Lucía
El doctor me mira con fijeza por unos segundos sin decir nada. sin admitirlo ni negarlo y yo siento que estoy a punto de enloquecer.
Estoy desconcertada y al mismo tiempo ilusionada y eso me asusta, pero no quiero renunciar ni a un atisbo de esperanza.
—Dígame, doctor, por favor, solo…. solo dígalo.
El hombre finalmente deja salir un suspiro y veo que traga un poco antes de empezar a hablar.
—Hay… Alguien que quiere hablar contigo, Lucía. Alguien que puede ayudar a Nicolás.
Mis piernas se sienten débiles, y el aire en mis pulmones parece evaporarse.
— ¿Quién? —logro preguntar, aunque mi voz apenas sale.
El médico solo hace un gesto hacia el pasillo, indicando que lo siga.
—No puedo decir mucho más, él lo hará, ahora por favor, ven conmigo.
Ni siquiera lo dudo, pues si se trata de algo que pueda ayudar a mi hijo siempre voy a decir que sí.
…
El doctor Silvio camina delante de mí por los pasillos del hospital. La incomodidad en sus movimientos no pasa desapercibida.
Sostiene una carpeta contra su pecho, apretándola como si fuera un escudo. Mis pasos son más lentos, inseguros, y el jugo que llevaba para Nicolás parece pesarme más con cada paso.
—¿A dónde vamos? —pregunto, intentando mantener la calma, aunque mi voz tiembla ligeramente.
—A la planta más alta del hospital —responde, sin mirarme.
Eso no tiene sentido. Esa área está reservada para oficinas administrativas y conferencias, nada relacionado con pacientes o tratamientos, pienso, pero me limito a quedarme callada.
Ahora mismo necesito tener fé, confiar que si el doctor me está trayendo aquí debe ser por algo y que mi pequeño ángel finalmente tendrá una oportunidad.
Finalmente, llegamos a un ascensor que sube directamente hasta el último piso. Una vez que las puertas se abren, un par de hombres mecen la cabeza en dirección al doctor y luego me clavan la mirada.
No es la mirada indiferente de un guardia de seguridad común, sino algo más oscuro, más… peligroso. Ambos llevan trajes oscuros, sus posturas rígidas y la tensión en sus cuerpos hacen que mis nervios se disparen.
No soy tonta, sé lo que estos hombres son: Guardaespaldas. Lo que quiere decir que quién quiera que esté ahí dentro es realmente importante.
—Por aquí, señora Valdez, venga —dice Silvio, indicándome que lo siga.
El pasillo es más silencioso que el resto del hospital, y la iluminación tenue hace que todo parezca más frío.
Finalmente, llegamos frente a una puerta. Una placa discreta junto al marco no indica un nombre, solo un número. Silvio se detiene, se gira hacia mí y me observa con algo que parece ser… nerviosismo.
—¿Aquí es? —pregunto, sosteniendo el jugo con ambas manos, como si fuera un escudo.
Silvio asiente.
—Así es. Ahora solo debes entrar.
¿Debo? ¿no debería decir más bien debemos? Lo miro confundida.
—¿Sola? ¿Usted no va a entrar?
El doctor niega con la cabeza rápidamente, y me doy cuenta de que incluso está sudando, podría decir que hasta se ve más nervioso que yo.
—No, Lucía. Mi trabajo era traerte aquí. Mi parte ya está hecha.
Su respuesta me deja aún más confundida, y un poco asustada.
—Doctor… ¿quién está ahí dentro?
Él respira hondo y finalmente me dice:
—Confía en mí, Lucía. Si hay alguien que puede ayudarte a ti ya Nicolás, es el hombre que está ahí, solo debes pensar qué tanto estás dispuesta a hacer por el pequeño.
Mi garganta se seca y siento las manos sudorosas. Quiero retroceder, pero la imagen de Nicolás, pálida y conectada a máquinas, se apodera de mi mente. No puedo detenerme ahora.
—Está bien. —Mi voz suena más firme de lo que esperaba.
Con un profundo respiro, giro la perilla y empujo la puerta.
La habitación es más grande de lo que aparentaba desde afuera. Está decorado con sobriedad: paredes de madera oscura, un gran ventanal que ofrece una vista panorámica de la ciudad iluminada y un escritorio de caoba en el centro.
La iluminación es tenue, con una lámpara en una esquina que proyecta sombras alargadas.
