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Durante todo el día no logró encontrar aquella calma que se esmeraba en seguir ausente de su cuerpo.
A cada lugar al que iba, creía que una mano huesuda y necrosada se alzaría y cerraría sus agusanados dedos en torno a ella. No importaba si se encontraba dentro del salón de clases, rodeada de sus compañeros o profesores, tampoco si estaba en el receso al lado de sus más fieles amigas, esa sensación incómoda la siguió de inicio a fin. Incluso la primera vez que fue a orinar ese día, tuvo tanto miedo que prefirió aguantarse y no volver. Era imposible no imaginarse a uno o dos bastardos grabándola con sus celulares mientras ella se bajaba y subía los pantalones escolares junto con las bragas. O simplemente, limitándose a ver mientras estaba desnuda. Todas las miradas parecían clavadas en ella sin importar lo que hiciera. Pensó en que quizá algún estudiante la vio el día anterior en el que el extraño hacía lo que le viniera en gana con ella, y después de ver la escena, se animó a contarlo todo, incluso a los profesores. Pero, si así fue, ¿por qué no la ayudaban? Bueno, pues porque a nadie le interesaba una violación dentro de una ciudad enferma en la que, como mínimo, existía un caso similar cada día para que la ciudad pudiera respirar y seguir funcionando.
En varias ocasiones intentó entablar una conversación con Irene y Karina, dos de sus mejores amigas, pero no logró mostrarse muy interesada en seguir escuchando lo que ellas tenían que contar, y se dio cuenta de que tampoco tenía ganas de hablar.
La tarde transcurrió de una manera agonizantemente lenta, envuelta en un silencio amargo y sepulcral. Lo único que deseaba más que nada era regresar a la casa, pero al recordar el camino por el cual debía transitar antes de llegar, le abordaba un escalofrío casi mortal.
Cada andar de los minutos, Sara se encontraba absorta dentro de sus escalofriantes pensamientos. Preguntándose, una y otra vez, si sería capaz de encontrar la fuerza que una situación así requería. Pero, aunque era amargo, no lograba visualizarse al final de ese herrumbroso túnel. Lo intentaba, claro, es un instinto de supervivencia que radica en todos los seres vivos, pero no bastaba con desearlo, puesto que eran solo sueños, y aquello por lo que había pasado el día anterior era real, tan real como su desdichada existencia.
Fue hasta el final de la última clase cuando algo aún más preocupante abordó su inestable mente, e hizo a un lado todos aquellos problemas que le habían estado perturbando. Pero esta nueva cavilación fue aun más preocupante, y se irradió por toda su cabeza como una enfermedad que corrompe la carne. Ella no fue más que la única culpable de crear ese pensamiento desagradable. Y es que cuando ya faltaban menos de quince minutos para salir, visualizó el rostro del hombre cuando terminó dentro de ella. Aún recordaba, a pesar de las sombras que cernían ambos cuerpos, las repulsivas muecas que hizo cuando el ritmo iba en descenso. Había abierto tanto los ojos que Sara llegó a creer que estos se saldrían de sus orbitas, por suerte, a los pocos segundos los cerró dejando caer su cuerpo sobre el de ella.
Sin duda se había corrido completamente dentro de Sara. No es como si le hubiera importado “al igual” que a los chicos de su escuela, ya que no era otra cosa más que un delincuente. Por otro lado, no se imaginaba a un violador preocupado por chorrearse fuera de una vagina. Soltó una risa, cargada de histeria y nerviosismo, sin que nadie la viera.
Estaba claro que esos bastardos solo violaban y corrían.
Lo importante en esos instantes era que Sara podría quedar embarazada, o probablemente una infección estaba proliferando adentro cual plaga en jardín de un parque.
Pensó en que sería una buena idea conseguir pastillas anticonceptivas (las conocía como pastillas de emergencia), pero al revisar su viejo bolso, se maldijo al ver que solo traía consigo un billete de veinte pesos. Por lo cual se vio obligada a pedir prestado a sus amigas con la excusa de que compraría algo de maquillaje. Unas horas más tarde le parecería una excusa tan absurda y ridícula que le sorprendió que hubiera dado resultado. Era evidente, incluso aunque pensara lo contrario, que su rostro no denotaba nada de lo ocurrido.
Al comprar las pastillas, en una farmacia que estaba de camino a casa, las tragó sin agua. Luego regresó a su hogar, abordada, una vez más, por una impotencia y un temor tan aplastantes que creía desfallecer.
