alguien.
Amaba a sus padres, de eso no había duda, pero a veces lo podían volver loco. Su madre con su constante insistencia de conseguir una esposa y su padre, alentándola sin parar. Al menos estaba claro que la amaba y por eso dejaba que lo torturara de esa manera.
—Todavía tiene la idea loca de que seré un hombre feliz en cuanto me casé y tenga hijos. En su última llamada me habló de presentarme a alguien, apenas logré esquivar el tema, pero no estoy seguro de que lo lograré la próxima vez que lo intenté.
Fabio echó la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada.
Por alguna extraña razón al pensar en el empeño de su madre por verlo casado, pensó en Vanessa. Aceptar su propuesta podría haber sacado de encima a su madre. Aunque hubiera sido un poco sospechoso aparecer comprometido de la noche a la mañana. Su madre se habría dado cuenta de que algo no iba bien.
Se preguntó si la locura de Vanessa era contagiosa, esa sería la única razón por la que estaría pensando en su propuesta. O tal vez ya había tomado demasiado.
Miró su vaso y vio que apenas iba por la mitad, muy poco para considerar que el alcohol estaba nublando su juicio.
—Siento que en algún momento terminarás cediendo, solo por complacerla o para ser más exactos para que deje de presionarte —dijo Fabio sacándolo de sus pensamientos. Lo cercanas de sus palabras a lo que acababa de pensar, casi lo asustó.
De ninguna manera, se dijo. No estaba tan desesperado. Su madre tendría que conformarse con el hecho de que no estaba listo para entrar en una relación seria.
—Ya quisiera verte a ti en la misma situación.
—Eres un mal amigo, mi madre se ha mantenido al margen hasta ahora y espero siga así por un tiempo.
Fabio y Adriano cambiaron de tema, hablaron de cosas sin mucha relevancia y bebieron algunos tragos más.
Dos horas después ambos salieron del bar y llamaron al servicio de taxis. Siempre que bebían hacían lo mismo y al día siguiente recogían sus autos. No solo era porque le temían a tener algún accidente, sino también porque preferían evitar el sermón que les soltarían sus padres si se enteraban que habían estado conduciendo ebrios.
Ambos eran hombres adultos e independientes; pero todavía tenían respeto, y porque no decirlo también miedo, a sus padres.
El taxi dejó primero a Adriano frente a su edificio y se marchó con Fabio.
Al llegar a su departamento se retiró la ropa y entró a la ducha para despejar su mente. Mientras el agua corría por su cuerpo una imagen seductora vino a su mente. Recordó cada detalle sobre Vanessa. Su intensa mirada, su ímpetu y aquellos apetitosos labios que poseía.
Cerró sus ojos y se la imaginó besándola.
—¡Maldición! —bramó inclinándose sobre la pared, no entendía que le estaba sucediendo.
Su cuerpo comenzó a reaccionar, pero no estaba dispuesto a ceder a sus instintos. Cambió el agua caliente por fría. No fue para nada placentero ser golpeado por chorros de agua helada, pero fue mejor que ceder a los deseos de acariciarse mientras pensaba en la alborotadora.
Salió después de un rato y se fue directo a la cama. Estaba demasiado cansado y esperaba que al día siguiente todo hubiera quedado en el olvido, en especial sus pensamientos sobre Vanessa.
Vanessa soltó un bostezó. Estaba cansada, había sido un día ajetreado en la oficina y apenas podía mantener los ojos abiertos, lo menos que quería hacer era ir a una cita. Pero no le quedó más remedio que arreglarse para su encuentro con Enrico. Tenía que hacerlo para comprarse más tiempo mientras descubría una salida.Se alistó rápido, no se maquilló demasiado y eligió un vestido sencillo, pero bonito. Si no se equivocaba con la clase de persona que era Enrico, el seguro se sentiría ofendido al verla. Seguro él lo tomaría como una falta de respeto.Al salir de su pequeño departamento tomó un taxi que la llevó hasta el elegante restaurante donde se reuniría con Enrico. En la recepción dio su nombre y la llevaron hasta una de las mesas. Él todavía no había llegado, aunque no pudo importarle
Un esbozo de sonrisa apareció en el rostro de Adriano al ver a Vanessa marcharse. Su forma de ser era como era una brisa refrescante. Era atrevida y no parecía tenerle miedo a nada.El edificio donde entró no parecía el lugar donde viviría la hija de Filippo Giordano. Dado su posición económica hubiera esperado un edificio en el centro de la ciudad o al menos uno más lujoso. Pero no sabía porque le sorprendía, ese lugar concordaba más con todo lo que había aprendido sobre ella en los últimos días. Ella estaba luchando por escapar del control de su padre, seguro también había rechazado cualquier ayuda por parte de él.Encendió el auto y se marchó. En el viaje hasta su departamento recordó lo sucedido en el restaurante y una risa se le escapó.Adriano se había reunido allí con Amanda. Su empresa acababa de cerrar un negocio muy importante con la empresa de la que ella era representante y él la había invitado a cenar. Había visto a Vanessa en cuanto ella había entr
