4.- Te cuidaré siempre, mami

Lucía

Siento como si el aire se escapara de mis pulmones. Mi pecho se llena de una mezcla de pena y miedo. 

Respiro hondo tratando de calmarme, pues es la primera vez que Nic hace una pregunta tan directa Me acerco más a él, acariciando su carita.

—No, mi amor, no lo harás. No lo permitiré. Solo… solo quiero que sepas algo… ella ahora debe estar descansando, debe estar en su forma de ángel.

Los ojos de Nicolás se abren muchísimo, llenos de una extraña mezcla de fascinación y tristeza, con ese toque infantil que debería estar cada día en sus ojos.

—¿Ella será un ángel? —pregunta con un tono de inocencia que me rompe.

Intento sonreír, aunque mi corazón está en pedazos.

—Claro que sí, amor. Todos los niños cuando son llamados al cielo se convierten en ángeles.

Nicolás se queda en silencio unos momentos, procesando mis palabras. Su mirada se pierde en el techo mientras su pequeña mente trabaja. 

Entonces, me mira nuevamente, con algo nuevo en sus ojos.

—Mami… si yo soy llamado y me vuelvo un ángel, te prometo que te cuidaré siempre. Desde donde esté, voy a cuidarte.

Esta vez no puedo contenerme. Las lágrimas caen por mis mejillas mientras lo tomo en mis brazos, abrazándolo con fuerza, casi como si temiera que pudiera desaparecer en ese mismo instante.

—No digas eso, mi amor. —Mi voz es un susurro ahogado mientras lo aprieto contra mí—. Tú no irás a ninguna parte, ¿me escuchas? No vas a ir a ninguna parte.

Siento su pequeño cuerpo relajándose en mis brazos, su cabecita apoyándose en mi hombro.

—Pero si lo hago… —murmura con voz somnolienta—, te cuidaré siempre, mami. Siempre.

Lo acuno suavemente hasta que se quede dormido, su respiración tranquila pero débil contra mi cuello. 

Me quedo ahí, abrazándolo como si mi amor pudiera protegerlo de todo lo malo que hay en el mundo.

… 

El día parece haber comenzado como cualquier otro en el hospital: frío, impersonal y lleno de incertidumbre. 

Nicolás pasó una noche especialmente difícil. Apenas probó bocado y me suplicó que no lo dejara solo. 

Mi corazón sigue pesando con la imagen de sus ojitos cerrándose mientras lo consolaba hasta que finalmente se quedó dormido.

Con una botella de jugo en la mano, camino por los pasillos hacia su habitación. 

Tal vez, si consigo que tome un poco, recupere algo de fuerzas. Pero mientras avanza, algo me detiene.

Frente a la puerta de la habitación de Nicolás, está el médico. 

Su figura alta y la expresión de su rostro me alarman al instante. No se parece a la actitud tranquila y profesional que suele mostrar. 

Parece… emocionado, incluso un poco inquieto.

El pánico se apodera de mí. Suelto el bolso que llevo en el brazo y corro hacia él, casi sin aliento.

— ¿Qué ha sido? —le digo, incapaz de ocultar el temblor en mi voz—. ¿Ha pasado algo? ¿Está mal Nicolás?

El médico levanta las manos rápidamente, como para calmarme.

—No, no, señora Valdés. Nada malo ha pasado con Nic, al menos no en el sentido que teme.

—Entonces… ¿Qué es? —insisto, aún sintiendo el corazón acelerado en mi pecho.

El médico me mira con una mezcla de emoción y algo que no puedo descifrar del todo.

—Vengo a hablarte de él, de Nicolás y el corazón.

La botella de jugo en mi mano tiembla un poco. Mi respiración se acelera, pero no puedo moverme ni hablar, hasta que haciendo un esfuerzo dejo salir las 3 palabras que podrían cambiarlo todo.

—¿Finalmente lo has encontrado? ¿Lo has hecho? Dime que al fin lo tenemos.

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