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6- La oferta irresistible, pero peligrosa

Lucía

“Tomarlo como mi hijo.”

“Tomarlo como mi hijo.”

Las palabras del hombre retumban en mi cabeza una y otra vez.

Por un instante, me quedo inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. No puedo procesarlo. No puedo aceptar que eso sea lo que está diciendo. Nicolás es mi hijo, mi bebé. Su vida es lo único que me importa, y ahora este hombre, este extraño, quiere tomarlo como si fuera… ¿un objeto?

—¿Qué? —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas—. ¿Qué está diciendo?

Mi corazón late con fuerza, y siento cómo el calor sube a mi rostro. Mis manos, que hace un segundo temblaban de nervios, ahora se cierran en puños.

—¿Usted cree que puede venir aquí y simplemente… decirme que va a ser el padre de mi hijo? —pregunto, mi voz elevándose. No me importa si lo enojo, no me importa quién sea este hombre. Estoy furiosa, y mis emociones me superan—. ¡Es mi hijo! ¡No suyo!

Él no se inmuta. Ni una sola emoción cruza su rostro mientras me observa, como si mis palabras no significaran absolutamente nada. Su frialdad es tan desconcertante que me hace temblar más, pero no de miedo, sino de rabia.

—¿Es esto algún tipo de broma? —continúo, sin siquiera darle tiempo para responder—. No lo entiendo. ¿Por qué alguien como usted querría hacer esto?

Él finalmente habla, pero su tono es tan calmado, tan indiferente, que siento que podría gritar.

—Mis razones no son de su incumbencia, señora Valdés. Lo único que importa es que tengo los medios para salvar a su hijo, y usted tiene la decisión en sus manos.

¿Decisión? ¿Esto es lo que él llama una decisión? Siento como si un peso invisible me aplastara el pecho. Esto no es una decisión. Es una trampa, un ultimátum.

—¿Y si digo que no? —pregunto, con la voz rota pero llena de desafío.

Sus ojos grises me perforan, tan implacables como su respuesta.

—Entonces no habrá operación.

El aire abandona mis pulmones, como si me hubiera golpeado. No puedo creer lo que estoy escuchando. Este hombre está jugando con la vida de mi hijo. Nicolás. Mi bebé.

—Usted… —mi voz tiembla, pero no puedo detenerme—, ¿qué clase de persona es capaz de hacer algo así? ¿De aprovecharse de una madre desesperada?

Él no responde. Su expresión sigue siendo la misma, fría, inmutable, como si no estuviera afectado en lo más mínimo.

Me levanto de la silla de golpe, incapaz de contener mi rabia.

—¡No tiene derecho! —le grito, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos—. ¡Es mi hijo! ¡Mi sangre! Usted no tiene ningún derecho a venir aquí y exigirme esto.

Camino unos pasos hacia la puerta, mis piernas temblando, pero no puedo evitar volverme hacia él.

—No voy a entregarle a mi hijo —digo con firmeza, aunque mi voz tiembla.

Él permanece en silencio, observándome como si estuviera esperando este estallido. Finalmente, habla.

—Si no está interesada en salvarlo, puede marcharse.

Sus palabras me golpean más fuerte que cualquier insulto. Me detengo en seco, sintiendo que el mundo se derrumba a mi alrededor. Nicolás. Mi pequeño. Pienso en su carita pálida, en la manera en que me miró esta mañana y me preguntó si iba a dejarlo.

La rabia y la indignación no desaparecen, pero algo más las eclipsa: el miedo. El miedo de perderlo.

Respiro profundamente, cerrando los ojos por un momento. Estoy atrapada. No hay otra opción.

—Usted… —mi voz es apenas un susurro, pero logro continuar—, ¿usted piensa llevarse a mi hijo? ¿Eso es lo que está diciendo? ¿Quiere que lo llame papá y luego lo apartará de mí?

Sus ojos parecen endurecerse aún más, aunque no creí que fuera posible.

—No tengo intención de separarlos. Ambos vendrán conmigo.

Mis piernas casi ceden debajo de mí. Me apoyo ligeramente en el respaldo de la silla, tratando de procesar sus palabras. "Ambos." Entonces, no quiere quitarme a Nicolás… ¿o sí?

—¿Por qué haría esto? —pregunto de nuevo, aunque sé que no obtendré una respuesta diferente.

Él da un paso hacia mí, su imponente figura eclipsándome por completo. Mi respiración se detiene por un segundo, pero no desvío la mirada.

—Mis razones no importan. —Su voz es tan neutral que duele más de lo que debería—. Lo único que debe saber es que puedo salvarlo.

Mis manos tiemblan mientras las cruzo sobre mi pecho, tratando de mantener mi compostura.

—¿Y qué pasa conmigo? —pregunto, mi voz más firme ahora—. Usted dice que no quiere separarnos, pero ¿qué espera de mí?

Por primera vez, algo parecido a una sonrisa se forma en sus labios, aunque no tiene nada de amable.

—Nada. Usted estará en mi casa con su hijo, pero no habrá nada entre nosotros. Ninguna relación, ningún compromiso más allá de lo que este trato implica.

Mi pecho sube y baja con fuerza mientras trato de controlar las emociones que me consumen. No sé qué hacer. Todo esto es demasiado, pero la imagen de Nicolás vuelve a llenar mi mente.

—¿Cuándo será la operación? —pregunto finalmente, con la voz rota.

Él asiente ligeramente, como si ya supiera cuál sería mi respuesta.

—Buena decisión. La operación se hará tan pronto como el hospital esté listo. Mis hombres se encargarán de los preparativos.

Me quedo en silencio, sintiendo cómo el peso de esta decisión comienza a hundirme. No tengo otra opción.

—Espero que cumpla su palabra —digo, mi voz apenas un susurro.

Cuando salgo de la habitación, las lágrimas comienzan a caer. No sé si acabo de salvar a Nicolás o de entregarlo a un hombre que no conozco, pero haré lo que sea necesario.

Porque una madre hace lo que sea por salvar a su hijo.

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