Kiri fue la primera. Un niño gordinflón para su edad, de unos seis años, se acercó a la caja y de inmediato alzó a la gatita, la apretujó con fuerza contra su rechoncho cuerpo y la movió de un lado a otro. Luego gritó eufóricamente: “¡Amá, quiero a este gato!”. Kiri trató de encajarle las garras por miedo a salir volando, pero los brazos del niño estaban tan grasientos que se resbalaban. Ellie se percató de esto y se acercó rápidamente, le tocó la espalda con mucho cuidado y le comentó en tono amable: “Hijo, ten cuidado, le haces daño. Los animales también sienten; trátala mejor y ella te querrá, sé que eres un buen niño”. El pequeño volteó hacia ella, sonrió al recibir el cumplido y, haciéndole caso, cargó a la gatita con sumo cuidado. Sus padres solo esbozaron una sonrisa y comenzaron a llenar el formato de adopción. Minutos más tarde, el niño se marchó jubiloso junto a su familia. Ellie notó que se había estado quejando del intenso calor que se sentía y vio cómo apretujó a Kiri de nuevo con violencia; la gatita parecía asfixiarse. La chica trató de correr para detener al niño antes de que el auto de su familia avanzara, pero Steve la sujetó de la mano y exclamó: “Confía en lo que le dijiste al niño, la cuidará bien”. Ellie solo pensó para sus adentros con enojo: Huerco cabezón, espero que escuches lo que te dije. Después miró al cielo y pronunció estas palabras en su interior: Dios, escúchame, por favor haz que este chilpayate la cuide bien.
La segunda en ser adoptada fue Michi. Un anciano que vivía cerca de la casa de Steve y Ellie fue el elegido. Ella lo conocía de vista, pero él a ella no. La hizo sentir más tranquila el hecho de que los ancianos siempre saben cómo tratar mejor a las mascotas, en especial si son su única compañía. Al tomar el hombre a la gatita, esta lo mordió y le clavó las garras, pero el anciano solo la acarició. Parecía acostumbrado a los gatos porque no se inmutó ante el dolor; intentó calmarla con unas palabras que dijo tiernamente: “No temas, te cuidaré muy bien”. Ellie se sorprendió al ver cómo lograba calmarla. El hombre llenó la hoja de registro y se retiró del evento caminando.
El pequeño Fernando aún no había tenido la suerte de ser adoptado, pues en la ciudad donde vivía Ellie la gente era un tanto supersticiosa y le temía mucho a los gatos negros; creía que eran cosa de brujas. Resultaba difícil encontrar personas con gatos negros como mascotas, y a quienes los tenían los tachaban de ateos, chamanes, brujos astrales, gente sin escrúpulos o cualquier otra digna de odiar. Ellie tomó al minino al finalizar el evento. Steve no parecía muy contento con la situación, aunque sabía que no tenía derecho a protestar. Ambos le dieron las gracias al doctor Varela por la oportunidad de participar en el evento y se retiraron del lugar.
Cuando llegaron a su casa, Ellie conversó con Steve sobre la decisión de dar a los gatitos en adopción. Él respondió: “Es lo mejor para ellos y para nosotros”. Después hablaron de Fernando, y Ellie decidió que sería ella quien le buscaría un nuevo hogar. Al reencontrarse con el minino, la mamá lo recibió con una especie de abrazo, rodeándolo con la cola. Por su parte, el papá restregó su hocico contra el de su cría. Luego, ambos felinos se acurrucaron junto a Fernando. Durante los siguientes días de esa semana, la gata se paseaba por la casa buscando al resto de sus hijos. También era posible escuchar el llamado sin cesar de ambos padres gatunos todas las noches. Steve se molestaba por el ruido, pero Ellie lo convencía de que la verdad detrás de esos maullidos era que los padres notaban las ausencias.
Al iniciar la siguiente semana, la felicidad de los padres gatunos retornó. Primero volvió Kiri, al cuarto día de haber sido adoptada. Apareció misteriosamente en el porche de la casa con una patita lastimada y el hocico ensangrentado. Una de las vecinas de Ellie, a la que llamaban la Loca Dan, alegó haber visto cómo bajaba del cielo en la noche iluminada por una extraña luz. Sin embargo, para Steve y Ellie fue más lógico pensar que el niño gordo la maltrataba mucho y por eso la gatita prefirió abandonar su hogar adoptivo y regresar a su antigua casa. Ellie se enojó más y más el resto del día al ver el estado de la criatura.
