Había pasado un mes, desde la muerte de su madre y la declaración que Fabrizio le había hecho. Durante todo ese tiempo el mafioso no hizo más que cortejarla como en la vieja escuela, o eso creía él.Flores y bombones le llegaban todos los viernes por la tarde.Aysel tenía dos camionetas llenas de guardaespaldas, más un tercero en donde ella viajaba con dos escoltas más.Ellos se hacían llamar Marco y Polo.—Por fin te veo la cara —saluda a Dereck y se sienta en la silla—. ¿Cómo están los gemelos estos días?Dereck echa un vistazo hacia la entrada de la cafetería y sonrie. La misma cantidad de guardaespaldas que tenían Alessandra y Emma.—Empezaron la guardería el lunes. Ahora son más independientes y no quieren hablar italiano —le entrega una taza de café con leche.—¿Cómo van a comunicarse con ustedes? —miró el café—. Esto acabará conmigo un día.—No lo hará. Fabrizio acaba el mundo si te llega a dar gripe —se burló, haciéndola sonrojar—. Ellos están hablando alemán. Resulta que está
Y así fueron pasando las semanas para los dos. Vivían juntos en el departamento de Aysel y aunque Fabrizio prefería tenerla en la mansión, completamente vigilada, entendió que ella se sentía más libre fuera de ahí.—¿Te gusta? —le preguntó, mientras ella veía el espacio vacío en donde debería estar la sala.—Es preciosa... —murmuró con asombro. Era una mansión en el bosque de tres pisos. Estaba alejada de todo y parecía perfecto para que ella pudiera relajarse. La casa estaba vacía, los pisos eran de cerámica negra y las paredes eran de color gris. Algo que no le gustaba del todo a Aysel porque ella prefería la claridad.—Puedes decorarla tú misma. No hay límite para lo que desees tener aquí. Si quieres quitas los ventanales o podemos hacer nuevamente la cocina —le señaló el otro lado de la casa.—Creo que es muy grande... —miró que no había interruptor—. ¿Cómo se supone que se van a encender las luces? Él sonrió y la abrazó.—Son automáticas. No vas a tener que sufrir mucho por las
Llegó San Valentín y con ello, una noticia que Aysel no se esperaba. Ella había sido buscaba por su hermano en el hospital para ir a cenar. Le pareció extraño que fueran a comer tan tarde por la noche, pero simplemente lo dejó pasar. Ella estaba vestida con un pantalón de vestir blanco, zapatos altos de punta, color beige y una camisa de seda rosada. Su cabello estaba suelto y había dejado de esconder el color de sus ojos. Estaba agotada, pero jamás se vestía mal. Aysel era una mujer elegante y hermosa.—¿Qué estás tramando, Emir? —le preguntó, cuando su hermano cubrió sus ojos con una venda. —Debes confiar más, mocosa —bromeó con ella y la llevó adentro del restaurante.Todo había sido preparado con dedicación y cuidado. Fabrizio la vió entrar y no pudo estar más feliz de verla. Era la mujer más bella del mundo.Incluso, más bella que las mujeres que había en su vida.Cuando a Aysel su hermano le quitó la venda de sus ojos, encontró a Fabrizio arrodillado con un anillo en una caja
—¡Despierta, perra! —le gritaron a Aysel, obligándola a abrir los ojos de golpe.Ella miró a su alrededor y pudo notar que era un hospital. Se dió cuenta de que los hombres que la habían golpeado eran más de los que ella podía imaginar. Sonrío de medio lado, sintiendo el ardor en su labio inferior. Estaba en una silla atada de manos y pies. Había sido secuestrada. Algo que su madre y su hermano habían tratado de evitar enviándola a Estados Unidos.—¿De qué te ríes, perra? —le dijo uno de los hombres, al notar el rostro soberbio de la turca—. Odio a las mujeres que se creen tanto solo por tener un hombre que las protege.—Oh, no. Así siempre he sido yo —le respondió, ganándose otro golpe en su rostro. Ella apretó los dientes con fuerza al sentir dolor. No iba a derramar una lágrima por más que la golpearan. No les daría el gusto.—Vas a llorar —sentenció el hombre—. Todas las perras lloran.—No soy perra —refutó—. Las zorras no lloramos. Recuérdalo siempre.Y la volvió a golpear, sol
