La colonia de Gio; estaba conformada únicamente por cuatro calles. El joven vivía en la segunda calle, viendo desde el supermercado, a la izquierda. Entre los colonos, la calle Granados era famosa por las extrañas personas que habitaban en ella. Por ejemplo, en la esquina —primera casa frente al parque, sobre la acera izquierda— vivía una mujer a la que apodaban “Señora Gallina”; tenía una voz muy escandalosa, era de complexión robusta y erguía su pecho con gran galantería: los amigos de Gio lo comparaban con el buche de una gallina. Tenía el cabello corto, estilo afro, teñido de color rojo, detalle que complementaba perfectamente su apodo. Las malas lenguas decían que, a veces, la mujer daba comida envenenada a los animales de la calle. El hogar de Gio se encontraba a tres casas de la esquina. La entrada estaba algo descuidada y la acera agrietada y destruida en algunas parte
Una vez dentro, tomaron asiento en la mesa más cercana a la entrada y continuaron charlando. Gio puso la cajita entre él y Andy. Ella le dijo que esperaría a Cheli para saber a cuál de las dos gatitas quería elegir. Después se acercó a la caja en varias ocasiones para abrirla; en una de ellas intentó tocar a las mininas, pero Michi le respondió con un zarpazo. Gio solo vio cómo su amiga hacía una mueca de dolor y retiraba con rapidez la mano para no resultar rasguñada. El joven le comentó a Andy que, de las dos gatitas, Michi era la más brava, con la intención de que no se aferrara a tocarla. La gente que estaba cerca de la mesa los veía con curiosidad y cuchicheaba sobre el contenido de la caja, pues los gatitos no dejaban de hacer ruido. Al sentirse observados, los jóvenes acercaron las sillas entre sí para lograr cubrir la caja con sus cuerpos y evitar los
Cuando se retiró Andy a su casa aquel día, se llevó puesta a Kiri a modo de bufanda durante todo el camino, incluyendo su trayecto en el transporte público, lugar donde todas las personas la miraban extrañadas por cómo cargaba a la gatita. Creían que se trataba de algún tipo de bufanda realista, solo que a veces decía “Miau” con mucha flojera. Una vez que Andy llegó a casa, le mostró la criatura a sus dos pequeños hermanos: una niña de unos 10 años y un niño de siete. Ellos pensaron que se trataba de algún tipo de broma, pero al ver cómo Andy se quitaba a Kiri del cuello, la colocaba frente a ellos y la minina se ponía de pie y los miraba con sus grandes ojos, solo exclamaron al mismo tiempo: “¡Oh, sí es un gatito de verdad!”. Inmediatamente, la niña la alzó con ambas manos y, al igual que su hermana mayor, r
Mientras los animales cenaban, cerca de la casa de Laika se movió un montículo de arena. De él empezó a emerger, unos 10 centímetros, algo que parecía una especie de pata color café; a un lado de ella brotó otra pata y, por último, salió una cabeza seguida de un gran montón de tierra. Era la tortuga Kame, quien volteó a ambos lados y divisó a lo lejos a Laika y a la nueva inquilina, que ella aún no conocía; estiró su largo cuello lo más que pudo para verla mejor. Kiri se sintió observada de alguna forma; cuando volvió la cabeza hacia la casa de Laika, se llevó una sorpresa al encontrar a un extraño animal viéndola fijamente. Un momento después, la perra notó que Kiri miraba en dirección a su casita; volteó hacia allá y, al ver de quién se trataba, por alguna razón tomó del pes
El tercer fin de semana llegó, y las cosas comenzaron a ponerse más problemáticas. Cada dos o tres días, la tortuga se comía las croquetas de Kiri y Laika tenía que compartir su comida con ella. Andy y su familia se dieron cuenta de esto cuando uno de los niños tuvo la oportunidad de ver a ambas comiendo del mismo plato. Desde ese día en adelante, les tocó ver la misma escena a doña Mar, a don Pancho y a Andy. Al notar que el plato de Kiri estaba vacío en las mañanas, al principio creyeron que era porque la gatita comía mucho. Además, como eso no le molestaba en nada a Laika —al contrario, le agradaba, porque al momento de realizar dicha actividad movía eufóricamente la cola de un lado hacia otro como si fuera una especie de limpiaparabrisas, o eso es lo que Andy les contó a sus papás al ser testigo de la escena—, prestaban poca atención a ese hecho y salían para rellenar el pequeño plato con croquetas para gato. A partir de entonces, gracias a los ataques de Kame, Kiri y Laika estr
