Tino se extrañó al ver a alguien, pero al reconocer de quién se trataba, no pudo contener la emoción y estalló en llanto. La mujer paloma se puso de pie y se lanzó a los brazos de Tino. El teniente y el cabo vieron sorprendidos la escena. Al abrazar al anciano, la mujer le dio unas palmaditas en la espalda para reconfortarlo y le dijo:
—¡No llores, comandante, me destroza verte así! Sabes que siempre estaré a tu lado y que seré un miembro activo de los Viajeros de Plutón. Da el ejemplo al teniente y al cabo, ¡tú eres el jefe de esta operación!
Max se acercó a Tino y, con la pata delantera derecha, le dio un par de palmadas en la pierna. Imitándolo, Micifuz restregó su cabeza en la otra pierna. El hombre tomó una bocanada de aire y dijo con voz entrecortada:
—Mi querida Paloma, te amo tanto. Teniente, cabo, gracias por el apoyo,
Al día siguiente, los Viajeros salieron muy emocionados a primera hora para aprovechar los rayos solares y contemplar su nueva guarida de cabo a rabo. La vieja plataforma, que solía ser un triplay medio carcomido (de 2.1 por 1.25 metros) por la antigüedad de la madera, ahora era una especie de tarima de madera de 2.3 por 1.35 metros, rellena de hielo seco reciclado y cubierta en la parte superior por una fina alfombra verde repelente al agua. La vieja pared atravesada de cartón fue sustituida por una pieza de madera desmontable que era posible doblar a la mitad; dicha modificación fue hecha con la finalidad de guardarla en el espacio rectangular durante las inundaciones. Las viejas puertas de tabla roca fueron reemplazadas por un par de puertecillas de 1.25 por 1.4 metros. Una de ellas tenía una ventana de 40 por 40 centímetros; contaba con un pequeño marco con mosquitero y, en la parte superior, una persiana de 40 por 40 cent&ia
El Epox comenzó a golpear la plataforma con la punta de la herramienta. Mientras, el Nix se bajó los shorts debajo de las nalgas y se recargó en la pared. De un solo pujido echó todo el “mugrero” encima de uno de los muebles. Al ver a su compañero hacer eso, el Epox exclamó:—¡Ya ni friegas, Nix! ¡Avisa, maldito! Yo me largo, ¡me hablas cuando acabes!Después avanzó de rodillas para salir de la casa. El Nix dio media vuelta, aún con los shorts a media pierna, se hincó frente al apagador y comenzó a orinarlo hasta provocar un cortocircuito. Cuando el Epox se disponía a salir de la casa de los Viajeros, al abrir la puertecilla recibió un puñetazo que salió de la nada y lo mandó a la lona. Cayó a espaldas de su compañero, quien seguía orinando el interruptor, pero al oír el ruido y
Los Viajeros de Plutón volvieron caminando del supermercado. A Tino se le hizo un desperdicio usar el vehículo cuando estaban a solo 100 metros de su casa. La reportera le había obsequiado cuatro órdenes de tacos en una bolsa; el comandante la ató muy bien a su cinto de mecate. Cuando únicamente debían cruzar la calle para llegar a la guarida, los Viajeros se pusieron pálidos de miedo al ver cómo se alejaba la granadera. Micifuz maulló un par de veces:—¿Miau, miau, miau? (¿Vi… vie… ron eso?).Tino respondió:—Sí, cabo, a mí también me pareció ver a los Malandros de la Noche. ¿Y a usted, teniente?Max contestó con un ladrido:—Guaf (En efecto).Lo ocurrido no les dio muy buena espina y decidieron esperar 5 minutos para llegar a su destino y descartar que hubiera moros en la costa