Los peores momentos los estaban pasando ellos. Fabrizio, por no saber cómo estaría su mujer, y Aysel, por recibir tantos golpes como un saco de boxeo. El abdomen de la turca ya no daba para más. Le dolía respirar y le pedía a su madre que se le llevara. Sabía que Fabrizio iría por ella, pero no se creía capaz de poder aguantar un poco más de dos horas. Mucho menos cuando la estaban golpeando con alevosía.Aysel no lloró ni una sola vez, aunque su rostro estaba cubierto de sangre y moretones. Uno de sus ojos estaban cerrados por la inflamación y estaba por ocurrir lo peor.—¿Sabes que es lo divertido de todo esto? —ella solo podía escuchar la voz del hombre. La fuerza había abandonado su cuerpo desde la última golpiza—. Que al bastardo de Fabrizio tú serás quien lo va a matar.Y esa era una de las razones por las que, aunque quería irse con su madre, le daba miedo dejar a Fabrizio. Ese hombre sería capaz de hacer una locura si ella llegaba a morir antes de que él llegara.«Anne, dame
—¡Tienes que salvarla! —le apuntó con su arma la cabeza a una doctora.—Capo, debe esperar aquí afuera. Deje que nosotros revisemos el estado de Aysel para poder proceder —le informó nerviosa—. Tiene el pulso muy débil y no debemos perderlo. Si usted nos sigue deteniendo, ningún médico podrá hacer su trabajo.Fabrizio tragó grueso, asintió y bajó el arma.—Si Aysel no se salva juro por la memoria de Sofía que ustedes estarán muertos —los sentenció a muerte.—Se hará...—Hasta lo imposible si ustedes quieren seguir viviendo —la interrumpió.La doctora dió un suspiro y se marchó. Estaban en el área de emergencia de un hospital cercano a donde fue encontrada Aysel. Todo el mundo sabía quién era Fabrizio y la manera en que fue secuestrado el lugar por toda la mafia, no era necesario preguntar qué querían.—Alessandra y Emma vienen en camino para estar con Aysel mientras nosotros nos hacemos cargo de...—No me voy a ir hasta que Aysel despierte —no lo dejó terminar—. Necesito que ella...—
—En el nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo, amén —escuchó hablar a Emma, mientras entraba al hospital.—¿Tan mal está? —le preguntó, asustando a la chica—. No fue mi intención...Emma los miró a los dos y sonrió con amabilidad. Parece que la vida de la Cosa Nostra dependía de la turca que estaba luchando por vivir.—Hay que confiar en Dios, Fabrizio. Aysel está en cirugía. Los estaba esperando para que fuéramos juntos a la sala de espera —besó la mejilla de su esposo—. La policía está aquí.Fabrizio cerró los ojos y suspiró.—¿En dónde estaba Dios cuando Aysel o Sofía estaban sufriendo? —la miró con frialdad—. No soy creyente, pero respeto... Solo no me digas que crea en alguien que me abandonó a mi suerte.Emma lo miró con tristeza.—Mi fe es tan grande como lo es la Cosa Nostra. Todos los días pido por ustedes y he sido bendecida día a día. Sé que Aysel saldrá de esta mala situación. Hay gente buena que le pasan cosas malas. Lamentablemente, a Aysel le tocó conocer lo ma
Fabrizio esperó y esperó, a que alguien le diera una mejor noticia. Subió nuevamente a donde estaba su gente y encontró a todos reunidos en la sala de espera, mientras Emir gritaba palabras en turco. El reloj marcó las 12 y él cerró los ojos por un instante.—¡Anneme gitmemeli! —el dolor en su voz era profunda, y casi podía sentir lo que Emir trasmitía.—En un idioma en el que te pueda entender... —le ordenó, tan cansado de esperar por su bonita.—No debe ir con mi madre —le contestó y señaló a la doctora—. Ella dijo que Aysel...—¡No! —lo interrumpió y se giró a mirar a la mujer—. Es el cumpleaños de Aysel.La doctora los miró y sintió lástima por todos. Cada día era algo peor para la pobre muchacha, y se le notaba a todos cuanto la amaban.—¿Creen en los milagros? —les preguntó, Fabrizio apretó sus manos y las hizo puño—. Es lo único que puede hacer que esa joven regrese a la vida sin problemas. Nosotros hicimos todo lo que está en nuestro alcance, pero solo un milagro...—¡Yo creo