Lucía
“Tomarlo como mi hijo.”
“Tomarlo como mi hijo.”
Las palabras del hombre retumban en mi cabeza una y otra vez.
Por un instante, me quedo inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. No puedo procesarlo. No puedo aceptar que eso sea lo que está diciendo. Nicolás es mi hijo, mi bebé. Su vida es lo único que me importa, y ahora este hombre, este extraño, quiere tomarlo como si fuera… ¿un objeto?
—¿Qué? —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas—. ¿Qué está diciendo?
Mi corazón late con fuerza, y siento cómo el calor sube a mi rostro. Mis manos, que hace un segundo temblaban de nervios, ahora se cierran en puños.
—¿Usted cree que puede venir aquí y simplemente… decirme que va a ser el padre de mi hijo? —pregunto, mi voz elevándose. No me importa si lo enojo, no me importa quién sea este hombre. Estoy furiosa, y mis emociones me superan—. ¡Es mi hijo! ¡No suyo!
Él no se inmuta. Ni una sola emoción cruza su rostro mientras me observa, como si mis palabras no significaran absolutamente nada. Su frialdad es tan desconcertante que me hace temblar más, pero no de miedo, sino de rabia.
—¿Es esto algún tipo de broma? —continúo, sin siquiera darle tiempo para responder—. No lo entiendo. ¿Por qué alguien como usted querría hacer esto?
Él finalmente habla, pero su tono es tan calmado, tan indiferente, que siento que podría gritar.
—Mis razones no son de su incumbencia, señora Valdés. Lo único que importa es que tengo los medios para salvar a su hijo, y usted tiene la decisión en sus manos.
¿Decisión? ¿Esto es lo que él llama una decisión? Siento como si un peso invisible me aplastara el pecho. Esto no es una decisión. Es una trampa, un ultimátum.
—¿Y si digo que no? —pregunto, con la voz rota pero llena de desafío.
Sus ojos grises me perforan, tan implacables como su respuesta.
—Entonces no habrá operación.
El aire abandona mis pulmones, como si me hubiera golpeado. No puedo creer lo que estoy escuchando. Este hombre está jugando con la vida de mi hijo. Nicolás. Mi bebé.
—Usted… —mi voz tiembla, pero no puedo detenerme—, ¿qué clase de persona es capaz de hacer algo así? ¿De aprovecharse de una madre desesperada?
Él no responde. Su expresión sigue siendo la misma, fría, inmutable, como si no estuviera afectado en lo más mínimo.
Me levanto de la silla de golpe, incapaz de contener mi rabia.
—¡No tiene derecho! —le grito, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos—. ¡Es mi hijo! ¡Mi sangre! Usted no tiene ningún derecho a venir aquí y exigirme esto.
Camino unos pasos hacia la puerta, mis piernas temblando, pero no puedo evitar volverme hacia él.
—No voy a entregarle a mi hijo —digo con firmeza, aunque mi voz tiembla.
Él permanece en silencio, observándome como si estuviera esperando este estallido. Finalmente, habla.
—Si no está interesada en salvarlo, puede marcharse.
Sus palabras me golpean más fuerte que cualquier insulto. Me detengo en seco, sintiendo que el mundo se derrumba a mi alrededor. Nicolás. Mi pequeño. Pienso en su carita pálida, en la manera en que me miró esta mañana y me preguntó si iba a dejarlo.
La rabia y la indignación no desaparecen, pero algo más las eclipsa: el miedo. El miedo de perderlo.
Respiro profundamente, cerrando los ojos por un momento. Estoy atrapada. No hay otra opción.
—Usted… —mi voz es apenas un susurro, pero logro continuar—, ¿usted piensa llevarse a mi hijo? ¿Eso es lo que está diciendo? ¿Quiere que lo llame papá y luego lo apartará de mí?
Sus ojos parecen endurecerse aún más, aunque no creí que fuera posible.
—No tengo intención de separarlos. Ambos vendrán conmigo.
Mis piernas casi ceden debajo de mí. Me apoyo ligeramente en el respaldo de la silla, tratando de procesar sus palabras. "Ambos." Entonces, no quiere quitarme a Nicolás… ¿o sí?
—¿Por qué haría esto? —pregunto de nuevo, aunque sé que no obtendré una respuesta diferente.
Él da un paso hacia mí, su imponente figura eclipsándome por completo. Mi respiración se detiene por un segundo, pero no desvío la mirada.
—Mis razones no importan. —Su voz es tan neutral que duele más de lo que debería—. Lo único que debe saber es que puedo salvarlo.
Mis manos tiemblan mientras las cruzo sobre mi pecho, tratando de mantener mi compostura.
—¿Y qué pasa conmigo? —pregunto, mi voz más firme ahora—. Usted dice que no quiere separarnos, pero ¿qué espera de mí?