Ocho días más tarde, al empezar una nueva semana, el doctor Varela llamó por teléfono a Ellie para informarle que la familia del anciano había devuelto a Michi, pues “el señor padecía asma; además, la gatita tenía arranques de ira y era un poco agresiva con él. Los hijos decidieron anular la adopción al ver a su padre lleno de cicatrices y con problemas respiratorios”. Ellie se ofreció a recogerla. El humor de Steve empeoró con el regreso de ambas. No imaginaba que los tres gatitos estarían de vuelta. Habló con su mujer y ella le comentó que, al igual que en el caso de Fernando, prefería ser ella quien diera fe de la adopción, así se sentiría más tranquila al encontrarles un buen hogar. Por otro lado, la familia gatuna estaba más feliz que nunca, ¡se había vuelto a reunir! Los padres dejaron su llanto atrás.
Tres días después, Javier, un sobrino de Ellie que estudiaba ciencias químicas en la universidad local, se enteró de lo que planeaba su tía e intentó convencerla de haber encontrado a los candidatos perfectos para las adopciones. Uno de ellos, un amigo suyo llamado Gio, y otras dos conocidas del primero, deseaban adoptar un gatito. Gio sabía que la gata de Javier había parido una camada hacía poco y se animó a preguntarle en nombre de los tres, pero él adujo que las crías aún estaban muy pequeñas para adoptarlas. No obstante, les informó que conocía a alguien que sí buscaba dar en adopción a sus gatitos. Javier le mostró a su amigo una publicación de Ellie en el “Caralibro” donde hablaba de las adopciones de los mininos. La plática entre Ellie y su sobrino se prolongó un buen rato; ella sabía que el disgusto de Steve aumentaba cada día por tener que “aguantar a tanto gato” (en sus propias palabras), así que decidió confiar ciegamente en su sobrino. Más tarde, Javier llamó a Gio con el propósito de ponerse de acuerdo y verse en la escuela para entregarle a los gatitos al día siguiente, pero le advirtió que su tía tenía una condición: debía agregarla a su red social, así como a las otras dos interesadas, para que ella pudiera revisar sus perfiles. Gio respondió: “No hay ningún problema, solo pásame su nombre para buscarla. También le comentaré a Andy y a Cheli para saber si están de acuerdo”. Poco después, Ellie aceptó las solicitudes de amistad de los futuros adoptantes. Se dedicó a stalkear a Gio, cuyas facciones lo hacían ver cansado. Era un muchacho moreno, algo flaco, de nariz muy ancha; tenía el pelo canoso y ojeras profundas. En la mayoría de sus fotos mostraba una expresión somnolienta, pero a Ellie le llamó la atención que solía aparecer con una perrita chihuahua, un extraño conejo y un pato (esas fotos eran antiguas). La tía de Javier tenía una especie de sexto sentido para detectar a las personas buenas, y a pesar de la apariencia despreocupada de las mascotas de Gio, estas lucían felices, de modo que no tuvo duda de su decisión.
Un día más tarde, Javier acudió a casa de Ellie a recoger a los mininos. Ella ya los tenía preparados en una pequeña caja con orificios a los costados. Al principio, Michi, Kiri y Fernando no hicieron ruido por estar ocupados comiendo unas croquetas. Sin embargo, al terminárselas empezaron a maullar. Javier solía tomar un autobús cerca de la pizzería para ir a la escuela, y así lo hizo en esa ocasión. Durante el trayecto, de vez en cuando abría un poco la caja para decirles cosas tiernas a los gatitos o para acariciarlos. Michi siempre le respondía con un zarpazo, pero a cada agresión el joven respondía: “No te asustes chiquita, no te haré daño”. El sobrino de Ellie era un auténtico amante de los gatos, estaba acostumbrado a recibir “cariñitos” de ese tipo. Gio le envió un mensaje para avisarle que el lugar donde se encontrarían dentro de la universidad sería uno al que apodaban “La dona”. Se trataba de un edificio redondo de tres pisos, con una arquitectura bastante peculiar. Tenía muchas mesas con bancas en el centro; este espacio estaba rodeado por jardineras y en el núcleo del recinto se hallaba una hermosa fuente de una molécula del agua (H2O). Gio estaba sentado en una mesa al lado de una jardinera, donde veía cómo los conejos que se usaban en diversos experimentos corrían con libertad y jugaban entre ellos.