!”. Desafortunadamente, su fuerza no equiparaba a la del motor que hacía girar todo ese nuevo mecanismo, y ellos apenas alcanzaron a darle media vuelta. Tino se llevó la mano derecha al rostro para taparse los ojos, negó con la cabeza y comenzó a decir con preocupación: “¡Tenemos que abandonar la guarida!”. Max ladró potentemente y corrió en dirección a uno de los muebles, cogió uno de los maderos de su nuevo ropero y empezó a jalarlo (estaba empotrado). Tino captó la idea del teniente y lo ayudó. Una vez que lo desempotraron, el hombre acostó el mueble de tal forma que la parte hueca quedara hacia arriba, quitó los entrepaños de madera y los sombreros del teniente, cargó de inmediato a Max y lo introdujo en él. Micifuz, por su parte, dio un pequeño salto para entrar. El nivel del agua ya alcanzaba a cubrir la plataforma. Tino se quit&
El cielo estaba negro, una infinidad de truenos destellaban por todas partes y el agua turbulenta se movía violentamente sin cesar. Micifuz se aferraba con fuerza al extraño objeto de metal donde se encontraba. El aire arreciaba con tal potencia contra su cara, que el minino sentía cómo sus cachetes y sus párpados retrocedían por culpa de este. El teniente estaba frente a él, de espaldas, mirando al vacío. Dio un par de ladridos que Micifuz interpretó como: “Toda mi vida estuve a su lado para cuidarlo de cualquier cosa, incluyendo a los Malandros de la Noche y la terrible Bruja del Mezquital. Cabo, no dejes que desaparezca nuestro legado: ¡la misión de los Viajeros de Plutón!”. Su mirada era muy seria, pero extrañamente no llevaba puesto ningún sombrero para ocultar su calvicie. A continuación, giró la vista al frente y, sin más, saltó fuera del ex
. A continuación, el minino inició su plan de supervivencia. Gracias a la lluvia del día anterior encontró un grupo de palomas, unos 30 metros al sur, devorando un pescado podrido. Como a esas alturas de la vida ya era un cazador muy diestro, logró atrapar fácilmente una de ellas para desayunar; le bastó darle 10 mordiscos para devorar toda su carne. Luego tomó un poco de agua de la pequeña corriente del centro, regresó al lugar donde había dejado el collar y cayó rendido bajo la rama. Dos horas después, una vez que el minino despertó, duró un largo rato pensando en sus compañeros. Todo lo que quedaba de ellos eran los recuerdos y los únicos dos objetos que llevaba consigo: la medalla de cuando lo ascendieron a cabo y el extraño collar que dejó Tino. Micifuz pensó por un momento que tal vez si regresaba a la guarida tendría una mín
Con eso en mente, el cabo se concentró, y esta vez se agachó más. Calculó un par de veces la fuerza necesaria para lograr la hazaña y dio un enorme brinco con el que logró llegar a la cima. Lo primero que hizo al estar ahí fue soltar el collar. Respiró un par de veces, miró hacia atrás y solo pensó: ¡Lo logré! Enseguida fijó sus ojos en la guarida, aquel lugar donde tantas aventuras había vivido. Lo más notorio, sin duda, era que los únicos vestigios de la plataforma eran los huecos donde se empotraban los postes; la corriente se había llevado todo rastro de ella. Después, el minino volvió a tomar el collar y siguió corriendo hasta su destino. El agua había causado pequeños daños en las escaleras hechas a mano, pero aún eran transitables. Micifuz subió por ellas y, dando un salto, entró en
Al mismo tiempo que Paloma sintió ese escalofrío que le recorrió toda la médula, Micifuz vio cómo su némesis aparecía de repente caminando bajo los autos en la acera de enfrente; estaba a tres casas de distancia del hogar de Ellie. El minino maulló retadoramente para llamar la atención de su adversario, quien se detuvo al escuchar el familiar llamado y volteó para averiguar de quién se trataba. Entonces alcanzó a ver cómo un gato más pequeño que él se dirigía a toda velocidad para atacarlo (o eso creía) y se puso en posición defensiva en espera de la embestida. Sin embargo, el cabo giró en el último momento y le cortó el paso por enfrente (en la siguiente casa no había ningún carro estacionado) para evitar que avanzara más. Ambos felinos se miraron amenazadoramente, con el lomo erizado y emitiendo violentos chi