El sábado de la cuarta semana transcurrió como cualquier otro sábado, a excepción de algo: los padres de Andy no salieron de casa en todo el día. Doña Mar comentó que tenía pensado hacer un tutorial sobre cómo comprar cosas de la República Popular China y que estas llegaran en menos de dos semanas. Faltaba casi un mes para el Día de las Madres y ella sabía que los artículos en aquel país eran muy baratos y buenos para vender en esa fecha; además, tenía la esperanza de que alguien de su familia le comprara algo con la ayuda de ese tutorial. Don Pancho, por su parte, decidió enseñarle una dosis de mecánica a Andy usando el viejo Mustang para la práctica y proporcionándole los recursos y conocimientos necesarios para su reparación. Él solía decirle a la joven que ese sería su primer auto y que de ella depend&iacut
La familia acordó que Kiri pasaría la noche dentro de casa, y Andy se la llevó en su cajita a su cuarto. La casa era de dos pisos; al subir por las escaleras se llegaba a un recibidor que conectaba tres puertas: una del lado izquierdo, que llevaba al baño; una al frente, que conducía a un pequeño pasillo de 1 metro de ancho por 6 de largo, a cuyo lado izquierdo se hallaban 2 puertas: la primera era del cuarto de los niños y la segunda del cuarto de Andy, y la última puerta, a la derecha, que llevaba al cuarto de sus papás. Al entrar en su cuarto, la joven dejó la cajita de Kiri encima de un escritorio frente a la ventana; a un lado puso un envase vacío de mantequilla con croquetas y otro con un poco de agua, pero esa noche Kiri estaba muy adolorida para cenar.A la 1 a. m., unos minutos antes de irse a dormir, Andy bajó por un vaso de agua a la cocina; no se oía un solo sonido en toda l
Al finalizar el diálogo, el extraño pulpo les propuso conocer un poco los confines del espacio, aprovechando que estaban a bordo. Las gatitas querían ver de cerca cómo eran las estrellas, y el peculiar ser tenía ansias de mostrarles en qué consistía su misión. El pulpo humanoide gritó en un idioma irreconocible: “Titttng, tttaatitng, tutiattt”. De pronto, el lugar en el que se hallaban se volvió completamente transparente; Kiri y Michi entraron en pánico al creer que podían caer al vacío, pero una voz que resonó sus cabezas las tranquilizó: “No teman, solo es un efecto visual, aún seguimos dentro de mi nave. Si no me creen, palpen el suelo”. Ambas gatas empezaron a sentir sobre lo que estaban paradas y se dieron cuenta de que, en efecto, había un piso invisible. El extraño ser volvió a decir en su idioma “Tituutu”, y
Dos vecinos se encontraron caminando en el parque privado que estaba a espaldas de la casa de Andy. Uno era un señor gordo, muy alto —medía cerca de 2 metros—, de tez morena, que intentaba disimular su calvicie peinándose de lado y levantando la cara; aprovechaba su altura para evitar que vieran su pelona. Llevaba puesto un traje de manta blanco de pies a cabeza; tenía como característica que su labio inferior era más grande que el superior, y por esa peculiaridad su acompañante le decía “el Jetas”. El otro vecino era más chaparro, estaba flaco, pero tenía el vientre inflamado como los típicos borrachos; era moreno y estaba peinado como hombre mexicano de los 70 (cabello largo en la parte de la mollera, corto en ambos lados, y en la parte trasera largo y chino). Vestía una camisa de tirantes de un partido político local, shorts negros y unas chanclas. Su apodo era “el Chanclas”, pues incluso cuando iba a eventos importantes, nunca se las quitaba. Una de sus historias más fa