Fabrizio no paraba de ver a Aysel y su tranquilidad. Ella, unas horas antes, no paraba de llorar por ver al guardaespaldas muerto. Estaba herido gravemente, pero no tan muerto como para llamar a su familia. Le había declarado la guerra a los americanos y acabaría con ellos cuando tuviera la oportunidad. Debía borrar el rostro de la turca de cualquiera que la vió. —Nunca me dejaste llamar a mi madre. ¿Puedes decirme mínimo como está ella? —le preguntó, con voz ronca. Ya el acento turco no se le escuchaba tan fuerte como antes. Ella no tenía una voz fina, pero sí demandante. Miró su mejilla inflamada y el labio roto.—Eres médico. ¿Por qué no te tratas el golpe en tu cara? Sanas a todo el mundo, pero te olvidas de ti misma —ignoró las preguntas de Aysel.Ella suspiró y miró hacia la ventana del jet privado. —¿Qué más puedo hacer? Mi labio partido ya lo traté y mi mejilla, bueno, también estoy en el proceso de evitar el dolor —le enseñó una bolsa de hielo, pero no lo miró.—¿Por qué n
Aysel no soportaba las actitudes de Fabrizio, la había encerrado en la habitación esa noche y por más que le pidió que la dejara comer afuera, el mafioso no accedió. Ella decidió no cenar, desayunar y había vuelto a rechazar la comida, a la hora del almuerzo. Él no daba la cara y ella, obviamente, no daría su brazo a torcer. No pudo dormir, tenía miedo de cerrar los ojos y que las imágenes de lo que había vivido el día anterior, regresaran a su mente. Tenía sueño, le hacía falta energía y también moría de hambre. No era una mujer difícil o caprichosa, pero odiaba estar encerrada y que Fabrizio no le explicara nada más.Siempre la ignoraba, nada había cambiado en un año de no verse. Ella solo quería estar con su madre y eso, también se lo prohibió. Llamó muchas veces a su hermano, pero parecía que la tierra se lo había tragado. No podía sentirse segura, estaba aterrada y no sabía cuánto tiempo estaría ahí.—Señora Aysel, debe comer. Es la tercera comida que nos rechaza. No es saludabl
Fabrizio tuvo que esperar a que ella volviera a despertar para poderle explicar un poco mejor la situación a Aysel mientras iban camino a Sicilia. El vuelo de regreso a casa fue bastante silencioso. A diferencia del vuelo de Estados Unidos en los que ellos discutieron la mayor parte del tiempo.Aysel no dejó que él le volviera a dirigir la palabra, se mantuvo lo más alejada posible y no volvió a llorar desde que despertó. Fabrizio la observó desde su asiento y recordó su pasado. Su madre destruida llorando por su hermana. Ese día llovió y fue la primera vez que la tristeza invadió a la Cosa Nostra.Aysel no lo sabía, pero todo el mundo conocía quién era ella para Fabrizio, y, aunque no fuera recíproco, en la organización, ella sería tratada como la mujer del Don, el Capo, o el Boss de la mafia. —Bienvenido a casa, jefe —lo saludaron, al verlos entrar a la mansión.Aysel los miró mal a todos por la simple razón de que ellos habían tenido la oportunidad de convivir con su madre el últ
Mientras más pasaban las horas, más difícil era para Aysel aguantar todo su dolor. Para ella, su vida se había acabado. Su madre fue el centro y su universo entero. Su hermano siempre estuvo ausente y ellas dos salieron adelante mientras él estuvo fuera de su país. Vagamente, pensó que podía llevarla a Turquía junto a su padre, pero su hermano ya tenía todo preparado.—Ni siquiera sé porque tengo que seguir viniendo aquí —se quejó murmurando, al entrar nuevamente a la mansión. Se sentía prisionera y cada minuto que pasaba, su alma era desgarrada.Miró alrededor y nuevamente sintió mucha rabia por ellos. No los odiaba, su madre jamás le permitió tener ese sentimiento... Solo a Fabrizio.—Aysel... —la voz de Emma llamó su atención—, siento mucho lo de tu madre.Miró a la rubia, con su pequeño recién nacido, y sintió la calma que siempre daba Emma en la mansión. Ella no podía entender tampoco como podía seguir tan tranquila teniendo a Alessandro como pareja. Aunque su amigo realmente era