Mi mirada recorre buscando al hombre misterioso en el lugar y es entonces que lo veo. Está de pie junto al ventanal, de espaldas a mí, con las manos en los bolsillos.
Su postura es rígida, pero no parece tensa. Es un hombre alto, de hombros anchos, y torso formado, eso lo puedo deducir por la forma en que su traje negro se ajusta perfectamente a su cuerpo, eso ya me indica que todo en él está calculado.
Me quedo inmóvil, sin saber si debería hablar o esperar. Finalmente, mi voz, aunque temblorosa, rompe el silencio.
—Hola… El doctor Silvio me ha dicho que deseaba verme. Usted es...
Antes de que pueda terminar mi pregunta, el hombre se gira lentamente. Mi boca se cierra de golpe.
Es como si el aire en la habitación se hiciera más denso. Sus ojos grises se clavan en los míos con una intensidad que me deja sin palabras.
Su piel bronceada contrasta con su camisa blanca, y su cabello oscuro, perfectamente peinado hacia atrás, enmarca un rostro que parece tallado en piedra y al mismo tiempo por los mismos dioses…. del inframundo: facciones duras, serias y casi imposiblemente perfectas.
Pero no es su atractivo lo que me deja inmóvil. Es la sensación de peligro que emana de él, como si fuera un depredador evaluando a su presa.
Si los hombres de afuera creí que se veían peligrosos, no son nada comparado con el que tengo enfrente. Todo en él grita poder, autoridad… y algo más oscuro.
Mi cerebro trata de recuperar el control, pero mis pensamientos se enredan. Finalmente, puedo hablar, aunque mi voz es apenas un susurro.
—Me han dicho que deseaba verme para hablar de mi hijo. ¿Es usted médico o funcionario del hospital?
Por un momento, algo brilla en sus ojos, una chispa que no sé interpretar, pero su expresión permanece seria.
Sin decir nada, camina hacia el escritorio y toma asiento. Con un movimiento de la mano, me indica que haga lo mismo.
Mi instinto me dice que debería salir corriendo, pero algo en su mirada me detiene. Nerviosa, me siento frente a él, frotando mis manos contra el pantalón para secarlas.
El hombre entrelaza los dedos frente a él y finalmente habla.
—Podría decirse que estoy un poco más arriba que el funcionario más importante de aquí.
Su voz es grave, profunda, y hace que los vellos de mi nuca se ericen.
—Ahora, dígame: ¿Es usted Lucía Valdés? Hija de la familia Valdés Ricci, esposa de Esteban Russo y madre de Nicolás Russo. ¿Es así?
Mi cuerpo se tensa al escuchar mi nombre completo saliendo de sus labios, sin embargo lo que digo no es ¿como sabe eso?, sino:
—Ex esposa.
Él frunce un poco el ceño como si no me creyera, lo cuál me irrita pero no lo demuestro, simplemente digo:—He firmado los papeles ayer, pero usted… ¿Usted cómo sabe todo esto de mí?Él no responde de inmediato. En cambio, me mira fijamente, como si estuviera evaluandome. Finalmente, dice:
—Entonces, puedo asumir que la información sobre su hijo es correcta. Tiene un problema cardiaco. Necesita un corazón, ¿verdad?
Mi respiración se corta. La intensidad de su mirada hace que me sienta expuesto, como si pudiera ver cada rincón de mi alma.
—Sí… él… él nació con el corazón demasiado grande. —Mi voz tiembla mientras trato de explicarme—. No deja de crecer y eso puede ser fatal. Necesita un trasplante, pero no ha sido fácil conseguir uno… menos en esta fecha.La navidad no trae tantos milagros como uno esperaría.
El hombre asiente lentamente, sus ojos grises nunca apartándose de los míos.
—Muy bien, esto es lo que va a pasar, señora Valdés. Yo puedo darle el milagro navideño que espera, si es que quiere llamarlo así, puedo darle lo que su hijo necesita: un corazón compatible.
Por un momento, no sé si estoy soñando o si esto es real. Mi mente se llena de preguntas.
—¿Por qué…? —finalmente logro preguntar—. ¿Por qué haría usted eso? Nadie hace nada gratis, nadie ayuda sin esperar algo a cambio, mucho menos a un extraño.
Por primera vez, una ligera sonrisa se dibuja en sus labios, pero en lugar de tranquilizarme, esa sonrisa hace que un escalofrío recorra mi espalda.
—En eso tiene usted razón, señora Valdés. Nadie hace nada gratis. Y yo, Dante Moretti, no soy la excepción.
