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Capítulo 4. Demasiados beneficios

Leonardo salió de la oficina de la señora Fritz sintiéndose despertar de un extraño trance, provocado por la presencia etérea de ella.

¿Había conseguido por fin el trabajo de sus vida? ¿O estaba en un extraño sueño producido por un embrujo de su posible jefa?.

La voz de Clarisa lo sacó de su ensimismamiento:

-Buenos días, señor Ares. Soy Clarisa, es un verdadero gusto conocerlo, Emma me acaba de notificar por mensaje la buena noticia de su ingreso a esta gran empresa- y le tendió la mano -. Gracias al cielo, ella ya estaba entrando en desesperación, no se da una idea del día de locos que tuvimos ayer…

Él tomó la mano tendida, aún incrédulo. Pero todo esto era real.

Clarisa era una mujer que parecía rondar los cuarenta y cinco años, más alta y robusta que Emma y con cálidos ojos color avellana, en un rostro enmarcado por cabello castaño que llevaba largo hasta los hombros.

-El gusto es mío, señorita.

-Acompáñeme aquí al lado, le mostraré su oficina y le explicaré las condiciones del contrato que hemos preparado- dijo mostrando el documento que llevaba en la mano-. Luego responderé todas sus dudas.

Cuando entraron a su oficina, Leonardo quedó muy sorprendido. Era luminosa y perfecta, amplia, casi más grande como su departamento completo, con un sillón en uno de los laterales, ventanas con una gran vista. Hasta un armario, baño privado, mini refrigerador, cafetera y un mueble con bocadillos.

-Tome asiento, señor Ares.

Clarisa se sentó en la silla, mientras él daba la vuelta y se instalaba en el cómodo asiento del escritorio.

Ella leyó unos mensajes en su móvil antes de comenzar a hablar.

-Primero, éste es el contrato que deberá firmar a pedido de Emma- le tendió el documento para que lo fuera leyendo. Él notó que Clarisa llamaba "Emma" a su jefa, y lo hacía con familiaridad. Debían conocerse hace tiempo. Y la asistente parecía apreciar a la señora Fritz.

-Mientras usted lee el contrato, Emma me acaba de indicar otros puntos por fuera de ese documento que espera que usted acepte, ya que ella desea que, a fin de hacer mejor su trabajo y desde hoy mismo, se cumplan ciertas condiciones. Ella puede ser bastante exigente, pero generosa. Ya lo verá- carraspeó antes de ponerse a leer en su móvil-. Punto uno: recibirá su primer sueldo por adelantado, con la condición de adquirir un vestuario acorde a su puesto. Punto dos: se movilizará en un auto de la empresa que se le proporcionará a partir de mañana. Punto tres: se mudará con su familia un departamento que quede cerca de la empresa por si se requiere su presencia en la oficina con urgencia, para lo cual la empresa se hará cargo del pago de los primeros seis meses de alquiler…

Leonardo iba abriendo los ojos cada vez más. Esto era demasiado. Esa mujer pretendía que cambiara su vida de un momento a otro, disponiendo de él. Claro que todo eso sonaba muy bien, pero…

-Disculpe, Clarisa. No puedo mudarme así nada más. Mi madre tiene un trabajo cerca de donde vivimos ahora, y mi hermana su escuela… no vivo solo…

Clarisa no respondió enseguida, se limitó a escribir en su móvil. Segundos después, leía de nuevo, y luego se dirigía a Leonardo:

-¿De qué trabaja su madre? ¿A qué escuela va su hermana?... y por otro lado ¿Ha leído en el contrato de cuánto será su sueldo?.

Él negó con la cabeza, tomó el papel y leyó con rapidez sin hablar por unos minutos… abriendo sus ojos negros de par en par.

-¿Éste… éste número está bien? ¿La cantidad?...

Ella le sonrió.

-Absolutamente. Está más que chequeado. ¿De qué trabaja su madre?

-Cocinera… pero no necesitará seguir trabajando si yo ganaré… esto.

-Lo imaginé… ¿y la escuela?

-Tendría que hablarlo con mi hermana… quizá cambiando sus horarios… pero me temo que será difícil convencerla de dejar de ver a sus amigos… es su último año de bachillerato.

Clarisa escribía y leía mientras él hablaba, y luego levantó la vista de su móvil.