Por primera vez, algo parecido a una sonrisa se forma en sus labios, aunque no tiene nada de amable.
—Nada. Usted estará en mi casa con su hijo, pero no habrá nada entre nosotros. Ninguna relación, ningún compromiso más allá de lo que este trato implica.
Mi pecho sube y baja con fuerza mientras trato de controlar las emociones que me consumen. No sé qué hacer. Todo esto es demasiado, pero la imagen de Nicolás vuelve a llenar mi mente.
—¿Cuándo será la operación? —pregunto finalmente, con la voz rota.
Él asiente ligeramente, como si ya supiera cuál sería mi respuesta.
—Buena decisión. La operación se hará tan pronto como el hospital esté listo. Mis hombres se encargarán de los preparativos.
Me quedo en silencio, sintiendo cómo el peso de esta decisión comienza a hundirme. No tengo otra opción.
—Espero que cumpla su palabra —digo, mi voz apenas un susurro.
Cuando salgo de la habitación, las lágrimas comienzan a caer. No sé si acabo de salvar a Nicolás o de entregarlo a un hombre que no conozco, pero haré lo que sea necesario.
Porque una madre hace lo que sea por salvar a su hijo.
DANTEDos días han pasado desde que le hice la propuesta a la mujer y esta aceptó. Para el día de hoy ya el niño debe estar más recuperado de la operación y no veo la hora de acabar con esto y largarme de este hospital.De este país.El aire del hospital tiene ese olor estéril que siempre me ha resultado desagradable: una mezcla de desinfectante y algo más metálico que no logro identificar del todo.Camino por el pasillo hacia la sala de espera, ignorando las miradas de las enfermeras que parecen preguntarse quién soy o qué hago aquí. No importa. Estoy acostumbrado a las miradas curiosas o nerviosas; ambas me resbalan.Al acercarme, los gritos femeninos llegan a mis oídos en una mezcla de ansiedad y frustración detrás de un marcado acento español que me irrita y es igual al de la mayoría de aqui.—¡Pero necesito verlo! —dice, con ese tono que he llegado a identificar como su forma de desafiar cualquier autoridad que no entienda o acepte—. Mi hijo acaba de salir de una operación a coraz
LucíaDespierto con un dolor agudo en la espalda. El sofá de la habitación no es cómodo, pero me las arreglé para dormirme después de varias horas en vela. Parpadeo, confundida al principio, pero al girarme y ver a Nicolás en la cama, todo cobra sentido.Me levanto de inmediato, ignorando las punzadas en los músculos, y me acerco a él. Sus pequeños ojos marrones están abiertos y fijos en mí, y una sonrisa leve aparece en su rostro cuando me acerco.—Buenos días, mi ángel —le digo, acariciando su cabello con cuidado.Él me regala una de mis sonrisas favoritas, esas en las que dos hoyuelos se marcan en sus mejillas y lo hacen ver como todo un querubin. Mi hermoso angelito.—Buenos días, mami.Sus palabras son débiles, pero su tono tiene un brillo que me alivia. Respiro profundamente, como si el peso de los últimos días se aligerara un poco al verlo despierto y consciente.—¿Hace cuánto has despertado? ¿Quieres un poco de agua?El niega con la cabeza antes de hablar.—Un ratito. No qu
LucíaEl aire frío del hospital se siente más opresivo de lo habitual. Llevo dos días aquí, esperando que me den luz verde para salir, y finalmente ha llegado el momento. El doctor Silvio me dijo temprano esta mañana que Nicolás está listo para partir. Que Dante Moretti, el hombre que ahora controla mi destino, nos recogerá directamente desde el hospital.Estoy sentada junto a la camilla de Nicolás, viendo cómo juega con un pequeño osito de peluche que le regalaron las enfermeras. Su carita está más colorida, y aunque todavía se ve frágil, parece mucho más fuerte que hace días.Yo, en cambio, estoy un caos por dentro. Mi mente no ha dejado de repasar lo ocurrido hace dos días, cuando el hombre de confianza de Dante, Luciano, apareció de la nada para apuntar con un arma a Esteban. Todo fue surrealista. Ni siquiera sabía que alguien me estaba siguiendo, y Dante no mostró ningún remordimiento."Deberías agradecerme", me dijo.No lo hice.Y ahora estoy aquí, esperando que él aparezca para