Mi pecho se aprieta al escuchar su nombre. Había oído ese apellido antes, pero nunca imaginé que estaría cara a cara con un hombre como él.
Dueño de casi toda Italia….
—Así que esto es lo que va a pasar.—Sigue hablando y siento que mis latidos hacen eco en mis oídos— Le daré el corazón para la operación de su hijo y pagaré todo el tratamiento que requiera desde ahí en adelante, pero a cambio… apenas salga del hospital, deberá permitirme tomarlo como mi hijo.
Lucía“Tomarlo como mi hijo.”“Tomarlo como mi hijo.”Las palabras del hombre retumban en mi cabeza una y otra vez.Por un instante, me quedo inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. No puedo procesarlo. No puedo aceptar que eso sea lo que está diciendo. Nicolás es mi hijo, mi bebé. Su vida es lo único que me importa, y ahora este hombre, este extraño, quiere tomarlo como si fuera… ¿un objeto?—¿Qué? —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas—. ¿Qué está diciendo?Mi corazón late con fuerza, y siento cómo el calor sube a mi rostro. Mis manos, que hace un segundo temblaban de nervios, ahora se cierran en puños.—¿Usted cree que puede venir aquí y simplemente… decirme que va a ser el padre de mi hijo? —pregunto, mi voz elevándose. No me importa si lo enojo, no me importa quién sea este hombre. Estoy furiosa, y mis emociones me superan—. ¡Es mi hijo! ¡No suyo!Él no se inmuta. Ni una sola emoción cruza su rostro mientras me observa, como si mis palabras no signif
DANTEDos días han pasado desde que le hice la propuesta a la mujer y esta aceptó. Para el día de hoy ya el niño debe estar más recuperado de la operación y no veo la hora de acabar con esto y largarme de este hospital.De este país.El aire del hospital tiene ese olor estéril que siempre me ha resultado desagradable: una mezcla de desinfectante y algo más metálico que no logro identificar del todo.Camino por el pasillo hacia la sala de espera, ignorando las miradas de las enfermeras que parecen preguntarse quién soy o qué hago aquí. No importa. Estoy acostumbrado a las miradas curiosas o nerviosas; ambas me resbalan.Al acercarme, los gritos femeninos llegan a mis oídos en una mezcla de ansiedad y frustración detrás de un marcado acento español que me irrita y es igual al de la mayoría de aqui.—¡Pero necesito verlo! —dice, con ese tono que he llegado a identificar como su forma de desafiar cualquier autoridad que no entienda o acepte—. Mi hijo acaba de salir de una operación a coraz
LucíaDespierto con un dolor agudo en la espalda. El sofá de la habitación no es cómodo, pero me las arreglé para dormirme después de varias horas en vela. Parpadeo, confundida al principio, pero al girarme y ver a Nicolás en la cama, todo cobra sentido.Me levanto de inmediato, ignorando las punzadas en los músculos, y me acerco a él. Sus pequeños ojos marrones están abiertos y fijos en mí, y una sonrisa leve aparece en su rostro cuando me acerco.—Buenos días, mi ángel —le digo, acariciando su cabello con cuidado.Él me regala una de mis sonrisas favoritas, esas en las que dos hoyuelos se marcan en sus mejillas y lo hacen ver como todo un querubin. Mi hermoso angelito.—Buenos días, mami.Sus palabras son débiles, pero su tono tiene un brillo que me alivia. Respiro profundamente, como si el peso de los últimos días se aligerara un poco al verlo despierto y consciente.—¿Hace cuánto has despertado? ¿Quieres un poco de agua?El niega con la cabeza antes de hablar.—Un ratito. No qu
LucíaEl aire frío del hospital se siente más opresivo de lo habitual. Llevo dos días aquí, esperando que me den luz verde para salir, y finalmente ha llegado el momento. El doctor Silvio me dijo temprano esta mañana que Nicolás está listo para partir. Que Dante Moretti, el hombre que ahora controla mi destino, nos recogerá directamente desde el hospital.Estoy sentada junto a la camilla de Nicolás, viendo cómo juega con un pequeño osito de peluche que le regalaron las enfermeras. Su carita está más colorida, y aunque todavía se ve frágil, parece mucho más fuerte que hace días.Yo, en cambio, estoy un caos por dentro. Mi mente no ha dejado de repasar lo ocurrido hace dos días, cuando el hombre de confianza de Dante, Luciano, apareció de la nada para apuntar con un arma a Esteban. Todo fue surrealista. Ni siquiera sabía que alguien me estaba siguiendo, y Dante no mostró ningún remordimiento."Deberías agradecerme", me dijo.No lo hice.Y ahora estoy aquí, esperando que él aparezca para