-Respecto a eso, Emma propone asignar un chofer que la lleve y la busque en la escuela lo que queda de este año escolar. Lo asentaremos como punto… cuatro. Eso es - carraspeó-. Punto cuatro: se le asignará un chofer de confianza a la señorita Ares, para seguir concurriendo a su escuela, a fines de que pueda continuar con sus estudios.

Leonardo la miraba extrañado. Todo esto le parecía excesivo. Él había esperado una mujer de negocios fría y calculadora y de repente parecía un hada madrina. Su coraza de desconfianza se activó.

-¿Por qué?

Ella lo miró sin entender la pregunta, visiblemente extrañada.

-¿Por qué? ¿A qué se refiere, señor Ares?

-¿Por qué la señora Fritz hace esto?

-Bueno, sobre eso, ya tendrá tiempo usted de conocerla tanto como yo y formarse su propia opinión, aunque me temo que en estos crueles pasillos escuchará muchas cosas. Mi consejo: no crea ninguna hasta tener pruebas. Por otro lado, Emma necesita con urgencia que empiecen a trabajar juntos, y para eso lo necesita al cien por ciento concentrado sólo en este empleo. Además de que espera que usted se gane aquí el respeto y apoyo de todos. Ella misma es consciente de lo injustos que pueden ser con sus prejuicios, por eso necesita también que usted proyecte una imagen diferente a la actual… ¿lo entiende?.

Claro que lo entendía. Desde que pisó los terrenos del imponente edificio, la mirada ajena lo había incomodado al punto de hacerlo dudar de sí mismo, minando la confianza que tenía en sus cualificaciones.

-Sí, Clarisa. Lo entiendo. Firmaré todos los puntos del acuerdo. En cuanto a mi ropa… ahora…- dijo mirándose.

-No se preocupe por eso, señor Ares. Póngase cómodo en su oficina, familiarícese con su laptop, con el trabajo… estoy segura de que Emma ya debe haber colapsado de archivos su correo interno. A veces puede ser implacable… - esto último lo dijo riendo - Dígame cuál es su talla, y en un rato le haré traer un par de trajes. Más tarde le traeré su primer cheque del adelanto. El auto y el departamento, los recibirá mañana por la mañana… y los demás detalles, ya los iremos hablando. Por cierto, yo estoy en la oficina de enfrente, interno dos, por cualquier duda que tenga.

Leonardo se sentía apabullado. Tanta información de golpe. Tanta generosidad inusitada, tanto por procesar en su cabeza…

-No tengo idea de mi talla.

-A ver… póngase de pie. Tengo buen ojo.

Él obedeció. Clarisa lo miró atentamente, calculando mentalmente.

-Bien… ya me doy una idea. En todo caso, si me equivoco de tamaño, los cambiamos luego. Nos vemos en un rato. Lo dejo acomodarse.

-Gracias, Clarisa.

Leonardo recorrió la oficina, admiró las vistas, se preparó un café con la máquina, que por cierto olía de maravilla, y se sentó en su escritorio. Leyó y firmó el contrato que Clarisa había dejado, abrió la laptop y empezó a leer. La asistente tenía razón, tenía al menos una docena de correos de la señora Fritz, ahí que inmediatamente se concentró en el trabajo olvidándose de todo. El plan de su jefa era casi perfecto, así que sólo hizo algunos ajustes y elaboró un par de propuestas adicionales para tratarlas luego en persona.

Emma Fritz no era en absoluto lo que él había creído. No parecía engreída, pero si eficiente y exigente, iba al grano y era clara respecto a lo que esperaba de los demás. Había sido directa en sus preguntas, además de la única en todo este infierno de entrevistas que había visto más allá de su apariencia y su inexperiencia. En el fondo entendía ese grado de exigencia. Cuando eres perfeccionista, es difícil delegar. Y ella había pasado años rodeada, por lo que él podía ver en los archivos, de ineptos.

También entendía su necesidad de lealtad. Podía ver que Clarisa era fiel y eficiente. Pero estaba seguro que la fidelidad en ese mundo podía ser la excepción y no la regla.

Miró la hora, hacía ya dos horas que estaba allí, y sólo había tomado un café. Ni siquiera había recordado el bocadillo de su madre. Tenía hambre, y además pensó en que debería llamarla para contarle que por fin estaba aquí, sentado en su oficina.

De repente escuchó unos golpecitos en la puerta. ¿Sería su jefa?. Siendo sincero, deseaba verla de nuevo.

Y tal vez hablarle de sus ideas.

O tal vez sólo escucharla hablar.

-Adelante.

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