LucíaLa camioneta se detiene frente a la inmensa verja de hierro forjado, y siento cómo mi estómago se contrae. Esto es real, Lucía. Estás aquí, en un lugar desconocido, con un hombre que apenas conoces, confiando ciegamente en que cumplirá su parte del trato.—¡Mami, mira! —La voz excitada de Nico me devuelve a la realidad, grita mientras señala los altos muros que rodean la mansión—. ¡Es como un castillo!En eso mi pequeño tiene razón.Nunca antes había visto una mansión de tal magnitud más en que en revistas o películas. Nunca pensé que estaría entrando a una y mucho menos que viviría ahí.Para cualquiera esto sería un sueño hecho realidad, yo simplemente puedo rezar para que no se convierta en una pesadilla, pues aquí estoy totalmente en la ignorancia.Incluso comunicarme es difícil, mi lengua es el español y de no ser porque mi familia fue exigente en los estudios no supiera lo poco que sé de italiano.Intento sonreírle, pero mi mente está en otra parte. El camino que se extien
Lucía—¿Y el segundo?Francesca hace una pausa antes de continuar, su tono volviéndose más firme.—Más que un consejo, es una regla: el sótano y la oficina del patrón están prohibidos. No importa lo que escuche o lo que crea que necesita saber. No cruce esa línea.La manera en que lo dice me hace sentir como si hubiera firmado un contrato invisible, uno con consecuencias que no puedo imaginar.… El cuarto es enorme, tanto que me hace sentir pequeña y fuera de lugar. El lujo que me rodea no logra ofrecerme consuelo, todo parece demasiado perfecto, demasiado frío. Nico está sentado a mi lado en la cama. Su pequeño cuerpo está pegado al mío, y aunque sus manitas juegan con la sábana, puedo sentir la tensión en cada movimiento.Mis dedos recorren su cabello con suavidad, intentando calmarlo. Él siempre ha sido tan fuerte para ser tan pequeño, pero desde que regresamos de la visita no logra ocultar su inquietud.—Mami… —su voz temblorosa rompe el silencio.—Sí, ¿mi ángel? —bajo la mirada
DantePensé que estar en mi casa haría que las sensaciones más abrumante desaparecieran, pero lo cierto es que no ha ayudado demasiado.Por el contrario simplemente me ha recordado todo el trabajo que tengo por delante y la cantidad de ratas que hay mordiendo la mano que les da de comer.Luciano está parado frente a mí, con las manos cruzadas detrás de la espalda y el ceño ligeramente fruncido. Es una postura que adopta cada vez que tiene algo que decir y duda de cómo empezar, pero sé que esa duda mo va a durarle demasiado.—Dante, ¿Estás seguro de las decisiones que has tomado con respecto al niño? Un bambino es algo serio —pregunta finalmente, su voz grave pero neutral.Levanto la mirada de los documentos qsobre mi escritoreso, esos que he estado viendo durante la última hora y que prueban más que una traición.¿Estoy seguro de mis acciones? me pregunto y al instante la imagen de un rostro joven, sonriente y lleno de vida aparece brevemente en mi mente antes de obligarme a descart
LucíaUna hora antesEstoy sentada junto a la cama de Nicolás, peinándole el cabello con los dedos mientras él me mira con esos ojos grandes y curiosos que siempre parecen querer descubrir el mundo.Está acurrucado en su manta nueva, más relajado de lo que lo he visto en semanas.—Mami, quiero dormir en mi habitación nueva —dice de repente, con una voz tan firme que casi me hace reír.Me quedo paralizada por un instante. Aunque debo estar feliz porque mi niño finalmente se siente lo suficientemente bien como para querer algo así, una parte de mí se resiste a soltarlo. Lo miro, sintiendo una mezcla de orgullo y nostalgia.—¿Seguro? ¿Estás bien, mi amor? —le pregunto, acariciando su mejilla.Él asiente con una sonrisa traviesa.—Quiero dormir aquí, mami. Y para mañana será un buen niño para que el señor Dante me quiera y no deje de ser mi papá.Esas palabras son como un golpe directo al corazón. Intento mantener la compostura mientras lucha contra el nudo que se forma en mi garganta.—Y
DanteLa rabia arde dentro de mí, pero es un fuego controlado. No puedo permitirme perder el control frente a nadie, y mucho menos frente a ella.Sin embargo, hay algo que me descoloca más que su desobediencia: la preocupación. Esa sensación extraña y molesta que me ha invadido desde que la vi en el pasillo con su rostro descolocado, pidiendo ayuda con desesperación en sus ojos.No entiendo por qué me afecta. Este no soy yo. Me concentro en las soluciones, no en las emociones.Y por otro lado está el hecho de que el niño me ha llamado papá. No se que se supone que debería hacerme sentir eso, pero de lo que estoy seguro es que no lo he sentido, de no ser por el corazón.,..—El doctor está en camino —dice Luciano desde la puerta, interrumpiendo mis pensamientos.Asiento con la cabeza, sin decir una palabra. No necesito detalles adicionales; sé que Maximiliano hará su trabajo como siempre.Cuando Maximiliano llega, su chaqueta perfectamente planchada y su maletín en la mano, me observa