Aún te deseo

No sé qué era más hermoso, si el atardecer coronando de rojo aquellas verdes praderas o Annie con ese bello vestido blanco bañado en dorado por la luz del Sol.

Tenía el cabello suelto, ondeando al viento, se lo veía sedoso y nutrido; el astro Rey le sacaba destellos cobrizos y sus ojos verdes contrastaban con el rubor de sus mejillas. Estaba descalza, sentada de costado, extendiendo sus piernas sobre el mantel que habíamos colocado para merendar; se había pintado las uñas de las manos y los pies de color rosado pálido y su piel brillaba como si fuese un diamante.

—¿Sucede algo, Louis? —me preguntó. Yo la miré a los ojos y negué con la cabeza mientras sonreía.

—Sólo que te ves muy hermosa —dije mientras tomaba su mano. Ni la mejor seda de toda Asia podía compararse con la piel de Annie, ella me regaló una sonrisa.

—Este sitio es muy bello —observó y era cierto, esas praderas no cabían en la imaginación, parecían salidas de un cuento de hadas.

Yo tomé una fresa y se la acerqué a la boca
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