5- Milagro de navidad

Lucía

El doctor me mira con fijeza por unos segundos sin decir nada. sin admitirlo ni negarlo y yo siento que estoy a punto de enloquecer.

Estoy desconcertada y al mismo tiempo ilusionada y eso me asusta, pero no quiero renunciar ni a un atisbo de esperanza.

—Dígame, doctor, por favor, solo…. solo dígalo.

El hombre finalmente deja salir un suspiro y veo que traga un poco antes de empezar a hablar.

—Hay… Alguien que quiere hablar contigo, Lucía. Alguien que puede ayudar a Nicolás.

Mis piernas se sienten débiles, y el aire en mis pulmones parece evaporarse.

— ¿Quién? —logro preguntar, aunque mi voz apenas sale.

El médico solo hace un gesto hacia el pasillo, indicando que lo siga.

—No puedo decir mucho más, él lo hará, ahora por favor, ven conmigo.

Ni siquiera lo dudo, pues si se trata de algo que pueda ayudar a mi hijo siempre voy a decir que sí.

… 

El doctor Silvio camina delante de mí por los pasillos del hospital. La incomodidad en sus movimientos no pasa desapercibida. 

Sostiene una carpeta contra su pecho, apretándola como si fuera un escudo. Mis pasos son más lentos, inseguros, y el jugo que llevaba para Nicolás parece pesarme más con cada paso.

—¿A dónde vamos? —pregunto, intentando mantener la calma, aunque mi voz tiembla ligeramente.

—A la planta más alta del hospital —responde, sin mirarme.

Eso no tiene sentido. Esa área está reservada para oficinas administrativas y conferencias, nada relacionado con pacientes o tratamientos, pienso, pero me limito a quedarme callada. 

Ahora mismo necesito tener fé, confiar que si el doctor me está trayendo aquí debe ser por algo y que mi pequeño ángel finalmente tendrá una oportunidad.

Finalmente, llegamos a un ascensor que sube directamente hasta el último piso. Una vez que las puertas se abren, un par de hombres mecen la cabeza en dirección al doctor y luego me clavan la mirada. 

No es la mirada indiferente de un guardia de seguridad común, sino algo más oscuro, más… peligroso. Ambos llevan trajes oscuros, sus posturas rígidas y la tensión en sus cuerpos hacen que mis nervios se disparen.

No soy tonta, sé lo que estos hombres son: Guardaespaldas. Lo que quiere decir que quién quiera que esté ahí dentro es realmente importante.

—Por aquí, señora Valdez, venga —dice Silvio, indicándome que lo siga.

El pasillo es más silencioso que el resto del hospital, y la iluminación tenue hace que todo parezca más frío. 

Finalmente, llegamos frente a una puerta. Una placa discreta junto al marco no indica un nombre, solo un número. Silvio se detiene, se gira hacia mí y me observa con algo que parece ser… nerviosismo.

—¿Aquí es? —pregunto, sosteniendo el jugo con ambas manos, como si fuera un escudo.

Silvio asiente.

—Así es. Ahora solo debes entrar.

¿Debo? ¿no debería decir más bien debemos? Lo miro confundida.

—¿Sola? ¿Usted no va a entrar?

El doctor niega con la cabeza rápidamente, y me doy cuenta de que incluso está sudando, podría decir que hasta se ve más nervioso que yo.

—No, Lucía. Mi trabajo era traerte aquí. Mi parte ya está hecha.

Su respuesta me deja aún más confundida, y un poco asustada.

—Doctor… ¿quién está ahí dentro?

Él respira hondo y finalmente me dice:

—Confía en mí, Lucía. Si hay alguien que puede ayudarte a ti ya Nicolás, es el hombre que está ahí, solo debes pensar qué tanto estás dispuesta a hacer por el pequeño.

Mi garganta se seca y siento las manos sudorosas. Quiero retroceder, pero la imagen de Nicolás, pálida y conectada a máquinas, se apodera de mi mente. No puedo detenerme ahora.

—Está bien. —Mi voz suena más firme de lo que esperaba.

Con un profundo respiro, giro la perilla y empujo la puerta.

La habitación es más grande de lo que aparentaba desde afuera. Está decorado con sobriedad: paredes de madera oscura, un gran ventanal que ofrece una vista panorámica de la ciudad iluminada y un escritorio de caoba en el centro. 

La iluminación es tenue, con una lámpara en una esquina que proyecta sombras alargadas.

Mi mirada recorre buscando al hombre misterioso en el lugar y es entonces que lo veo. Está de pie junto al ventanal, de espaldas a mí, con las manos en los bolsillos. 

Su postura es rígida, pero no parece tensa. Es un hombre alto, de hombros anchos, y torso formado, eso lo puedo deducir por la forma en que su traje negro se ajusta perfectamente a su cuerpo, eso ya me indica que todo en él está calculado.

