Capítulo 3. Juramento

Leonardo llegó primero a OldTree Ind. Era la empresa más importante de su lista y no deseaba llegar sudado y cansado por la bicicleta, así que había elegido presentarse allí antes que en las otras opciones que había marcado en el periódico.

Algunas personas que descendían de autos de lujo, lo miraron de manera extraña y despectiva en el estacionamiento, mientras el dejaba su fiel vehículo de dos ruedas, y se dirigía a la recepción. No le importaba, estaba acostumbrado a los prejuicios de la gente.

Era un edificio imponente, lleno de lujos y luminoso. No tenía muchas esperanzas con esta entrevista, pero el lugar era realmente lo que él había soñado durante años.

Si pudiera trabajar en un lugar así, aunque fuera por unos cuántos meses, miles de puertas se le abrirían. Podría ponerlo como parte de su experiencia y sería genial para él.

Se aproximó a la recepcionista, una mujer madura, muy maquillada y vestida con gran elegancia. Ella lo miró de arriba a abajo sin disimulo, torciendo el gesto. Sí, Leonardo era perfectamente consciente de que su traje era demasiado simple. Pero cumplía su función.

-Buenos días, señor ¿Qué se le ofrece?

-Buenos días, señorita. Vengo por este anuncio del periódico. -le dijo tendiéndole la hoja marcada con bolígrafo - ¿Sería tan amable de indicarme cómo llegar a la oficina de recursos humanos?

La mujer miró el papel en el anuncio que Leonardo señalaba.

-Claro, enseguida lo anuncio, señor…

-Ares… Leonardo Ares.

-Señor Ares. Perfectamente. Enseguida le aviso a la señora Fritz.

Leo la miró extrañado.

-¿La señora Fritz? ¿Emma Fritz?

-Sí. Está haciendo las entrevistas personalmente - agregó la mujer poniendo cara de reprobación -, no confía en nadie para eso. Hace meses que no consiguen lo que ella busca, así que decidió hacerlo ella misma… - terminó con un bufido despectivo.

-Claro. Gracias.

La mujer hizo una llamada mientras él esperaba de pie. Por supuesto que, como hombre que se actualizaba constantemente sobre el mundo de los negocios, había oído mucho de Emma Fritz, la poderosa empresaria dueña de un imperio, otra joven afortunada de familia rica que nunca había tenido que esforzarse para tener dinero. Otra niña mimada y seguramente soberbia, a juzgar por la expresión de la recepcionista. Pero no le importaba. Él conocía muy bien las mejoras que ella había impulsado en sus empresas luego de enviudar y cómo había rescatado el negocio de la quiebra segura, por lo que, aunque la señora Fritz había tenido suerte naciendo en cuna de oro y casándose con un millonario, no era una improvisada y era excelente en su trabajo.

Leonardo observaba la impecable vestimenta de cada una de las personas que entraban y salían del enorme vestíbulo, y se dio cuenta de cuánto desentonaba. Nunca había prestado atención especial a eso, pero ahora, en este lugar que emanaba poder, tan cerca de la posibilidad de cumplir sus metas, se sintió abrumado. No, no tenía ninguna oportunidad allí.

Iba a dar media vuelta, cuando la voz de la recepcionista lo alcanzó:

-Señor Ares, la señora Fritz lo espera en su oficina. Por el ascensor del centro, último piso, oficina uno.

Él tragó. Bien, estaba en el baile, entonces a bailar.

Qué comience el espectáculo.

-Gracias señorita.

Mientras subía en el ascensor, se recompuso y recuperó la confianza. No había nadie mejor que él para ese puesto. Nadie. Y si la señora Fritz no lo veía, es que era menos inteligente de lo que Leonardo pensaba.

Se acercó a la oficina que le habían indicado, y golpeó ligeramente la puerta con los nudillos.

Se escuchó una voz cantarina y suave, pero muy firme:

-Adelante.

Leo abrió la puerta. Emma Fritz estaba sentada en el centro de su lujosa oficina de enormes ventanales, detrás de un escritorio enorme que la hacía ver pequeña y frágil. No se parecía en nada a la imagen mental que tenía de ella. Parecía un hada etérea de ojos transparentes y piel casi translúcida. Era como mirar directamente las alas de una mariposa que se cruzaba frente al sol.