Cada uno de sus pasos, en medio de aquella inestable y oscura tarde, eran precavidos. Se cuidaba de todas las sombras que parecían abalanzarse sobre ella. Precauciones que nunca antes consideró importantes, pero las últimas horas habían sido distintas. ¡Con un demonio que eran distintas! Cada minuto que se desgranaba, creía ir alejándose de su cuerpo; ese envoltorio obsoleto y mal fabricado que no sirvió para anticipar el peligro. Sentía ser alguien más. Y para su mala fortuna, no sabía si esto era bueno o malo, puesto que aquella nueva persona era la portadora de grandes y profundas cicatrices.
Al llegar a casa, experimentó un alivio agradable que le invitó a sonreír, momentáneamente, y desnudar sus dientes. En cierta forma era agradable ser testigo de cómo las desventuras iban quedando atrás. Más tarde recordó que al día siguiente le correspondía la misma rutina, y cayó abatida ante la peligrosidad de la realidad.
Esa misma noche, antes de dormir, le abordó de nuevo aquel pensamiento que tuviera con anterioridad; consideraba decirles a sus padres lo ocurrido. Pero esta incomoda intención no duraba mucho tiempo clavada en su mente, y eso era bueno, con una mierda que era bueno, tanto por la seguridad de su familia como por la de ella.
Aunque le costara afrontarlo, lo único que podía hacer era superar por su cuenta lo ocurrido. Continuar por más denso que pareciera su camino.
6Según su opinión, Carlos era un sujeto un tanto imbécil, pero en relación a lo que tenía que ver con el trabajo, funcionaba a toda máquina. Por lo cual, era normal no haber durado mucho tiempo, la noche anterior, dándole vueltas al asunto del robo. Ya había tomado su decisión. Por eso, cuando despertó esa mañana, no se le veía mucha preocupación en el rostro. Por fortuna, ninguno de sus padres se pe
7Las horas parecían retomar el tiempo normal y habitual del que son dueñas, pero a pesar de que Sara sintió que el tiempo retomaba su curso, el peso no aminoró en lo más mínimo. Se iba volviendo más denso y ganaba mayor terreno en sus preocupaciones. Algunas veces intentó distraerse con cualquier otra cosa, pero golpeaba contra la pared al darse cuenta de que era y le sería imposible lograr mitigar sus inquietudes con tales nim
8Luego de salir del trabajo, y haber ido a tomar unas cervezas a una cantina que les quedaba de paso, Javier, amigo de Rodrigo, fue y lo dejó hasta su casa. Se despidieron y luego se largó a toda marcha, patinando la troca por la calle de terracería. 9Unos minutos más tarde, luego de ayudar a Wendy, se encontró con Alberto y Carlos. Ambos caminaban despreocupados y sin dirección. Alberto parecía haberse unido a los planes de Carlos, aunque Raymundo también había tomado ya su decisión. Quería dinero, y le cagaba tener que trabajar para obtenerlo. Ya había cruzado, con anterioridad, por su mente tomar algunas cosas que no le pertenecieran para así venderlas por otro laCapítulo 9
10Esa noche, justo después de tres días de ocurrida la violación, finalmente, soñó. Había estado tan preocupada por ese asunto que su mente no era capaz de desvariar en otras cosas, ni siquiera cuando dormía. Pero, por suerte, comenzaba a soñar (o creía hacerlo), una prueba evidente y contundente para creer que todo iba cicatrizando, y aquellos recuerdos comenzarían a difuminarse al igual que el humo de cigarro.
11Cuando la oscuridad de la noche descansaba pesadamente sobre el cristal de su ventana, supo que era el momento. Sacó su celular y miró la hora; las nueve menos quince minutos.Salió sin decir nada a sus padres, p
12Apenas iba a comenzar a asear la casa cuando Jesús empezó a chillar aguda e insoportablemente. Lorena hizo a un lado las intenciones de trabajar y se dirigió con pasos tensos hasta la habitación. En una de las manos llevaba una pequeña caja vacía de dulces. 13Subyugado ante el cansancio de aquella noche, Carlos llegó a la casa sin hacer mucho ruido. Se quitó y aventó los pantaloncillos a un rincón, encendió un cigarrillo, y navegó en sus cavilaciones. Estaba cansado, eso era evidente, pero no de manera física, sino más bien agotado mentalmente. Eso de tratar con aquel par de estúpidos maricas e incompetentes era agobiante y deprimente, aunque debía admitir que era un par exCapítulo 13