Me quedo inmóvil, sin saber si debería hablar o esperar. Finalmente, mi voz, aunque temblorosa, rompe el silencio.

—Hola… El doctor Silvio me ha dicho que deseaba verme. Usted es...

Antes de que pueda terminar mi pregunta, el hombre se gira lentamente. Mi boca se cierra de golpe.

Es como si el aire en la habitación se hiciera más denso. Sus ojos grises se clavan en los míos con una intensidad que me deja sin palabras. 

Su piel bronceada contrasta con su camisa blanca, y su cabello oscuro, perfectamente peinado hacia atrás, enmarca un rostro que parece tallado en piedra y al mismo tiempo por los mismos dioses…. del inframundo: facciones duras, serias y casi imposiblemente perfectas.

Pero no es su atractivo lo que me deja inmóvil. Es la sensación de peligro que emana de él, como si fuera un depredador evaluando a su presa. 

Si los hombres de afuera creí que se veían peligrosos, no son nada comparado con el que tengo enfrente. Todo en él grita poder, autoridad… y algo más oscuro.

Mi cerebro trata de recuperar el control, pero mis pensamientos se enredan. Finalmente, puedo hablar, aunque mi voz es apenas un susurro.

—Me han dicho que deseaba verme para hablar de mi hijo. ¿Es usted médico o funcionario del hospital?

Por un momento, algo brilla en sus ojos, una chispa que no sé interpretar, pero su expresión permanece seria. 

Sin decir nada, camina hacia el escritorio y toma asiento. Con un movimiento de la mano, me indica que haga lo mismo.

Mi instinto me dice que debería salir corriendo, pero algo en su mirada me detiene. Nerviosa, me siento frente a él, frotando mis manos contra el pantalón para secarlas.

El hombre entrelaza los dedos frente a él y finalmente habla.

—Podría decirse que estoy un poco más arriba que el funcionario más importante de aquí.

Su voz es grave, profunda, y hace que los vellos de mi nuca se ericen.

—Ahora, dígame: ¿Es usted Lucía Valdés? Hija de la familia Valdés Ricci, esposa de Esteban Russo y madre de Nicolás Russo. ¿Es así?

Mi cuerpo se tensa al escuchar mi nombre completo saliendo de sus labios, sin embargo lo que digo no es ¿como sabe eso?, sino:

—Ex esposa.

Él frunce un poco el ceño como si no me creyera, lo cuál me irrita pero no lo demuestro, simplemente digo:

—He firmado los papeles ayer, pero usted… ¿Usted cómo sabe todo esto de mí?

Él no responde de inmediato. En cambio, me mira fijamente, como si estuviera evaluandome. Finalmente, dice:

—Entonces, puedo asumir que la información sobre su hijo es correcta. Tiene un problema cardiaco. Necesita un corazón, ¿verdad?

Mi respiración se corta. La intensidad de su mirada hace que me sienta expuesto, como si pudiera ver cada rincón de mi alma.

—Sí… él… él nació con el corazón demasiado grande. —Mi voz tiembla mientras trato de explicarme—. No deja de crecer y eso puede ser fatal. Necesita un trasplante, pero no ha sido fácil conseguir uno… menos en esta fecha.La navidad no trae tantos milagros como uno esperaría.

El hombre asiente lentamente, sus ojos grises nunca apartándose de los míos.

—Muy bien, esto es lo que va a pasar, señora Valdés. Yo puedo darle el milagro navideño que espera, si es que quiere llamarlo así, puedo darle lo que su hijo necesita: un corazón compatible.

Por un momento, no sé si estoy soñando o si esto es real. Mi mente se llena de preguntas.

—¿Por qué…? —finalmente logro preguntar—. ¿Por qué haría usted eso? Nadie hace nada gratis, nadie ayuda sin esperar algo a cambio, mucho menos a un extraño.

Por primera vez, una ligera sonrisa se dibuja en sus labios, pero en lugar de tranquilizarme, esa sonrisa hace que un escalofrío recorra mi espalda.

—En eso tiene usted razón, señora Valdés. Nadie hace nada gratis. Y yo, Dante Moretti, no soy la excepción.

Mi pecho se aprieta al escuchar su nombre. Había oído ese apellido antes, pero nunca imaginé que estaría cara a cara con un hombre como él.

Dueño de casi toda Italia….

—Así que esto es lo que va a pasar.—Sigue hablando y siento que mis latidos hacen eco en mis oídos— Le daré el corazón para la operación de su hijo y pagaré todo el tratamiento que requiera desde ahí en adelante, pero a cambio… apenas salga del hospital, deberá permitirme tomarlo como mi hijo.

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