Era curioso como, de no ver a Adriano más que en contadas ocasiones, ahora parecían encontrarse en todo lugar al que iba. Era como si tan solo tuviera que pensar en él y, “puff”, él aparecería.Cuando lo había visto, sentado en una de las mesas de su lugar favorito, había creído que estaba teniendo una alucinación. Pero al ver que sus padres lo acompañaban estuvo segura que no se trataba de ninguna imagen creada por su cerebro. Lo cual fue un alivio, porque bastaba con pensar en él más de lo que había hecho en el pasado.Bianca le había hablado en más de una ocasión de las visitas sorpresas que sus hijos le hacían a sus hijos, en especial a Adriano y asumió que está se trataba de una de esas.Vanessa los observó mientras esperaba que le trajeran su orden. Adriano no notó su presencia y eso le permiti&oacut
Vanessa tomó un respiro profundo antes de llamar a la puerta principal de la mansión de su padre. Esperaba tanto el día en que ya no tuviera que volver allí y tenía la confianza en que ese día no estaba tan lejos.Todavía no había solucionado el asunto de su matrimonio, pero estaba gastando cada momento libre del día en pensar su siguiente movimiento, más temprano que tarde encontraría una manera. No era de las que se detenían a pensar de por vida, solo lo necesario antes de actuar.Fiorenza, la estoica ama de llaves, o vieja rapiña como la llamaba su hermana, le abrió la puerta y la saludó con su usual asentimiento de cabeza.La valoración de su hermana no estaba para nada incorrecta. La mujer parecía cerca de cumplir un siglo de vida y siempre parecía estar a la caza de algo.—¿Has estado practicando en tu sonrisa? &
Adriano podía sentir la tensión en la mesa después de su llegada, pero actuó como si no lo sintiera. Había estado en circunstancias peores y había salido vivo.Todavía no entendía que hacía allí y por más que se lo siguiera preguntando no iba a hallar una respuesta que lo convenciera.Durante la mañana había recordado más de una vez lo poco emocionada que se había visto Vanessa por la reunión con su familia y, en un arrebato repentino, había llamado a su familia para avisar que no llegaría. Después se había puesto en contacto con Vanessa para averiguar si ya estaba en casa de su padre. Ella se lo había confirmado incluso antes de que preguntara.Sin pensarlo demasiado, algo que se le estaba haciendo costumbre durante los últimos días, había conducido hasta la casa de Filippo Giordano. Dar con la d
Vanessa observó a Adriano mientras este mantenía su concentración en la pista. Él parecía tan tranquilo, no parecía para nada como alguien que acababa de decirle que se casarían dentro de algunas horas.—Olvidé preguntarte ¿tienes tu pasaporte contigo? De no ser así debemos tomar un desvió para ir a tu departamento a buscarlo.—¿Por qué no casarnos aquí? —preguntó en lugar de responderle.—Los trámites burocráticos toman bastante tiempo y tu padre se las arreglará para impedirlo si se entera de nuestros planes, lo cual de hecho hará.—Leonardo logró que todo estuviera listo en dos semanas.—Eso es lo que todos creen, en realidad planificó la boda un poco antes de pedirle matrimonio a Natalia.Vanessa se quedó en silencio ante esa información.
Adriano estaba mirando el documento que tenía en la pantalla de su laptop tratando de enfocarse en lo que estaba escrito allí, pero su atención se desviaba constantemente a la mujer sentada a su lado. Se supone que debía estar adelantando algo de trabajo; sin embargo, apenas había leído las primeras líneas antes de que sus pensamientos tomaran otro rumbo.El trabajo nunca le había parecido tan aburrido como en ese momento. No podía encontrar la usual emoción al pensar en los millones que ganaría con el siguiente contrato, no se podía decir lo mismo del trato que acababa de cerrar con Vanessa. En su mente comenzaba a idear maneras de hacerla ceder.En el mismo momento en el que ella había dicho que no habría nada de sexo en su matrimonio, era como si le habría puesto un reto que estaba más que dispuesto a superar. Pero no era de los hombres que tomaban a
—Idiota —repitió Vanessa por tercera o quizás cuarta vez. Ya no tenía tanta certeza de si se lo decía a Adriano o a ella misma.No podía entender como había cedido con tanta facilidad a su beso, pero apenas él la había tocado y sus pensamientos coherentes habían desparecido.Había salido con un par de chicos antes, uno de ellos era el tipo con el que había perdido su virginidad, pero ninguno de los dos le había hecho sentir ni la mitad de pasión que Adriano con solo un beso. Eso no podía significar nada bueno, si perdía control con tanta facilidad cada vez que él la tocara, estaría metida en un grave lío.Se acarició los labios con una mano, todavía podía sentirlos arder por el contacto.Miró la cama y su mente recordó como había despertado esa mañana cerca de Adriano, el