Lo miró y sonrió por cordialidad. Llevaba el muy largo cabello clarísimo, recogido en una coleta. Vestía camisa de seda blanca escotada y una falda muy simple, de color púrpura claro. Aunque llevaba ropa menos exuberante y ostentosa que la de la recepcionista, lucía más elegante.

-Adelante, señor Ares. Tome asiento.

Él se sentó. Ella lo escrutó con disimulo mientras le pedía con una voz de mando a la que era imposible negarse:

-¿Sería tan amable de alcanzarme su currículum?

Algo en esa voz le impedía resistirse. Sin duda como jefa debía ser una mujer de cuidado.

-Por supuesto, aquí lo tiene.

El hombre frente a ella era joven. Mucho más de lo que esperaba ver. Era musculoso, se podía adivinar debajo de ese traje horrible y barato. Pero lo más increíble eran sus ojos, de una profundidad inaudita y estremecedora. Emma sintió cómo sus entrañas palpitaban de deseo.

Se enfocó en la lectura durante unos minutos. Lo que tenía en sus manos era oro puro. Este hombre era precisamente lo que necesitaba su empresa, sangre joven y preparada para los negocios.

Lo miró de nuevo. Con el traje adecuado, y si se aseguraba su fidelidad, era imposible que el directorio se atreviera a desafiarla cuando presentaran un nuevo plan con él a su lado. Luciría imponente, intimidante y poderoso. Sería como un semidiós guardián.

También lo imaginó sin ropa y enrojeció. Le resultaba imposible controlar sus apetitos cuando se trataba de hombres así.

Lo quería para ella, por completo. Para su empresa y para su cama.

Y lo conseguiría.

-Realmente un currículum impresionante, señor Ares. Aunque no tiene usted ninguna experiencia, lo que no me disgusta, pero me extraña, considerando las maravillas que leo aquí sobre usted y su tesis, y las recomendaciones de sus profesores… ¿Tiene alguna explicación para esto? Me encantaría oírla.

Él dudo. Necesitaba trabajar allí. Podría inventar alguna excusa que sonara verosímil, o sencillamente decirle la verdad.

Cuando la miró a los ojos, supo que a la señora Fritz le gustaba más la verdad.

-Seré sincero, señora Fritz. Me he visto obligado a trabajar desde muy joven a causa de la muerte de mi padre, y aunque gracias a mis esfuerzos he logrado gran crecimiento académico, me tuve que conformar durante años con trabajos… de cualquier tipo. No me fue posible concentrarme en elegir sólo aquellos que se relacionaran con la administración.

Eso explicaba sus manos grandes y sus numerosas callosidades. Excitantes callosidades que Emma imaginó rozando y erizando su piel.

Ese hombre le gustaba, era diferente.

-¿Tiene familia, señor Ares?- indagó.

-Sí. Mi madre y mi hermana menor.

Un hombre preocupado por su familia.

Lo miró a los ojos antes de lanzar su última pregunta, a pesar de que ella ya había tomado una decisión:

-¿Por qué cree que merece este empleo?

-Porque soy el mejor. Porque haré lo que sea por su empresa, y me consta, por lo que he leído, que necesita ayuda.

-Me gusta para este empleo. Pero si lo contrato, sin experiencia, puede que tenga problemas con el resto del directorio… correría un riesgo… sólo por usted. ¿Es capaz de valorar el riesgo que voy a correr, señor Ares?

Él lo miró intrigado. Ella parecía decir la verdad respecto al directorio. Por eso no dudó cuando le respondió:

-Lo valoro, señora Fritz. Soy consciente de mi falta de experiencia. Pero si lo hace, si me contrata, estaré siempre en deuda con usted. Sepa que me enorgullece saber que soy un hombre leal.

Era justo lo que Emma deseaba oír.

-Perfecto señor Ares, entonces está contratado. Y necesito que comience hoy mismo. Mi asistente, Clarisa, se encargará de ofrecerle todos los detalles y ayudarlo a acomodarse.

Ella escribió un mensaje en su móvil, se puso de pie, y él pudo ver que, aunque delgada y menuda, tenía un cuerpo muy sensual.

Emma le dio la vuelta al escritorio, y le tendió la mano.

-Bienvenido a OldTree Inc. señor Ares.

Él tomo la pequeña mano y sintió una electricidad. Esa mujer era más peligrosa de lo que parecía.

Y acababa de hacer algo que se parecía a un juramento de lealtad que era incapaz de quebrar.

-Gracias, señora Fritz.

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