Capítulo 2. Novato

El hombre lo miraba con algo de compasión, pero él simplemente cumplía órdenes.

-Lo siento, señor Ares, pero lamentablemente estamos buscando alguien con más experiencia… y edad. Realmente… Lo lamento. Ojalá tenga más suerte en su siguiente entrevista.

Siempre era lo mismo. A nadie le importaba que se hubiera recibido en tres carreras en un tiempo de récord, con honores, con una tesis premiada, y con todas las becas obtenidas por sus altas calificaciones, becas que le habían permitido ser un experto en su campo.

Era joven, pero no tanto, sólo que no había trabajado aún en ninguna empresa, no había tenido la oportunidad, y por eso nadie lo tomaba en serio. Otros jóvenes de su edad habían tenido la suerte de trabajar en las empresas familiares, y por eso tenían más experiencia que él.

Desde que tenía memoria, había trabajado en cada cosa que fue necesaria, cuando su padre falleció a causa de un cáncer que lo fulminó en un par de meses, dejándolo, a sus quince años, al lado de su madre y su pequeña hermanita. La mayoría fueron trabajos físicos, que le habían ayudado a obtener una musculatura imponente.

Aunque también se ejercitaba cuánto podía junto con sus amigos.

Leonardo Ares era alto, moreno, con unos ojos de una negrura profunda, pero llenos de brillo. Su vida hasta ese momento había sido sólo trabajar, y estudiar para obtener un empleo que finalmente los sacara del pozo a él y a su familia.

Sin embargo, la inexperiencia le jugaba en contra, aunque estuviera sobrecalificado académicamente para cualquier trabajo.

Ese día había sido otro de esos, lleno de desilusiones, tras haber recorrido una docena de oficinas y empresas pequeñas. Se fue pedaleando en su bicicleta hasta la palestra de un amigo, a descargar tensiones escalando antes de regresar a su casa. No le gustaba volver de mal humor, y desquitarse con su familia, que no tenía la culpa de sus frustraciones.

Allí mismo, en los vestuarios, se puso la ropa deportiva que siempre llevaba encima y guardó su traje sencillo para lavarlo en casa.

Si seguía así, no le quedaría otra opción que volver a sus trabajos como albañil o en la fábrica, ya que los ahorros se agotaban y su madre ya no tenía energía para seguir trabajando como cocinera.

Sus músculos perfectos se tensaban sensualmente mientras se desplazaba y oscilaba de una toma a otra de la palestra más compleja, mientras respiraba acompasadamente, disfrutando la adrenalina.

Era inevitable que se posaran en él algunas decenas de miradas femeninas llenas de deseo. Leonardo era atractivo como un imán, y su aire misterioso y distante completaba su aura de inusual galán.

Pero él llegaba al lugar, saludaba a su amigo Samuel, escalaba hasta no sentir los brazos y se iba. No tenía tiempo para nada más por lo que su experiencia con el sexo femenino era bastante reducida desde siempre, con tímidos encuentros en su adolescencia, y no mucho más.

Luego de ejercitar, se duchaba allí mismo, y se iba, otra vez en bicicleta, hasta el edificio cercano donde vivía.

Entró a su pequeño departamento y su hermana corrió para saludarlo con un abrazo. Aunque ya era una jovencita, Alana seguía siendo cariñosa con él y se alegraba cuando regresaba luego de todo el día en la calle.

-¡Leo! ¿Cómo te fue? ¿Conseguiste algo?

-No, Ali… no tuve suerte hoy. Pero no te preocupes, sé que mañana me irá mejor… ¿Mamá ha vuelto?

-Sí, está en la cocina preparando la cena… otra vez arroz - agregó poniendo los ojos en blanco.

Él se rió.

-No seas quisquillosa… te prometo que mañana te traeré algo más.

-¿Dulce? Sabes que adoro los dulces… ¿chocolate? ¿Un postre?

-Siempre tan golosa… ya no eres una niña pequeña. Pero veré qué te consigo, lo prometo. Iré a ayudarle a mamá…

-Yo le ofrecí ayuda… pero me respondió "es sólo arroz, no necesito ayuda, mejor limpia"... y entonces me puse a limpiar. Pero esto es tan pequeño que terminé en pocos minutos y luego me aburría…

Leonardo la besó en la frente.

-Bien hecho hermanita. Hiciste un gran trabajo.

Se fue a la minúscula cocina a ver a su madre, y la encontró concentrada revolviendo y condimentando una vieja olla.

-Buenas noches mamá…- le dijo dándole un beso en la mejilla.

Ella lo miró, y enseguida supo que había sido otro día difícil.

-Mi muchacho… ¿no hubo suerte hoy? No te preocupes, en la mesa dejé el periódico con los avisos de hoy. Me lo dio mi jefe luego de leerlo. Seguro que allí encontrarás algo. En cinco minutos llevo la cena…

-Gracias mamá…

Él se acercó a la mesa, y se sentó a escudriñar los avisos. Marcó algunos que se veían prometedores y se guardó el periódico.

Cenaron en familia mientras Alana relataba sus aventuras en la escuela, y se reían de sus ocurrencias. En medio de todo lo malo, ella era siempre como una luz resplandeciente que le daba fuerzas para seguir.

Al terminar la cena, preparó más currículums en su viejo maletín, lavó, secó y planchó su traje, eligió una camisa limpia, y dejó todo listo para recomenzar su odisea temprano por la mañana.

En la cocina, su madre preparaba unos bocadillos sencillos para que sus hijos llevaran al día siguiente. No era mucho, pero al menos no pasaban hambre. Leonardo tenía tiempo todavía de encontrar un trabajo a su altura. Su hijo era trabajador e inteligente, capaz de cualquier cosa. Merecía tener todo en el mundo, aunque no había tenido la suerte de otros jóvenes de su edad que ya dirigían empresas por el sólo hecho de haber nacido en una cuna de oro.

Pero además era un hombre con un gran y cálido corazón, siempre defendiendo y protegiendo a quienes lo rodeaban, aunque por fuera fingiera ser frío y calculador para que no abusen de su confianza.

Desde que era sólo un niño, era capaz de todo por ayudar a un amigo, y aún a desconocidos. Más de una vez había tenido problemas en la escuela, pero era un alumno brillante y siempre dispuesto, por lo que sus profesores lo querían y protegían.

Su madre siempre había pensado que era demasiado bueno para este mundo.

Aunque ese inmenso corazón también lo había hecho ganar afectos por todos lados. Amigos que siempre estaban y los habían ayudado. Leo había trabajado en cada tienda y negocio del barrio, por lo que siempre recibían la generosidad de quienes lo querían con cariño sincero. Nunca habían pasado hambre porque siempre alguien tendía una mano con aquello que podían compartir, aunque fuera un poco de arroz.

¿Cómo no estar orgullosa de su hijo? Sólo faltaba que consiguiera el trabajo de sus sueños, que el destino le diera al fin la oportunidad que se merecía.

Leonardo sólo anhelaba alejar a su familia de la pobreza, demostrar que estaba preparado para lo que fuera, sacar a su madre de un trabajo que la consumía, y que su hermana tuviera las oportunidades que él no había tenido a su edad.

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