Aysel lloró y lloró hasta que se durmió en los brazos de su hermano mayor. A Emir le dolía ver lo triste que se encontraba su hermana, pero no podía hacer nada. La decisión de su madre fue esa y tuvo que respetar su voluntad hasta el final. Le hubiese gustado que compartieran más durante el último año, pero ya no podía cambiar la situación y la seguridad de su hermana era lo principal en la mansión.Fabrizio se quedó con ella y dejó que Emir se fuera de su oficina. Él la vió dormir plácidamente en su regazo, porque, por supuesto, no permitiría que ella durmiera sola en el sofá. Sus hermosos ojos estaban inflamados y su voz era más ronca de lo normal. Fabrizio mentiría si decía que Aysel tenía una voz fina. Era melodiosa, pero fuerte. A diferencia de cómo se veía en ese momento, mientras acariciaba su cabello. —Anne... —murmuró Aysel, mientras dormía. La vida no había sido fácil para ninguno de los dos, pero esa mujer turca, no merecía sufrir así.Uno de los hombres de Fabrizio tocó
26 años atrás.Reikiavik-Islandia.Eran las primeras vacaciones de la familia Martinelli en Islandia. Un país libre de corrupción y muertes. Considerado el más seguro del mundo y, por supuesto, era territorio amigo. Todas las mafias podían ser libre en ese lugar. Había un tratado de paz que nadie debía romper, pero que lamentablemente, en unas horas, sería destruido de la peor manera posible. Fabrizio tenía once años y le faltaban unos dos o tres años para que empezara su entrenamiento en la Cosa Nostra. Sería el próximo líder de la organización cuando su padre dejara su puesto. Era verano y los dos hijos de la pareja habían hecho un magnífico esfuerzo en sus respectivas escuelas. Fabrizio iría a Gales a estudiar su bachillerato junto a Alessandro. Eran los siguientes en tomar el control de la Cosa Nostra cuando fueran adultos y completamente capaces de llevar el peso de la mafia en sus hombros.—¡Mami, Fabrizio se ha comido mi galleta!—¡Chismosa, te vas a llenar de piojos y te dej
Fabrizio tenía solo un día para poder drenar toda su ira. Se permitía sentir brevemente la ausencia de su hermana menor. Todo el mundo en la mansión desaparecía y le daban espacio para que llorara. Aunque su gente sabía que no lo haría así estuviese solo.Él estaba en su oficina a puertas cerradas ahogándose en alcohol. Lo más loco, es que Fabrizio por más que bebiera hasta acabar con la última botella, jamás, se emborracharía. Hasta para eso se sentía inútil.Había encendido la televisión por el simple placer de escuchar otras voces y no las de su cabeza, que salían siempre el día de la muerte de su hermana. A Sofía no le gustaba su nombre y era de las niñas que se lo cambiaban dependiendo de su estado de ánimo.Para él, ella era su piojosa."You are my sunshine, my only sunshine,You make me happy when skies are gray.You'll never know, dear, how much I love you...Please, don't take my sunshine away..."Y como si la vida no fuera lo suficientemente dura, suena la canción más triste
Aysel venía de Turquía, con una madre musulmana muy amorosa, algo que por obvias razones, su hermano no le gustaba. Eran personas creyentes, pero no fanáticos. Aysel se llevó la peor parte de ser mujer por la familia de su padre, y fue obligada más de una vez a hacer lo que ella no quería.Había tres cosas que Aysel amaba, después de su familia. Salvar vidas, su libertad y cocinar los platos típicos de su país.Ella, al salir de Turquía, conoció otros horizontes. Creía en el matrimonio y llevaba en su corazón todo lo que le enseñó su madre.Por eso, recibir un beso de Fabrizio, era algo que estaba haciendo por primera vez. Ella era virgen de la cabeza a los pies.Jamás había sido tocada de manera sexual. Por eso no sabía cómo responderle el beso a Fabrizio. —Deja de pensar, Aysel —le murmuró entre dientes, y acariciando sus mejillas—. Tus pensamientos están chocando conmigo.Ella se tensó, logrando que Fabrizio sonriera.—Estoy haciendo mi mayor esfuerzo —lo miró, él abrió los ojos