Capítulo 5. Hambre...

Clarisa se asomó por la puerta. Leo soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta.

Al parecer su nueva jefa lo ponía nervioso.

-Pase, Clarisa.

Ella entró.

-Primero, decidí que prefiero que nos tuteemos. Me estoy sintiendo anciana con todo esto de "usted"- eso hizo sonreír a Leo.

-De acuerdo. Pasa, Clarisa.

-Muy bien. Segundo, aquí traigo un par de trajes para que te cambies. Y tercero, una vez que te cambies, Emma quiere que vayas a su oficina. Yo les llevaré para que almuercen allí mientras trabajan. Quiere presentar algunos puntos de su plan mañana mismo. La pobre ha estado tan ansiosa que apenas prueba bocado…

-Si conociera a mi madre… es la mejor cocinando. Sería imposible para cualquiera resistirse a comer lo que ella prepara. No tengo idea cómo lo logra, pero hasta lo más simple le sale exquisito.

-Pues me lo anoto. Y espero que pronto traigas algo preparado por tu madre, a ver si con eso convenzo a Emma para que coma un poco más. Que ya se está pareciendo a un fantasma. Puro espíritu.

Leonardo se rió. Un fantasma muy bonito, si le preguntaran a él.

Se quitó esos pensamientos de la cabeza y se acercó a Clarisa.

-Bueno, veamos cómo me queda esta ropa.

Tomó las bolsas y se encerró en el cuarto de baño.

El lugar era amplio, con ducha, bañera y varios espejos. Se quitó el viejo traje y eligió un conjunto de camisa blanca, y traje azul francia con corbata lavanda. Se miró al espejo. Sí que parecía otra persona.

Y Clarisa tenía un gran ojo, le quedaba como un guante. Tendría que conseguir luego unos zapatos nuevos. Con tanta novedad, se había olvidado de ese detalle.

Se acomodó el cabello y salió.

Clarisa lo esperaba aún en lo oficina y lo recorrió por completo con mirada aprobatoria.

-Ahora si que pareces un empresario importante de OldTree. Estoy segura de que Emma lo aprobará. Luego te doy los datos de dónde los compré para que veas por tu cuenta. Necesitarás más ropa.

Él le sonrió con gratitud. Clarisa era como un torbellino, hablaba con velocidad y actuaba aún más rápido.

-Otra cosa. El auto te lo entregarán hoy porque había uno disponible, más tarde te traigo las llaves.

-Es excelente, Clarisa. Si me permites, llamaré a mi madre y en cinco minutos voy a la oficina de Emma… lo siento, de la señora Fritz.

Clarisa le guiñó el ojo con sonrisa cómplice.

-Está bien. No te demores, está nerviosa.

Emma lo había mirado irse, apoyada en su escritorio. Sentía la punzada en su ingle, a causa de ese deseo que a menudo la enloquecía.

Es que el sexo era lo único bueno e intenso que había tenido en su vida. De no ser por eso, habría enloquecido en su matrimonio con Karl y con todo lo que siguió después.

Y Leonardo Ares era la encarnación de un dios griego, tal vez precisamente del mismísimo Ares.

Tal vez sería su guerrero y su arma.

Se sentó en el sillón de su oficina, supervisando a Clarisa a través del móvil y señalando todos los puntos que deseaba dejar bien claros al contratar a Leonardo.

Pero pensar en él la excitaba cada vez más.

"Tranquila Emma, no puedes echarte encima de él hoy mismo. Tendrás que tener paciencia."

Se sentó en su escritorio y le mandó varios correos. Lo podría a prueba ya mismo, no quería perder el tiempo, llevaba meses estancada.

Bueno, esta vez había encontrado a alguien por fin. Y estaba segura de que sus instintos no le fallarían.

Le estaba cambiando la vida a ese hombre, pero no era sólo por ser generosa. Esperaba que él mismo también la ayudara a cambiar esa realidad insoportable que la tenía atrapada en una empresa con un rumbo que odiaba.

Emma tenía ideas, proyectos, planes… todo lo que deseaba era la paz de hacer mejor su trabajo y lo que realmente le gustaba.