LucíaLa camioneta se detiene frente a la inmensa verja de hierro forjado, y siento cómo mi estómago se contrae. Esto es real, Lucía. Estás aquí, en un lugar desconocido, con un hombre que apenas conoces, confiando ciegamente en que cumplirá su parte del trato.—¡Mami, mira! —La voz excitada de Nico me devuelve a la realidad, grita mientras señala los altos muros que rodean la mansión—. ¡Es como un castillo!En eso mi pequeño tiene razón.Nunca antes había visto una mansión de tal magnitud más en que en revistas o películas. Nunca pensé que estaría entrando a una y mucho menos que viviría ahí.Para cualquiera esto sería un sueño hecho realidad, yo simplemente puedo rezar para que no se convierta en una pesadilla, pues aquí estoy totalmente en la ignorancia.Incluso comunicarme es difícil, mi lengua es el español y de no ser porque mi familia fue exigente en los estudios no supiera lo poco que sé de italiano.Intento sonreírle, pero mi mente está en otra parte. El camino que se extien
Lucía—¿Y el segundo?Francesca hace una pausa antes de continuar, su tono volviéndose más firme.—Más que un consejo, es una regla: el sótano y la oficina del patrón están prohibidos. No importa lo que escuche o lo que crea que necesita saber. No cruce esa línea.La manera en que lo dice me hace sentir como si hubiera firmado un contrato invisible, uno con consecuencias que no puedo imaginar.… El cuarto es enorme, tanto que me hace sentir pequeña y fuera de lugar. El lujo que me rodea no logra ofrecerme consuelo, todo parece demasiado perfecto, demasiado frío. Nico está sentado a mi lado en la cama. Su pequeño cuerpo está pegado al mío, y aunque sus manitas juegan con la sábana, puedo sentir la tensión en cada movimiento.Mis dedos recorren su cabello con suavidad, intentando calmarlo. Él siempre ha sido tan fuerte para ser tan pequeño, pero desde que regresamos de la visita no logra ocultar su inquietud.—Mami… —su voz temblorosa rompe el silencio.—Sí, ¿mi ángel? —bajo la mirada
DantePensé que estar en mi casa haría que las sensaciones más abrumante desaparecieran, pero lo cierto es que no ha ayudado demasiado.Por el contrario simplemente me ha recordado todo el trabajo que tengo por delante y la cantidad de ratas que hay mordiendo la mano que les da de comer.Luciano está parado frente a mí, con las manos cruzadas detrás de la espalda y el ceño ligeramente fruncido. Es una postura que adopta cada vez que tiene algo que decir y duda de cómo empezar, pero sé que esa duda mo va a durarle demasiado.—Dante, ¿Estás seguro de las decisiones que has tomado con respecto al niño? Un bambino es algo serio —pregunta finalmente, su voz grave pero neutral.Levanto la mirada de los documentos qsobre mi escritoreso, esos que he estado viendo durante la última hora y que prueban más que una traición.¿Estoy seguro de mis acciones? me pregunto y al instante la imagen de un rostro joven, sonriente y lleno de vida aparece brevemente en mi mente antes de obligarme a descart
LucíaUna hora antesEstoy sentada junto a la cama de Nicolás, peinándole el cabello con los dedos mientras él me mira con esos ojos grandes y curiosos que siempre parecen querer descubrir el mundo.Está acurrucado en su manta nueva, más relajado de lo que lo he visto en semanas.—Mami, quiero dormir en mi habitación nueva —dice de repente, con una voz tan firme que casi me hace reír.Me quedo paralizada por un instante. Aunque debo estar feliz porque mi niño finalmente se siente lo suficientemente bien como para querer algo así, una parte de mí se resiste a soltarlo. Lo miro, sintiendo una mezcla de orgullo y nostalgia.—¿Seguro? ¿Estás bien, mi amor? —le pregunto, acariciando su mejilla.Él asiente con una sonrisa traviesa.—Quiero dormir aquí, mami. Y para mañana será un buen niño para que el señor Dante me quiera y no deje de ser mi papá.Esas palabras son como un golpe directo al corazón. Intento mantener la compostura mientras lucha contra el nudo que se forma en mi garganta.—Y