Javier entró por el acceso principal que dividía en dos la primera planta del edificio; llevaba consigo la caja con los gatitos. Desde lejos le gritó a Gio: “Habemus gatitus”. Su amigo volteó a verlo y levantó la mano derecha en señal de saludo. Al llegar a la mesa, Javier colocó la caja frente a Gio; él tenía una enorme curiosidad por ver su interior. Cuando finalmente la abrió, no pudo evitar sonreír con ternura al ver a las pequeñas criaturas, dormidas, apretujadas entre sí. Javier le contó a su amigo más sobre las condiciones de Ellie y la historia de la fallida adopción de los mininos. No olvidó mencionarle que el único que no había sido adoptado en el evento era Fernando, por su color negro. Gio sintió empatía por el pequeño, volvió a mirar el interior de la caja y quedó maravillado con aquel gatito negro. Tenía gustos extravagantes y se sentía atraído por las cosas raras, los segundos lugares o los seres rechazados; de alguna forma se identificaba con ellos. Por esa razón introdujo las manos dentro de la caja y, a pesar de los ataques de Michi, alzó a Fernando, lo miró a los ojos y musitó: “Yo te elijo…”.
Gio se llevó consigo la caja de los gatitos una vez que la recibió. No podía permanecer mucho tiempo con ella en la universidad donde estudiaba, pues debido a una política estaban prohibidas las mascotas y los animales ajenos, a no ser los que se utilizaban como conejillos de Indias. La idea de tener un gato después de mucho tiempo le agradaba, y lo demostró mirando en repetidas ocasiones dentro de la cajita mientras se dirigía a la parada del camión, ubicada aproximadamente 1 kilómetro al sur. Los tres gatitos, apretujados, lo miraban con ojos enormes como platos cada vez que se asomaba. Durante el trayecto, la gente miraba con recelo a Gio al ver que le susurraba a la cajita, pero él, acostumbrado a los metiches porque llevaba puesta la bata de laboratorio a todas partes, no prestaba atención a esas miradas acosadoras.Al abordar el transporte público, Gio colocó la cajita sobre el as
La colonia de Gio; estaba conformada únicamente por cuatro calles. El joven vivía en la segunda calle, viendo desde el supermercado, a la izquierda. Entre los colonos, la calle Granados era famosa por las extrañas personas que habitaban en ella. Por ejemplo, en la esquina —primera casa frente al parque, sobre la acera izquierda— vivía una mujer a la que apodaban “Señora Gallina”; tenía una voz muy escandalosa, era de complexión robusta y erguía su pecho con gran galantería: los amigos de Gio lo comparaban con el buche de una gallina. Tenía el cabello corto, estilo afro, teñido de color rojo, detalle que complementaba perfectamente su apodo. Las malas lenguas decían que, a veces, la mujer daba comida envenenada a los animales de la calle. El hogar de Gio se encontraba a tres casas de la esquina. La entrada estaba algo descuidada y la acera agrietada y destruida en algunas parte
Una vez dentro, tomaron asiento en la mesa más cercana a la entrada y continuaron charlando. Gio puso la cajita entre él y Andy. Ella le dijo que esperaría a Cheli para saber a cuál de las dos gatitas quería elegir. Después se acercó a la caja en varias ocasiones para abrirla; en una de ellas intentó tocar a las mininas, pero Michi le respondió con un zarpazo. Gio solo vio cómo su amiga hacía una mueca de dolor y retiraba con rapidez la mano para no resultar rasguñada. El joven le comentó a Andy que, de las dos gatitas, Michi era la más brava, con la intención de que no se aferrara a tocarla. La gente que estaba cerca de la mesa los veía con curiosidad y cuchicheaba sobre el contenido de la caja, pues los gatitos no dejaban de hacer ruido. Al sentirse observados, los jóvenes acercaron las sillas entre sí para lograr cubrir la caja con sus cuerpos y evitar los
