3- ¡Tu y yo contra el mundo!

Lucía

—¡No puedo creer que esa mujer te haya golpeado! ES UNA SALVAJE. Se lo diré a mi madre.

La voz de mi hermana hace que apriete los dientes, pero lo que termina de hacer explotar mi enojo es escuchar a Esteban hablarle con una dulzura impropia de él.

—Con calma, cariño. El médico dijo que el enfado perjudicará a nuestro hijo.

No podía seguir escuchando, la traición de mi esposo amado ahora me hacía sentir que mi corazón chorreaba sangre. 

Camino directamente hacia la habitación del médico a pesar de las miradas compasivas de la gente que me rodeaba. Lo último que quiero es seguir viendo a ambos.

...

—Lo siento, aún no hay corazón adecuado.

La luz tenue del monitor cardíaco parpadea en la habitación, marcando cada segundo como una eternidad. 

No puedo contener las lágrimas mientras miro a través del cristal a mi pequeño en la cama.

De repente, veo como mi angelito levanta la cabeza para mirarme a los ojos y me apresuro a darle la espalda para secarme las lágrimas. 

Respiro profundamente, intentando recomponerme antes de abrir la puerta con una sonrisa. 

¡Mami! —me llama apenas entra, pero su expresión no es de alegría. 

Sus ojitos grandes y cansados ​​me estudian con una madurez que no debería tener un niño de cinco años.

Hagolo mejor que puedo para sonreír y ocultar la tristeza en mi corazón.

— ¿Cómo está mi angelito? —le pregunto, esforzándome por sonar alegre mientras dejo mi bolso en la silla junto a la cama.

—No tienes que sonreír, mamá —dice con voz suave, pero directa—. Yo sé que papá no va a venir.

Me detengo, paralizada por sus palabras. El nudo en mi garganta amenaza con desatarse.

—Nic… —comienzo, pero él me interrumpió con una pregunta que corta más profundo que cualquier cuchillo.

—¿Tú también me vas a dejar por ser un problema?

Las lágrimas comienzan a arder en mis ojos antes de que pueda evitarlo. Me acerco rápidamente a su lado y tomo su pequeño rostro entre mis manos, acariciando sus mejillas con los pulgares.

—Escúchame bien, Nicolás Valdés, tu no eres una carga. No voy a dejarte. Eso nunca va a pasar. Nunca. Siempre vamos a ser tú y yo contra el mundo.

Mis palabras son firmes, pero la emoción hace que mi voz tiemble. Nicolás me observa, y su pequeña sonrisa aparece, tímida pero reconfortante.

— ¿Tú y yo contra el mundo? —pregunta con un leve destello de esperanza en su mirada.

—Sí, mi amor. Siempre.

Lo beso en la frente, justo cuando un ruido proveniente del pasillo nos interrumpe. Gritos. Una voz masculina, grave y llena de una mezcla entre la angustia y el peligro, se eleva por encima del bullicio.

—¡Quiero respuestas ahora mismo! ¿Cómo demonios no me avisaron antes?

El sonido hace que mi corazón se acelere. Mi primera reacción es proteger a Nic. Corro hacia la puerta y gire la llave, cerrándola con un clic seco. 

Mi mente vuela a las peores posibilidades. ¿Esteban? ¿Habrá enviado a alguien?

—Mami… —La vocecita de Nicolás me hace girarme hacia él, aún con el ceño fruncido por el miedo.

— ¿Qué pasa, amor? —pregunto, intentando mantener la calma.

—No es para acá. Ella ya no está.

La confusión me invade, pues no tengo idea de qué o quién está hablando Nic.

—¿Ella? —me acerco a su cama, sentándome a su lado—. ¿De quién hablas, mi ángel?

Nicolás baja la mirada, jugando con la sábana del hospital.

—La… La chica de al lado. —Su voz es apenas un susurro—. A veces, cuando me llevan a observación, nos cruzábamos. Ella siempre era amable… y era muy linda.

Mi corazón se aprieta. Sé de quién está hablando. La adolescente en la habitación contigua. Escucho a veces sus gritos o sus gemidos de dolor en las noches.

—¿Qué pasó con ella?

Nicolás me mira con tristeza.

—Murió cuando fuiste a buscar a papá. Lo escuché. Los doctores lo dijeron. ¿Voy a morir también Mami?

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