Ahora, pensando en todo esto, estaba tensa. Miró la hora. Le era imposible escaparse a buscar algo de acción con alguno de sus contactos fuera de la empresa. Y tampoco podía entrar así como así a la misma oficina de la noche anterior. Además, de repente, el señor Mitchel ya no le atraía para nada.

Bueno, lo resolvería sola. Abrió uno de sus cajones, escogió el juguete púrpura, el grande, y se metió a su cuarto de baño.

Se imaginaba que ese sería aproximadamente el tamaño del señor Ares.

Leonardo llamó a su madre al trabajo.

-Señora Díaz, ¿Cómo están? Soy Leonardo, busco a mi madre, Sara. ¿Podré hablar con ella?

-Hola, Leo, estamos bien, gracia por preguntar. Ahora llamo a tu madre.

Tras unos segundos, escuchó su voz:

-¿Hijo? ¿Ha pasado algo? No es usual que llames… ¿Estás bien?

-Sí, mamá, lo siento. No quise preocuparte. Al contrario. Conseguí un trabajo, el mejor de todos. En la mejor empresa. Te llamo por eso. No necesitas trabajar más. Y tendremos que mudarnos. Te contaré los detalles al volver, ahora tengo poco tiempo. Pero vuelve a casa cuando puedas, y ordenen nuestras cosas con Ali. ¿De acuerdo? ¿Me oíste?

-Me… me has dejado muda… ¿es de verdad?

-Sí mamá… por fin… debo irme. Nos vemos más tarde. Te quiero.

-También te quiero, hijo. Nos vemos.

Cuando cortó, tomó su laptop, una libreta para hacer notas, y salió de su oficina. Se topó con Clarisa que iba apurada y con una bolsa grande en una mano y una caja en la otra.

-¡Clarisa! Deja que te ayude con algo.

-Pues toma esta caja- dijo dándosela-. Es tu nuevo móvil. Ya te dejé agendada a la jefecita y también mi número.

-¿Más cosas para mi?

-Te aseguro que te será útil para trabajar. Es como una pequeña computadora y con mucha memoria y todo eso…

Clarisa golpeó la puerta de la oficina de la señora Fritz.

-Adelante.

Cuando entraron, Emma estaba en su escritorio, absorta en la laptop. Por alguna razón, llevaba ahora el cabello suelto y algo húmedo, y se la veía más relajada que hace unas horas. Leonardo se dijo s sí mismo que se veía hermosa.

Clarisa la miró con algo de reproche y le tocó un mechón húmedo en la frente.

-¿Otra vez?

-Lo necesitaba. No seas fastidiosa. Deja el almuerzo y a trabajar…

-Sí, jefecita.

Clarisa salió sonriendo.

Emma clavó sus ojos en el.

-Perfecto, realmente perfecto. Mucho más acorde a su excelente currículum, señor Ares. Estoy segura que impresionará al resto.

-Gracias, señora Fritz. Estoy complacido de trabajar aquí, y de todo lo que ha hecho por mi… y por mi familia.

-No hay nada que agradecer, ambos nos beneficiamos. Ahora tome asiento y veamos qué tiene anotado para mi.

Él se sentó frente a ella. Apenas lo hizo, su estómago hizo un sonido, traicionando su gran apetito.

Leonardo carraspeó y abrió su laptop antes de hablar:

-No tuve tanto tiempo de revisar todo lo que me envió, pero…

Emma lo interrumpió mientras lo miraba con intensidad.

-Lo siento. Imagino que tendrá hambre, señor Ares. Perdí la noción del tiempo. Sírvase primero, y me va contando lo que estuvo ideando, ¿de acuerdo?.

-Gracias, señora Fritz.

Leonardo abrió la bolsa, tomó un sándwich de pollo, y una botella de agua. Comió unos cuantos bocados con verdadero placer. Estaba bueno, aunque su madre los hacía mejores.

Al verlo comer con apetito, Emma también sintió hambre… varios tipos de hambre.

Tomó a su vez un sándwich, y comió un poco.

-Bueno, le decía que revisé poco más de la mitad. El plan es brillante, sólo hice unas pequeñas correcciones, ínfimas, pero con las que estoy seguro que estará de acuerdo…

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