Cuando se retiró Andy a su casa aquel día, se llevó puesta a Kiri a modo de bufanda durante todo el camino, incluyendo su trayecto en el transporte público, lugar donde todas las personas la miraban extrañadas por cómo cargaba a la gatita. Creían que se trataba de algún tipo de bufanda realista, solo que a veces decía “Miau” con mucha flojera. Una vez que Andy llegó a casa, le mostró la criatura a sus dos pequeños hermanos: una niña de unos 10 años y un niño de siete. Ellos pensaron que se trataba de algún tipo de broma, pero al ver cómo Andy se quitaba a Kiri del cuello, la colocaba frente a ellos y la minina se ponía de pie y los miraba con sus grandes ojos, solo exclamaron al mismo tiempo: “¡Oh, sí es un gatito de verdad!”. Inmediatamente, la niña la alzó con ambas manos y, al igual que su hermana mayor, r
Mientras los animales cenaban, cerca de la casa de Laika se movió un montículo de arena. De él empezó a emerger, unos 10 centímetros, algo que parecía una especie de pata color café; a un lado de ella brotó otra pata y, por último, salió una cabeza seguida de un gran montón de tierra. Era la tortuga Kame, quien volteó a ambos lados y divisó a lo lejos a Laika y a la nueva inquilina, que ella aún no conocía; estiró su largo cuello lo más que pudo para verla mejor. Kiri se sintió observada de alguna forma; cuando volvió la cabeza hacia la casa de Laika, se llevó una sorpresa al encontrar a un extraño animal viéndola fijamente. Un momento después, la perra notó que Kiri miraba en dirección a su casita; volteó hacia allá y, al ver de quién se trataba, por alguna razón tomó del pes
El tercer fin de semana llegó, y las cosas comenzaron a ponerse más problemáticas. Cada dos o tres días, la tortuga se comía las croquetas de Kiri y Laika tenía que compartir su comida con ella. Andy y su familia se dieron cuenta de esto cuando uno de los niños tuvo la oportunidad de ver a ambas comiendo del mismo plato. Desde ese día en adelante, les tocó ver la misma escena a doña Mar, a don Pancho y a Andy. Al notar que el plato de Kiri estaba vacío en las mañanas, al principio creyeron que era porque la gatita comía mucho. Además, como eso no le molestaba en nada a Laika —al contrario, le agradaba, porque al momento de realizar dicha actividad movía eufóricamente la cola de un lado hacia otro como si fuera una especie de limpiaparabrisas, o eso es lo que Andy les contó a sus papás al ser testigo de la escena—, prestaban poca atención a ese hecho y salían para rellenar el pequeño plato con croquetas para gato. A partir de entonces, gracias a los ataques de Kame, Kiri y Laika estr
El sábado de la cuarta semana transcurrió como cualquier otro sábado, a excepción de algo: los padres de Andy no salieron de casa en todo el día. Doña Mar comentó que tenía pensado hacer un tutorial sobre cómo comprar cosas de la República Popular China y que estas llegaran en menos de dos semanas. Faltaba casi un mes para el Día de las Madres y ella sabía que los artículos en aquel país eran muy baratos y buenos para vender en esa fecha; además, tenía la esperanza de que alguien de su familia le comprara algo con la ayuda de ese tutorial. Don Pancho, por su parte, decidió enseñarle una dosis de mecánica a Andy usando el viejo Mustang para la práctica y proporcionándole los recursos y conocimientos necesarios para su reparación. Él solía decirle a la joven que ese sería su primer auto y que de ella depend&iacut
La familia acordó que Kiri pasaría la noche dentro de casa, y Andy se la llevó en su cajita a su cuarto. La casa era de dos pisos; al subir por las escaleras se llegaba a un recibidor que conectaba tres puertas: una del lado izquierdo, que llevaba al baño; una al frente, que conducía a un pequeño pasillo de 1 metro de ancho por 6 de largo, a cuyo lado izquierdo se hallaban 2 puertas: la primera era del cuarto de los niños y la segunda del cuarto de Andy, y la última puerta, a la derecha, que llevaba al cuarto de sus papás. Al entrar en su cuarto, la joven dejó la cajita de Kiri encima de un escritorio frente a la ventana; a un lado puso un envase vacío de mantequilla con croquetas y otro con un poco de agua, pero esa noche Kiri estaba muy adolorida para cenar.A la 1 a. m., unos minutos antes de irse a dormir, Andy bajó por un vaso de agua a la cocina; no se oía un solo sonido en toda l